‘Azul’: Los tres colores de Kieslowski (I)
Tres colores: Azul es la primera película de la trilogía de los tres colores de Krzysztof Kieslowski, cineasta polaco afincado en Francia en los 90. Esta trilogía, formada por Azul (1992), Blanco (1993) y Rojo (1994), hace referencia, por un lado, a la bandera de Francia, país que acogió a Kieslowski. Por otro lado, representa el lema de la República francesa: liberté (libertad), égalité (igualdad) y fraternité (fraternidad).
Kieslowski murió tan solo dos años después del estreno de la última parte de esta historia por entregas, en 1996. A pesar de anunciar su retirada del mundo del cine tras finalizar Rojo, estaba escribiendo un guion para adaptar la Divina comedia de Dante y transformarla en otra trilogía que llevaría por título Cielo, Purgatorio e Infierno. Lamentablemente, el mundo se perdió esta última creación del polaco, ya que antes de terminar la escritura falleció de un ataque cardíaco a los 54 años en su Polonia natal.
Es considerado el gran autor de la moral europeo. A pesar del éxito que cosechó con estos filmes, y con otros como La doble vida de Verónica, Kieslowski restaba mérito a su trabajo y negaba ser artista, afirmando ser “nada más que un artesano”. Tenía una concepción muy concreta del cine y carecía de pelos en la lengua que le impidieran hablar bien claro. Afirmó que el cine europeo “sólo podrá competir con el cine americano comercial cuando hagan su aparición directores tan grandes como Fellini o Bergman”.
Cuando anunció su retirada en 1994 dijo, “simplemente me voy, nada más. Mi retirada es la mejor forma de no caerme de lo más alto” y añadió: “Tengo muy buenos recuerdos del cine y voy a tener cada vez mejores recuerdos. El abandono es el mejor método para que esos recuerdos sean cada vez más agradables. ¿Que qué voy a hacer ahora? Vivir, voy a vivir”.
En Las Furias no nos da miedo el cine de autor, los directores con nombres impronunciables para el español o la versión original subtitulada. Es por ello por lo que, en las próximas semanas, vamos a estar analizando la trilogía de los tres colores de Kieslowski, su tributo a la bandera francesa y al lema de la República.
Tres colores: Azul
La trilogía se abre con este largometraje protagonizado por la fantástica Juliette Binoche. El color azul representa en este caso la libertad.
La historia da comienzo con Julie, su marido y su hija haciendo un trayecto en coche. En los primeros minutos de metraje sufren un accidente. El esposo, Patrice, un reconocido compositor, y la niña de cinco años, Anna, mueren, pero Julie sobrevive.
Malherida, despierta en el hospital y un médico le da la terrible noticia. El primer impulso de la protagonista es ir a una sala de enfermería y atiborrarse de pastillas para suicidarse. Pero, al metérselas en la boca, Julie se arrepiente. Las escupe y se va. Se arrepiente porque no quiere morir, quiere ahogar el dolor, acabar con él, pero no morir. La pérdida, el duelo, es el medio a través del cual Julie va a poder ser totalmente libre.
La joven va a recorrer todo un camino lleno de escollos y dificultades para alcanzar la liberación. De una manera que se podría considerar incluso macabra, Kieslowski dibuja un concepto de libertad que nace del dolor, la pérdida y el duelo.
La presencia del color
El color azul, como no puede ser de otra manera, está presente durante todo el metraje del filme. No está solo en los decorados o la ropa de los personajes, sino que tiene un peso real dentro de la trama. La habitación de Anna es de color azul. Julie ve una suerte de destellos azules mientras se oye una música y parece que esos flashazos le quieren indicar el camino.
Lo único que Julie conserva tras su gran pérdida es una lámpara, de color azul, que Anna tenía en su habitación. Este objeto tiene una doble vertiente. Por un lado, la mantiene pegada a su pasado y concretamente a su hija. Por otro, ejemplifica el concepto de libertad que Kieslowski nos quiere mostrar en todo momento.
El azul es un instrumento narrativo para esta cinta tan natural como el propio lenguaje audiovisual. Cuando este color inunda la pantalla, Julie está sola, en la piscina, por ejemplo. Es decir, cuando el azul está más presente es cuando la protagonista es más libre.
Ser libre a través del duelo
Paradójicamente, con la muerte de su marido y de su hija, Julie consigue ser libre. No tiene nada que la ate. No tiene una niña a la que cuidar, no tiene un marido al que rendir cuentas. Puede ir a donde quiera y hacer lo que quiera, tiene total libertad de movimiento y elección. De esta forma cruel y despiadada es como Kieslowski nos muestra la libertad. El concepto, además de manido y discutido por filósofos a lo largo de los siglos, es erróneo en muchas ocasiones.
Nunca somos del todo libres y, si lo fuésemos forzosamente, como le sucede a Julie, probablemente renegaríamos de ello y querríamos dejar de serlo cuanto antes. La libertad, como todo en esta vida, tiene una cara A, especialmente a nivel individual, pero también tiene una cara B, de la que casi nunca se habla, y que es profundamente negativa para muchos: ser libre implica, en cierta medida, estar solo. La protagonista va a abrazar la libertad con todas sus consecuencias.
En una de las escenas de este largometraje, Julie va a ver a su madre. Está interna en una residencia y tiene una enfermedad, probablemente Alzhéimer. Confunde a Julie con su hermana. La protagonista le habla del accidente, de la muerte de su marido y su hija. Le dice que su plan es no hacer nada: “No quiero posesiones, recuerdos, amigos, amor o ataduras. Son trampas”.
Azul: Desprenderse de todo
Y Julie cumple esto a rajatabla. Se deshace de todo, se muda a un piso pequeño, dejando atrás su casa. No quiere intimar con nadie verdaderamente y se ha desembarazado de todo lo material. Camina directa hacia la libertad, sin dudar. Pero, hay momentos. Uno concreto es aquel en el que se encuentra una persona sin hogar durmiendo en el suelo, se acerca para ver si está bien y el hombre dice: “Siempre hay que conservar algo”.
Y aunque parezca desprenderse de todo, Julie ha guardado algo de esa vida pasada, de esa familia que una vez tuvo. Es la lámpara, la lámpara con cristales azules, claro, que estaba en la habitación de su hija Anna. Ese objeto lo contiene todo, todos los recuerdos de Patrice y Anna. Contiene a la Julie de antes de: antes del accidente, antes del duelo, antes de la pena y antes de la libertad.
El final de la película, algo críptico, hace un repaso por los personajes de la historia, todos atados a algo: la enfermedad, el dinero, los remordimientos. Hasta la propia Julie parece dejar de abrazar la liberad alcanzada. Tiene la oportunidad de conseguir uno de los anhelos más humanos, pero ¿es esto lo que nos quiere contar Kieslowski, que no podemos ser libres aunque lo intentemos y se den las condiciones óptimas? Puede que sí, pero la conclusión no puede ser otra que la de que Julie se libera finalmente de lo que la trajo a esta situación, es libre de su vida anterior, de su dolor y ha superado el duelo.
Este es el primer escalón de la trilogía y última creación de Kieslowski. Hay mucho, mucho más que decir, pero nos lo reservamos para las futuras entregas que, como Azul, estarán llenas de sutilezas, delicadeza, detalles y, especialmente, de verdad.