Sigourney Weaver: el talento de Miss Ripley
Aguardar activa la imaginación. James Cameron se estaba viendo obligado a usarla durante una tensa espera. La persona que iba a aparecer de un momento a otro bien podía decidir el destino de aquel proyecto. ¿Cómo sería Sigourney Weaver realmente? Por supuesto, la conocía de verla en la gran pantalla, pero es difícil intuir allí la personalidad de alguien que ha hecho del arte de ser otras personas su oficio. Uno de los pocos datos que Gale Anne Hurd, su productora y mano derecha durante todo el proceso, manejaban con certeza era la altura de aquella dama de la actuación.
Desde una atalaya de más de 1’80, el director que estaba dando que hablar en los mentideros de Hollywood por Terminator (1984) decidió fabricarse una regla de tres mental. Si Weaver aparecía con zapatos de tacón alto, sería la clásica personalidad soberbia que buscaba avasallar. En caso de ir con calzado bajo, en el fondo sería que se sentía acomplejada y no quería destacar tanto.
Pensamientos absurdos, de esos que tan frecuentemente tenemos los mortales sin merecer mayor importancia. Pese a ello, la mujer que entró al Hotel Santa Bárbara lucía la virtud aristotélica, el punto de equilibrio perfecto para la balanza: tacón medio. Recién aterrizada de Francia, la estrella que tenía a Twentieth Century Fox en vilo traía consigo un guion plagado de anotaciones a color. Antes incluso que los emolumentos, iba a hablar con aquella osada pareja sobre la teniente Ellen Ripley y qué pensaban ellos saber de la protagonista que la había encumbrado en Alien: El octavo pasajero (1979).
Las cenizas de Dune
Hoy en día es una obra maestra indiscutible en el género de la ciencia ficción, además de parada obligatoria para cualquier audiencia amante del terror. Sin embargo, el primer film de la saga Alien era la aglomeración de antiguos fracasos que convergían en un mismo punto. Trabajando la historia de Ronald Shusett, Dan O’Bannon recordaba perfectamente todo lo que había fallado en la frustrada y fascinante Dune de Alejandro Jodorowsky, una película que nunca existió y acabó en las nieblas de la leyenda.
Con motivo del 40ª aniversario de aquel octavo pasajero, Notorious Ediciones regaló un lujoso volumen donde se revindicaba a la figura de O’Bannon, escritor de carácter difícil, adelantado a su tiempo en el género y piedra capital en el largometraje que la Fox terminó aceptando. Al frente estaba un hombre de cuarenta años, cuya experiencia de limitaba a interesantes aportaciones a la publicidad: Ridley Scott. Eso sí, Los duelistas (1977) le había colocado en el ojo del huracán por el potencial que se le intuía tras la cámara.
Alan Ladd Junior, destacado inversor y perro viejo de olfato fino en la industria, consciente de la fiebre galáctica que había desatado el episodio IV de George Lucas, respaldó la idea de O’Bannon con una condición: el papel protagonista debía ser femenino. Scott, obsesionado con las cuestiones técnicas, no tenía excesiva paciencia para encontrar a la pieza perfecta del puzle, si bien supo delegar en Mary Selway, directora de casting que gozaba de su plena confianza.
Necesitaban intérpretes capaces de autogestionarse y no depender de excesivas indicaciones. Además, con malévola intención, la actriz que encarnase a la teniente Ripley debería ser un rostro poco conocido. Era la condición sine qua non para que la nave Nostromo estuviera poblada de gestos desconfiados ante una recién aterrizada tripulante llamada Sigourney Weaver.
Sigourney Weaver: La séptima pasajera
“No tengo ni un recuerdo feliz”. Recién salida de una experiencia poderosa, es difícil tener una panorámica exacta del viaje. Antes de el interesante giro de dar el rol de Ripley a una novata, los estudios plantearon la posibilidad de Jane Fonda, aunque la intérprete se temió estar ante la clásica serie B con vísceras y monstruos. Veronica Cartwright empezó a estudiar el papel, si bien tuvo que cambiarse al de Lambert cuando llegaron noticias de una deslumbrante aparición que había sucedido en las pruebas de New York.
