‘Mulholland Drive’: ¿la mejor película de David Lynch?
‘Mulholland Drive’ de David Lynch con Naomi Watts y Laura Harring
“Recuerdo conducir alrededor de Mulholland Drive, pensando que, quizás, podía arrojarme por el acantilado porque no podía soportarlo más”. Aquella declaración fue una chispa de verdad en un mundo donde solamente importaban las apariencias, el falso glamour sin fisuras que emanaba de Hollywood.
Fire Walk with Me
Naomi Watts se arrepintió de ello por culpa del titular sensacionalista generado a su costa en los tabloides californianos. Durante la promoción de Mulholland Drive (2001), la actriz, simplemente, había reconocido que le costaba poco identificarse con las vicisitudes de las protagonistas del film de David Lynch, puesto que la depresión está al acecho de cualquier joven intérprete que llegase a L. A. con grandes e ingenuos sueños.
De hecho, en algunos mentideros hay quien piensa que la cadena ABC desestimó el piloto del cineasta por transmitir una imagen desasosegante de Los Ángeles y las colinas que albergaban a las efímeras deidades de un Olimpo al borde del abismo. En un principio, Lynch iba a filmar la nueva Twin Peaks. Nada de eso ocurrió, el proyecto quedó cancelado y un material inconexo era su único testimonio para la posteridad.
Sin embargo, una fuerza poderosa, quizás esa misma esencia primigenia que intuimos en la parte trasera del local Winkie´s, iría conspirando para que una productora francesa se interesase por aquello que había estado rodando la cabeza gestora de joyas como Terciopelo azul (1986) o Carretera perdida (1997), entre otras.
Betty, el personaje de Watts, no terminaría siendo la nueva Laura Palmer. Con todo, la renuncia al éxito televisivo la llevó a ser el alma de una cinta que hoy día, en pleno aniversario, ya obtiene el rango de película de culto. Lynch recibiría luz verde para completar su historia, eso sí, bajo la condición de que todo quedase aglutinado en un largometraje cerrado.
Out of the blue
El cine de David Lynch jamás deja indiferente. Desde los días de Maya Deren, pocas personas han sido capaces de transmitir a través de la cámara el desasosiego del mundo onírico como él, convirtiendo cada escena en un sabor agridulce para los sentidos, una sucesión de imágenes tan poderosas que generan fuertes emociones en la audiencia, aunque argumentalmente no queden explicadas.
Precisamente en esa poderosa puesta en escena se inician las polémicas y debates apasionados. Allí surgen algunas opiniones que aluden a una posible debilidad en sus atractivas composiciones. El surrealismo, la magia y capacidad de saltar entre dimensiones pueden llevar a atajos más fáciles que el modelo de guion tradicional. ¿Traje del emperador o genialidad? ¿Abrir caminos sugerentes o negarse a explorarlos?
De la misma forma, para otro sector, eso nunca será importante. Más que felices, igual que en Cautivos del mal (1952), de caer en la trampa más deliciosa, en un multiverso subyugante donde van a experimentar un tipo de cine distinto, único y donde cada paso resulta tan incierto como el anterior. Lynch es su artista, el ilusionista del que esperan nunca les revele su truco final.
De cualquier modo, nuestro objeto de estudio de hoy consigue la alquimia incluso de contentar a ambas hinchadas sin perder ninguna de esas esencias. Mulholland Drive es el principio y el final de algo especial, donde el camino termina llegando a un cierre definitivo de esa ficción.
¿Clausurado? Bueno, todo aquello en esa joya del celuloide que no abra una llave azul elevada hoy, junto con el maletín de Pulp Fiction (1994), a objeto de culto.
This Is The Girl
Irónicamente, siendo una obra del firme sello de su autor, Mulholland Drive tiene un elemento que perturba más que ningún otro. La elección de Naomi Watts fue más que un acierto de casting. No se trata solo de un ejercicio de caracterización brutal que habita dos almas (la luminosa Betty y su alter ego Diane Selwyn); lo misterioso es que algo en la mirada de Watts nos lleva a pensar que sí se puede entender este rompecabezas.
“Si vais a parpadear, hacedlo ahora, si os despistáis, aunque sea un segundo, nuestro héroe definitivamente morirá” es una de las frases mágicas de esa joya llamada Kubo y las dos cuerdas mágicas (2016). Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que, si Naomi Watts se distrajese, aunque solo fuese un segundo, toda la historia de Mulholland Drive se desvanecería.
