‘La isla de Bergman’: el deleite de saborear el cine más honesto
La directora sueca Mia Hansen-Love estrena en cines La isla de Bergman, su último filme. Una obra de arte que fluye sola con el devenir de la narrativa perfectamente construida. Un juego metafílmico hermoso donde reluce una oda a la cinematografía y, en particular, al aclamado trabajo del gran director Ingmar Bergman.
En 1988 Giuseppe Tornatore hizo que la audiencia se sentara ante la pantalla del cine provocando que las lágrimas recorrieran las mejillas de las personas espectadoras sin posibilidad de frenarlas. Cinema Paradiso no solo narraba la historia de aquel personaje que vivía dentro del propio cine. Sino que construía una audiencia que terminaría por amar al cine del mismo modo que el protagonista.
El sentido de este arte como tal se ha ido perdiendo, desafortunadamente. La capitalización de absolutamente todo, incluso de lo/as propio/as cineastas y sus películas, ha ido desdibujando el verdadero sentido del cine. Ya en su momento la Nouvelle Vague quiso poner un alto a lo comercial. Sin embargo, la evolución del capitalismo y la comercialización de todo es irrefrenable.
Jonás Trueba, hace pocas semanas, estrenó Tenéis que venir a verla (2022). Un reclamo a esa vuelta a las salas. Al disfrute real de una obra audiovisual, en el escenario adecuado. Esto es algo que Mia Hansen-Love ha querido reflejar en su última película. Consiguiendo transmitir una reflexión conmovedora sobre el verdadero sentido del arte, y en particular de la cinematografía. Sin desprestigiar otro tipo de cine, pero poniendo en valor aquel que se encuentra bajo su sombra. Esa transmisión de emociones. Esa construcción de personajes redondos e historias con alma. Los impulsos frente a lo racional. Lo espontáneo frente a todo lo que está planificado.
La Isla de Bergman, además, presenta un elenco actoral espléndido. Donde destacan las dos incuestionables protagonistas Chris y Amy. Encarnadas de forma sobresaliente por Vicky Krieps y Mia Wasikowska respectivamente. Dos grandes actrices, perfectas en su interpretación. El lugar de rodaje, la hermosa isla de Farö en Suecia. Lugar de fallecimiento del gran cineasta sueco y escenografía de muchas de sus películas.
El cine sueco se funde en un abrazo intergeneracional hermoso
En esta película, el cine bebe del cine. La directora contemporánea Mia Hansen-Love mira a uno de los referentes en la historia de la cinematografía, y además coetáneo. Ingmar Bergman fue uno de los cineastas más aclamados, tanto en su época como en la actualidad. Un gran maestro del cine más desgarrador. El que retrata el alma de los personajes y hace relucir los aspectos más oscuros de estos. Y es que como él mismo afirmaba: “Lo que hace fascinante al cine es que evita el intelecto y se dirige directamente al consciente y al subconsciente”(…)”no hay arte que, como el cine, se dirija a través de nuestra consciencia diurna directamente a nuestros sentimientos, hasta lo más profundo de la oscuridad del alma”.
La cineasta, en contraposición, con películas como Primer amor (2011), El porvenir (2016) o Maya (2018) esboza las entrañas de sus personajes desde otra perspectiva. Con una cadencia narrativa similar, la directora desnuda a cada una de sus protagonistas – la mayoría mujeres -, desde una perspectiva más dulce y contemplativa.
Sin eliminar los aspectos oscuros e imprescindibles para dar forma a un personaje redondo, se observa un foco más esperanzador o, simplemente, sincero, de los sentimientos que afloran desde lo más hondo. Sus películas, sin duda, son historias de personajes y de emociones. De la afectividad que más acerca a la audiencia a la pantalla, hasta poder atravesarla para caminar de la mano de cada protagonista.
En La Isla de Bergman, este abrazo emotivo se funde junto al cine de Bergman. Llevando a cabo un homenaje hermoso e inexorable del séptimo arte, incluso más allá del propio cineasta sueco. Este último, sirve como hilo conductor de la trama principal. Así como de la oda que la directora hace al cine en general.
La Isla de Bergman: Luces, sombras…y acción
La última película de Mia Hansen-Love está enmarcada en el género del metacine. Aquel donde hay una inmersión del cine dentro del cine. Donde diversos universos diegéticos van confluyendo en un juego metafílmico hermoso.
Esto es algo que diversas películas han llevado a cabo en los últimos años. Black Bear (Lawrence Michael Levine, 2020) es una de las más reseñables. Donde se construye una narrativa excelsa en torno a las presiones de los rodajes. Así como los conflictos personales y profesionales que chocan en un mismo punto. Esto es algo que la directora sueca también lleva a cabo en su filme. No obstante, lo hace desde una perspectiva mucho más reflexiva que estremecedora. Eliminando cualquier subida de tono o de discusión. Poniendo el foco central en las emociones a flor de piel. En las lágrimas que recorren la mejilla de las protagonistas. O incluso todo aquello que callan, pero perfectamente transmiten.
En La Isla de Bergman, todo gira en torno a las luces y sombras de las personas. Vidas que nunca pueden ser ni blancas ni negras, sino grises. Vidas llenas de matices que son las que realmente aportan valor y sentido.
Todo esto, además, se presenta de forma que se funde con la propia ficción. Realidad y ficción quedan unidas de forma indivisible por un fino hilo que las separa. Porque, ¿hasta qué punto puede una artista separar su vida personal de la profesional? ¿Es posible escribir un guion sin dejar una pequeña parte de ti reflejada en este?
La serie de Bergman Secretos de un matrimonio (1973), tal y como se dice en la película, causó múltiples divorcios. Explicitando así el gran poder que el cine tiene sobre la sociedad. Serie que, además, ha sido actualmente adaptada por Hagai Levi. Añadiéndole a esta nueva versión, el aspecto metafílmico que muestra los entresijos de las creaciones audiovisuales.
Un subtexto con una profundidad tan honda como las emociones que transmite
Dentro de esta reflexión sobre la no-separación entre realidad y ficción, se incluye otra mucho más profunda. De forma sutil y subyacente a la trama, se plantea la idealización de lo/as artistas. Esa idea que la audiencia se va formando en su cabeza al consumir su obra. Y que, ¿podría cambiar al conocer su vida personal?
Recientemente se ha estrenado la película de Elvis (Baz Luhrmann, 2022). Un relato alrededor de una figura tan aclamada como polémica. Una estrella del rock cuya relación con las mujeres era explícitamente misógina. Con frases del tipo “traigan a las vírgenes” y similares. Sin embargo, su música sigue copando los altavoces, e incluso corazones, de miles de personas. ¿Habría que juzgar las creaciones artísticas por la vida personal de quien las crea? ¿Hay una idealización exagerada hacia los personajes públicos? ¿Debería haber cierta coherencia entre la vida personal y lo creado? Debate candente y muy en boga con figuras como las de Johnny Deep, Amber Heard o incluso Woody Allen.
Pero más allá de cualquier subtexto crítico, la película de Mia Hansen-Love es puro deleite. Una obra cinematográfica de valor inestimable que sumerge a la audiencia en una travesía única por el séptimo arte. A través de unos paisajes que dejan enmudecida. Pudiendo sentir en la piel el frío del agua donde las protagonistas se bañan. Una experiencia kinestésica hermosa que hace bailar a la audiencia con el vaivén de cada emoción plasmada.