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‘La edad de la ira’: las distintas miradas que construyen una historia

La miniserie La edad de la ira, estrenada en Atresmedia adapta la novela homónima de Nando López. Creada por Lucía Carballal y Juan María Ruiz Córdoba, en ella se aborda la etapa de la adolescencia, así como el sistema educativo español, el acoso y la diversidad de identidades y orientaciones sexuales. Una hibridación de temáticas comunes, desde una perspectiva peculiar.

Uno de los aspectos más originales de la teleserie es la división de los capítulos. Cuatro personas protagonizan la obra. Cuatro capítulos abordan la misma línea temporal desde sus distintas perspectivas. En este sentido, se pone en valor el escuchar las distintas versiones de los acontecimientos. Cuando se habla de diversidad e inclusión, es esencial incluir las distintas voces implicadas. La edad de la ira (2022) aborda el asesinato de un hombre, presuntamente a manos de su hijo Marcos. E incluye las distintas caras de un prisma que van dando forma a lo ocurrido.

Un prisma cuadrangular y el papel imprescindible de cada cara para el sustento de la historia

La historia del asesinato es contada jugando con las elipsis temporales. Sin embargo, la línea temporal narrada se repite en cada episodio, desde el punto de vista de cada protagonista. En el primer capítulo es Sandra la narradora. El primer vistazo que tenemos hacia lo ocurrido es desde los ojos de ella. Encarnada por una acertada Amaia Aberasturi. Actriz española que ya estuvo nominada a Mejor Actriz Protagonista por su brillante papel en Akelarre (2020). Con la presente serie sigue su línea más feminista en las representaciones. En este caso, se esboza el rol de la mujer adolescente desde una perspectiva de género correcta. La cual aborda su sexualidad de forma natural. Esto es especialmente relevante en la etapa adolescente, la cual es base fundacional del futuro desarrollo personal.

Amaia Aberasturi en La edad de la ira.
Amaia Aberasturi en La edad de la ira.

En el segundo episodio es Ignacio (Carlos Alcaide) el que acompaña a la audiencia por la trama. El hermano mayor de Marcos, el presunto asesino de su padre, encarna uno de los roles masculinos más estereotípicos. Esa masculinidad que sigue los pasos del padre maltratador para no decepcionarlo.

A continuación, es Raúl (Daniel Ibáñez) el que cuenta su versión. Un personaje que rompe con los moldes normativos de la masculinidad. Encarnando un rol de género que destruye las expectativas de la audiencia, demostrando que los prejuicios son solo eso, prejuicios. Construcciones sociales que etiquetan a las personas sin considerar la genuinidad y valor de cada experiencia vivida.

Finalmente, se presenta la visión de Marcos (Manu Ríos). El presunto asesino de su padre. Con este personaje, se cierra el círculo y se pone a la audiencia en el lugar del joven. Rellenando los huecos que creaban más enigma en las anteriores versiones. Cambiando el punto de vista, y situándose en la piel de la persona que sufre las opresiones, tanto externas como internas. Tanto conscientes como inconscientes.

Daniel Ibáñez, Manu Ríos y Amaia Berasategui en La edad de la ira.
Daniel Ibáñez, Manu Ríos y Amaia Berasategui en La edad de la ira.

La edad de la ira: la tendencia al alza de la representación adolescente en las obras audiovisuales

Recientemente, el panorama audiovisual ha estado permeado de imágenes que dibujan la etapa adolescente. Incluso la industria Disney ha estrenado su última película Red (2022) sobre el paso de la adolescencia a la madurez adulta. En el ámbito español, series como Élite (Netflix, 2018-), Merlí (TV3, 2015-2018) y su secuela universitaria Merlí: Sapere Aude (Movistar+, 2019-), han hecho una radiografía de la adolescencia y el ámbito escolar/universitario bastante atractiva para la audiencia. En otros ámbitos como el estadounidense, Euphoria (HBO, 2019-) o Sex Education (Netflix, 2019-) son creaciones audiovisuales que han tenido un gran éxito entre la audiencia adolescente, e incluso adulta. Temáticas como la diversidad de orientaciones e identidades, así como las drogas o el sexo, son transversales en todas ellas.

La edad de la ira.
La edad de la ira.

La peculiaridad de La edad de la ira reside en el formato. La construcción del relato se sale de las narrativas más comunes. Algo que también es destacable por la presentación en cuatro episodios. En una línea neoliberal y preparada para la audiencia más joven. Brindando la posibilidad de tener una historia con principio y fin, que pueda consumirse en poco tiempo. Esta línea también se observa incluida en los propios diálogos. Con expresiones cercanas a las generaciones más jóvenes que les acerca e incluye en la historia narrada.

La diversidad identitaria y sexual y el acoso escolar

Uno de los inconvenientes de la representación esbozada reside en las connotaciones negativas. En la teleserie se plantea una crítica evidente hacia la homofobia, transfobia y cualquier tipo de opresión y discurso de odio. No obstante, en las obras audiovisuales, la forma de narrar importa. Y en este caso, el relato se construye entorno a una narrativa negativa. Repleta de odio y violencia. Relacionando así la homosexualidad con la ira. La adolescencia con la agresividad. Generando una imagen sobre el colectivo repleta de connotaciones peyorativas. Por otro lado, también es común la imagen del padre maltratador y la figura de la madre. Un retrato bastante maniqueísta sobre la evolución de la adolescencia y el ámbito familiar y educativo que le rodea.

Manu Ríos y Carlos Alcaide en La edad de la ira.
Manu Ríos y Carlos Alcaide en La edad de la ira.

Respecto a los aciertos, este espacio brindado a las distintas voces es particularmente relevante por el sector etario que aborda. La tercera edad, así como la infancia y adolescencia han sido grupos que han estado normalmente relegados al silencio y la invisibilidad.

La nueva serie de Atresmedia se sube al tren de la tendencia de las representaciones de la adolescencia en pantalla. También se suma a los tropos comunes que la rodean: la violencia, las drogas y el sexo. Aunque con un rasgo que le brinda el brillo más esperanzador. La amistad. En este caso, esa relación y amor que no se puede etiquetar, es la protagonista que tiene mayor peso en la serie. Un triángulo de amor fresco y libre que se aleja de las imágenes más fetichistas y extravagantes. Brindándole la posibilidad a la adolescencia de reconocerse, reivindicar su identidad, y madurar como una persona adulta segura de sí misma.