‘Los cuatrocientos golpes’: el ciclo Doinel de Truffaut (I)
Trotando por el campo aparece Antoine Doinel. Tiene 12 años y acaba de escapar del centro de menores en el que lo ha metido su madre. Avanza no muy rápido, pero es constante. Ha despistado al guarda que lo seguía en su huida hacia ninguna parte y se encamina sin saber a dónde. Corre y corre y corre hasta que se acaba la tierra y divisa una playa. Nunca ha visto el mar y, sin detenerse, llega hasta el agua y hunde los pies en ella. Este es el final de Los cuatrocientos golpes (1959), el primer largometraje de François Truffaut.
En él nos presenta a su gran personaje, Antoine Doinel. Se trata de un álter ego del director, interpretado por un joven de 14 años, que más adelante se convertiría en su actor fetiche, amigo y camarada. Jean-Pierre Léaud era la persona de carne y hueso tras Doinel. Juntos se iniciaron en el mundo del cine entrando por la puerta grande y abriendo el festival de Cannes de 1959. De allí se fueron con el premio a la mejor dirección.
No se puede entender esta, ni ninguna de las cuatro piezas restantes del ciclo Antoine Doinel, sin conocer mínimamente la vida de Truffaut. Su infancia, sus relaciones con las mujeres, su pasión por la literatura, los problemas con su madre o su amor por el cine.
Entre las calles de Pigalle
Janine de Monferrand era una joven de 19 años, de clase acomodada, que vivía en el barrio parisino de Pigalle. A solas, y casi de forma clandestina, dio a luz un frío 6 de febrero de 1932. Al niño le puso François y se lo dio a una nodriza.
Pocos meses después, Janine conoció a Roland Truffaut, con el que se casó, y que no dudó en poner al niño su apellido. Comenzaba así a gestarse lo que más tarde se convertiría en una carrera prolífica en el cine para François Truffaut. Este es uno de esos casos en los que resulta imposible separar al artista de su obra.
El matrimonio Monferrand-Truffaut no quería que el pequeño interfiriera en sus planes de vida, por lo que François fue criado por su abuela hasta que esta murió cuando él contaba 10 años. Entonces le tocó vivir con su madre y Roland.
“Mi madre no soportaba el ruido, en fin, para ser más preciso debería decir que no me soportaba a mí. En cualquier caso, debía pasar desapercibido y quedarme sentado en una silla leyendo. No me permitían jugar ni hacer ruido, tenía que hacer olvidar a los demás que yo existía”, dijo Truffaut en una entrevista con Aline Desjardins.
La relación con su madre fue tortuosa y marcada por el amor-odio que ambos se profesaban. Janine no quería ser madre. Esto parece un hecho claro, y simplemente hizo lo que tuvo que hacer para que el joven Truffaut no malograra sus planteamientos vitales. Creció, así, desarraigado por parte de padre (del que no se supo nada) y de madre.
Comenzó a escaparse de casa. Muchas noches las pasaba con su amigo, Robert Lachenay. Cometió pequeños delitos y Roland acabó por entregarle a la policía e internarlo en un centro de menores. Sería André Bazin quien le ayudaría, ya siendo Truffaut un joven adulto, a librarse de ciertos problemillas con el ejército y a labrarse una brillante carrera en el mundo del cine.
Espectador clandestino
Los refugios de Truffaut serían la lectura y el cine. Fue, desde los 8 años de edad, un espectador clandestino que se colaba en las salas de cine y que era capaz de ver tres películas por día. También podía leer unos tres libros a la semana. A pesar de que abandonase la escuela siendo muy joven, fue un autodidacta en todos los aspectos y, quizá debido a esto, rechazaba lo intelectual. En su libro Le secret perdu (El secreto perdido) Anne Gillain dice que Truffaut huía del ámbito intelectualoide. Lo consideraba casi como un defecto.
Su cine no puede compararse, hasta cierto punto y especialmente en el contenido, con ese que hacían otros de sus coetáneos como Éric Rohmer o Jean-Luc Godard. Ninguna película de Truffaut implica los devaneos sesudos y filosóficos que se traslucen de filmes como Ma nuit chez Maud (1968) de Rohmer.
Parece ser que entre 1946 y 1956 Truffaut fue capaz de ver unas 3.000 películas. La influencia del cine americano comenzaba a llegar a Francia y, no es de extrañar, la relación de admiración que el cineasta francés profesaba a autores como Alfred Hichtcock.
