‘Patria’, un auténtico chasco
Nací en Ermua (Vizcaya) en 1984, así que lo del conflicto vasco, desgraciadamente, no me pilla de nuevas. De ahí que me haya costado Dios y ayuda sentarme a ver la serie Patria, basada en la novela homónima superventas de Fernando Aramburu. Te cuento qué me ha parecido.
Por fin, este fin de semana, he visto enterita la serie Patria y todos mis temores se han hecho realidad. Una de las series más desatinadas de HBO hasta la fecha (con lo bien acostumbrados que nos tenían, ainsss…). Predecible hasta el aburrimiento y extremadamente convencional. No hay sorpresa, no hay intriga y los personajes son muy planos.
Parece más una serie hecha para la sobremesa de Telecinco o Antena 3 que una producción de HBO. Y no vamos muy desatinados. El corte convencional de la serie puede deberse, en gran parte, a que Telecinco fue la primera cadena privada en interesarse por el proyecto y en colaborar en la producción. De hecho, la serie también se emitirá en abierto en Mediaset durante los próximos meses.
¿De qué va la serie Patria?
Patria narra la historia de dos familias. Bittori (Elena Irureta) y Miren (Ane Gabarain) son las protagonistas. Bittori y Miren son amigas, aunque se distancian cuando el Txato (marido de Bittori, interpretado por José Ramón Soróiz) es objetivo de ETA y en el pueblo aparecen pintadas contra él. También su mejor amigo, Joxian (Mikel Laskurain), le da la espalda, por el miedo al que dirán y a verse señalado.
Un día lluvioso, después de comer, mientras regresa al trabajo, el Txato es asesinado por ETA de tres tiros en la cabeza en plena calle, frente a su casa. Las sospechas se ciernen sobre el entorno más próximo del empresario. Bittori, décadas más tarde, tras el anuncio del cese de las armas por parte de la banda terrorista, regresa al pueblo en el que fue asesinado su marido para tratar de averiguar quién disparó. Durante toda la serie tratará de encontrar las respuestas a sus preguntas y de obtener el perdón que tanto anhela.
Patria: prometía, pero se quedó en un bluff
Vaya por delante que hacer una serie sobre el conflicto vasco, desde las décadas más sangrientas hasta el cese de las armas, me parece una tarea harto complicada. Las expectativas estaban muy altas y, quizá, ese ha sido el principal problema de esta serie de HBO que no está a la altura de sus producciones anteriores.
Cuando nos enteramos de que HBO sería la encargada de adaptar el bestseller de Aramburu, las expectativas crecieron un poco más, y ya con la polémica del cartel promocional (que enfrentaba la imagen de un atentado con la de las torturas policiales) nos comíamos las uñas hasta los nudillos… Pero, nada de eso amigos, al ver la serie, nos hemos chocado con la cruda realidad: el resultado es una serie vacía, que se queda en la superficie y no provoca apenas ninguna emoción consistente en el espectador.
El guion de Aitor Gabilondo no asume ningún riesgo, los personajes son muy planos, de una sola cara, les faltan motivaciones que justifiquen sus acciones, lo que resulta (salvo contadas excepciones) en unas interpretaciones espasmódicas que te sacan a patadas de la historia desde el primer episodio hasta el último. Una auténtica lástima.
Ay Manolete, sino sabes torear, pa que te metes
Me da una pena tremenda que los creadores de esta serie no se hayan atrevido a adentrarse de verdad en lo que fue el conflicto. Quizá lo mejor hubiera sido pasar directamente de la obra de Aramburu para centrarse en otras historias, en otros contextos. Porque sí, el País Vasco en los ochenta y los noventa era un polvorín, pero también era un crisol de muchas realidades en un único territorio. Muchas historias y sentimientos frente al conflicto que poco o nada tienen que ver con la imagen simplona y cruel que se da en esta serie sobre la sociedad vasca de la época.
