‘Stardust’: Un cuento moderno (Parte 2)
Con el paso del tiempo, Stardust se ha convertido en una de las obras de fantasía más leídas en el mundo. A lo largo de dos artículos intentaremos explicar por qué. De una gran belleza narrativa y gráfica, sigue los pasos de los Thorn (padre e hijo) desde la pintoresca Villa de “Wall” hasta los confines del mundo de “Faerie”.
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En el artículo anterior hablamos un poco del género fantástico y presentamos a los creadores de Stardust, de la editorial Vertigo.
Dunstan Thorn vive en la Villa de “Wall” y, a los dieciocho años, mantuvo un breve pero intenso romance con una criatura del mundo feérico. El fruto de ese romance es su hijo, Tristran Thorn, protagonista de la mayor parte de esta singular obra, a caballo entre la prosa y el cómic.
Continuamos con él.
Stardust: una estrellada misión
Tristran se cría con su padre y su madre adoptiva sin tener idea alguna de su singular origen. Cuando cumple ocho años, se le prohíbe cruzar la brecha hacia el mundo feérico, con una excusa conveniente. Nueve después, sin embargo, se produce su inevitable salto hacia a Faerie.
En aquel entonces, trabaja como dependiente en una tienda de viandas de Wall, y está empedernidamente enamorado de Victoria Forester. Para Tristran, Victoria es la chica más bella de toda Inglaterra, y estaría dispuesto a golpearte si insinuases lo contrario. Vela los vientos por ella, y se afana por encontrar la forma de conquistarla.
Una noche de otoño, Tristran y Victoria pasean por las afueras del pueblo. El viento sopla fresco, y los árboles mecen al ritmo sus hojas doradas y rojas. Él le expresa su amor a ella con multitud de hipérboles. «Por ti iría a África a traerte diamantes del tamaño de pelotas de cricket, a América hasta volver con tu peso en oro, a las tierras del norte para conseguirte la piel de un oso polar…», etc. Victoria, sin embargo, se muestra reticente.
Justo entonces, una estrella fugaz cae desde la constelación de Orión, dibujando un arco en el cielo hasta la Tierra, al este de Wall. Victoria se toma esto como una oportunidad para quitarse de encima al insistente Thorn, y le dice que, si le consigue esa estrella, accederá a casarse con él.
Dicho y hecho, Tristran se embarca en esa improbable misión. Con la ayuda de su padre burla a los guardias del muro, y se interna en el país de las hadas en busca de la estrella caída, cómo no.
Atravesando el bosque de la imaginación
La geografía de Faerie es tan vasta y cambiante como la imaginación humana. Por ello, es imposible de plasmar en un mapa.
Tristran se interna en su boscoso esplendor, en una excitación continua de luces y sonidos. El paisaje tiene una cualidad etérea que encandila y aterra a la vez, como “La Danza Macabra” de Camille Saint-Saëns.
Con el paso de las horas, le entra sueño y se echa a dormir. Poco antes de romper el alba, le despierta la voz de un hombrecillo pequeño y peludo.
«Disculpa, ¿te importaría soñar más bajo?», le dice, «Tus sueños se están derramando sobre los míos, y si hay algo con lo que no puedo es con las fechas. Guillermo el Conquistador, año mil sesenta y seis: eso es tan lejos como puedo llegar, y lo cambiaría de buena gana por un ratón bailarín».
Tristran termina contándole su historia al hombrecillo. Este, por su parte, le da de desayunar y le guía a través del bosque y sus múltiples peligros. La historia no escatima en sangre, y no todos los habitantes de Faerie son precisamente bienintencionados.
Llegado a un cierto punto, el hombrecillo peludo se ve obligado a abandonar a Tristran, pero no sin antes entregarle un par de instrumentos de gran utilidad: una cadena de plata con que amarrar a la estrella, y una vela prodigiosa cuya llama le ayudará a encontrarla. Inseguro, pero sin otra alternativa, Tristan se despide de su amable benefactor.
