‘Malditos: Historias reales de los objetos más perversos del mundo’, de J. W. Ocker
En las páginas de Malditos: Historias reales de los objetos más perversos del mundo, conviven los objetos más perversos de la historia. Desde el opulento Diamante Hope o la terrorífica Muñeca Annabelle hasta el español Sillón del Diablo. Son objetos malditos, y todo lo que necesitan para desatar una ola de desgracia es tu participación… Ocker se hace eco de relatos que tienen lugar a lo largo de muchas décadas y en todos los continentes.
Los objetos están al acecho en museos, cementerios o casas particulares y sus historias, a menudo trágicas y siempre extrañas, han inspirado innumerables películas de terror, novelas y cuentos.
Algunos de estos elementos se han cruzado con personas notables o eventos importantes, dejando muerte y destrucción a su paso. Son objetos muy variopintos, pero todos tienen en común que atraen la desgracia y todo tipo de infortunios a quién se relaciona con ellos. De algunos se asegura que son instrumentos del diablo, pero hay también hoyas que transmiten desgracias, lugares que animan al suicidio o las más clásicas muñecas malditas.
¿Qué es un objeto maldito?
Tradicionalmente, es un artículo inanimado que trae mala suerte, daño o la muerte a sus propietarios o a aquellos con los que interactúa. Puede ser un jarrón, una silla, un cuadro, una muñeca: cosas que se encuentran en casa, en el desván o en el sótano. También podrían encontrarse en museos, separados del público por el fino cristal de su vitrina. O podrían estar al aire libre, como es el caso de rocas o estatuas, por ejemplo.
Un objeto puede ser maldecido por alguien que sepa cómo hacerlo, o puede que haya estado expuesto en el escenario de una tragedia. Absorbiendo como una pila su energía negativa y sembrando la semilla de futuras tragedias. Podría ser algo que hiciera el mal desde el principio, ya desde la pegatina «made in China». O podría ser todo producto de la mente.
Sean el producto que sean, muchas veces no es solo el objeto en sí lo que realmente se recuerda, sino las historias y, más específicamente, las tragedias. Y es que los objetos están conectados íntimamente con la gente. Es por esto por lo que los objetos malditos son aquellos artículos que simplemente han sido testigos silenciosos de más tragedias que otros artículos, por lo que luego se convierten en artefactos que hacen que se recuerden esas historias y que ofrecen la oportunidad de reescribirlas.
A lo largo de este libro el autor examina cráneos de cristal y muñecas siniestras; pequeñas cabezas de piedra y armas antiguas, además de repasar todos los objetos infames. También indaga en el negocio de los objetos malditos. Lo maldito se valora como un término de marketing y esos objetos se colecciona e incluso se exhiben en museos o se venden por eBay. Incluso los artefactos digitales y la tecnología pueden estar malditos.
Y es que no solo los artículos antiguos producto del saqueo de algún cofre viejo enterrado en una isla exótica pueden arruinar la vida del que se atreve a cogerlos, sino que estos objetos podrían estar más cerca de lo que creemos.
El sillón del diablo
Antes del Renacimiento era complicado desarrollar el estudio científico del cuerpo humano, lo que hoy conocemos como anatomía, porque la Iglesia lo prohibía. Pero en el Renacimiento las cosas cambiaron y los médicos empezaron a practicar disecciones para conocer los secretos de la vida y de la humanidad. Y no solo los médicos y cirujanos: se dice que también artistas como Leonardo da Vinci eran aficionados a estas prácticas.
En ese mismo contexto cabría colocar el objeto maldito del Sillón del Diablo, una silla de brazos desmontables datable en la segunda mitad del siglo XVI. Perteneció al licenciado Andrés de Proaza, un joven médico de principios del XVI que se dice que raptaba niños. Los despedazaba para realizar sus estudios sobre anatomía en su casa, en la calle de Esgueva, ¡qué horror!, ¿no? La leyenda cuenta que podía comunicarse con Satanás a través de ese sillón. También que quien se sienta en él, o bien adquiere todos los conocimientos científicos del mundo, o bien muere al cabo de dos o tres días.
