Toby, una vida perra
Mi perro Toby llegó a casa porque mi abuela se moría, esa es la realidad. La mujer se moría, y mi madre pensó que comprándonos un perro pensaríamos más en la vida que acababa de llegar, que en aquella que se estaba yendo. Y así fue. No es que dejáramos de pensar en mi abuela, eso era imposible, pero éramos niños, y la idea de tener un cachorro nos emocionaba muchísimo.
Cuando Toby llegó a casa cabía en un gorro de lana. Era un peluche, en serio, era el perro más bonito y achuchable del mundo. A medida que fue creciendo ya se fue poniendo un poco más feo y menos amigable. Creo que pasa lo mismo con muchos niños pequeños, pasan de ser graciosos y bonitos a ser unos cabrones en muy pocos años.
Hablando de Toby, me acabo de acordar de una película que se llamaba igual. Tobi, pero esta iba con I latina. La peli iba de un niño al que le crecían unas alas monísimas en la espalda. Ya de por sí el argumento era chungo y triste de cojones. Recuerdo que cuando la vi de chico me dije: ¿Pero qué mierda es esta? Ahora muchos años después, las cosas se ven de otra manera. Es lo que te da la edad, uno ve y entiende cosas que antes no podía entender. Acabo de ver el tráiler para recordarla un poco y me he dicho; ¿Pero qué mierda es esta?
Al final el niño se va volando. No lo digo para hacer spoiler, lo digo para hacerle un favor al mundo y que nadie más la vea. No la recuerdo del todo, pero sí recuerdo que era un dramón. Si alguna vez estáis de buen y humor y queréis dejar de estarlo, ya sabéis que ver.
El pueblo de Toby
Volvemos a la historia de mi perro Toby que es mucho más creíble que la del niño de las alitas de pollo.
Evidentemente, el desenlace de esta historia no podía ser otro, mi abuela murió, pero el perro no, y eso empezó a incomodar a mi madre. No es que no quisiera al perro, era como un hijo más para ella, o eso decía. Pero a mi querido Toby le costaba entender que no se podía mear en el salón.
Total, que un día mi madre decidió de forma unilateral que Toby se iría a vivir a casa de unos familiares que tenemos en un pueblo no muy lejos de donde vivíamos. Según ella, allí tendría amigos perros con los que jugar; mucho más sitio para correr; y todas esas historias que una madre se puede llegar a inventar, para intentar convencer a sus hijos de que es lo mejor para el perro.
No convenció a nadie, entre otras cosas, porque mis familiares vivían y viven en un piso de pueblo que no es muy diferente a uno de ciudad, por lo que era complicado tener mucho más espacio para correr o conocer a nuevos amigos con los que salir por ahí a mear en ruedas de motos. Por más que intentamos evitarlo, el perro se fue al pueblo.
Estos familiares con los que mi perro se iba ir a vivir, son de esas personas que consideran que nacer en una ciudad te convierte automáticamente en un gilipollas integral. Esto apenas tiene que ver con la historia, pero me apetecía contarlo.
Según ellos, si no sabes conducir un tractor y diferenciar entre los diferentes cultivos que vas viendo por los campos, eres un estorbo para la humanidad. Quizás tengan razón y los que hemos nacido en la ciudad somos idiotas, pero este tipo de personas deberían de entender que no es nuestra culpa. Yo no elegí donde nacer. También deberían de haber entendido, que en nuestro barrio no había terrenos cultivados más allá de jaramagos y jeringuillas, y que hubiese sido complicadísimo aparcar un tractor en nuestra calle. Pero en fin, hay gente que te pone una etiqueta y ahí se queda de por vida.
LLaveros de corazones
A las tres semanas fuimos a ver cómo le iba a Toby en su nueva y excitante vida en el pueblo, pero ya no estaba allí. Mis familiares, que a partir de aquí los vamos a llamar ex familiares, o simplemente, cabrones. Tuvieron la brillante idea de coger al perro justo el día después de haberlo dejado allí, montarlo en el coche/tractor y abandonarlo en medio de una zona muy lejos de todo para que no tuviese ningún tipo de posibilidad de volver.
Hay que ser muy rastrero para hacer algo así, pero bueno, estas personas eran de pueblo, y allí se hacen las cosas bien, no como las haríamos los capullos de la ciudad. Digamos que, si lo miramos bien, nosotros abandonamos al perro a nuestra manera, y ellos a la suya.
Cuando te enteras de que alguien ha abandonado a tu perro, solo te quedan ganas de arrancarle el corazón y hacerte un llavero con él, pero en vez de eso, y en un acto de fe, fuimos a buscar al perro a donde estas “personas” lo habían abandonado tan cariñosamente. El sitio elegido era perfecto para abandonar perros, no es broma, era una especie de mordor/vertedero en medio de la nada.
Estuvimos horas dando vueltas por allí llamando al perro. Mientras lo llamábamos, mi madre decía que igual alguien lo había encontrado, se lo había llevado a su casa y que seguramente estaría bien cuidado en algún chalet de la zona. Solo le faltó decir que posiblemente en ese mismo instante Toby podría estar bañándose en una piscina climatizada, mientras una Yorkshire con pedigrí, lo esperaba fuera para secarle las pelotas con la lengua. Pero para ser sinceros, la idea de que alguien fuese allí a recoger perros y no a abandonarlos, era bastante absurda. Pero claro, la mujer se sentía culpable. No es que se sintiera culpable, es que en cierta medida lo era.
Toby y su kit de perro callejero
Viendo el sitio y habiendo pasado ya un tiempo, lo más probable es que Toby hubiese muerto de frío, miedo, inanición o atropellado por un tractor. Pero eso mi madre no lo podía decir. ¿Os lo imagináis?
– Hijos míos, Toby, ese perro al que “yo he querido como un hijo”, posiblemente ha muerto en este puto basurero donde la gente solo viene a tirar escombros, deshacerse de cadáveres o para abandonar perros.
No recuerdo cuantas horas estuvimos por allí llamando a Toby, pero no apareció. O por lo menos, no lo hizo hasta que estábamos ya saliendo de aquel infierno para volver a casa. Entonces, vimos una rata enorme correr hacia el coche y saltar dentro por una de las ventanillas. Esa rata era Toby, o más bien lo que quedaba de él. Porque era un saco de huesos, sucio y con un corte profundo en una de las patas. También tenía pulgas, garrapatas y chinchorros. El kit completo de un perro callejero. Aun así, nuestro hermano perruno nos recibió moviendo el rabo y chupándonos las caras como si se hubiera perdido, y no lo hubieran abandonado allí queriendo.
La grandeza de los perros no tiene límites
Desde ese mismo día, ya nunca más se fue de nuestra casa, SU casa. Y como agradecimiento a mi madre, siguió meándose en el salón hasta el día de su muerte. La del perro, digo. ¿Y sabéis qué? Que hizo muy bien, yo hubiese hecho exactamente lo mismo, e incluso hubiese empezado a cagar sobre la almohada de mi padre. Porque si bien no tuvo la culpa directa del abandono, tampoco hizo mucho por evitarlo.
Mi pobre madre, se sintió siempre tan culpable de lo ocurrido, que un día apareció en casa con otro perro que se encontró en la calle, pero esto ya es otra historia.
Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, pero yo diría simplemente que son mejores que todos los hombres.