Leopoldo María Panero, suave como el peligro: perfiles poéticos III
—Les digo que mi nombre es Leopoldo María Panero —insistió el joven, desde el suelo.
Su francés era correcto, pero revelaba un ligero acento extranjero.
La pareja de gendarmes se lo había encontrado así, al romper el alba, en un oloroso callejón a no mucha distancia de la plaza de Léon Serpollet. Sus pies renegridos carecían de zapatos. Por lo demás, vestía de traje y corbata, y no debía tener más de treinta o treinta y cinco años.
Hedía a vino barato, y mojaba con parsimonia un croissant en un charco de lluvia que se había acumulado en la acera la pasada madrugada. Una mezcla grisácea de polvo y agua le chorreaba por la barbilla tras darle otro bocado a su repugnante desayuno.
El hombre que decía ser Leopoldo María Panero afirmó estar en París en busca de asilo político, pues el presidente de su país estaba resuelto a matarlo. También balbuceó algo incoherente acerca de un manicomio, la CIA, y su padre volviendo de entre los muertos.
—Está usted completamente loco —espetó uno de los guardias.
El joven se defendió recitando de corrido un largo verso de Mallarmé: «Je demande à ton lit le lourd sommeil sans songes planant sous les rideaux inconnus du remords, et que tu peux goûter après tes noirs mensonges, toi qui sur le néant en sais plus que les morts.
—¿Podría hacer esto un loco, eh? —añadió.
Y después rompió a reír, y su risa era algo incómodo que arañaba los oídos.
A los guardias les invadió un escalofrío, muy a pesar de sí mismos. El hombre que decía ser Leopoldo María Panero se incorporó lentamente, sin dejar de reír su risa de animal tullido. Luego, dio media vuelta y echó a andar calle abajo con movimientos torpes, como alguien que ha estado mucho tiempo a cuatro patas o de cuclillas. Tras de sí dejó un rastro de pisadas negras de mugre y, acaso, de sangre (la suya o la de otro).
Y así es como salió a la mañana el hombre que decía ser Leopoldo María Panero.
Cómplices del verdugo
Tras haber repasado brevemente las vidas y la obra de Anne Sexton y Allen Ginsberg, nos disponemos a hacer lo mismo con el representante más conocido de los llamados Novísimos.
Conocida por el gran público gracias a dos películas estrenadas en 1976 y 1994, respectivamente, la historia de la familia Panero no deja indiferente a nadie. Como un Roderick Usher de carne y hueso, Leopoldo María fue el último de una estirpe de artistas e intelectuales para los que la vida y la literatura eran prácticamente lo mismo.
En el repaso de su intensa trayectoria vital intercalaremos hasta treinta y dos de sus poemas. Todos ellos aparecen leídos (lo mejor que hemos podido) al final del artículo.
Leopoldo María Panero nació en Madrid, el 16 de junio de 1948, hijo de Leopoldo Panero y Felicidad Blanc.
Leopoldo era natural de Astorga y fue un miembro destacado de la Generación del 36, un grupo de poetas que se quedaron en España después de la Guerra Civil. Durante el franquismo, ostentó diversos cargos que le obligaban a viajar mucho. Esto, sumado a su afición por la bebida y las salidas nocturnas, lo convirtió en un extraño en su propia casa.
Felicidad, por su parte, era miembro de la burguesía madrileña, actriz, y también escritora. Su vasta cultura, porte distinguido y actitud melancólica le otorgaban el aspecto de una mujer de otro tiempo, quizá del siglo XIX.
Junto tuvieron tres hijos. Juan Luis, el mayor, nació en 1941 y dejó a fecunda obra poética antes de morir en el año 2013 a causa de un cáncer. Moisés (“Michi”) nació diez años más tarde y ejerció como columnista en varios medios. Murió en 2004, presa del mismo mal que su hermano mayor. Leopoldo María fue el mediano de los tres, y el más conocido.
Niños extraviados
Como no podía ser de otra forma, la familia jugó un papel fundamental en su obra. A su padre se refiere siempre como una figura autoritaria, la mano que asfixia en El loco al que llama rey (1987), el esposo ausente y maltratador en La flor de la tortura (1983), con el que solo llega a reconciliarse (más o menos) en la muerte, esa muerte desde la que escribe el propio Leopoldo María en El beso de buenas noches (1980).
