‘Soñadores’: El erotismo utópico

Al final, el grito supuso un exorcismo. 1968 fue el año para toda una generación, incluyendo al joven Bernardo Bertolucci. Los estudiantes insatisfechos poblaban Francia, mientras que el movimiento hippie al otro lado del Atlántico se oponía a la guerra del Vietnam. Fue un amor de verano, quizás efímero en su visceralidad. Sea como fuere, para el cineasta italiano y sus Soñadores (2003), reflejaba una esperanza que no debía ser vista como un fracaso.

Si El último tango en París (1972) es una pieza de Bertolucci que utiliza a la Ciudad de las Luces para la violencia pasional y el drama, esta evocación de una primavera juvenil parisina sería una oportunidad de jugar. Como un enfant terrible, el cineasta italiano se permitiría inundar de banderas soviéticas la Sorbona y hacer leer a veteranos revolucionarios los manifiestos que escribieron en los días de gloria adolescente. 

Allí coloca a un alter ego muy especial, el visitante Matthew, un norteamericano de diecinueve años que se fascina ante la nouvelle vague, dispuesto a reconocer que el francés era la lengua del séptimo arte en aquella década prodigiosa donde los estudiantes bohemios cruzaban al otro lado del Sena para visitar el Palais de Chaillot.

Michael Pitt no convenció del todo a Bertolucci en el inicio. De hecho, estuvo a punto de ser descartado para el papel. De cualquier modo, había algo en su mirada naive y forma de andar por la capital gala como si fuera la primera vez que terminaban encandilando. El resto sería Historia.   

Cinémathèque con los Borgia

Si hemos de creer a las crónicas renacentistas, César y Lucrecia Borgia no eran la compañía más saludable del mundo. Sin embargo, ¿quién se podría haber resistido a la curiosidad de cenar con aquella heterodoxa pareja de hermanos al menos una vez? Quizás, incluso nos habría sorprendido su encanto, cuestionándonos tantos siglos de Leyenda Negra. Presa de esas ansías por descubrir, Matthew acepta el tutelaje de dos figuras que le cautivan, a pesar del riesgo de que viertan veneno en su copa. 

El casting resultó exquisito. Evan Green era hasta ese momento un secreto celosamente guardado del escenario teatral, justo cuando se tornó en Isabelle y apareció encadenada junto al Palais de Chaillot como una mártir cristiana cuya devoción se entregaba al séptimo arte. Nadie podría culpar al muchacho estadounidense por reparar en esa figura entre las furiosas multitudes.

Louis Garrel y Eva Green en Soñadores
Louis Garrel y Eva Green en Soñadores.

Donde ella estuviera, no podía andar lejos su hermano gemelo Théo, personificado por Louis Garrel, quien pronto fascinaría a Bertolucci. No solamente halló a un talento interpretativo, también era el hijo de Philippe Garrel, cineasta prodigio de aquellos días de gloria en Francia y uno de los protegidos por el círculo de Henri Langlois. Obsesionado por fusionar pasado y presente, el transalpino supo que tenía la pareja de cartas ganadora.

Durante el rodaje, Bertolucci se entregó al proceso de vampirismo de un veterano que quería contagiarse de la juventud que irradiaba su trío protagonista. La seducción de Matthew, Isabelle y Théo ante la cámara hace que sus descubrimientos nos parezcan más fascinantes que cualquier revolución que se pueda gestar en las calles parisinas.

Sea como fuere, como los criados del duque Orsini en Bomarzo le podían haber advertido, Matthew se expone a riesgos si acepta todas las reglas de un juego muy especial en un piso inolvidable.

Les freres heureux

Jean Renoir advertía que, para hacer una película, siempre debía dejarse una puerta abierta. Bertolucci sigue el consejo, haciéndose acompañar por Gilbert Adair, otro nostálgico cinéfilo, autor de la novela que evoca Soñadores. ¿Es una adaptación? Adair impide eso con su generosa forma de enfocar el guion, permitiendo a su colega que la cinta sea independiente y fiel en espíritu.

La novela de Gilbert Adair que evocó a Soñadores.
La novela de Gilbert Adair que evocó Soñadores.

De igual forma, sobre toda la trama pende también Les enfants terribles de Jean Cocteau, quien exploró otra relación familiar extrema que luego Jean-Pierre Melville llevaría a la gran pantalla. Los espejos juegan un papel crucial en este viaje provocador, donde el propio piso de los gemelos parece un órgano vivo.

Las ventajas de la madurez impiden a Bertolucci caer en el maniqueísmo o el panfleto. Soñadores es un canto a la juventud sin perder la lucidez. Un cineasta menos curtido habría caído en la tentación de señalar a los progenitores de Théo e Isabelle como culpables o anticuados. No lo son. De hecho, la cámara mima el semblante de Robin Renucci, quien da vida a un padre inteligente, poeta y antiguo rebelde que ahora ve como su prole quiere enfrentársele.