De cualquier modo, Sigourney Weaver recordaría el rodaje como algo sumamente arduo. Scott no daba excesivas instrucciones, volcado especialmente en la técnica que debía transformar la atmósfera opresiva de la nave que hace una parada imprevista en un planeta aparentemente deshabitado mientras regresaba a la Tierra. “No me creo esta puta mierda” era la frase más repetida por el cineasta a su equipo cuando algo no encajaba en sus planes. No pensaba hacer una opereta cósmica, aquello debía transmitir al público el ingenioso logo de promoción: “En el espacio nadie puede oír tus gritos”.
Las sorpresas estuvieron a la orden del día. Cartwright recordaría su estupefacción real ante la mítica escena de la muerte de Kane (John Hurt) con el nuevo e inesperado visitante saliendo de sus propias entrañas. Capacitados y con conocimientos técnicos, los miembros del Nostromo serán puestos en jaque por una criatura que tiene la supervivencia como don, dispuesta a todo con tal de ser la fuerza que permanezca en pie.
Si bien la teniente estaba destinada a ser quien riese la última, esta primera parte no le regaló nada. Observando con atención el metraje, es ella quien debe pelear cada plano en una historia coral donde debe captar nuestra atención. A buena fe que lo consiguió.
Savoir faire
Los papeles femeninos en el género terrorífico han solido ser bastante ingratos. Damiselas en apuros, perseguidas, acosadas, golpeadas y, en muchos casos, aniquiladas. Incluso podemos ver resabios de moralidad victoriana en las cintas de miedo adolescente, donde las protagonistas que más disfrutan su sexualidad son las primeras en caer, casi castigo bíblico por su elección.
No sorprendería nada decir que la teniente Ripley tiene una escena en ropa interior que se hizo emblemática. No obstante, Ridley Scott y su equipo logran hacerlo con una oda al buen gusto, algo que beneficia al largometraje. De la misma manera fue sensata anular la idea original de rodar una escena de sexo entre Dallas (Tom Skerritt) y Ellen al poco del primer asesinato del xenoformo. La situación habría sacado fuera de contexto.
No hay intereses amorosos en la tripulación. Con mucho talento, Veronica Cartwright insinúa sutilmente que podría tener un interés sentimental en la nave, aunque no se profundiza. Los momentos de intimidad de Ripley sin el uniforme o con su gato, únicamente sirven para que empaticemos con la indefensión que podemos tener en los momentos de supuesta mayor paz. El espectro de Psicosis (1960) sobrevuela durante todo el metraje.
El peor instante será frente a Ash (Ian Holm), el androide de forma humana que la Compañía de la nave ha infiltrado con propósitos poco claros. Los Estados Unidos habían dejado la inocencia de sus años más optimistas, el escándalo Watergate reflejaba que el enemigo podía estar en casa y las élites comerciales suelen mirar por su propio beneficio antes que el progreso común. Ripley y los suyos son obreros, por cualificados que estén, terminando por representar contingentes de fácil recambio en las jugadas a largo plazo.
La teniente acariciando a Jonesy, su mascota, es el único respiro que permite esta epopeya.
Madre
“Una vez que alguien como Ridley Scott ha hecho una buena película, no creo que nadie quiera volver a intentarlo”. Los tiempos habían cambiado tras el estreno de Alien, Sigourney Weaver alcanza merecido laureles por su trabajo. Tarda poco en llegar otro éxito en taquilla: Los Cazafantasmas (1984), triunfo que puede alternar con cintas de otro corte como La calle de la Media Luna.
Durante varios años, una posible secuela de Alien suena a un gran chiste. David Giler y Walter Hill, productores destacados y amigos personales de Weaver, bromean con ella sobre el asunto en varias cenas. No acabaron bien con la Fox y ningún alma cuerda se va a colocar detrás de las cámaras tras el listón que ha dejado Scott.