A su madre, por otro lado, dedica multitud de versos, algunos hermosos y otro terribles. Entre los primeros se encuentra A mi madre (reivindicación de una hermosura) (1987), en el que el poeta se dirige a ella como el niño eterno que es, aun a su forma aviesa y retorcida. Felicidad Blanc aparece en los textos de Panero como una prolongación de sí mismo, a veces (véase, de nuevo, La flor de la tortura) o como un objeto de deseo edípico. Ejemplo claro de esto es Bello es el incesto (1980), que deja poco a la imaginación.
A sus hermanos, Leopoldo María se refiere poco, si acaso veladamente. El mayor cumplido que les dedica, de hecho, es cuando los mete a ambos en el mismo saco que él, diciendo que “son todos niños muertos” en Pavane pour un enfant défunt (1979).
En dicho poema trata otro de sus temas predilectos: la infancia, la cual idealiza y distorsiona a través del cristal opaco por el que mira las cosas. No es de extrañar, por tanto, su fijación por la figura de Peter Pan. En un artículo anterior ya hablamos acerca de uno de sus cuentos, el Hortus conclusus, en el cual transformaba al niño eterno en el espíritu de la locura. Esta misma idea es la que ronda la prosa poética Unas palabras para Peter Pan (1967).
En Peter Punk (1989), combina su fascinación por el personaje más famoso de James M. Barrie con su propio complejo de Edipo, poniendo a su madre en la piel de Campanilla y llamándola “su princesa”.
Otro par de ejemplos de la poesía peterpanesca de Panero son Televisor anglo mejor que la realidad (1970) y Captain Hook (1992).
Héroes del fracaso
Leopoldo María Panero asistió al Colegio Hispano-Latino primero y al Liceo Italiano después. El segundo se encontraba (y se sigue encontrando) en la madrileña calle Agustín Betancourt, justo enfrente, curiosamente, de la casa donde Camilo José Cela escribió La colmena a finales de los años 40.
El pequeño Leopoldo María demostró un intelecto despierto desde muy joven, comenzando a escribir poesías a la temprana edad de cuatro años. Sus calificaciones eran notables, demostrando una inclinación natural (cómo no) hacia las letras.
En 1962 muere su padre a causa de una angina de pecho. Su entierro fue todo un evento en Astorga. Libre del Superyó freudiano, Leopoldo María comienza a mostrar su carácter díscolo. Con 14 años empieza a beber, a fumar, y vivir sus primeros amores. Por esta misma época, sus calificaciones escolares empiezan a bajar. Pese a esto, no deja de leer y consumir todo tipo de cultura (sintiendo predilección por la música y las películas de habla inglesa).
Todas estas influencias se dejan ver aquí y allá a lo largo de toda su bibliografía. Son muchos los poemas que dedica y en los que homenajea a sus héroes literarios: T. S. Eliot, Franz Kafka, W. B. Yeats, John Clare, Fernando Pessoa, Constantino Cavafis, etc. Entre ellos destaca, seguramente, Stéphane Mallarmé, al que dedicó Lo que Stéphane Mallarmé quiso decir en sus poemas (1990), representándolo con “una cruz en los ojos, y un escorpión en el falo”. Otra muestra de su admiración por el poeta francés es el corto pero contundente La destruction fut ma Beatrice (1994), en el que se ofrece a sí mismo como regalo para las moscas, reflejando a la perfección el espíritu de los malditos.
En cuanto a la cultura pop, Panero dedica poesías a personajes de la literatura pulp, el cómic y el cine tales como el Mago Mandrake, Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Flash Gordon, o el ya mencionado Peter Pan.
Una cuerda pendiente
Siendo todavía un adolescente, nuestro poeta conoció a Joaquín Araujo (quien llegó a ser un naturalista y escritor de prestigio). “Quini” le llevó a sus primeras tertulias literarias. Entre los contertulios, conoce a un buen número de simpatizantes de extrema izquierda y acaba por afiliarse al Partido Comunista de España bajo el pseudónimo de “Alberto” (por Camús, entendemos). Pronto comienza a asistir a diversos mítines y a participar en manifestaciones, siempre en compañía de Quini. Así como tiene sus primeros escarceos con la justicia, que terminarían por ser muchos.