Tras mucho debate, pese a hermosos diálogos escritos, el equipo artístico escogió la mejor opción para reflejar la actitud de ambos progenitores al hallar qué ha estado haciendo el triunvirato adolescente durante su ausencia: en una escena muda que dice todo, observamos el cheque que firman cautelosamente para no despertarlos. Son modernos Pleberios repletos de comprensión.

Isabelle y Théo se han enclaustrado en una isla, atractiva y provocadora, repleta de referencias a la cultura pop y buscando una causa para su rebelión. El chico estadounidense es la pieza que faltaba en su tablero. Diseñan su propia versión de Freaks (1932), contagiando y tornando al huésped en uno di noi.    

Cine, sexo y política

Las malas condiciones del hotel Malebranche solamente podían inclinar a Matthew a aceptar entrar en ese piso donde todo cambiará para tres muchachos. La entrega de la virginidad, pérdida de la inocencia y el deleite por convertir el cine en un constante juego. Cruzarán el Louvre agarrados en plena carrera como homenaje a Godard.

Bertolucci se entrega en esta ocasión a la steadycam para hacer el seguimiento de sus protagonistas, retándoles a mantener en todo momento la seducción del público. Añade a ello un inolvidable travelling sobre el río Sena y paseos en noches vacías donde tiendas de televisores ofrecen en sus escaparates imágenes de que los tiempos, Bob Dylan dixit, estaban cambiando.

Eva Green, Louis Garrel y Michel Pitt
Eva Green, Louis Garrel y Michel Pitt

Incluso las montañas de basura acumulada se convierten en una ocasión para rendir tributo a Antonioni. Sin embargo, Soñadores nunca es un documental histórico. Es cierto que el ministro André Malraux cesó a Henri Langlois desencadenando las protestas de una camada que escribía en Cahiers du Cinéma y poblaba la cinemateca. Allí podrían haberse encontrado Théo, Matthew e Isabelle, pero la carga policial nunca sucedió en los jardines. Bertolucci la ubica allí porque tiene más lirismo.

A nivel político, hay pocas dudas de hacia dónde va la simpatía de la obra. Las porras y escudos policiales son presentados como algo casi mecánico y robótico. De cualquier modo, estamos ante una obra de madurez, reflexión aguda que muestra aristas. Théo e Isabelle tienen posters de Mao, si bien están lejos de padecer las grandes hambrunas o verse obligados a leer El Libro Rojo.

Sin menoscabo la hermosa canción con la que el bando republicano reformuló ¡Ay, Carmela! y que suena en la esfera universitaria donde se mueve Théo, él y su entorno serían hoy adictos a Netlflix y HBO antes que feroces luchadores por los derechos sociales.

Che sognando desidera sognare

Siglos después de su viaje a los círculos infernales, Dante sigue fascinando a los mitos del celuloide. Así, un icono de la actuación italiana como Roberto Benigni ha llevado su Divina Comedia por los teatros, convencido de que esa obra medieval esconde muchos secretos de presente. Bertolucci, obsesionado con sus versos, hace lo propio. Traslada el rito iniciático a un barrio acomodado de París, si bien las diatribas son las mismas.

Matthew intenta liberar a Isabelle y Théo de su propia espiral. Es la sorpresa de Soñadores, donde quien es presentado como la gran ingenuidad termina exhibiendo la lucidez necesaria. En una obra repleta de carnalidad, su cita privada con Isabelle se convierte en una nueva manera de rodar los besos, inexistente hasta la fecha. La química entre Michael Pitt y Eva Green nos invita a sentirnos como voyeurs que se han colado en una primera cita.

Soñadores

Pese a ello, el cordón umbilical de los gemelos no resultará tan fácil de cortar. Años de discusiones sobre si era mejor Charlie Chaplin o Buster Keaton, fotografías de Marlene Dietrich o los homenajes a Greta Garbo constituyen un laberinto de cultura pop en el que sumergirse. En resumen, una isla de Nunca Jamás donde el despertar de Matthew incomoda, separando los caminos de un trío que, por una breve primavera, pareció que sería para siempre.

Es el adoquín que se cuela por la ventana el que devuelve al mundo real, incómodo, poco platónico, pero el único espacio donde se puede crecer. La genialidad de Bertolucci le lleva a fusionar algo tan brutal como una carga policial con la voz de Edith Piaf, quizás el último acto de resistencia de un admirador del Mayo Francés.

Cóctel mólotov

Antes de la revolución (1964) llegó tarde a la cartelera gala, cuatro años de retraso. No obstante, para Bertolucci fue una pequeña bendición, puesto que eso hizo coincidir su obra de incesto comunista con el estallido intelectual y social en una de las cunas culturales europeas. Pese a que era una etapa profesional incierta para el director italiano, fue un espaldarazo, la primera señal de la conexión que tendría con aquel espacio geográfico.

