‘Sherlock Holmes: Juego de sombras’, la apertura Reichenbach
“La carta robada” es uno de esos cuentos que alcanzan la categoría de imprescindibles. Su autor, Edgar Allan Poe, fue un alma genial y atormentada, algo que se trasluce en su literatura. Cuando The Gift decidió publicar su texto en 1844, nadie podía imaginar que Auguste Dupin, el protagonista, iba a abrir las puertas a todo un género.
El detective que indaga y usa sus poderes de deducción para desentrañar los misterios más oscuros es hoy una fórmula clásica, pero en aquel instante suponía algo nuevo y fascinante. Poe, además, añadió un elemento vertebrador: nada permanece más oculto que aquello colocado a simple vista. Dentro de la digna herencia de sucesores a Dupin (de Miss Marple a Mikael Blomkvist, pasando por Poirot), nadie ha alcanzado las cotas de popularidad de Sherlock Holmes, el sabueso de Baker Street.
Cualquier persona evoca una imagen nítida cuando se le habla del personaje surgido de la imaginación de Conan Doyle allá por 1887. De cualquier modo, sería complicado que siquiera dos de esas visiones coincidieran plenamente. Magazines, recopilaciones, obras teatrales, series de televisión, radio y, por supuesto, el séptimo arte, han conspirado para dar su propia forma al mito.
Por ello, la verdadera esencia de Sherlock, al igual que sucede con la esquiva misiva de Dupin, permanece camuflada y próxima. Holmes se ha tornado en un palimpsesto donde la libertad de derechos permite adaptar el mito de la Revolución Industrial a su propia conveniencia histórica.
Cuando el cineasta británico Guy Ritchie estrenó Sherlock Holmes (2009), el rompedor acercamiento de la Warner Bros sonó a herejía. El largometraje se hallaba claramente inspirado en la versión al cómic auspiciada por Lionel Wigram, pero, más allá de la hipérbole, presentaba verdaderas referencias al fenómeno literario.
¿Qué estaba oculto, a la par que presente, en la gran pantalla?
La magia del caos
Todo cambió para Robert Downey Jr a partir de Chaplin (1992). El talento siempre había estado ahí, pero resultaba hasta entonces más célebre por sus excesos juveniles similares a otro enfant terrible: Charlie Sheen. Sin embargo, su carrera de amor-odio halló al personaje idóneo en Anthony Stark para demostrar que tenía corazón: Iron Man (2008).
Apenas un año después, se atrevió con otro icono, uno al que habían honrado figuras como Basil Rathbone. Con Downey Junior, acompañado de una caótica y excelente banda sonora a cargo de Hans Zimmer, hallamos al Sherlock más bohemio, boxeador y provocador. De cualquier modo, el rompecabezas encajaba.
Incluyendo uno de los preceptos del propio Conan Doyle, el Holmes de Ritchie puede equivocarse en sus brillantes análisis, incluyendo una tensa cena con la prometida de su compañero en la lucha contra el crimen: Mary Mortstan (una magnífica Kelly Reilly). Incluso la inteligencia más brillante carece de control absoluto ante el azar o la casualidad.
También sorprendió su doctor Watson, encarnado con hechuras de galán por Jude Law, muy alejado del complemento bufonesco de algunas cintas en blanco y negro, amén de la poca halagüeña parodia de Maurice Leblanc en Arsène Lupin contra Herlock Sholmes. ¿Acaso era tan extraño? No olvidemos que el veterano de Afganistán es el fiel narrador de los casos de su camarada, los cuales explica a la perfección y de manera amena con florituras literarias.
El libreto de Michael Robert Johnson y Anthony Peckham, con el toque Ritchie, incluso incluyó magia en la figura de Lord Henry Blackwood (un siniestro Mark Strong). Provocaciones estéticas medidas en la frontera de lo razonable, respetando la ortodoxia con mayores acrobacias en su ejecución.
No sorprende que en 2011 Warner Bros diese luz verde a una continuación donde deberían resolverse algunas incógnitas de la primera entrega.
Sherlock Holmes: The Cut Sleeve
Una sutil alusión a cierta manga cortada era un eufemismo en la dinastía Han para referirse a la pasión del emperador hacia su amante predilecto. Podríamos decir que asimismo hay prendas delicadamente rasgadas en casa de la señora Hudson.
