‘Nada se opone a la noche’, el rompecabezas y corazones de Delphine de Vigan
Publicado originalmente en 2011 por la editorial francesa JC Lattès, Nada se opone a la noche es un ejercicio de sinceridad extrema por parte de su autora, Delphine de Vigan.
Lucile Poirier llevaba varios días sin cogerle el teléfono a ninguna de sus dos hijas. Cuando Delphine, la mayor, abrió la puerta de la casa de su madre una mañana de enero, se la encontró tendida en la cama, de costado. Pese al tono azulado de su piel y al olor que impregnaba la habitación, de Vigan tardó unos cuantos segundos en percatarse de lo que ocurría: Lucile estaba muerta.
En semanas posteriores, aun impactada por lo sucedido, la escritora sintió la necesidad de recomponer el rompecabezas que había sido su madre desde la más tierna infancia, pieza por pieza.
Nada se opone a la noche: el retrato de una niña
Los gritos de Violette contenían un mensaje que Lucile no podía descifrar. Quizá había que llorar por ella, llorar por lo que nunca se diría, por la pena de los niños, por el ruidoso mundo que iba cada vez más deprisa.
Nada se opone a la noche.
Todos somos el producto de aquellas personas que nos precedieron, de sus circunstancias, vivencias, caprichos, y decisiones razonadas. También de los lugares en los que vivieron, los paisajes, las calles, y las casas que, con el paso del tiempo, adquieren una dimensión casi mítica.
De Vigan no lo es menos, y Nada se opone a la noche comienza, precisamente, en su pasado mitológico. Su madre nace en el seno de una familia numerosa, compuesta por un marido, una mujer, y los nueve hijos de ambos. Lucile destaca por su intelecto y precocidad. También por su gran belleza, muy a su propio pesar. Ya desde muy joven, sus fotografías llenan las marquesinas de las calles de París y las revistas de moda infantil. Esto la convierte en el foco de una atención que no desea y la va sumiendo poco a poco en su mundo interior.
Con el paso de los años, dicho mundo va llenándose de sombras. La mayor parte de ellas son proyectadas por una serie de infortunios (más o menos atroces) que van sufriendo los Poirier. Pronto, Lucile empieza padecer lo que por aquel entonces se conocían como “enfermedades nerviosas”, perdiendo el contacto con la realidad, teniendo accesos de violencia, y pasando por varios ingresos en instituciones de salud mental.
Nada se opone a la noche: rebuscando entre los recuerdos
Cuando escribo, pienso a menudo en ellos —Lisbeth, Barthélémy, Justine y Violette— con la ternura infinita que siento por ellos, pero también con la certidumbre que tengo ahora de herirlos, de decepcionarlos.
Nada se opone a la noche.
Este tipo de episodios continúan después de haber sido madre, y es aquí donde de Vigan comienza a contar la historia en primera persona. También cuando pone algo de distancia con la narración y nos describe su propio dilema moral a la hora de plantearse y desarrollar el libro. Y es que Nada se opone a la noche reflexiona mucho sobre sí mismo y el daño que pueda (o no) infligir, dada la cruda realidad de su temática.
En sus páginas, la autora relata nacimientos, muertes, épocas de bonanza, estrecheces, y, sobre todo, certezas y dudas acerca de los distintos personajes y sus acciones. Las consecuencias de dichas acciones trascienden a la fugacidad del momento, y se hacen notar por las generaciones siguientes, definiéndolas, en cierta forma. Y es esto por lo que de Vigan las considera relevantes.
Con el objetivo de definirlas, la escritora realizó un trabajo de arqueología familiar compuesta de memorias, tanto de las suyas como de varios de sus parientes. De Vigan consulta documentos escritos, fotografías, y archivos de video y audio. También se entrevista con Manon, su hermana menor, y con los tíos y tías de ambas, propiciando situaciones de gran complicidad y ternura, pero también otros profundamente incómodos y dolorosos.
La autora se enfrenta a la misma disyuntiva que tantos otros escritores que han hecho o hacen novela de sucesos reales. ¿Hasta qué punto somos dueños exclusivos de nuestros recuerdos cuando estos implican a otros? Y, ¿qué libertad tenemos para propagarlos cuando estos pueden reabrir viejas heridas y hacer daño a nuestros seres queridos? ¿Son la expresión personal y la exploración interior justificación suficiente?
Nada se opone a Delphine
No estoy segura de que la escritura me permita llegar más allá de la constatación de una derrota.
Nada se opone a la noche.
Nada se opone a la noche es una muestra brutal de un cariño sin florituras: el que siente de Vigan por su madre. Precisamente por este cariño, no puede evitar realzar tanto sus luces como sus sombras, pues así es como amamos mejor y más profundamente a los demás: errados, tal y como son.
Esta cualidad imperfecta humaniza en extremo al personaje y al libro, que resulta duro en varios puntos, sí, pero que no se entretiene demasiado en sus aspectos dramáticos. En lugar de ello, los expone con gran naturalidad, provocando una impresión indeleble y pasando de inmediato a la siguiente risa, confusión, o catástrofe.
En definitiva, Nada se opone a la noche es una lectura más que recomendada, provista de fuerza, ingenio, y un corazón latiente. Antes de ella, su autora había publicado otras seis novelas, alcanzando la fama en su país en 2007 con No y yo, galardonada con el Prix des libraires al año siguiente.
Nada se opone a la noche significó su salto a nivel internacional, vendiendo más de ochocientos mil ejemplares en Francia, siendo publicada por una veintena de editoriales extranjeras, y recibiendo el Premio de Novela Fnac, el de las Televisiones Francesas, el Renaudot de los Institutos de Francia, el de la Heroína Madame Figaro y el de las Lectoras de Elle.
En agosto de 2012 se tradujo y fue distribuido en castellano por la editorial Anagrama, y todavía puede conseguirse fácilmente en formato de bolsillo.