De cualquier modo, ahora Weaver se sorprende asimismo discutiendo con dos entusiastas. Algunas voces han criticado a Gale Anne Hurd, juzgando que únicamente tiene billete para la fiesta por ser pareja de Cameron. No conocen su historia, ha sido discípula aventajada de gente como Roger Corman desde 1977, justo el momento que arranca Star Wars. Weaver sabe que tanto Hurd como Cameron han peleado por ella cuando la productora temía que su caché disparase el presupuesto. Sin Weaver no hay Ripley o a la inversa. La secuela horrorosa que preveía no era tal.
“Cuando leía el guion de Jim Cameron, prácticamente era todo sobre Ripley y la niña”. A Sigourney Weaver Terminator le había gustado, pero su futuro director le mostró versatilidad. De repente, el improvisado triunvirato conversaba sobre maternidad. Newt (Carrie Henn) iba a ser la relación más especial de Ripley. Además, Weaver estaba reflexionando sobre la opción de ser madre, algo que generaba un fuerte vínculo con aquellas palabras escritas.
MADRE había sido el ordenador central de Nostromo. Ahora la palabra significaba mucho más.
Descenso a los infiernos
Convencidos de que emular el terror de la pieza original de Ridley Scott es una quimera, Giler y Hill barajan hacer una continuación donde la trama de Ripley tenga más que ver con lo paramilitar. Fue allí, en su sede de Phoenix Company, donde quedaron impresionados por el guion de una distopía planteada por un tal James Cameron, quien parecía idóneo para preparar un cóctel de alto voltaje.
Pese a los avances, Hurd y el director no las tenían todas consigo con respecto al sí de Weaver, lo cual propició una hábil jugada de agentes. Hicieron correr el rumor de que la trama podía derivar hacia otros personajes, un grupo guerrero. Por un lado, habían dejado patente que no tocarían a Ripley sin su actriz original. En el otro, ponían presión al representante de la estrella para que aceptase antes de que la oferta expirase.
Weaver logró un millón de dólares por adelantado, además de una parte de los futuros beneficios. No obstante, su idolatría hacia la relación Ripley-Newt chocaba con el uso de armas en Aliens: El regreso (1986). Convencida activista contra su masivo uso en Estados Unidos, merced a la controversial Segunda Enmienda, mostraba reparos a dar presencia en un largometraje donde habría tecnología orientada al fuego de alto alcance.
Tampoco tuvo un inicio sencillo en el set de rodaje. Llegó varias semanas después del arranque por compromisos previos. “Ripley había cambiado mucho. Y yo también. Es interesante poder volver a interpretar el papel por segunda vez y haber permitido que tuviera este desarrollo. Desde luego, ella ya no era la entusiasta alférez de antaño”.
Escribiendo bajo consenso con las instrucciones de David Giler y Walter Hill, Cameron quería que la heroína tuviera que hacer el viaje de Orfeo. Adentrarse en las entrañas de lo que más temía.
La nueva Compañía
La recién llegada tardó poco en revertir la situación. Bill Paxton, encargado de dar vida al soldado Hudson, pronto destacó la cercanía de aquella estrella que empezó a trabajar duro desde el primer día y lograba transmitir proximidad a sus compañeros. Si hubo una química en pantalla instantánea fue la mantenida con Carrie Henn. El vínculo madre-hija estaba fijado de antemano. Escogida entre miles de candidaturas, Aliens seleccionó a Carrie por la tristeza contenida que era capaz de transmitir con la mirada, en una serenidad digna de la mítica teniente.
Pese al aura de la superviviente del Nostromo, que lleva años durmiendo en un espacio cambiante a gran velocidad, el resto de la compañía está igual de bien dibujada para evitar que el largometraje se resienta cuando no esté Ripley. Otra estampa inolvidable la encontramos en Cynthia Dale Scott, quien moldeó a la sanitaria Dietrich. No solamente dibujó en sangre el símbolo de la Cruz Roja para su caso, también escribió Blue Angel para homenajear a la histórica Marlene Dietrich.
Syd Mead, diseñador conceptual de Blade Runner (1982), se combinó con Ron Cobb, siendo sumamente complementarios. El primero tenía una gran creatividad para lo exótico, mientras que Cobb adoptaba con racionalidad el diseño de las colonias que estaba estableciendo la humanidad. Elaboraban una metáfora encubierta de Vietnam, algo que despertaba la sensibilidad de Al Matthews, quien encarnaba al sargento Apone. Matthews luchó en el frente asiático y había abandonado los Estados Unidos tras regresar.