Sea como fuere, la verdad es que, mientras estuvo en el edificio de la universidad (ahora está en la sala 14 del Museo Provincial de Valladolid), el sillón estuvo colgado boca abajo del techo de la capilla para que nadie se pudiera sentar en él. Mejor no arriesgarse a que la opción no sea adquirir conocimientos.
Pero empecemos por el principio. Andrés de Proaza era un discípulo (de poco más de veinte años) de Alonso Rodríguez de Guevara, el primero en abrir una cátedra de anatomía en España, concretamente en Valladolid. Se empezó a correr el rumor de que Andrés tenía un pacto satánico del que procedían sus conocimientos de anatomía. Podría ser que estos rumores se originaran entre sus colegas porque Andrés tenía orígenes judíos. Sea esto cierto o no, llegó un día en el que desapareció un niño de nueve años cerca de su casa. Sus vecinos, afirmando haber visto sangre en el agua del desagüe y haber oído llantos y gritos procedentes de su sótano, le denunciaron a las autoridades.
La Inquisición no se tomaba este tipo de acusaciones a la ligera. Las autoridades entraron en su casa y encontraron el sillón (que aparentemente parecía normal; e, así que se los quedó la Universidad de Valladolid.
Únicamente un médico titulado podía sentarse en el sillón, si lo hacía otra persona, moría al cabo de haberse sentado dos o tres veces.
Tal vez deberían haberle escuchado porque, posteriormente, en el siglo XIX, un bedel de la universidad que no conocía esta historia se sentó en el sillón y al cabo de tres días apareció muerto sentado en él. Y lo mismo sucedió con otro bedel tiempo más tarde. ¿Mera coincidencia? No lo sabemos, pero, como hemos dicho al inicio, nadie quiso volver a arriesgarse. Yo tampoco lo hubiera hecho.
A partir de entonces se decidió colgar el sillón en la capilla universitaria a una altura suficiente para que nadie pudiera sentarse en él.
Cuando se derribó el antiguo edificio de la universidad, el Sillón del Diablo pasó a formar parte de las colecciones del Museo Provincial (o Arqueológico) de Valladolid en 1890. Desde 1968 se expone en sus salas como un elemento más del mobiliario del siglo XVI, según señaló Eloísa Wattenberg.
Pero, ¿te atreverías a sentarte en este enigmático objeto maldito?
La tumba de Shakespeare
Todo el mundo conoce la historia y las grandes obras del aclamado Shakespeare. Nació en 1564, en el pueblo inglés Stratford-upon-Avon, al noroeste de Londres, y era hijo de un fabricante de guantes y de una granjera. Se casó con Anne Hathaway a la edad de dieciocho años y tuvo tres hijos con ella. Se mudaron a Londres y él tuvo éxito como actor, dramaturgo y miembro de una compañía de teatro. A los cuarenta y nueve años, regresó a su pueblo natal, donde murió tres años después. Había transformado por completo la lengua inglesa y ampliado significativamente nuestro repertorio colectivo de metáforas.
Aparte de unos pocos datos biográficos y de su obra poética y dramática, se conoce poco de la figura de Shakespeare. Ni siquiera las circunstancias y causa de su muerte, en 1616. Pero sabemos que su tumba está maldita. Eso pone en su losa. Este maleficio puede afectar a cualquiera que visite su tumba. Porque a pesar de que se le ha llamado el Bardo Inmortal, Shakespeare terminó siendo polvo, como acabará siendo todo el mundo. Y este polvo puede encontrarse bajo una iglesia de Stratford-upon-Avon.
La iglesia de la Santísima Trinidad es a la vez el lugar de bautizo de Shakespeare, cuando era solo un niño, y el de su entierro al final de su vida. Los historiadores también suelen decir que su cumpleaños y el día de su muerte coinciden, el 23 de abril, lo que otorga cierta simetría a su vida.
La iglesia es del siglo XIII y está ubicada en la ribera del río Avon, en un atmosférico paisaje con lápidas antiguas. Pero Shakespeare no está enterrado en el cementerio. Está dentro de la iglesia, enterrado junto a su mujer y su hija mayor, Susanna, en el suelo del presbiterio (donde se encuentra el altar). Un monumento cercano representa al Bardo de cintura para arriba, con una pluma y un pergamino en sus manos, y sobre la figura, un par de querubines y una calavera horripilante. La tumba es una simple losa en el suelo. Ni siquiera aparece su nombre grabado en ella.
