La ‘Soledad’ de las montañas catalanas de Víctor Català
Los cambios no siempre son a mejor. Cuando Mila, la protagonista de la novela Soledad, se casa con un hombre al que casi no conoce y se muda con él a la montaña tras haber vendido la casa de sus tíos, todo parece indicar que es un cambio a peor.
Soledad (o Solitud en el original) es una novela de 1905 escrita por Víctor Català. En ella, se nos narra el periplo de Mila, de la niñez y juventud ingenua en muchos campos, a una madurez que la hace despertar, endurecerse y decidir por sí misma lo que quiere y no quiere en su vida.
Fue escrita a principios del siglo pasado cuando el machismo era algo inherente a la sociedad y que coartaba las libertades más básicas de la mujer. Es importante tener en cuenta este contexto para poner en valor una obra valiente, tierna, entrañable y, por supuesto, dura.
La soledad de las montañas catalanas
Mila es una joven de una aldea de la campiña catalana. Vive con su tía y su tío y tienen una barca para cruzar el río, en la que llevan a los paisanos de una rivera a la otra. Como en una bonita metáfora, todo empeora cuando se hace un puente. La barca resulta ahora inservible, el tío de Mila enferma y ella casi se ve empujada por las circunstancias a casarse con Matias, que compra la barca ajada y maltrecha.
Entonces, tras vender la casa de sus tíos, Mila y Matias emprenden la ruta hacia la montaña, pues van a ser los guardeses de una pequeña ermita rodeada de picos puntiagudos, de alimañas y de árboles que no se dejan amedrentar por la inquina soberbia del ser humano.
Mila va refunfuñando, se arrepiente de esta decisión impuesta antes siquiera de llegar, pero tiene que hacerlo. En un entorno espectacularmente bonito, se van a desarrollar las relaciones de Mila con su marido, con el pastor que cuida las ovejas de la ermita, Gaietà, con las montañas y sobre todo con ella misma.
Poco a poco, la protagonista va a ver a su marido como lo que es: un gañán vago sin oficio ni beneficio que solo piensa en él. Va a descubrir en el pastor un apoyo fundamental para sobrevivir a sus accesos de soledad (que siempre viene acompañada de tristeza) y va a abrazar la naturaleza de tal modo que va a quedar enamorada de ella para siempre.
La soledad de los personajes de la novela
El título de la novela es algo que está omnipresente durante toda la trama. No es solo la soledad de Mila lo que baña las páginas de esta historia, sino la de todos los personajes. Gaietà está solo desde que perdió a su mujer años a, el Ánima es un cazador solitario y el propio Matias no tiene compañía aunque ni él mismo lo sepa.
Català demuestra que no hacen falta florituras ni cientos de personajes para contar algo con peso y verdad. Con unas cuantas pinceladas y personajes bien construidos se arma un relato en el que aparentemente no pasa nada, pero pasa todo.
Mila es una protagonista redonda, con muchas capas, que sorprende y que cae inevitablemente bien. El lector la acompaña en su viaje hacia una nada fría, sombría, pero también rodeada de una naturaleza que la va conquistando. El viaje de Mila es también una travesía de la inocencia a la madurez, de el dejarse llevar a actuar con fuerza y valentía cuando uno tiene claro lo que quiere o, por qué no, lo que no quiere.
La dureza de la vida diaria de esta protagonista se contrarresta con la dulzura de Gaietà, ese pastor que es bueno por naturaleza (en contraposición al Ánima) y que acompaña y ayuda a Mila, que la hace hasta confundir sus sentimientos y avanzar hacia su verdadero destino.
La soledad de Víctor Català
Víctor Català era una mujer. Sí, todos estamos impactados, aunque quien haya leído la novela no tendrá dudas, pues el relato de Mila explora el lado más íntimo y, en esa época, ultrajado de la mujer.
Víctor Català era en realidad Caterina Albert. En 1898 la autora ganó los Juegos Florales de Olot con la obra La infanticida. No obstante, lo provocador para la época de esta historia, unido al descubrimiento de que había sido escrita por una mujer, hicieron que el jurado le retirara el galardón.
Es por este motivo por el que Caterina decidió que escribiría sus siguientes obras con un pseudónimo, empleando para ello el nombre de un hombre. Cuando pasaron los años, comenzó cierta apertura de mente en este sentido, y Albert ya era una reconocida escritora, especialmente en Cataluña, siguió firmando todo lo que escribía como Víctor Català. Su persona se había escindido en dos, la que escribía y la que no.
Por ello, cuando la editorial Trotalibros decidió traer este clásico de las letras catalanas al castellano, eligieron respetar el pseudónimo, pues es lo que Caterina Albert, con casi toda probabilidad, habría querido.
El flechazo de Trotalibros y Soledad
Cuesta creer que una autora y una novela como esta sea prácticamente desconocida en este tiempo en el que se están desenterrando muchos clásicos escritos por mujeres. Parece que la reivindicación feminista no llega a todas partes y aún queda mucho por labrar en ese campo.
Trotalibros vio la oportunidad clara de trasladar esta obra maestra de las letras catalanas a la actualidad, haciendo además una traducción que no se había planteado con anterioridad. Por supuesto, Soledad ya había sido traducida al castellano, pero no se habían respetado algunas de las cosas que aportan la mayor parte de su riqueza.
Nicole D’Amonville Alegría ha sido la encargada de trasladar las palabras de Català al castellano y de adaptar el particular lenguaje de Gaietà, inventado por la escritora, para que los nuevos lectores no se pierdan ningún detalle del original.
La edición planteada por Trotalibros es una auténtica joya a la que no le falta un detalle. Su editor, Jan Arimany, escogió este libro como una de sus primeras publicaciones. Es un relato que suele enseñarse en las clases de literatura catalana y que puede hacer que los alumnos más que acercarse a su autora, se separen. Es lo que le pasó a Jan hasta que unos años después, ya siendo adulto, volvió a leer el libro y el flechazo fue total. Eso está en esta edición cuidada con mimo y que transmite la pasión con la que se ha traído a las librerías para disfrute de todos.
Hay que reivindicar a Víctor Català como una autora española equiparable a Emilia Pardo Bazán o a las hermanas Brontë. Soledad es una historia divertida, tierna, triste y profundamente sincera. Podría decirse que no sucede nada durante la trama, pero esto no es verdad. El ritmo es casi vertiginoso por el flujo de conciencia en el que el lector se zambulle con Mila. Más que leerse se devora y uno acaba con la sensación de que, como en nuestras vidas, la historia de Mila tiene un sabor agridulce.