La sexualidad de Sherlock nunca ha dejado indiferente. Una parte del público apuesta por verle como un ser alejado de las pasiones terrenales, absorto en sus células grises. Los libros otorgan pocas pistas en ese sentido. Ello no ha sido óbice para que el séptimo arte se atreva con ese reto. ¿Qué oculta el revelador los secretos ajenos? Billy Wilder e I. A. L. Diamond, otro formidable dueto, brindó un guion atrevido con La vida privada de Sherlock Holmes (1970), fracaso de taquilla, pero destinada a tornarse en cinta de culto.
En las salas solamente se apreciaron dos horas de un proyecto mayor, donde, además, quedaron mutilados varios momentos de interés, especialmente alrededor de una posible homosexualidad de Sherlock. Sea como fuere, la composición de Robert Downey Junior tampoco iba a ser convencional en esa materia. Sus celos enfermizos en la primera entrega ante el noviazgo de Watson prosiguen en la secuela con la boda.
Igual que Wilder a través de una espía alemana en su largometraje, Ritchie juega a la ambigüedad, puesto que, en sus piezas, hallamos verdadera química entre el protagonista e Irene Adler. Rachel McAdams da fuste y encanto a “La Mujer” en el universo holmesiano, sin que importe que, en realidad, Escándalo en Bohemia fuese el único relato de Doyle con dicho personaje.
“Es un profesor. Por favor, no lo subestimes, resulta tan brillante como tú. E infinitamente más astuto”. Un cliffhanger lanzado al final del film de 2009, donde Irene liga su destino con Moriarty. Ambos, gracias al público, sobrepasaron los propósitos iniciales de su creador.
Professor Moriarty, I presume
La dinámica de un asteroide, acorde con el canon oficial de Sherlock, fue una de las obras cumbres para James Moriarty, joven prodigio de las matemáticas que revolucionó el campo de los binomios con sus teoremas. La fascinante Guía elemental de Daniel Smith (2015), ahonda en esa faceta universitaria de aquella figura que, según el mejor detective del mundo, merecía un contundente apelativo: “El Napoleón del Crimen”.
Cuando Jared Harris aceptó el reto de dar vida al docente (no parece casual que Conan Doyle odiase las Matemáticas), supo que había varios retos. El primero y más importante era evitar que el Moriarty de Juego de Sombras (2011) cayese en los clichés.
“La mediocridad no conoce nada superior a ella; pero el talento reconoce al instante al genio”. Estas palabras de Doyle parecen presidir el primer duelo interpretativo entre Downey Junior y Harris. Ni Sherlock ni Mortiarty se hacen ilusiones sobre la posibilidad de un triunfo fácil. Se han estudiado como Rommel y Montgomery en el desierto, teniendo el detective una amplia telaraña en su desordenado estudio que escenifica los planes trazados por su némesis.
Naturalmente, hablamos del primer encuentro oficial según las normas de la cortesía. En la primera parte, un misterioso desconocido que estaba con Irene Adler en un carruaje amenazó a un inoportuno transeúnte que resultó ser el propio Holmes disfrazado. Ahora, sin ganas de guardarse más protocolos, con las cartas encima de la mesa, la pareja brinda aquello esperado por la audiencia.
En un director tan propenso a la pirotecnia como Guy Ritchie, son de agradecer unos compases donde el diálogo es la gran arma. Incluso cierto academicismo decimonónico se desprende cuando, en base a las leyes de la grafología, el detective analiza la genialidad, creatividad, narcisismo y falta de empatía que desprende la letra del profesor.
Sherlock Holmes: Sacrificar a la mejor pieza
Aunque todo transcurra en un despacho universitario, una sensación de violencia a punto de desencadenarse pende cual espada de Damocles. Una jugada arriesgada, y que condiciona el resto del largometraje, es la rápida desaparición de Irene Adler de la partida. Un pañuelo ensangrentado debería ser poca prueba para Sherlock, de la misma manera que el vacío dejado por el talento de McAdams vuelve a la audiencia huérfana
¿Acaso es una desaparición que, crucemos los dedos, abonaría el terreno para verla regresar en una hipotética Sherlock Holmes 3? Hay millones de dólares en el haber, pero la coyuntura pandémica en el debe y problemas de agenda para combinar a dos actores como el dueto Downey Junior-Law. Sea como fuere, Irene Adler podría ser una carta ganadora para dar empaque a ese resurgir.