Me abochorna profundamente la idea que queda sobre los ciudadanos vascos después de ver la serie. Parece que todos criminalizaban (criminalizábamos) a las víctimas después de un atentado. Y eso no pasaba, o al menos no en el noventa por ciento de los pueblos y ciudades. Quizá sí el silencio y también el miedo, pero nunca la alegría por una muerte, por un asesinato.
La serie se centra en una zona muy concreta del País Vasco. Eso hay que tenerlo en cuenta y, pienso, que habría que haberlo dejado claro. La decisión de no concretar el pueblo en el que nos encontramos, dejarlo abierto, hace que esa realidad se extienda a todos los rincones del territorio.
Tomar la parte por el todo
Patria está ambientada en un contexto muy determinado, muy particular. Pueblos en los que la mayoría de sus jóvenes (y no tan jóvenes) se dejaron llevar por un odio prefabricado cuyo objetivo no era tan grandilocuente como se vendía, sino mucho más material y tangible: seguir generando dinero que llenase los bolsillos de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos, de unos y de otros, de los que se manchaban las manos y de los que eran asesinados. Aunque, que quede claro, que los dolores nunca podrán ser comparables…
La realidad de los pueblos de los que hablo y en los que transcurre la serie, no se debería extrapolar a todo el País Vasco. No sé si me explico.
En los noventa, en el País Vasco, no había una única realidad, coexistían muchas, como ahora. De hecho, la diversidad es una de las principales señas de identidad de Euskadi, aunque se tienda a mostrar una única cara. Y Patria peca de lo mismo: muestra una realidad y la convierte en el todo. La serie se queda en el blanco-negro y no explora la hermosa complejidad de la gama de grises.
Falta mucha chicha y sobra mucha escena absurda
La serie Patria trata de contar qué pasaba en ambos bandos, entre quienes eran amenazados por ETA y se convertían en objetivos de la banda terrorista, y, por otro lado, entre quienes apoyaban la llamada “lucha” por una supuesta liberación del territorio de sus opresores. Sin embargo, y por no querer meterse en harinas, la serie se queda en una superficie en la que solo vemos una sucesión de acciones a las que les falta, precisamente, todo ese trasfondo ideológico, esa fuerza y ese odio de la palabra que lograba reclutar a jóvenes en masa para matar por una causa.
Todos esos actos irracionales estaban muy bien cimentados ideológicamente y esto es algo que la serie obvia por completo. No se muestra casi en ningún momento, a excepción de la escena de la bronca de Joxe Mari (Jon Olivares) con sus padres. Faltan muchas escenas que ayudarían al espectador en esta labor de empatía con los personajes y con la historia.
Y sobran otras tantas en las que Bittori mira al cielo hablando con el Txato o Miren le reza a San Ignacio en voz alta, sobre explicando y dando vueltas sobre los mismos conceptos una y otra vez. Por no hablar de que no se pueden incluir diálogos sobre la defensa del euskera mientras los personajes hablan durante toda la serie en castellano (salvo contadas palabras). También muchas de las tramas de los hijos resultan innecesarias, desde mi punto de vista.
Una serie que se olvida de la emoción
El resultado es un cúmulo de píldoras que dan algunas pistas sobre el conflicto, pero que se quedan en nada. Falta provocación, verdad, diversidad, falta reflexión, profundidad y, sobre todo, falta emoción.
Un guion y una construcción de personajes hecha sin pies ni cabeza, a grandes brochazos y que decepciona a medida que pasa cada capítulo. Todo muy descafeinado para no herir sensibilidades, que resulta en una serie que no se puede competir en calidad contra sus dos firmes contrincantes en las próximas entregas de premios. Patria no está a la altura, ni por asomo, de las mejores series españolas del último año: Antidisturbios y La Veneno.
Lo mejor de la serie, el personaje del Txato, interpretado por José Ramón Soróiz (la escena dentro del garaje escuchando Mocedades y su Amor de hombre, es maravilla). Este personaje muestra una sutileza y profundidad que deberían haber estado más presentes en el resto de la serie.