Pese a que la poesía de Panero no es especialmente política, sí refleja sus puntos de vista en diversos poemas. Entre ellos, destaca Canto a los anarquistas caídos sobre la primavera de 1939 (sin fechar) y Edgar Allan Poe, o el rostro del fascismo (1990), en el que aprovecha la coyuntura para mentar a otro de sus grandes ídolos. El país en el que nació y su devenir político y social siempre fueron del interés de Leopoldo María, como refleja también, claramente, Himno a la corona de España (1990).
Terminado el Bachillerato, se matriculó en la facultad de Filosofía y Letras de Universidad Complutense de Madrid, En diciembre de ese mismo año, es detenido por repartir propagando comunista, y da con sus huesos en la cárcel.
En una tertulia literaria conoce a Pere Gimferrer, un poeta catalán tres años mayor que él. Huyendo de la persecución policial, Panero se muda con él a Barcelona, donde inicia una nueva etapa. Ahí crea un nuevo círculo de amigos en el que se encuentra Ana María Moix, también escritora. Leopoldo María se enamora perdidamente de ella. Ana María, sin embargo, lo rechaza.
La mano imposible
Tras este severo revés emocional, Panero vuelve a Madrid, aquejado de una profunda depresión que desemboca en su primer intento de suicidio. Tras un lavado de estómago, permanece un mes internado en el hospital. Este será el primero de muchos ingresos, como veremos. El amor y el desamor serían otro de los temas centrales de su obra, eso sí, a su forma. Su malditismo (que ya comenzaba a dar visos de enfermedad mental) unido al ejemplo que había visto de sus padres, le insuflaron un sentido trágico acerca de las relaciones: violentas, destructivas, e invariablemente catastróficas.
Aun así, esto no lo impediría escribir unos versos innegablemente bellos. Nos atrevemos a decir que A Francisco (1980) es uno de los poemas más hermosos escritos en castellano en la segunda mitad del siglo XX. En él, se describe la perspectiva de un nuevo afecto como la promesa al muerto de vivir de nuevo.
Pese a que su lectura puede aplicarse a ambos géneros, está dedicado a un hombre, sí. Y es que Panero mantuvo varias relaciones homosexuales a lo largo de su vida. La primera de ellas fue con Eduardo Haro Ibars, bisexual confeso y (sorpresa) escritor de versos. Con él es encerrado en la prisión de Zamora durante 4 meses (derivados de la de Carabanchel) por vender y consumir hachís en sus sesiones literarias. Durante su encierro, la pareja riñe y Leopoldo María vuelve a intentar suicidarse, esta vez por ahorcamiento.
Otro de sus amantes masculinos fue el cineasta Antonio Maenza, con el que tuvo encuentros esporádicos. Ya hemos mencionado el poema La flor de la tortura, en el que también se hacen claras alusiones al coito entre dos hombres.
Con Mercedes Blanco llegó a mudarse a París (gracias al dinero que le enviada Felicidad, su madre), hasta que la convivencia entre ambos se volvió insostenible. Ella admiraba al poeta, y no es para menos, pero el hombre era, no solo ingobernable, sino también delirante y potencialmente agresivo. Después de una de sus varias rupturas, de hecho, Leopoldo María fue a la casa donde vivía Mercedes y la inundó en venganza por su rechazo.
Marava Domínguez fue la última de sus parejas más relevantes (que se sepa). La conoció en Madrid en 1977 y su relación estuvo marcada por altibajos. Convivieron en París, también, donde Leopoldo seguía velando los vientos por Mercedes y escribiéndole cartas. Después de una larga ruptura, volvieron a coincidir en el madrileño barrio de Malasaña en octubre de 1983. Ella estaba embarazada de otro hombre, y ambos retomaron su romance brevemente entre ingresos del poeta en hospitales psiquiátricos.
Necrofilia (1980) es un poema en el que queda clara la (terrible) visión de su autor acerca de las relaciones amorosas y el sexo, el cual compara con el asesinato. Se diría que el único amor puro y verdaderamente virtuoso que concebía Panero era hacia la propia poesía, a la cual sitúa por encima de Dios en el ya mencionado Lo que Stéphane Mallarmé quiso decir en sus poemas.
