Por qué el concepto ‘guilty pleasure’ es absurdo
El concepto guilty pleasure se ha venido popularizando en los últimos años, subiendo como la espuma al tiempo que crecía exponencialmente la producción de ficciones seriadas.
Guilty pleasure se traduce literalmente en español como placer culpable. Es decir, tiene que ver con hacer algo que nos gusta mucho y nos produce gran alegría, e incluso placer, pero que está mal o, lo que suele ser lo mismo, no está socialmente aceptado.
Su relación con las series
En este contexto de hipersaturación del espacio audiovisual, con la consiguiente producción de contenido de todo tipo, venido de todo país, los programas especializados preguntaban a sus invitados cuál era su serie guilty pleasure: ¿Anatomía de Grey? ¿Jane the Virgin? ¿Gossip Girl? ¿O era tal vez algún reality show como el de las Kardashians? ¿O peor? ¿Gran Hermano? ¿Gandía Shore?
¿Pero por qué no aplicarlo al cine (algo que se ha hecho con mucha menos frecuencia)? ¿No puede ser un guilty pleasure cualquier película de Marvel o, si me apuras, de Christopher Nolan? Porque ya hay que echarle estómago para ver una película de Nolan sin cuestionar al propio Nolan.
Esta saturación de contenido del sector audiovisual ha venido dada especialmente por la producción de series en masa. Ante la creciente avalancha de títulos es necesario crear conceptos para distinguirlos unos de otros, agruparlos, hacerlos más fácil al nombrarlos, identificables, simplificar.
Al decir guilty pleasure todo el mundo sabe a qué te estás refiriendo, probablemente, a un contenido facilón. Más blanco, que no te hace pensar. En definitiva: entretenimiento.
La no diferencia entre entretenimiento y arte
Ya hablé sobre este tema en un artículo para este mismo medio sobre las series españolas. En general, se nos hace bola distinguir el mero entretenimiento del arte. ¿Cómo no va a serlo si todo se presenta en formatos similares? Actores conocidos, producciones impecables, fotografía llamativa y músicas sugerentes.
Distinguir es complicado, sobre todo para el espectador medio, que lo que quiere es ver su serie. Es fiel a ella, le gusta y no se plantea, en muchas ocasiones, si lo que está viendo tiene más o menos calidad. Y ahí está la trampa. En no planteárselo, en no saber qué mecanismos está activando ese contenido en nuestro cerebro: ¿sedante o estimulante?
La mayoría de las veces es sedante. La historia nos atrapa, nos llama, nos seduce y nos quedamos con ella irremediablemente. Total, no hay muchos más divertimentos que la situación sanitaria nos permita disfrutar.
El principal motivo, no obstante, de que seamos adictos a ese efecto sedante que la televisión siempre ha tenido sobre las mentes es que la vida diaria ya es demasiado seria. Demasiadas responsabilidades, demasiados problemas, demasiado gris…
Así, cuando llegamos a casa queremos ver que otros, más guapos, más altos y más listos que nosotros, tienen más problemas, mucho peores que los nuestros. Lupin fue una serie francesa de intriga policíaca que lo petó en Netflix hace unos meses. Rápidamente se estaba confirmando la segunda temporada tras el gran éxito. Pero la serie no vale mucho. ¿Engancha? Sí. ¿Es sedante? Mucho. Y ya. Ahí acaba su recorrido, no es algo que vaya a quedar imprimado en la memoria por mucho tiempo. Contenido de usar y tirar.
Guilty pleasure, un concepto absurdo
Es absurdo porque no hay motivo del que avergonzarse por ver Anatomía de Grey y Jane the Virgin. Porque son series que, como todo, tienen sus cosas buenas. No son hiper-profundas a lo Perdidos o The Leftovers, pero quizá por eso mismo suelen tener más adeptos.
Conozco a más gente que ha visto Anatomía de Grey que The Leftovers. El motivo es que no siempre nos apetece ver el mismo tipo de contenido. Hay días en los que solo queremos entretenernos, tener algo de fondo mientras pensamos en otra cosa, o simplemente algo con ese efecto sedante que te hace irte a la cama casi sin preocupaciones.
No hay que sentirse mal, o incluso ocultar, que te gustan las Kardashians o que ves Supervivientes. Todo contenido aporta algo y, en el caso de los realities, que para mí casi también se pueden considerar series porque siguen siendo, en cierta parte, ficción, si se sabe mirar estos programas, son una buena forma de estudiar al ser humano, de intentar descifrar los mecanismos de manipulación que hay detrás y sobre todo de responder a la pregunta: ¿por qué hay gente que se presta a exponer su vida voluntariamente? La cosa va mucho más allá de querer dinero y unos minutos de fama, lo aseguro.
En resumen, si alguien pone cara de póker al decir que ves un reality o una serie que no se considera de alta cuna, mándalo a la mierda. Es muy probable que esa persona sea más ignorante que tú y, especialmente, cerrado de mente.