‘Poochytown’, el lugar donde las promesas nunca se cumplen

Llegué a Poochytown porque era bonito. Toda la edición está tan cuidada que es inevitable que uno se acerque cuando se lo encuentra, pero cuando lo abres y te topas de frente con los retablos monstruosos que construye Woodring, ya está. Es imposible salir.

De nuevo, con la confianza que da ya una obra acogida por Fulgencio Pimentel, el riesgo al final no era mucho.

La cosa fue así. Con cero precedentes y sin saber nada de Woodring me aventuré con Poochytown solo por la belleza y porque tenía ese rollo pseudonihilista del dibujo animado actual. Pero no esperaba, para nada, encontrarme con un comic mudo. Jim Woodring se las ingenia para que, sin utilizar ni una sola palabra y con una trama bastante simple, el mundo que construye sea tan absorbente, tan complejo pero accesible a la vez, tan tierno y tan escabroso, que no te deja irte.

Poochytown, de Jim Woodring.
Poochytown, de Jim Woodring.

Poochytown: Ni una sola palabra

Lo que uno se encuentra en Poochytown puede ser por un lado, sobre todo así en un primer vistazo, difícil de digerir, para empezar por la atención mayor que hay que prestar al dibujo. No hay nada, escrito entiéndase, que nos indique que está pasando, más que las imágenes totalmente alucinadas.

En ocasiones me recordaba, aunque salvando las distancias y no parezca tener mucho que ver, al Carlitos y Snoopy de Schulz. Otras veces, a esos primeros dibujos en blanco y negro que también estaban hechos un poco a lo cine mudo. De hecho, la imagen parece moverse con ese ritmo del cine mucho de Chaplin. Es una mezcla muy extraña de cosas pero que empastan perfectamente porque no se ven las partes por separado, sino que se percibe como un todo.

A todo esto se une que la historia tiene lugar en esa especie de mundo entre la pesadilla y el sueño; entre lo bonito y lo desagradable y entre la ternura y el peor de los horrores. Creo que es precisamente de ahí de donde viene el impacto que puede generar Poochytown.

Poochytown.

Frank en el país de las pesadillas

Entonces, a estas alturas, ¿de qué va el asunto? Bueno, este volumen en concreto está precedido de El libro de Frank y El Congreso de las Bestias. Los tres se ambientan en el mismo mundo, con los mismos personajes. El primero es una recopilación de historietas cortas sobre Frank, el protagonista animalesco, pero el segundo sigue la tónica de Poochytown. Una única historia principal pero de la que se van generando afluentes distintos, todos vinculados con la narrativa principal, que al final viene a ser Frank en Poochytown.

Poochytown es el lugar en el que se desarrollan las historias, al menos eso es lo que se sobreentiende según las palabras del propio Woodring: “To be pooched significa recibir un mazazo, quedarse chafado, ver frustradas las expectativas y las esperanzas de uno”. Poochytown sería entonces ese lugar donde las promesas nunca se cumplen.  Ea pues, ahí está el corazón de todo el drama. Sin embargo no viene a ser un drama descaradísimo y sentimentaloide. Todo lo contrario, Frank se mete en el drama desde lo inconsciente, la inocencia, como el niño que jugando aplasta un escarabajo y todo son jajas.

Poochytown.
Poochytown.

Es un contraste que a veces no ves venir, con esos dibujos tan redondeados, con pinta de animalillos y figuras extrañas y que, a fin de cuentas, tampoco caen en el cinismo de las series animadas tipo Rick y Morty o Bojack. Se aleja de esa sensación entendida como más adulta, pero por eso justamente el impacto es mayor cuando viene el mazazo. Toda la dulzura que de repente se ve rodeada de bichejos asesinados de manera sangrienta como pasa El libro de Frank.

La locura en la que entra justo el pobre Frank por distintas situaciones también recuerdan mucho a ese mítico corto terrorífico de Mickey Mouse que anda rondando por youtube ya convertido en un creepypasta donde el pobre Mickey se va deteriorando con el paso de los minutos. A esa imagen del Mickey destroyer llega Frank. A esto se unen traiciones, muertes por todas partes, desmembramientos, pero todo muy integrado en ese mundo infantil que es poochytown.

Poochytown.

To be pooched

Y sí, parece que más allá de Frank y el mundo nihil, poco se puede decir de la historia. Que parece inofensiva y, claro, uno entra en ella sin protección. Y entre el caos de tramas, el impacto de algunos hechos y ese mundo tan de Alicia pero pesadillesco, boom. Acaba justo como dice Woodring, pooched.

Lo curioso es que con tan poco, hay tanto tantísimo.  En el prólogo decía Coppola que aunque no se sepa muy bien que está pasando, hay algo reconocible. Como si eliminar la escritura universalizara aun más la historia, y que llega directamente a lo más emocional. Razón no le falta, sin una sola palabra, mientras se intenta descifrar entre el asombro y el caos lo que está sucediendo, pasas la página buscando claridad pero en lugar de luz, lo que se encuentra uno es el mazazo. To be pooched. Chafadísimo. Pero también llega el embelesamiento, porque qué bonitas a veces esas viñetas tan enormes que se expanden por toda la página.

Poochytown.