Matando al pelícano
Si por algo es conocido Leopoldo María Panero es por sus devaneos con la locura, tanto en lo literario como en lo personal. Ya hemos hablado acerca de su primer ingreso tras intentar suicidarse a causa del rechazo de Ana María Moix. Una vez le dieron el alta, volvió a Barcelona y publicó su primer libro: Por el camino de Swan. Corría el año 1968, y Leopoldo María contaba con apenas 20.
Posteriormente, recayó en depresión y volvió a intentar matarse ingiriendo calmantes. Del Instituto Frenopático de Barcelona pasa a un costoso centro psiquiátrico, donde permanece siete meses. En este tiempo, y para irritación de los médicos, consume y trafica con marihuana entre los enfermos. Panero explica a su madre que el cannabis es lo único que alivia sus tormentos y le ayuda a concentrarse para escribir su próximo libro.
De vuelta en Madrid, prueba el LSD y lo mezcla con calmantes y barbitúricos. En 1969 realiza otro intento de suicidio, seguido de un nuevo ingreso en otra institución sanitaria. Intentando escapar de este descolgándose por una ventana con una ayuda de unas sábanas a modo de cuerda. Al partirse estas, Leopoldo María cae al suelo y se rompe la nariz, dándose a su rostro ese rasgo tan característico.
De ahí es trasladado al antiguo Hospital Psiquiátrico Francisco Franco, y luego al de Barcelona, donde recibe frecuentes visitas de sus amigos catalanes. Al salir, vuelve a matricularse en la universidad.
Por esta época, su vida da un importante vuelco al ser incluido en una antología poética centrada en las mayores promesas literarias de nuestro país. Su autor fue el crítico José María Castellet, el cual incluyó a Panero en su libro Nueve novísimos poetas españoles junto a Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, y sus dos amigos: Pere Gimferrer y Ana María Moix.
En el mismo año 70, Leopoldo María publica su segundo libro de poemas: Así se fundó Carnaby Street, con muy buena acogida por parte de la crítica. Con nuevos bríos, el poeta realiza un viaje a Cambridge (subvencionado por su madre, claro) para mejorar su inglés.
A la vuelva, Panero retoma sus actividades ilegales, adquiriendo un kilo de hachís en Barcelona y llevándoselo a Madrid. Ahí es detenido en una redada policial. En el parte realizado por los agentes, es definido como un invertido, así como un drogadicto habitual. Con semejantes apelativos es enviado al Psiquiátrico Penitenciario de Carabanchel, donde permanece un mes.
El desencanto
Cuando es liberado, Panero continúa bebiendo y escribiendo con igual profusión. Su madre sigue enviándole dinero, que invierte en un cargamento de opio para revender. El opio, sin embargo, resulta ser falso, y Leopoldo María vuelve a traficar con hachís para sacar dinero.
En 1973 publica Teoría, su tercer libro. Por estas fechas, frecuenta el pub Dickens con su hermano “Michi”. Es en este lugar de reunión de artistas e intelectuales que Paneo conoce al también escritor Luis Antonio de Villena, con quien frecuenta bares de homosexuales.
“Michi” entretiene a la concurrencia del Dickens con anécdotas de su familia. Es así como el cineasta Jaime Chávarri concibe la idea de rodar un cortometraje basada en su estrafalaria historia. Con el tiempo, dicho corto se convierte en la película El desencanto, producida por Elías Querejeta. La película es mutilada por la censura, extrayendo fragmentos enteros (como uno especialmente memorable en el que Leopoldo María confiesa que vendía cigarrillos a cambio de felaciones en el manicomio de Reus).
Así y con todo, la película se estrenó en septiembre de 1976, casi un año después de la muerte de Franco. El desencanto se tomó como una metáfora del declive del propio régimen franquista y levantó un cierto revuelo allá donde se proyectó.
Ese mismo mes, Panero publicó un libro de cuentos de terror: El lugar del hijo. Entre ellos, se encuentra el citado Hortus conclusus. Esta publicación coincide, asimismo, con la ruptura de Mercedes Blanco con el poeta, que termina vagabundeando por las calles de París y, posteriormente, Barcelona, donde es visto pidiendo limosna.