El autor no podrá dejar de mirarlos con extrema simpatía incluso después de la derrota. Él mismo tuvo que afrontar esos dilemas morales y paradojas burguesas, rodando ese pequeño documental sobre en canal de Suez, una pequeña vía de escapa que halló para evadirse de un trabajo de encargo, usando los 16 milímetros para acentuar las diferencias socioeconómicas que generaban las petroleras.

Enric Alberich, gran conocedor de la filmografía de Bertolucci, no duda en catalogarle como hijo de Godard y Pasolini. Observaría la militancia del primero. Aprendería la provocación del segundo. Escribiría en Cahiers du Cinéma, devorando todo cuanto pudiera de aquel fenómeno cultural y retornaría en Soñadores para verse más viejo y, tal vez, un poco menos ingenuo.

Las súplicas de Matthew al final son las del propio cineasta. La repulsa a cruzar el Rubicón de la violencia, la cual toma acto de presencia a través de un cóctel molotov. En Il conformista (1970), el artista de Parma llevó a un atribulado fascista a cometer un acto vil en París.

Su forma de explorar los demonios de Théo e Isabelle es mucho más benigna y comprensiva, pero no menos lúcida. ¿Se puede beber un vino lujoso mientras se habla de maoísmo? Incluso en el placer de sexo, hay un peaje de sangre, un cobro donde Soñadores, otra vez retornamos al vampirismo, entronca con Drácula.

Once Upon a Time in an Apartment

El piso de sus padres da seguridad tanto a los gemelos como a su huésped. Se encuentra plagado de libros y hay cuartos espaciosos donde escuchar la guitarra de Jimmy Hendrix.  De cualquier modo, como en El retrato de Dorian Gray, hay un peaje por el hedonismo más irreflexivo. El propio piso se va deteriorando conforme avanza el metraje, algo especialmente visible en la cocina y la calidad de los alimentos que en ella se van confeccionando.

La luz pugna por penetrar en sus elevadas ventanas, convirtiéndose el patio interior en punto de encuentro y también espionaje de las intimidades ajenas. Como a Hitchcock, Bertolucci halla placer en utilizar los elementos más mundanos y cotidianos para sacar a relucir las pasiones ocultas. Un simple cuarto de baño o lavarse los dientes con el dedo adquieren unas connotaciones eróticas fascinantes.

Eva Green y Michel Pitt en Soñadores
Eva Green y Michel Pitt en Soñadores

Igual que en la novela de Adair, los tumultos callejeros son un ruido de fondo, casi imperceptible al principio. Como los privilegiados en La máscara de la muerte roja, tres adolescentes sedientos de vida se entregan a todos sus caprichos, inconscientes, al igual que en el cuento de Poe, de que la realidad siempre termina alcanzando a las fortalezas.  

Eva Green lo lleva magistralmente al extremo en la escena del gas, aprovechando el sueño de sus dos amantes. Cuesta poco intuir que aquella joven desconocida iba a desarrollar luego una prolífica carrera que nos regalaría personajes como Vanessa Ives en la provocadora y victoriana Penny Dreadful (2014), donde ella se erigiría como el alma incuestionable del show.

El apartamento como último bastión. Allons enfants de la patrie. Bendito mayo de París.

El eterno retorno

Bertolucci no solamente rodó allí El último tango en París. Anteriormente, nos encontramos con El conformista (1971). París es una de sus ciudades fetiche, un lugar donde su cámara se siente cómoda. Antes de Soñadores, una tercera parte de Novecento rondaba su mente. De cualquier modo, la necesidad de volver allí fue una necesidad imperiosa.

Jeremy Thomas, el entusiasta productor de Bertolucci, luchó por lograr las mejores localizaciones naturales en París. Para él, su protegido quería hablar de algo más que política, aquello se trataba de la búsqueda del idealismo juvenil.

El éxito de Soñadores bien podría radicar en sus múltiples interpretaciones, todas ellas válidas. Verla como un canto de amor al cine de una época mágica, pero también advierte sobre los riesgos del ensimismamiento. En su sensualidad, muestra un ménage à trois que puede seguir escandalizando en un medio donde es más sencillo mostrar grandes masacres en la gran pantalla que erotismo rodado con gran estética.

Bertolucci quiere hablar de un sueño, sin negar que no pocas utopías pueden terminar degenerando en pesadillas. Adair, siempre intuitivo, recuerda que incluso aquella magnífica generación de cineastas galos no retrató lo que ocurrió aquel mes de mayo, quizás por tenerlo demasiado próximo.

Eva Green, Louis Garrel y Michel Pitt
Eva Green, Louis Garrel y Michel Pitt

Debieron de pasar treinta años. Indudablemente, gracias a tres intérpretes en estado de gracia, la espera mereció la pena. No digamos que fue un sueño.