‘Jumbo’, un cuento de hadas moderno y arriesgado
Erika Eiffel se enamoró de la Torre Eiffel. Su historia de amor con el gigante de hierro parisino acabó en boda. Esta es la historia real que inspiró a la directora y guionista belga Zoé Wittock para dar forma a su sorprendente y luminosa ópera prima: Jumbo. Estrenada en Sundance, y después de pasar por la sección “Generation Kplus” de la Berlinale, llega al Festival de Sitges y nos cautiva. ¿Es posible enamorarse de una de las máquinas de un parque de atracciones? Pues parece que sí. Y no solo eso.
Jumbo, el complicado equilibrio entre realidad y fantasía
Jeanne es una joven tímida e introvertida a la que poco o nada le interesan las idas y venidas habituales de la gente de su edad. Le molesta el mundo que le rodea y no siente que encaje en la vida que le ha tocado vivir. Es solitaria y disfruta de ello.
Jeanne, interpretada de forma magistral por la actriz Noémie Merlant, es una muchacha muy sensitiva a la que le encanta crear réplicas de atracciones de feria en su habitación. Se siente fascinada por las luces, los cables, los repuestos y las bombillas. De noche, trabaja como limpiadora en un parque de atracciones cercano a su casa. Su madre, una camarera desinhibida en las antípodas emocionales de Jeanne, siente que su hija necesita encontrar a un hombre, pero ella encuentra mucho más atractivas las luces, las bujías y el aceite de engrasar de una atracción recién llegada al parque.
Jeanne se siente fascinada por la nueva máquina. Cada vez pasa más tiempo íntimo junto al aparato y comienza a sentir cómo se comunica con ella a través de parpadeos luminosos y movimientos acompasados. La atracción inicial que siente hacia la máquina va transformándose en una pasión romántica que no encuentra límites racionales. La obsesión de Jeanne por la máquina, a la que llama Jumbo, crece día a día. Pero, claro está, nadie entiende el “amor” que Jeanne siente por la máquina. ¿Logrará la fantasía imponerse a la realidad?
Jumbo y su particular universo sí nos convence
La película Jumbo escarba en la objetofilia, la atracción que sienten algunas personas por los objetos, no únicamente de manera física, sino también de forma emocional y sexual. Pero Jumbo no trata de hacer un análisis psicológico de lo que les ocurre a las personas que sienten este tipo de atracción. Más bien nos invita a adentrarnos en la historia a través de la emoción, dejando atrás cualquier prejuicio sobre a quién o a qué (en este caso) se puede amar.
Como comentábamos al comienzo del artículo, la película está basada en una historia real, la de Erika Eiffel, lo que ayuda al espectador a entrar en el universo que crea Zoé Wittock, desprovisto de cualquier mirada inquisitoria o compasiva.
Jumbo es un lugar en el que soñar con los cuentos de hadas y las historias de amor imposibles. Una mezcla de realismo mágico, surrealismo y realidad absurda en la que la propia máquina es un personaje más dotado de emociones y personalidad propia. Una película que hay que ver. La disfrutarás en toda su complejidad y en toda su sencillez.