Una mosca en la pared
En junio de 1977, Adolfo Suárez es elegido presidente de la nación tras las primeras elecciones generales libres que se celebran en España desde 1936, y un año después se aprueba la constitución. Por estas fechas el deterioro mental de Panero continúa. Comienzan a ser frecuentes sus brotes psicóticos, salpicados por episodios de paranoia. En sus delirios, Panero imagina que el presidente Suárez ha puesto precio a su cabeza (concretamente, treinta mil pesetas) y que manda espías para vigilarlo doquiera de va. Esto último, en concreto, queda reflejado en su poema Himno de la espía (1980), el cual cobra un significado todavía más siniestro al tener en cuenta los paranoicos pensamientos del poeta.
Esto, sin embargo, no impide el comienzo de su etapa más prolífica como escritor. En 1979, de hecho, se publica el que quizá sea su mejor libro, Narciso en el acorde último de las flautas, seguido tan solo un año después por Last river together, otra obra para la posteridad. En el segundo están incluidos dos de sus poemas más conocidos, El noi del sucre (1980) y Dedicatoria (ídem), en el cual se define a sí mismo como “el rey de la agonía”.
A estas alturas, Leopoldo María es rechazado por la mayor parte de sus familiares y amigos, y no sin motivo. Al pintor Pancho Oruño, por ejemplo, intenta acuchillarlo en una ocasión; y en otra apaliza a Irene Ortuño, con la que estuvo ligada sentimentalmente. También es conocida una trifulca que mantuvo con el poeta Ángel Guinda en el “Universal”, el bar que regentaba su hermano “Michi” en el centro de Madrid.
Sus internamientos en hospitales psiquiátricos se hacen cada vez más frecuentes y largos. Permanece un tiempo en el Psiquiátrico de Leganés, donde todavía goza de bastante libertad para entrar y salir. En estas salidas, Panero continúa abusando del alcohol y otras sustancias. Lejos de remitir, sus paranoias aumentan en sucesivos internamientos, llegando a acusar a los enfermeros de querer envenenarlo con estricnina.
Entre la publicación de Last river together y el año 1986, publica hasta cinco libros de poesía, incluyendo dos antologías poéticas. En este periodo, su amigo Pere Gimferrer ingresa en la Real Academia Española de la Lengua, ocupando el asiento “O” mayúscula. Igualmente, su hermano Juan Luis obtiene el premio Ciudad de Barcelona por su propia obra poética.
A la vuelta de otro de sus frecuentes viajes a Tánger (para conseguir hachís), Leopoldo María se encuentra tan desmejorado que ingresa en el Hospital Psiquiátrico de Mondragón, en Guipúzcoa. Entre un internamiento y otro, vive a caballo entre la casa familiar de su madre, en Madrid, y la de un amigo suyo, en Zaragoza. Igualmente, continúa escribiendo y realizando recitales de poesía.
De vuelta en el psiquiátrico, escribe y publica Poemas del manicomio de Mondragón. En dicho libro trata ampliamente el asunto de la locura en poemas tales como El loco al que llaman rey, del que ya hemos hablado, y El loco mirando desde la puerta del jardín (1987).
El hombre que se mató sí mismo y otros fenómenos
Considerándose a sí mismo un ser marginal y entendiendo el fracaso como “la más resplandeciente victoria”, Panero empatiza con personajes esperpénticos a los que retrata en diversos escritos.
El Marqués de Sade es un personaje histórico al que dedica un poema homónimo (1973). También al Diablo, al cual se refiere como un rebelde incomprendido (como ya hicieran, en el siglo XIX, los poetas del Romanticismo), más honesto, en su temeridad, que el propio Dios o los ángeles desde su atalaya celestial. Ejemplo de ello es el poema Himno a Satán (1987), con el que el poeta se retrata aullando como una bestia salvaje bajo un crucifijo. Y continuando en esta línea de personajes mitológicos, en Le Bon Pasteur (1979), Panero declara sus simpatías hacia “la pesadilla”, personificación abstracta (y fantástica) de sus tormentos.
También inventaba versos a algunos resplandecientes fracasados de su propia invención. Uno de los primeros fue el hombre amarillo, un antihéroe acribillado a balazos en Matarratos (1970). También El hombre que sólo comía zanahorias (1980), un claro homenaje a Alfred Jarry y los dadaístas.