Tras un largo camino, guiándose por la vela en su mano derecha, el joven llega a un claro donde escucha un llanto cercano. Ahí, debajo de un avellano, yace lo que da la impresión de ser una muchacha tendida en una postura extraña. Por vestido lleva solo una túnica azul medianoche. Su pelo, alborotado y rubio, fulgura en la oscuridad. Al reparar en que tiene una pierna rota, Tristran corre en su ayuda. Ella, sin embargo, responde con aspereza. Sus lágrimas no son de dolor, sino de rabia. «¡Vete de aquí!», exclama, indefensa bajo la luna hechizada.
Pero Tristran no ceja, y después de cruzar con ella un par de frases, se da cuenta de lo que ocurre: la muchacha, de nombre Yvaine, no es sino la estrella que anda buscando, lisiada tras su caída. Y no importa cuán inverosímil resulte la situación, el chico está empeñado en llevársela de vuelta a Wall y cumplir así con la promesa que le hizo a Victoria.
Stardust: estertores de muerte
Paralelamente, otros hechos siniestros se desarrollan en Faerie.
Por un lado, el monarca del reino de Stormhold yace en su lecho de muerte, bajo las atentas miradas de sus tres hijos vivos y sus cuatro fallecidos. En un último alarde de vigor, el rey se quita un medallón de topacio del cuello y lo arroja por la ventana con un impulso sobrehumano. El topacio queda oculto en algún lugar del mundo feérico. Quien lo encuentre de sus tres herederos será nombrado nuevo rey de Stormhold.
Por otro, tres brujas mantienen entre sí una tétrica conversación. Viven en una destartalada cabaña, provista de una sola habitación con tres camas, un espejo de obsidiana, y una enorme chimenea donde crepita un fuego hambriento. Del techo cuelga un lagarto a medio descomponer, y varios pellejos de alimañas.
Las brujas toman un armiño vivo y lo colocan sobre una mesa. Después de cortarle la cabeza y las extremidades, le abren las tripas para leer en ellas. De esta forma se enteran de que ha caído una estrella en Faerie, el secreto de su demoníaca longevidad.
Una de ellas tendrá que irá a buscarla. Para decidir cuál, vuelven a hurgar en el interior del pobre armiño y sacan un órgano cada una. La que sostiene el corazón es la elegida.
Inmediatamente, las otras dos toman una caja de hierro, atada con tres cuerdas, y extraen de ella los restos mortecinos de otra estrella, a punto de apagarse. Con su aliento final, rejuvenecen a la bruja del corazón, y la envían a la caza de Yvaine.
Stardust: incógnitas por descubrir
El viaje de vuelta a Wall se presenta más duro que el de ida. Yvaine no pone de su parte, y el mundo de las hadas es una sucesión continua de amenazas.
En el camino se topan con toda una variedad de personajes, algunos bondadosos y otros malvados: unicornios, duendes, demonios, y hasta una flota voladora de piratas.
Además, se ven envueltos en la competición de los tres hijos del difunto rey de Stormhold por encontrar el famoso medallón de topacio. Y con la bruja en los talones, claro.
Para el final de Stardust, Tristran se habrá hecho hombre o perecido en el intento (de la forma más escabrosa posible). ¿Y qué hay de la estrella? ¿Y de Victoria? Esto dejo que lo descubráis vosotros, que, total, me estoy quedando ya sin tabaco de pipa y sin pulmones.
“Stardust” es una obra notable, cuya lectura compensa la turra que os vengo dando a lo largo de dos artículos. Es un vehículo de evasión como pocos, que se goza aún más, si cabe, en relecturas posteriores.
Como no le extrañará a nadie, también ha servido de base para una película. La adaptación cinematográfica de Stardust, sin embargo, difiere mucho del libro, tanto en el tono como en bastantes partes de la trama.
Por supuesto que pueden disfrutarse como dos productos distintos. Pero, en mi opinión, el film empalidece muchísimo en comparación con la versión impresa.
Ya me diréis qué os parece.