Al privarnos de “La Mujer”, la partida da una ventaja inicial enorme a Moriarty, dispuesto a hacer caer la destrucción sobre Sherlock y todo su mundo. El profesor vislumbra insensatas guerras en la carrera armamentística e imperialista de Europa, terreno fértil para que su genio se embolse grandes fortunas en el proceso.
Embajadores, organizaciones anarquistas, policías y fuerzas de orden se tornarán en meras marionetas de la eficaz organización del villano. Como bien advirtió Downey Junior durante el rodaje, pocas cosas hay más atractivas en la ficción que ver al villano haciendo las cosas correctamente.
El pulso de inteligencias llevó acaparadas algunas críticas comprensibles en el sector más purista que añoraba las narraciones del siglo XIX. Whodunit? Basta pensar en el reciente éxito de obras como Puñales por la espalda (2019) para entender que la atractiva pregunta sobre quién lo hizo garantiza horas de entretenimiento. Eso desaparece en Juego de sombras, Holmes y Watson saben que Moriarty es la mano que mece la cuna desde el inicio.
Si aceptas las reglas, disfrutarás
Es otro tópico en el que podríamos caer con facilidad. ¿Le gustaba a Conan Doyle el ajedrez? Teniendo en cuenta que creó al maestro del raciocinio en la literatura, podría desconcertarnos que el sagaz discípulo del doctor Joseph Bell, inspiración en la vida real para Sherlock, no era un especial apasionado de los tableros.
La Historia está plagada de ejemplos similares. Napoleón Bonaparte manejó los campos de batalla a su antojo, pero se desesperaba ante aquel ingenioso entrenamiento de origen oriental. La paciencia y el mimo de esta exigente disciplina genera amores y odios. Para comprender mejor Juego de sombras, hay que destacar que Guy Ritchie si es un apasionado del duelo entre piezas blancas y negras.
Adam Raoof actuó como coordinador y consejero de las maniobras a escala europea que juegan los dos antagonistas del film. El argumento de Kieran y Michele Mulroney no da tregua y ese bien podría ser uno de los flancos más proclives al ataque. Con todo, costará encontrar un ritmo más trepidante y entretenido desde los días de la trilogía original de Indiana Jones.
Igual que en los filmes dirigidos por Steven Spielberg, puede haber incoherencias, pero estaremos demasiado ocupados disfrutando de la montaña rusa para detenernos a buscarlas. Y hay un método a la locura, unos pasos que, si aceptamos las instrucciones del jurado del baile, darán acomodo a una danza deliciosa.
La partida de Santa Monica (1966) entre dos grandes maestros como Bent Larsen y Tigran V. Petrosian sirve de inspiración para llegar al clímax anhelado, aquel trazado por Conan Doyle en “El problema final” (diciembre de 1893). Durante el duelo ajedrecístico, el danés Larsen estuvo dispuesto a hacer un tremendo sacrificio, su reina blanca, para obtener una ventaja táctica decisiva a largo plazo.
¿Se repite en este caso?
Embajadas literarias
Ritchie plantea que la estrategia de Sherlock a largo plazo contra Moriarty debe seguir ese mismo sendero del torneo californiano. Para ello, cuenta con el mejor lugarteniente posible, un Tito Labieno que comprende a la perfección los planes de su jefe. “Conoce mis métodos”, dirá Downey Junior a Law tras un delirante baile que confirma a la extraña pareja como condenados a entenderse.
Law se mantiene elegante y poderoso con este Watson capaz de tomar las riendas, algo que ya era visible en novelas largas como El sabueso de los Baskerville. Aquí, además, halla la horma de su zapato con el coronel Sebastian Moran, hijo de sir Augustus Moran, educado en Eton y Oxford, infalible francotirador y expulsado con deshonor del ejército de Su Graciosa Majestad.