Cuando Betty duerme, Diane despierta. El camino de una es la luz u oscuridad de otra alma. Igual que en la leyenda india, dos lobos de distinta condición asolan el interior de una joven de Ontario que se presentó en la ciudad de las estrellas.
Sunset Boulevard
David Lynch es la contradicción. Un juego de apariencias donde ninguna respuesta puede darse por sentada. Algunas de las secuencias más desasosegantes de las últimas décadas han surgido de su mente, pero jamás han sido concebidas desde la tensión. La meditación acompaña cada plano de Mulholland Drive. Rebatiendo la metodología Stanislavski, el director deja que sufran sus personajes (e incluso su audiencia), mientras él observa la danza de la Habitación Roja o el Club Silencio sin sumergirse en ella.
No desmereciendo las muchas otras piezas sugerentes de su microcosmos, las ataduras de la productora europea sientan bien a Mulholland Drive, especialmente conforme más pasan los años. Cuesta poco imaginar a la trama principal en el apartamento de la joven Betty con la misteriosa Rita (la muchacha que inesperadamente encuentra y está amnésica) desvaneciéndose en un rosario de personajes secundarios inquietantes de haber proseguido en el formato televisivo.
Pese a todo su ornamento, el film va directamente a la esencia de las cosas. Un anhelo frustrado, el desamor, la venganza y el vacío posterior. Sería un tema fascinante si se contase bien linealmente; con la heterodoxia de Lynch al servicio de una historia, queda un brillante homenaje a El crepúsculo de los dioses (1950) y el Hollywood más clásico.
Una nueva Babilonia donde, al igual que Adam (Justin Theroux) hay que estar dispuesto a pagar el precio de la libertad creativa para poder pagar casa y piscina. Lo fascinante del experimento es que, con toda la oscuridad, como describe el compositor Angelo Badalamenti, no deja de existir la belleza.
Indudablemente, hubo un momento en las elevadas colinas donde Diane Selwyn observó al abismo y, siguiendo la célebre frase de Nietzsche, esa profundidad devolvió la mirada a la joven. Servicio completo de Scotty Bowers decía la verdad.
Vértigo (de entre los cinéfilos)
Por más pistas que la productora gala le obligase a poner a Lynch, nunca sabremos realmente dónde está la tía Ruth, la veterana actriz que cedió su apartamento a una sobrina llamada Betty. De lo que no cabe duda es que Mulholland Drive se emparenta con una de las obras más góticas y románticas del séptimo arte: Vértigo (de entre los muertos), dirigida por Alfred Hitchcock en 1958.
Existe no poca bibliografía interesante desde la perspectiva filosófica y cinematográfica sobre los significados ocultos de esta trama. Con todo, una manera interesante de aproximarse a la misma no deja de ser un retorno a la infancia, al cuento cruel. Los personajes se mueven, van, vienen y se fuerzan las causalidades. Y, sin embargo, una sensación de inquietante déjà vu nos asola en su enseñanza.
Si Kim Novak es la pasión en la pieza protagonizada por James Stewart, Laura Harring hace lo propio en este drama ambientado en L. A. Su presentación en la carretera es pura mitología Lynch, sufriendo un brutal accidente que presenta conexión con un trágico suceso real: el fallecimiento en un parking de Jennifer Syme, actriz y ayudante que había trabajado con Lynch. En realidad, Syme murió con esta célebre escena ya rodada, pero teniendo en cuenta la reformulación constante de Mulholland Drive tras el piloto televisivo, parece que esa carrera malograda pesó a la hora de enfocar el largometraje.
En la cinta, la accidentada sobrevive. Harring siguió a la perfección las instrucciones de Lynch cara a salir del autocar como una muñeca rota, la víctima indefensa que será moldeada, igual que en Vértigo, a la imagen y semejanza de la persona que la anhela hasta límites peligrosos.
Noche en Samarcanda
El mito romano de la guerrera amazona Diana y la diosa Camila es un ejemplo de pasión rota por un crimen. Mulholland Drive bebe de esa narración y Lynch hace una versión actualizada a una ciudad que conoce como la palma de su mano. Dos jóvenes actrices. A una le aguarda el éxito, quizás no solamente por sus méritos. Otra, vería truncado todo, convirtiéndose en un SOS a punto de estallar.
Entre medias, el encargo, un crimen y una misteriosa llave azul. La noche de Betty y Rita. El día de Diane y Camilla Rhodes. La química entre Watts y Harring es poderosa desde su primer encuentro, incluyendo un homenaje a la icónica Rita Hayworth, una diosa de Hollywood cuyo glamour ocultaba una infancia y primera juventud realmente desafortunada.
