‘Una noche en el paraíso’, de Lucia Berlin: Hacer de la anécdota literatura
Hace unos años llegaba al escaparate literario Lucia Berlin. Dedicada a la escritura toda su vida pero sin la atención ni la repercusión merecida. Quince años después de su muerte por fin se desempolvaban de nuevo sus relatos y se publicaban recogidos en el Manual para mujeres de la limpieza. En su momento fue todo un revuelo.
Pero, más allá del Manual, por suerte, Alfaguara ha seguido traduciendo sus cuentos. Una noche en el paraíso es la segunda colección de relatos en la que se mantiene la esencia de Lucia Berlin y casi me atrevería decir, aunque puede que esto se deba a lo reciente de la lectura y la influencia lejana del Manual, que tiene una mirada que hace que su voz sea aún más peculiar.
Pero no pasa nada
Una noche en el paraíso, como decía, vuelve a ser una recopilación de historias cortas, en la que se recogen relatos de todos los tipos, relatos en los que puede parecer que no pasa nada.
Estilísticamente hablando como cuentista tiene el control de lo que hace: estructuras muy bien hechas, un lenguaje que engancha y empuja hasta el final -te esté convenciendo más o menos lo que está contando- y diálogos que en pocas líneas tienen la capacidad de construir personajes más complejos que los de algunos novelones infinitos. Agilidad narrativa y manejo de los códigos del cuento a las mil maravillas.
Sin embargo, cuando se habla de los relatos de Lucia Berlin, se puntualiza en muchas ocasiones que tal vez son demasiado autobiográficos, que solo habla de un montón de mujeres insatisfechas y que muchas veces no pasa nada. Las referencias literarias también aparecen, el deseo de no estar donde se está, el enclaustramiento. Buena técnica, pero más de lo mismo. ¿Es así?
¿Son excesivamente autobiográficos? Bueno, más allá de que sean autobiográficos o no, que se usa muchas veces como coletilla para el menosprecio, lo que resalta y permanece es la potencia de cada historia, unas más que otras, evidentemente, pero algunas son lo suficientemente poderosas como para te que acuerdes de ellas después de un largo tiempo de haberlas leído.
Historias cortas, concisas, contenidas, que parecen estar a punto de desbordarse en cualquier momento, como sus personajes. Un quiero y no puedo continuo. ¿De verdad no pasa nada?
Lucia Berlin: la realidad está ahí para todos
En realidad siempre había querido hablar de Lucia Berlin porque las primeras veces que la leí me recordó a esa sensación agridulce que a veces me generaban Bukowski o Raymond Carver.
No son lo mismo, está claro, pero también tiene esa crudeza en las historias, la realidad servida tal cual es, en frío, dura, donde a veces brilla algo. Así como la prosa, depurada y ágil. Y esa combinación es lo que impulsa los relatos, los carga de significado a pesar de que lo que nos cuenta sea algo anecdótico.
Hacer de la anécdota literatura tal vez esa sea la mejor señal del buen hacer del escritor, no lo sé. Lo cierto es que la realidad está ahí parar todos, más o menos oscura, pero ahí está, y sin embargo no todos la cuentan de la misma forma. Ni la ven de la misma forma.
En el prólogo que precede a la colección, Mark Berlín, hijo de Lucia Berlin, habla de algo similar a esto, de la supervivencia de la historia más allá de lo que sucedió en realidad, más allá de la autobiografía. Lo que importa es la historia que se construye con el recuerdo. Hacer de la anécdota literatura.
Una noche en el paraíso: es tiempo de los cerezos en flor
Decía al principio que parece que esta vez, con estos cuentos, la voz de la autora se volvía incluso más peculiar. No lo sé, puede que sea por la cercanía de esta lectura y lo lejos que tengo ya el Manual -o incluso por el recuerdo de este-, pero aquí veía una sutileza distinta. Puede que aquí, ligado a esto también, haya más angustia que en el caos chisporroteante del Manual. Y repito, puede que sea por la cercanía de la lectura o también por los relatos en sí mismos en el momento adecuado. Lo que está claro es quién se encuentra detrás de los relatos y qué complicado es conseguir una voz tan propia.
La sensación que deja es que, a través de la cruda realidad o el hecho sencillo que nos presenta, es capaz de llegar a todo el meollo del asunto. Como mención especial en cuanto a esto tenemos Es tiempo de los cerezos en flor. Ahí se ve, quizá más que en muchos otros, ese pulso permanente entre lo bello, lo vivo, y la realidad más dura.
Contar hechos pequeños con cierto cuidado, rodeado de sombras y presiones, de asfixia, hace que la anécdota se intensifique, se haga eco. Y así, poco a poco también nos va metiendo en esta asfixia, la angustia, lo que aprisiona. El golpe llega sin que nos demos cuenta por la facilidad de la lectura, todo va entrando de una manera muy suave hasta que te encuentras en el centro del drama. Y sí, son historias llenas de insatisfacción, aunque también hay vida.
La mejor literatura siempre viene del gesto mínimo, y en este caso también de la angustia, el aguante, la frustración, el silencio, la culpabilidad, las pasiones atadas, los deseos que nacen muertos y las pocas opciones de salir del lugar en el que se está.
Recuerda también a los personajes de Bonnie Jo Campbell y el ansia por salir corriendo, pero cuando lo dicen, cuando se quejan, nadie las está escuchando. Puede que en las historias de Lucia Berlin a veces no pase mucho, pero a la vez pasa de todo, de verdad. Y puede que los cerezos en flor sean hermosísimos, pero ¿es suficiente?