Juego de sombras recupera a esta antagonista, brazo derecho de Moriarty, a quien hallamos en “La aventura de la casa deshabitada” de Conan Doyle. Paul Anderson encarna a este reverso tenebroso de Watson. Ambos caballeros militaron en Afganistán y, al igual que sucede con la otra asociación, sería un error monumental subestimar sus capacidades.
Aunque no hay mucho tiempo para profundizar en ello, Ritchie si brinda algunos momentos donde el antiguo domador de tigres muestra una lealtad incuestionable a su superior, siendo no solamente un frío brazo ejecutor. En la mitología de Sherlock, cuesta poco pensar que, si hubiera sido Moran quien hubiera acudido buscando alquiler en Londres, hubiera podido terminar escuchando “Elemental, mi querido Moran”.
De igual forma, un Watson quizás asediado por las deudas, hábilmente reconducido por la psicología de Moriarty, podría haber cruzado sus líneas morales. No son los únicos casos de secundarios de interés. Si bien breves, cualquier diálogo entre dos intérpretes tan deliciosos como Stephen Fry (Mycroft Holmes) o Kelly Reilly valen varias libras de plata por su ingenio.
Supervivientes, sí, ¡maldita sea!
Una furibunda reacción y brazaletes negros rodearon a un desventurado Conan Doyle. “El problema final” en las cataratas de Reichenbach había sido su plan para desembarazarse con honor de aquel incordio surgido de su imaginación. No obstante, igual que Agatha Christie hubo de convivir con Poirot, el público no estaba en disposición de ver bajar el telón.
Strand Magazine, la revista donde empezó todo, vio su resurrección para gozo de todos, Conan Doyle aceptó la derrota ante míster Holmes.
Sherlock había muerto combatiendo heroicamente al profesor Moriarty, una caída que genios del cómic como Alan Moore han reformulado para La Liga de los Hombres Extraordinarios.
En eso, siguiendo los designios de Plutarco, el mejor detective del mundo y su némesis siguen vidas paralelas. Jared Harris todavía presume que, si Sherlock tenía plan B, no caben dudas de que el profesor también, ¿acaso no son genios del mismo nivel? Irene Adler mantiene nuestra admiración en encarnaciones tan bien efectuadas como las de Natalie Dormer o Lara Pulver.
Moriarty, por su lado, ha protagonizado sus propias novelas apócrifas, además de su propio manga de mano de Ryosuke Takeuchi (guion) y Hikaru Miyoshi. Como bien dijo Borges, seguir pensando en Sherlock Holmes es uno de los buenos hábitos que nos quedan. Y eso incluye a su fascinante elenco de secundarios.
“Ninguno de los dibujos se parece a mi idea original del personaje”, afirmaba un resignado Conan Doyle ante las populares ilustraciones de Sidney Paget, miembro de un linaje de ilustradores que tuvo la certera ocurrencia de incorporar la pipa y la boina, caracterización indispensable incluso para estrellas emergente como Benedict Cumberbatch.
Maria Konnikova nos invitó a pensar recientemente (2021) como este violinista aficionado, mientras que Disney cogió una inusual oscuridad para Basil, el ratón superdetective (1986), donde Moriarty resultó ser una artera rata.
¿Sherlock Holmes 3? Sin pistas
Tenemos a Noomi Rapace como la enigmática Madam Simza. Una frenética carrera contrarreloj frente a un genio del mal que aprieta todas las clavijas posibles ante sus mejores adversarios. La fotografía de Philippe Rousselot se impregna de este sentido de urgencia y alta velocidad que preside todo Juego de Sombras.
En muchas ocasiones, andamos descabezados y sin ningún rastro o huella que seguir. No nos hallamos ante el crepuscular, taimado y encantador Ian McKellen en la más que elegante Mr. Holmes (2015). Sin embargo, uno de los encantos de Sherlock es su amplio abanico de interpretaciones, todas lícitas, incluyendo la interesante y necesaria Miss Sherlock (2018).
Por ello, la mejor manera de aproximarse a esta segunda parte de Guy Ritchie es sin prejuicios, sabedores de que hay que aceptar algunas normas en la montaña rusa. Eso, y cruzar los dedos por una tercera parte donde Jared Harris y McAdams vuelvan a dejarse caer por Baker Street.