‘Vivre sa vie’: Nana se balancea entre la belleza y la crueldad
Vivre sa vie (Jean-Luc Godard, 1962) es una de las primeras películas de la nouvelle vague. Godard hizo el que se considera el largometraje fundacional de este movimiento francés: À bout de souffle (Al final de la escapada). Se puede considerar que Vivre sa vie (o Vivir su vida) es la tercera película de uno de los cineastas más reconocidos (sino el que más) de la nouvelle vague.
En este filme, protagonizado por Anna Karina, una joven de 22 años llamada Nana abandona en parte su sueño de dedicarse al teatro o al cine porque las circunstancias la obligan a ejercer la prostitución para poder pagar su alquiler.
Su periplo como prostituta no se plantea como algo muy chocante o dramático para la protagonista. Al final acaba irremediablemente en el peor de los escenarios.
Yo soy yo y mis circunstancias
Nana acaba siendo prostituta obligada por sus circunstancias, se transforma en algo que nunca había pensado que podía ser. La vida y sus situaciones la han moldeado y ha aceptado que ese era su destino y su final, que no le quedaba otra que apechugar.
Aún así, ella sigue defendiendo la belleza de la vida. No se resigna a que lo malo, feo o terrorífico tenga más peso que la belleza, la bondad o todo lo bueno que la vida puede ofrecer. Es muy curioso este contraste del carácter o los sentimientos del personaje frente a lo que se dedica hacer para poder sobrevivir. Su sueño de ser actriz, aunque se presenta casi en la primera escena, sigue siendo vago. No se la ve nunca hacer algo real y activamente para ser actriz. Lo intenta con unas fotos para hacerse una especie de book, pero es un intento bastante leve.
Ese contraste acaba siendo casi poético. En una balanza las ideas ilusorias de Nana sobre la vida y la belleza, en la otra la cruda realidad de tener que vender su cuerpo de manera literal para poder comer y subsistir.
Al final vive su vida, como el reza el título, la vive con todas las consecuencias, pero aceptándolas. Como bien apunta Nana en una conversación con una de sus amigas prostitutas: “Yo soy responsable”. Pero no solo de dedicarse a la malograda profesión, sino de todo, es responsable de fumar un cigarrillo, de que una decisión salga mal y pase algo malo. De la ropa que lleva, de lo que piensa y hasta de respirar.
Vivre sa vie: Doce cuadros, muchas historias
La película se divide en doce cuadros, fragmentos, capítulos o como se quiera llamar. Aparentemente estos doce episodios son independientes entre sí, pero juntos van creando una historia sobre la vida de una chica que no pudo evitar caer en las fauces de algo más grande. Algo más poderoso y peligroso que ella.
El montaje es bastante llamativo. La primera vez se nos presenta a Nana en primerísimo primer plano o primer plano.
Tras esta introducción con los créditos, aparecen Nana y un hombre (Paul, su expareja) sentados a la barra de un bar. De espaldas a la cámara. Mantienen una conversación durante unos minutos y solo les vemos el cogote.
Luego sucede lo mismo cuando Nana admite trabajar con un hombre (Raoul) y que este sea su proxeneta. Mantienen una conversación en una mesa de café. Esta vez uno frente a otro. Él aparece de espaldas todo el tiempo y le tapa a medias la cara a ella, dependiendo de cómo sea la coreografía de sus cabezas.
Es muy llamativo y hasta original a día de hoy que más que nunca estamos acostumbrados a la literalidad. Al típico plano-contraplano cuando dos personajes mantienen una conversación.
Hay una secuencia en la que Nana se sienta en la mesa de un café junto a un hombre notablemente mayor que ella y al que en teoría no conoce. Ambos filosofan sobre la necesidad de hablar, sobre las limitaciones del lenguaje, ella defiende el silencio, mientras que él le explica lo importante de las palabras. Sin duda, una de las escenas más complejas en cuanto al sentido y más llamativas (al menos para mí) del largometraje.
Es un diálogo y una escena en sí que guarda cierta relación con una de las escenas finales de Las noches de la luna llena de Éric Rohmer. Cuando Louise, la protagonista, habla con un desconocido en un café sobre el influjo de la luna llena en las personas.
Vivre sa vie es una película para mascarla lentamente, no creo que solo con verla una vez al minuto ya se tenga una opinión acerca de ella. Es una historia aparentemente sencilla y en la que en ocasiones es más importante lo que no se dice que lo que sí.
Tiene esa sutileza, gusto y elegancia de la nouvelle vague, pero la historia es cruel, cruda y con un final hasta melodramático. Propio casi de nuestro Almodóvar.