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Crítica de ‘La casa del caracol’: Avivando la llama

La casa del caracol es la ópera prima de la directora Macarena Astorga bajo la producción de Filmax. El guion está basado en la novela del mismo título, escrita por Sandra García Nieto. La película nos cuenta la historia de Antonio, un escritor que viaja a un pueblo aislado de Málaga para escribir una novela. Conforme descubre los secretos de sus habitantes decide investigar más y transformar lo que va descubriendo en las líneas de su novela.

Si toda ópera prima es por sí misma un acto heroico, el caso de La casa del caracol lo es todavía más, ya que a punto de comenzar el proceso de producción se inició la crisis sanitaria desencadenada por el Covid-19.

Lecturas de guion por videoconferencia y reescrituras de la parte final del guion en los últimos momentos antes de comenzar el rodaje del film dejan ver una directora que no se amilana ante los problemas y lucha hasta el final por levantar sus proyectos.

Paz Vega y Javier Rey a las órdenes de Macarena Astorga en La casa del caracol
Paz Vega y Javier Rey a las órdenes de Macarena Astorga en La casa del caracol.

La casa del caracol hereda las formas y desarrollos narrativos del cine de terror de los años 80, aunque sin intención de renovarlos. Esta herencia la encadena en exceso, ya que en cuanto detectas el referente narrativo principal ya conoces como va a terminar la película.

Este aspecto juega en contra de la intención de La casa del caracol porque diluye el impacto de los puntos de giro por mucho que se fuercen los aspectos técnicos y estéticos del film, de nuevo, sin ofrecer formalmente nuevas fórmulas.

Pueden haber SPOILERS.

La brasa y el fuelle

Podríamos decir que, Macarena Astorga sopla con el fuelle una brasa de la que no logra sacar llama. Cada instante está forzado desde todos los campos técnicos y artísticos, intentando asignar transcendencia a lo que se muestra sin lograrlo.

En momentos sin una transcendencia dramática real se fuerza el diseño sonoro, la estética de cámara con planos presencia y movimientos nerviosos, la interpretación actoral fuera de tono, etc.

Todo el repertorio del fuelle soplando la brasa aparece de repente, como un pack de recursos que se repite en cada instante que se quiere inflar el film por encima de sus posibilidades dramáticas. Todo un repertorio que, además, ya lo hemos visto en los años 80 y 90.

El guion está constantemente sobredimensionado mediante recursos técnicos y artísticos. Desde el primer momento con el primer plano de la anciana tuerta, hasta la escena del cura diciendo una frase en la que acaba cargando una escopeta. Quedándose completamente quieto mientras la cámara se acerca en un travelling in contrapicado absolutamente artificial. O las formas interpretativas de los actores en el momento que fuerzan a beber al protagonista.

Carlos Alcántara
Carlos Alcántara.

Por encima de cualquier recurso utilizado para sobredimensionar la dramaturgia aparece el diseño sonoro, cayendo con enorme facilidad en la exageración y mostrando su máxima artificialidad desde momentos tempranos del film, sin pensar en una progresión evolutiva entre los picos máximos de tensión narrativa.

A nivel estético La casa del caracol muestra una factura digna. El estilo de iluminación siguen la línea del terror clásico de los 80 y 90, jugando con la sombra y el contraste como principal aliado.

La ambientación nos localiza en la España rural de los años 70. Berta (Paz Vega) refleja la mirada curiosa hacia la modernidad de la ciudad mientras el resto del pueblo se aferra a la desconfianza que conllevan los secretos y las supersticiones.

Paz Vega.

El contexto que envuelve la historia resulta atractivo para plantear una historia de terror de formas reconocibles en cuanto al género puro al mismo tiempo que local en cuanto a sus particularidades.

La casa del caracol: El precio de los excesos

El problema de los subrayados técnico-artísticos excesivos a lo largo del film es que cuando aparece un instante de verdad intenso, como es la muerte de la niña. Volver a aplicarlos es como pasear por tierra quemada.

Desde momentos tempranos de la película ya se nos ha mostrado el repertorio de recursos y se han repetido varias veces, por lo que cuando de verdad podrían tener sentido reforzando la dramaturgia ya no tienen efecto en el espectador.

Javier Rey y Pedro Casablanc en La casa de Caracol.
Javier Rey y Pedro Casablanc en La casa de Caracol.

Entre todo este sobredimensionamiento dramático aparece un instante de brillo en el film, que es cuando el protagonista (Javier Rey) se da cuenta de lo que está pasando en realidad.

En este momento aparece una cadena de flashbacks innecesarios volviendo al hipersubrayado narrativo, pero cuando acaban aparece un conflicto interno destacable en el personaje protagonista.

Por un instante el film se hace interesante y quieres ver más. Aparece un personaje real, con conflictos internos, que se siente desbordado por la situación. Pero inmediatamente se esfuma este destello y volvemos al tratamiento de personajes de terror serie B con su correspondiente persecución por el bosque.

A nivel interpretativo encontramos muchas frases lanzadas buscando subrayar una emoción. De nuevo, un punto de sobredimensión aparece constantemente en el tono actoral. Buscando dejar muy claro al espectador cual es la intención detrás de cada frase.

En los personajes hay capas, es cierto, pero al buscar que en cada instante quede un aspecto emocional muy claro impide mostrar las diferentes capas al mismo tiempo. No hay hueco para la ambigüedad desde este enfoque interpretativo. Las diferentes capas de los personajes no se muestran en un mismo instante, sino que las capas se plantean una detrás de otra como compartimentos estancos.

Y al final: El final

El final del film roza el “todo era un sueño” tan prohibido en la escritura de guion. Desde el fracaso de este planteamiento en La mujer del cuadro (Fritz Lang, 1944) muchos han intentado propuestas narrativas de estas características y pocos han conseguido salvar la situación.

El problema es que el espectador sienta que La casa del caracol lleva más de una hora contándole una mentira. Que le has hecho identificarse con personajes y situaciones que al final ni siquiera existen en la propia historia que le estás contando. Como si toda la narración contada se desvaneciese de repente.

En el film, aparece un plano de una cicatriz en el brazo tratando de dejar abierto un punto de ambigüedad, pero resulta insuficiente para superar el escoyo y acaba siendo un bandazo tramposo de “ahora sí, ahora no”.

En definitiva, el film sobredimensiona sus propias posibilidades dramáticas de forma artificial, basándose en formas interpretativas fuera de tono y recursos técnicos exagerados y repetitivos. Además, la herencia narrativa y formal del cine de terror de los 80 resulta tan clara que es fácil conocer cómo va a terminar la película antes de que aparezcan conflictos narrativos interesantes.

Elvira Mínguez.

Sin embargo, el film tiene la corrección suficiente para tener cierta cabida en el mercado, atrayendo a diferentes rangos de espectadores. Además, las condiciones en las que la directora ha hecho posible que La casa del caracol llegue hasta las salas comerciales es digno de halago, a pesar de los problemas que pueda presentar el film.

Estreno en cines el 11 de junio.