Todo ello contribuyó a que en sus películas Truffaut se centrase más en la forma que en el contenido y que dedicase todo a los personajes, mucho más que a la historia en sí. Sus largometrajes siempre giran en torno al tema de las relaciones, en bastantes ocasiones de tipo romántico. Ejemplos de ello son La piel suave (1964), Jules y Jim (1962), La mujer de al lado (1981) o todo el ciclo Doinel que iremos desgranando aquí.
Incluso en películas como La noche americana (1973), sobre el mundo del cine y cómo se rueda, se da una especial importancia, y constituyen toda la trama, las relaciones entre el director y los actores, entre los intérpretes o con el equipo técnico. Más que versar sobre un rodaje, versa sobre las relaciones personales que establece el equipo.
Asimismo, su pasión por la lectura le llevó a adaptar algunas novelas a la gran pantalla. Prueba de esto son la ya mencionada Jules y Jim, Farenheit 451 (1966), Tirad sobre el pianista (1960) o Las dos inglesas y el amor (1971).
El triángulo Truffaut-Léaud-Doinel
Todo lo que se ha contado en este artículo sobre los primeros años de vida de Truffaut está reflejado, de uno u otro modo, en su ópera prima, Los cuatrocientos golpes. Truffaut dio con Jean-Pierre Léaud durante la audición para seleccionar al actor que interpretaría a Antoine Doinel.
Aunque Léaud tenía 14 años, su historia de vida se parecía a la de Truffaut. Era un joven desarraigado, problemático y descarado. A pesar de su edad, el cineasta francés le seleccionó para el papel y ambos acabaron transfigurándose, creando, lo que Paula Bonet llamó en su libro 813, sobre la vida y obra de Truffaut, un triángulo.
Truffaut, Léaud y Doinel vinieron a convertirse en la misma cosa. Doinel es el Truffaut de la ficción y Léaud es el encargado de darle vida a Truffaut en la ficción. La unión entre actor, director y personaje fue tal que llegaban a confundir a Truffaut y Léaud con la misma persona o a interpretar que eran padre e hijo. Jean-Pierre Léaud protagonizaría todo el ciclo Doinel, sus cuatro películas y el mediometraje de Antoine et Colette o el amor a los 20 años. Pero antes de eso le daría vida a un Doinel de 12 años en Los cuatrocientos golpes.
Esto, muy probablemente, ha influido el cine de uno de nuestros contemporáneos, Richard Linklater, que no ha dudado en llevar la técnica de Truffaut (la de usar a un mismo actor en una serie de películas) al extremo en obras como Boyhood (2014).
“Como yo, Antoine está en contra de la violencia porque implica confrontación. En lugar de utilizar la violencia, huye, no para evitar lo esencial sino para obtenerlo”, decía Truffaut. Y es que Doinel era un reflejo suyo, era una representación de sí mismo, creada para contar su historia.
Cómo narrar la propia vida
A diferencia de otros autores que se pierden al intentar narrar su propia vida (véase el más reciente ejemplo en Fue la mano de Dios, última película de Paolo Sorrentino), Truffaut tiene claro lo que es importante contar y lo que no, dentro del conjunto de la historia y a nivel narrativo.
De esta forma, Antoine se salta un día de clase y su excusa al día siguiente con el profesor es que su madre ha muerto. Esto está basado en las vivencias de Truffaut. Revelaba, no a un niño sin escrúpulos, sino a un joven que no tenía una buena relación maternofilial.
El problema de las autobiografías es que tendemos a pensar que los momentos que han sido significativos para nosotros a nivel emocional deben estar reflejados en la ficción. En muchos casos, cuando esos momentos se traducen al lenguaje audiovisual o literario, pierden sentido y no ayudan en nada a la trama. Tal es el caso del personaje de Luisa Ranieri en Fue la mano de Dios, si eliminamos a la tía Patrizia de esta obra de Sorrentino nada cambia en el devenir de las escenas del filme.
Seguramente todas las películas que vio y su despierto intelecto, su curiosidad, hicieron que Truffaut no cayera en el error en el que ha caído el autor italiano. Cogió de su vida lo necesario para contar la historia de un chico perdido y al que nadie parece querer prestar su ayuda. Los cuatrocientos golpes es, probablemente, la cinta más fiel a la vida de Truffaut, casi como ver un documental, ya que el resto de largometrajes de este ciclo Doinel se basan más en sus experiencias amorosas que en su historia de vida.
Los cuatrocientos golpes es una película tierna, dura, graciosa por momentos, pero profundamente melancólica. Es muy fácil empatizar con Antoine y es una verdadera delicia contemplar ciertos planos. Con casi toda seguridad, Los cuatrocientos golpes es una de las obras más complejas y emocionantes de la filmografía de François Truffaut.