Pero si a un personaje fenoménico le ha dedicado poemas Panero es a sí mismo. El autoproclamado rey de la agonía prostituye su propia muerte en tres prosas poéticas fechadas en 1981: La llegada del impostor fingiéndose Leopoldo María Panero, El hombre que se creía Leopoldo María Panero, y El hombre que mató a Leopoldo María Panero.
Heroína (1992) es otro texto de clara inspiración autobiográfica, en el que el poeta se tacha de yonqui y describe su propia existencia como maloliente.
Entre otros sepulcros
En octubre de 1990 fallece Felicidad Blanc, la matriarca de los Panero. En su funeral, Leopoldo María intenta resucitarla, como si de un personaje de Edgar Allan Poe se tratase, mediante el ritual del boca a boca (dice). Este espectáculo abochorna a sus dos hermanos, Juan Luis y “Michi”, y les indica claramente hasta qué punto ha perdido el juicio.
De vuelta en Mondragón, Panero comienza a redactar Aviso a los civilizados, un libro de ensayos dedicado a su madre “rogando me perdone el monstruo que fui”. Desde este momento en adelante, la muerte cobra una importancia central en su obra poética (que no cesa). En Piedra negra (1992) realiza una súplica al “señor del mal” para que tenga piedad del cadáver incinerado de su madre, a la que define trágicamente como “la única mujer que he conocido”.
En un poema anterior, Dead flower through a worm (1979), escrito en inglés, el poeta se describe ya a sí mismo como un muerto, al igual que seguirá haciendo a lo largo y ancho de su fecunda bibliografía.
El 1992, la prestigiosa editorial Cátedra publica un recopilatorio de sus poemas. De esta forma, Leopoldo María Panero se convirtió en el primer poeta nacido después de la Guerra Civil en recibir dicho tratamiento por la mencionada editorial. Este hecho demuestra que, pese a que Leopoldo María nunca fue galardonado por ninguna institución, ha mantenido en propiedad el premio literario más importante: el interés inquebrantable de una multitud de lectores.
Dos años después, Ricardo Franco estrenó la película Después de tantos años, secuela de El desencanto. Esta película propiciaría la reconciliación de Leopoldo María con su hermano “Michi”, al que le unía (pese a todo) un profundo afecto.
En 1997, una década después de ingresar en el Manicomio de Mondragón, Panero se traslada por voluntad propia al Hospital Psiquiátrico Insular de Las Palmas de Gran Canaria (“el manicomio del Dr. Rafael Inglot”, como el poeta lo rebautizaría) . Aquí fue visitado por los músicos Carlos Ann y Enrique Bunbury para rodar el minidocumental Un día con Panero, estrenado en 2005.
Un año antes había fallecido “Michi”. Leopoldo María estaba convencido de que alguien lo había envenenado con una botella de alcohol intoxicado con (de nuevo) estricnina, “que es blanquita como la ginebra”. La realidad, sin embargo, es que “Michi” era diabético, y la causa más probable de su muerte es un infarto, consecuencia de dicha enfermedad.
En 2013, falleció Juan Luis a causa de un cáncer. Menos de un año después le siguió Leopoldo María, el 5 de marzo de 2014. Expiró mientras dormía en el mismo hospital de Las Palmas, por una insuficiencia cardíaca.
Teoría del temblar
Los que admiramos a Leopoldo María Panero procuramos no juzgarlo como persona (pues de este modo se le hallarían, sin duda, muchísimas faltas), pero sí como artista. Un artista de vasta cultura y provisto de una creatividad envidiable, cuya importancia literaria es ampliamente reconocida.
En su haber nos dejó decenas de libros poesía (muchos más de los mencionados en este artículo), así como varios cuentos y ensayos. José Benito Fernández publicó El contorno del abismo en 1999, la biografía de Panero de la cual he extraído la mayoría de los datos incluidos en este modesto perfil poético.
La lectura de los poemas podéis encontrarla aquí mismo:
En el próximo perfil poético repasaremos la figura del escritor norteamericano e. e. cummings, englobado en el contexto de la Generación Perdida.
Hasta entonces, os dejamos.
Abrazos furiosos.