‘O Corno’, el color de la solidaridad entre mujeres
O Corno, el segundo largometraje de Jaione Camborda, es un viaje sensorial donde se puede mascar la tierra, el fuego, sentir el agua y particularmente, es una celebración de la sororidad y la libertad de decidir.
Camborda hace historia al ser la primera cineasta española en ganar la Concha de Oro en San Sebastián y continúa la racha de mujeres conquistando Zinamaldi, tras Laura Mora (Los reyes del mundo, 2022), Alina Grigore (Blue moon, 2021) y Dea Kulumbegashvili (Beginning, 2020).
O Corno, una coreografía por la vida
La película se desarrolla en la gallega Illa de Arousa en 1971 y se desentiende del contexto histórico tardo franquista para centrarse, con acierto, en el tema de la película. Comienza con una secuencia de parto rodada casi a tiempo real, con el detalle y la calma suficiente para instalar el tono y entender la trascendencia del parto, en la película y en la vida de las mujeres que se reúnen en esa habitación.
Jaione Camborda nos permite saborear una coreografía que resuena a no ficción y a danza a la vez. La elección de la coreógrafa y bailarina Janet Novás como protagonista, llena la película de una fisicidad que desborda la pantalla. El parto está rodado sin edulcorar, pero con un gusto exquisito, haciéndonos partícipes del largo proceso de alumbramiento, en el que hace breve acto de presencia el padre de la criatura, antes de que lo evacúen de un espacio intrínsecamente femenino. Así será la presencia masculina en la película, esporádica pero determinante en la vida presente de las protagonistas y en el devenir.
Camborda nos acerca el sudor, a la molestia de no encontrar la postura, al dolor y la desesperanza de creer que ya no es posible aguantar más en la farragosa tarea de dar a luz. Y ahí, la partera María, acompaña como una hermana y abraza como si ambas mujeres estuvieran en una especie de danza por la vida, para ayudar a la parturienta en la expulsión. Vivimos en una habitación llena de mujeres de varias generaciones que comparten experiencia y sabiduría, donde la adolescente Luisa atisba el poder del cuerpo femenino.
O Corno, luchando por los derechos femeninos
La siguiente escena nos devuelve a la tierra, donde las manos de Luisa se hunden en la arena de la playa para adoptar la posición de salida en una carrera. Las chicas corren descalzas. No corren por su vida, pero la ganadora tendrá una oportunidad única de progresar. De competir en los campeonatos nacionales, de entrenar en Vigo, de ver mundo y aspirar a una vida menos difícil que trabajar la tierra o mariscar en la isla. Sueños que pueden quedar truncados por un embarazo precoz y no deseado. Es el peaje que las mujeres acaban pagando.
Luisa pide ayuda urgente a María. Ella sabe que María sabe. Todos en el pueblo lo saben. La partera conoce los usos abortivos del cornezuelo del centeno y aunque es reticente de entrada a ayudar a Luisa, porque se juega ir a la cárcel, no puede negarse a apoyar a la que lo necesite. Ésa es la lógica en O Corno, las mujeres se ayudan entre ellas. No importa si se conocen o no. No les queda otra salida, todas comparten un destino incierto, viven en una desigualdad manifiesta, una precariedad laboral y unos derechos que nunca son adquiridos, como indicó Simone de Beauvoir.
O Corno se desarrolla en un 1971 que bien podría ser 1941, o incluso 2023 en algún país de Europa donde los derechos reproductivos de las mujeres se cuestionan.
La fotografía de O Corno en su primera mitad, despliega una paleta cálida, de castaños, de madera, de tierra, de cereal maduro, de las vacas trigueñas autóctonas de Galicia. Bañada por el sol delicado del verano gallego, María busca el hongo deseado. Se sumerge entre el centeno, en un plano general que sugiere libertad, pero apunta peligro fuera de campo. Mejor que no la sorprendan buscando, que no pregunten, que no sospechen. Entre las espigas de color dorado, María encuentra el hongo negro, la promesa de libertad para Luisa.
O Corno: un viaje de lo cotidiano a una road movie
Hay algo litúrgico en la preparación del bebedizo que María entregará a Luisa. El cobertizo cerrado, la manta para el suelo, la promesa de silencio. Camborda se deleita en la creación de la atmósfera y acierta en el tempo. Ante el miedo de la joven, María, como la madre que no ha llegado a ser, le pregunta si está decidida. Ella no lo hace por dinero, sino para evitar males mayores en una vida que está por escribir. La escena propone una rima visual con la secuencia del parto, pero en vez de los gemidos de sufrimiento, María canta una nana ante los esfuerzos de Luisa.
Después de asegurarse de que Luisa está bien para volver a su casa, María se relaja en la verbena. El único momento en que la vemos sonreír, bailando con su amiga Teresa. La escena de la fiesta popular, con show de magia, hogueras del solsticio de verano e interludio amoroso nacido de la magia del fuego, divide O Corno en dos partes bien diferenciadas. La cotidianeidad se resquebraja y la película se transforma en una road movie, con una vida nueva por delante.
La muerte repentina de Luisa obliga a María a marcharse de la isla antes de que la policía venga a interrogarla. Esta segunda mitad de O Corno comienza como una huida, pero en realidad es un viaje hacia la libertad, la independencia y a recuperar el espacio propio en un entorno desconocido. También de saborear el peso de la discriminación que el patriarcado impone a algunas mujeres, a las que no cumplen las normas, a las que tienen otro color de piel.
O Corno abandona los colores cálidos de la tierra, el ámbito conocido por María hasta entonces, para mostrarnos una paleta más fría y vibrante. El jersey verde que se confunde entre la vegetación del bosque por donde huye María. El azul intenso del mar que deja atrás. María se mueve a pie, en barca y en camión hasta alcanzar la taberna donde la acoge una prima de Teresa, de nuevo la solidaridad femenina. Las mujeres ayudan sin hacer preguntas.
O Corno: homenaje a las que cuidan
O Corno no es una película discursiva, aunque el entramado sugiere un claro mensaje feminista. Es una película de miradas cinematográficas. La cámara se detiene con parsimonia en los rostros y nos invita a imaginar infinitas subtramas, apuntadas apenas con un plano. La mujer mayor portuguesa en la taberna, la niña sorda sonriente que ayuda a los contrabandistas, la mesonera que se preocupa del bienestar de María.
Conocemos la vida en la frontera de Galicia y Portugal, marcada por el contrabando que ayudaba a a familias a subsistir y por el tránsito de personas, fugitivos buscando una nueva oportunidad, o buscavidas, como la prostituta afrodescendiente que atraviesa el río día sí, noche también. María, maquillada convenientemente para pasar desapercibida como una más que cruza el río Miño, acabará atravesando a nado, en una escena brutal en la que es arrojada al río en el momento en que se acerca la guardia civil a la barca. María chapotea, lucha contra el agua, nos hace partícipes de su miedo e indefensión.
Jaione Camborda extiende ese plano, para hacernos reflexionar sobre qué significa ser fugitiva o ser emigrante, mientras vemos y oímos el braceo angustioso de María.
En la orilla, le esperará una nueva vida, no exenta de dificultades y de nuevo, la solidaridad femenina necesaria para sobrevivir, para cuidarse y para traer nuevas criaturas al mundo.
Qué bello homenaje hace O Corno a las que cuidan. Qué invitación a ampliar horizontes y explorar más allá de lo conocido, como hace la manada de vacas cuando vadea el Miño.