Cameron se documentó y buscó testimonios de operaciones allí desarrolladas, algo que daría más verosimilitud a los enfrentamientos que iban a producirse en aquella secuela que iba adquiriendo rango propio. El espectáculo llameante que la cámara llevaba al planeta de Alien, ahora con la Tierra como metrópoli, a un grupo de marines con sus propios demonios.
Cicatrices
Hay creaciones tan legendarias que cuesta moverlas de su pedestal sin que resulten dañadas cuando se trasladan de museo o exposición. Pese al buen hacer de Mark Hamill o Ewan McGregor, las últimas aproximaciones en el Star Wars de Disney hacia Luke Skywalker y Obi-Wan Kenobi, un sector del público los ha visto irreconocibles en tramas que han querido mostrarles afrontando peligros extremos. No alterar la esencia lleva al aburrido inmovilismo. Hacerlo con poca delicadeza, altera el dibujo.
En ese sentido, Cameron siempre había afirmado que quería mostrar las secuelas del tiempo en Ripley. Hurd, Weaver y él sabían que no podía ser la idealista de antaño, arrastraría estrés postraumático y tendría el complejo culpable de la superviviente. De cualquier modo, el máximo elogio a Aliens es que a teniente sigue siendo todo aquello que era, observamos sus cicatrices psicológicas, aunque viéndola superarlas con tremendo esfuerzo.
Observando con atención el documental Superior Firepower: The Making of Aliens (2003) muestra que Cameron hizo una jugada con un personaje femenino de gran fuerza que luego repetirá en la memorable Terminator 2: El juicio final. Tanto Sarah Connor como Ripley son consideradas lunáticas cuando cuentan su verdad, sometidas a vigilancia psiquiátrica y anuladas en su libertad.
Sea como fuere, siempre las vemos emerger. La metáfora vietnamita de Aliens es que la superioridad tecnológica más abrumadora puede chocar con lo más primitivo y salvaje, a través de emboscadas feroces de un adversario que lucha en su propio suelo. Con sagacidad, el argumento insinúa cierto interés entre Ripley el cabo Hicks (Michael Biehn), pero totalmente contenido en la trama de acción y reservando el plato fuerte para la teniente: un duelo con la mente que rige la Colmena.
Larga vida a la Reina
Sigourney Weaver siempre estuvo allí. Durante la década de los ochenta, incluso antes de su enfrentamiento con la Reina Alien, su aura dominó el panorama. Volveríamos a encontrarla redefiniendo roles incluso en la comedia, incluyendo Armas de mujer (1988), un atractivo entretenimiento de Mike Nichols donde, junto con Melannie Griffith, demostró que las chicas no solamente eran guerreras, también podían ser tiburones en la atmósfera opresivamente masculina de Wall Street. En una escena memorable, dando vida a la astuta y despiadada Katherine Parker, incluso se permitió devorar seductoramente a uno de los iconos varoniles de la ciencia ficción, nada menos que a Harrison Ford, el inefable Han Solo.
En dicha trayectoria, el nombre Ripley volvía cruzarse de tanto en cuanto por su camino. No en vano, su actuación fue una de las cuestiones más aplaudidas en la más polémica Alien 3 (1992), donde David Fincher usó su habilidad para cargar la baraja con osadía, si bien el libreto argumental pareció menos sólido y definido que durante las dos primeras entregas de la exitosa franquicia.
Apenas cinco años después, el cineasta francés Jean-Pierre Jeunet cumplió la fantasía del fandom al mezclar el ADN de la heroica teniente con la de su némesis, la Reina Alien, confirmando que la mente que gobierno la colmena de xenomorfos es, simplemente, el reverso tenebroso de la luz de Ripley. Puede que hubiera síntomas de agotamiento tras cuatro entregas, pero ella seguía justificando el dinero de la entrada por su composición del personaje.
Tal vez, incluso una novelista tan sagaz como Patricia Highsmith había cometido un error. El verdadero talento lo poseía Miss Ripley.