Lo normal sería que pusiera algo como «Aquí descansa…», pero en vez de ello aparece un maleficio que apenas se distingue en la piedra oscura, pero que está transcrito en una placa muy útil situada encima de la tumba:
Buen amigo, por Jesucristo, abstente
de remover el polvo que aquí dentro hay.
Bendito sea el hombre que respeta estas piedras
y maldito el que mueve mis huesos.
Se dice que el mismo Shakespeare compuso estos versos fúnebres, y el motivo no era poético, sino práctico. En la época en la que falleció, a menudo se exhumaban los cuerpos para investigación médica, para hacer sitio a nuevos cadáveres o incluso para robar los tesoros de sus tumbas. En el caso de Shakespeare, se añadía el riesgo de que fans quisieran llevarse un souvenir. Estos versos servían a Shakespeare para garantizarse toda una eternidad con un letrero de «no molestar» colgando de su puerta.
Desde hace mucho tiempo se rumorea que su calavera ya no se está descomponiendo junto al resto de su cuerpo. Que en algún momento desapareció de su tumba. Pero, claro, resulta muy obvio este rumor sobre el autor de la famosa escena de Hamlet en la que el príncipe danés habla con la calavera de su amigo: «¡Ay, pobre Yorick!».
En el año 2016, un equipo de investigadores usó un radar de penetración terrestre (de modo que no perturbaría los huesos de Shakespeare o activaría el maleficio) para ver si podían hallar alguna prueba de la presencia o ausencia de la calavera. Lo que encontraron fueron signos de una posible perturbación en el pasado en la zona de la tumba en la que estaría la calavera. Interesante, pero en ningún caso concluyente. Así que, hasta que alguien ignore el maleficio por completo y hurgue en los restos de Shakespeare para hallar respuestas definitivas, el tema de la calavera seguirá siendo un misterio.
El museo itinerante de lo paranormal y lo oculto
Greg Newkirk era un adolescente de Pensilvania que entraba en casas abandonadas con amigos en busca de fantasmas, pero lo que terminaban encontrando eran laboratorios de meta. Dana Matthews formó parte del elenco de un reality show paranormal de Canadá, llamado The Girly Ghosthunters, a principios de la década del 2000. Ambos se conocieron a través de sus páginas web rivales de caza de fantasmas. Finalmente, se casaron y abrieron el Museo Itinerante de lo Paranormal y lo Oculto.
Se hicieron con una pequeña colección de objetos malditos y embrujados, y empezaron a acudir a las distintas convenciones sobre sucesos paranormales. Lo llamaron Museo Itinerante de lo Paranormal y lo Oculto. El museo fue creciendo a medida que la gente les iba mandando objetos que querían (o necesitaban) sacar de sus casas y de sus vidas. Los Newkirk recurrieron al micromecenazgo para financiar el museo, y luego tuvieron el suficiente éxito como para que ahora se definan como «profesionales raritos». Tratan los objetos casi como a compañeros de piso y, a veces, incluso como a amigos. Los tienen expuestos en el salón en su casa de Covington, en Kentucky.
Les hacen ofrendas, les hablan, y se aseguran de que estén cómodos durante sus viajes a las convenciones; donde los Newkirk dan conferencias y dejan que la gente interactúe con esos objetos. Algunos de los más famosos que guardan en el museo son una figura de madera oscura de poco más de sesenta centímetros, llamada Ídolo de las Pesadillas. Recibe el apodo de Billy, y que como su propio nombre indica, es el encargado de quitar el sueño al que la posea. El otro objeto es el Espejo Negro, con el que varias personas afirmaron haber visto su propio cadáver descomponiéndose.
El Museo Itinerante de lo Paranormal y lo Oculto tiene muchos objetos extraños con historias extrañas. No parece que la gente esté dejando de mandar objetos a los Newkirk. Como una güija hecha con la tarima de una escena de un crimen, un cuadro que se tira desde la pared y, sí, muchas, muchas muñecas. Si quieres contemplar un ídolo que produce pesadillas o mirarte en un espejo malvado, ten cuidado. Probablemente viajarán a algún pueblo cerca de donde vives, con un maletero lleno de objetos malditos y embrujados.