Tarsila do Amaral: la artista que reinventó la mirada tropical
Cuando pensamos en el arte moderno de América Latina, inevitablemente se cuela un nombre entre los imprescindibles: Tarsila do Amaral (1886 – 1973). Mucho antes de que la etiqueta “latinoamericano” se pusiera de moda en los círculos del arte contemporáneo, ella ya estaba redefiniendo lo que significaba mirar al sur desde el sur.
Tarsila no fue solo una pintora, fue la arquitecta de una identidad visual para Brasil. Su obra es una celebración colorida y vibrante que captura la esencia del Brasil profundo sin caer en el exotismo para la exportación que tanto reclamaba la mirada europea.

Prueba de su relevancia es su creciente presencia en grandes museos internacionales. En los últimos años, sus obras han sido rescatadas y celebradas en retrospectivas fundamentales, como la que le dedicó el MoMA de Nueva York en 2018. Y en 2024, su universo antropofágico desembarcó en el Museo Guggenheim de Bilbao dentro de la exposición Mujeres Modernas, un recorrido que pone el foco en las creadoras que, como Tarsila, reescribieron la historia del arte moderno desde los márgenes geográficos y culturales.
Tarsila do Amaral: los inicios de una pionera
Tarsila nació en Capivari, en el interior del estado de São Paulo, en 1886. Criada en una familia de hacendados, su infancia transcurrió entre cafetales y las historias de los trabajadores rurales, quienes serían una de las grandes influencias temáticas de su arte. Pero su camino hacia la pintura no fue inmediato ni sencillo. Al principio, como buena hija de una familia adinerada, estudió en el Liceo de Artes y Oficios de São Paulo.
Lo demás es casi un guion cinematográfico: la joven paulista viaja a París, se enamora del cubismo, se rodea de poetas y pensadores, y regresa a su país para transformar radicalmente la plástica brasileña. En París estudió en la Académie Julian y se empapó del cubismo de Léger y del purismo de Ozenfant. Pero lo verdaderamente revolucionario de Tarsila do Amaral fue que, a diferencia de muchos artistas de su tiempo, no se quedó anclada en Europa y volvió a sus orígenes para seguir creciendo y ser una influencia clave en la historia del arte de su país.
Abaporu: el nacimiento de una estética caníbal
Ese regreso marca el inicio del movimiento antropofágico, del que Tarsila do Amaral fue una de las figuras centrales. Si hubiera que elegir una obra que sintetice esa nueva mirada, esa apropiación antropofágica, sería Abaporu (1928). El título proviene del tupí-guaraní: abá (hombre), poru (que viene).

La imagen es inquietante: un personaje desproporcionado, con un pie descomunal y un cuerpo que se reduce casi a lo esencial. Esta composición viene a ser un prefacio de lo que será el conjunto de su obra. Al fondo, un sol amarillo y un cactus. La figura humana, a la vez primitiva y futurista, se convierte en un símbolo del manifiesto antropofágico de Oswald de Andrade (por entonces marido de Tarsila). Abaporu no es solo una pintura, es el manifiesto visual del Brasil devorador, capaz de digerir y transformar las influencias europeas en algo genuinamente propio. Una especie de “Brasil caníbal” que mastica Picasso y Léger para escupir un lenguaje único.
Una mirada brasileña con lenguaje propio
Antes de Abaporu, Tarsila ya había creado obras como A Negra (1923), donde apuntaba a esa estética que mezclaba el modernismo europeo con una temática profundamente brasileña. En A Negra, una figura femenina negra ocupa casi toda la composición. Los volúmenes son sólidos, pesados, pero también serenos. Tarsila miraba a su país, a sus raíces afrobrasileñas, con una mirada distinta, sin caer en la caricatura ni en la idealización.
Otra de sus obras esenciales es Antropofagia (1929), en la que retoma los motivos de Abaporu y los reconfigura en una nueva narrativa visual. Aquí la estética del “canibalismo cultural” se plasma en una pareja que parece flotar en un paisaje de cactus y soles, fundidos en un abrazo que es más que amoroso: es simbiótico. Tarsila explora aquí la idea del mestizaje como esencia de Brasil, no solo étnico sino también cultural y artístico.
Durante los años 20, Tarsila do Amaral fue la imagen misma de la vanguardia brasileña. Junto a Mário de Andrade y Oswald de Andrade, formaron el llamado “Grupo de los Cinco”. Fueron los promotores de la Semana de Arte Moderno de 1922, evento que sacudió los cimientos del academicismo brasileño y abrió las puertas a una nueva visión estética y cultural. Aunque Tarsila no participó directamente en aquella semana emblemática, fue sin duda su alumna más aventajada y su mejor embajadora.
Tarsila do Amaral: de la utopía al compromiso social
A principios de los años 30, su arte tomó un giro. Influenciada por los movimientos sociales y las nuevas ideas políticas, Tarsila comenzó a explorar una temática más social y comprometida. Un buen ejemplo es Operarios/Obreros (1933). En esta pintura, vemos los rostros de los trabajadores de una fábrica. No hay exotismo, no hay ensoñación tropical. Hay masas de personas, todas diferentes, representando las distintas etnias que componían la clase obrera brasileña. La estética sigue siendo moderna, pero el mensaje es claro: Tarsila había bajado de las nubes antropofágicas para mirar de frente la desigualdad y la explotación de su tiempo.

Segundo Caderno de Viagem y Religião Brasileira son otros ejemplos de cómo la artista, a medida que avanzaba en su carrera, amplió su mirada. Exploró lo sagrado, lo cotidiano, lo indígena y lo popular, buscando siempre darle un espacio en su arte a esas “otras” historias que el Brasil oficial no siempre quiso ver.
Un legado que el mundo (por fin) reconoce
A pesar de su innegable relevancia, durante años la figura de Tarsila fue algo relegada. Quizás porque la crítica la consideró la “mujer de Oswald de Andrade” o por el machismo soterrado que todavía condicionaba el canon artístico brasileño. Pero en las últimas décadas su obra ha sido revalorizada como merece. En 2018, el MoMA de Nueva York le dedicó una gran retrospectiva: Tarsila do Amaral: Inventing Modern Art in Brazil . Y en 2024, su inclusión en el Guggenheim de Bilbao confirmó que hacía tiempo venían reclamando curadores y críticos: que Tarsila es una de las grandes maestras del modernismo global, sin etiquetas ni fronteras.
Tarsila do Amaral, hoy más viva que nunca
Tarsila do Amaral falleció en 1973, pero su obra sigue viva. No solo en los museos o en los libros de historia del arte, sino en la identidad visual de Brasil. Desde los grafitis de São Paulo hasta las ilustraciones en libros infantiles, el legado de Tarsila se cuela en todas partes. Su paleta vibrante, sus figuras oníricas y su capacidad para reinterpretar el Brasil profundo han inspirado a generaciones de artistas.
En un momento en el que el arte global parece buscar desesperadamente nuevas narrativas alejadas del eurocentrismo, Tarsila do Amaral se nos presenta como una pionera. Ella entendió antes que nadie que no se trataba de imitar a Europa, sino de devorarla. Y en esa digestión creativa, Tarsila inventó un Brasil para el mundo.
Imagen de portada: Tarsila do Amaral. Cerro de la favela