‘Prohibido suicidarse en primavera’: otro engaño de Casona al estilo Estudio Ghibli
Prohibido suicidarse en primavera se estrenó allá por el 37 del siglo pasado y viene de la mano siempre fina de Alejandro Casona, autor de La dama del alba, Los árboles mueren de pie o La sirena varada. Un clásico siempre en las lecturas de instituto y puede que con razón, pero que luego queda olvidado fuera de los círculos literarios o académicos. Sin embargo cualquiera de sus historias funciona como un cuento atemporal, como las leyendas que no mueren y con ese halo casi de fantasía.
Lo que nos encontramos aquí es puro Casona. Es casi inconfundible, su firma está en cada escena de Prohibido suicidarse en primavera. En los diálogos, en los personajes, en la trama en sí misma. Eso es, a fin de cuentas, lo que conforma la identidad de un autor. Lo que hace Casona es construir fantasías delicadas, que tienden por momentos a la crueldad, y es que al final están hablando de situaciones complicadas, por decirlo suavemente.
Sin ir más lejos, recordemos el drama que se montaba con La Dama del alba, que muy bonito y hermoso todo, pero no olvidemos que está contándonos como la muerte viene para cumplir con sus quehaceres. Los dramas, las tragedias, son terriblemente humanos, y si nos paramos a pensarlas, son situaciones de tal crudeza, que parece imposible presentarlo de la forma en la que lo hace Casona.
Prohibido suicidarse en primavera: La fantasía bonita y oscura
Crudeza porque no podemos olvidar que lo que se cuenta en esta historia en concreto es la realidad de quienes han decidido suicidarse. Así tal cual. Un centro conocido como “El Hogar del Suicida” acoge a individuos que básicamente tienen la intención de suicidarse y en dicha casa se les proporcionan lugares, métodos, y momentos para hacerlo. Esta es la introducción y claro, uno se queda un poco loco.
Sobre todo cuando nos vamos metiendo en ese espacio tan extraño que es el “Hogar del Suicida” dirigido por un doctor también extraño y todo está lleno de cosas que no dejan de ser macabras, pero a la vez hay una ternura y una suavidad continuamente presente. Lo que aporta a la historia de Prohibido suicidarse en primavera, ese carácter ambiguo y que nos hace sospechar de que igual hay truqui.
Y es que lo que se empieza presentando como una historia oscura donde la tragedia está a la vuelta de la esquina enseguida acaba cogiendo tintes casi de cuento bonito. Y ahí vuelve a entrar la ambigüedad. “Coquetean ustedes con la idea de la muerte” diría Chole, uno de los personajes quizá con la mejor percepción de la realidad en toda la historia, “pero la muerte es más hábil que ustedes; y hay momentos débiles en que se presenta tan hermosa, tan fácil… Es un juego peligroso”.
Alejandro Casona y la belleza de la muerte
Pero todo este juego peligroso está revestido de esa fantasía tan suya, ese ambiente maravilloso, brillante, que se desliza por el drama creando una cosa muy diferente, muy propia. Muy Ghibli podría decirse en cuanto a la presentación de la historia de Prohibido suicidarse en primavera. Contando miserias desde un enfoque tan bonito, tan vitalista a la vez que oscuro. Porque también de esta decisión viene lo turbio.
Casona escribe cuentos de hadas -sin necesidad del componente mágico en ocasiones- absolutamente humanos, porque la tragedia está tan latente como el agarre a la vida, lo telúrico, esa fuerza natural, furiosa y también humana. Ese doble componente indivisible. Continuamente belleza y muerte -lo cruel-, van de la mano, tanto en forma como en tema. Todo esto, vinculado también a las fuerzas de la naturaleza y con personajes que, a pesar de parecer lo contrario, gozan de unas ansias vitales arrolladoras. Las pasiones por la vida, la curiosidad primera casi, la supervivencia.
Prohibido suicidarse en primavera: La risa en la cara de la muerte
Lo infantil y la broma también se ven subrayadas por el espacio en el que se desarrolla el drama, que es esta especie de centro suicida: espacio con cuadros de famosos suicidas, estancias dedicadas a distintos tipos de suicidios, quejas de pacientes sobre utensilios defectuosos para cumplir con dicho suicidio.
Todo desde la entrada en el “Hogar del Suicida” es como una broma cariñosa. Es esa elección por presentar los temas chungos a través de lo suave, la gracieta y la sensación de cuento infantil. “Nunca había presenciado un espectáculo humano tan desconcertante, tan comedia y tragedia al mismo tiempo” diría Chole y puede que sea la mejor manera de describirlo.
Esta forma de presentar las cosas acaba recordando un poco a obras como Tres sombreros de copa, de Mihura, donde hay un teatro del absurdo no tan turbio como el de Beckett por ejemplo, y todo es mucho más suave, más bonico, más dulce e infantil de alguna forma. Vuelve a ser como un cuentito y eso pasa aquí también con Prohibido suicidarse en primavera, aunque se meta en territorios mucho más peliagudos.
Casona, el Hogar del Suicida y la primavera
Justo ahora que digo esto, recordemos lo que escribía Eliot: “Abril es el mes más cruel de todos.” Le podría haber salido a Casona el tiro por la culata al presentar la primavera como el espacio en el que debería estar prohibido suicidarse. Precisamente abril es el mes más cruel de todos, porque miente. Es ese momento en el que todo parece que vuelve a resurgir cuando la naturaleza, la vida en sí misma, arremete con las pasiones más salvajes. ¿Cómo va a pensar alguien en la muerte cuando, mire a donde mire, todo lo que ve es la vida que vuelve?
La primavera es un engaño, nos hace pensar que la muerte ya no está. Miente descaradamente para abrir paso a esas pasiones vitales, para empujarlas, para subrayar la vida. Y así lo hace Casona. La historia se presenta como un engaño, cariñoso también, aunque arriesgado. Nos miente descaradamente para poder abrir el camino a las pasiones vitales que están escondidas en el “Hogar del Suicida”, para hacerlas revivir, para que arremetan de nuevo, arrasando con violencia aquello que las ha hecho desaparecer. Es reírse en la cara de la muerte. Es un canto salvaje a la vida.
Foto de portada: Sátira del suicidio romántico, de Leonardo Alenza (Museo Romántico, Madrid, c. 1839).