Además, la relación siempre es cambiante. Preguntado sobre el tema principal de una obra que esconde tantos secretos, Lynch ha reconocido que, por encima de todas las cosas, Mulholland Drive es una historia romántica.
Al principio de todo, más allá de los apartamentos intercambiados, alguien sueña. ¿Dónde se inicia lo onírico y en qué punto termina para dar paso a lo real? Watts maneja a perfección esa papeleta casi imposible. Con alguien menos capaz al volante, incluso a pesar del descomunal talento de Lynch, la dualidad Betty/Diane se desmoronaría. Veinte años después, cualquier revisionado se sigue sosteniendo sobre unos hombros talentosos que componen un ejercicio de actuación fascinante.
Dos décadas desde que empezase todo, una leyenda oriental sobrevuela la atmósfera de Muholland Drive: cita en Samarcanda. El Cowboy, interpretado por un amigo personal de Lynch como es Monty Montgomery, ejerce esa función de deux ex machina, tal vez el pretexto imaginario de una teoría de la conspiración para una carrera frustrada o el demonio vengador que despierta a la conciencia.
Yellow Brick Road
Sigue siendo una de las obras maestras de 1939 para el séptimo arte, un año mágico para la cartelera de Hollywood: El mago de Oz. El film dirigido por Victor Fleming no solamente adaptó con maestría el cuento de Lyman Frank Baum, también catapultó a un prodigio llamado Judy Garland.
Ante la cámara, una promesa en ciernas que encarnó a Dorothy como nadie más podría haberlo hecho. Lejos de los focos, una persona cuya vida quedaría presa del abuso de otros. Lynch, un enamorado absoluto de Los Ángeles, demuestra en esta obra saber desapasionarse. No deja de amar a la metrópolis del séptimo arte, pero observa sus lados menos glamurosos y callejones oscuros con precisión quirúrgica.
Angelo Badalamenti presta su toque genial para que volvamos a Oz. Cuando Diane es recogida de la limusina por Camilla, ahora convertida de muñeca rota en una reina oscura, la melodía nos lleva a uno de esos escasos momentos donde fantasía y realidad se entremezclan de forma armoniosa, encajando todas las piezas.
En ese camino de baldosas amarillas, Watts, siempre certera en el uso de la mirada, logra la única escena donde la ilusión en los ojos de Diane resulta equivalente a la entusiasta Betty que llegó por primera vez a ver el cártel de bienvenida de L. A. Es un momento cumbre en un film plagado de ellos.
La promesa de felicidad debe estar próxima para que el dolor por verla evaporarse sea todavía mayor. Lynch enfoca siempre a su protagonista como una persona que puede deambular por la fiesta soñada, pero sin estar realmente invitada. Recordemos que Jennifer Syme volvía precisamente de una fiesta cuando sucedió el fatal accidente. En los diálogos más dolorosos, las dos antiguas amantes evocan Casablanca (1942), quizás el film más icónico y romántico de todos los tiempos.
Apartamento para tres
En el teatro clásico, lo que nos obligan a imaginar siempre puede resultar más rico o aterrador que lo más inesperado que pueda surgir en el escenario. Emulando los amores escabrosos de Ingmar Bergman en Persona (1966), una verdadera combinación de espíritus femeninos y anhelos ocultos se atesoran en Mulholland Drive.
Laura DeRosa (Johanna Stein) es algo más que una vecina, además de ser la primera persona que nos alerta del cambio de Betty a Diane. Ann Miller, en su entrañable casera Coco, casi un personaje de sitcom, puede esconder a la verdadera villana de la historia, quien enciende la mecha de una venganza postergada. La encantadora pareja de ancianos del aeropuerto tiene sospechoso parecido con la del prólogo y su sonrisa final en el taxi es aterradora.
David Lynch siempre ha logrado no dejar indiferente. La frontera entre el amor y el odio a la hora de apreciar su trabajo es fácil de cruzar. Dentro de sus maravillas, Mulholland Drive sigue escondiendo una fuerza oculta, esa obligada improvisación que, irónicamente, obligó a cuadrar más un enigma fascinante.
Cada vez que la visitamos, nos negamos a bajar los brazos, sabemos que hay una explicación real, que existe un guion genial dentro de la provocadora puesta en escena y montaje. La culpable es Naomi Watts, quien nos hace creer que todo es posible en Los Ángeles, incluso la verdad.