John Cheever: cuentos de un mundo derrumbado
No disimular nada ni ocultar nada, escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad.
John Cheever.
Así empiezan los diarios de John Cheever. Toda una declaración de intenciones desde la intimidad, casi para sí mismo y así es como lo hace. Entra hasta el hueso mismo de la realidad, lo agarra y lo enseña, para que todos lo veamos.
Para contextualizar un poco, John Cheever fue un cuentista americano, probablemente de los mejores a la hora de contar con precisión ciertas tragedias y también, por qué no, los atisbos de esperanza. Ecos de Salinger en esto, aunque lo hace con una voz que puede parecer más fría, más lejana. Tras un largo recorrido fue finalmente reconocido por su literatura, aunque lo perseguía la pesadilla de perderse en el olvido. Sin embargo, siempre estuvo publicando en diferentes revistas, entre ellas el hogar de los grandes escritores, The New Yorker. Conocía bastante bien esos espacios, esos lugares y exigencias vitales de las que hablaba.
Para llegar un poquito más al corazón de esas historias que cuenta quizá tengamos que entender la voz de la que venían. Los diarios dan buena cuenta de ello, los cuestionamientos literarios, la bisexualidad no reconocida, el alcoholismo que lo atormentaba. John Cheever perteneció a esa clase media que retrata en sus relatos, esa aparente clase media feliz, pero perseguida por las sombras.
John Cheever: el gusano en la manzana
Y así es como en sus cuentos se mete en territorio peligroso, historias de luces y sombras, de amor y miseria de esa clase media, de aquellos que vivían persiguiendo el sueño americano, los de las vidas casi felices, las familias perfectas, el mundo pulcro y brillante. Pero detrás de todo eso, los dolores, los anhelos, las frustraciones. Esos lugares tan limpios y estupendos levantados sobre un suelo inestable, donde la más mínima grieta hace que se tambalee; y justo ahí es cuando entramos en las entrañas de la realidad. Se exponen las vergüenzas, dolor y felicidad, amor y miseria, sin disimular nada.
Sus cuentos a veces parecen una búsqueda de ese gusano en la manzana. Independientemente de los distintos escenarios que nos encontramos se repite de alguna forma esa búsqueda de lo que no encaja, la grieta, lo que desentona. Sin ir más lejos esta búsqueda obsesiva la explica muy bien el relato que titula justo así, El gusano en la manzana donde la voz narrativa busca en una de esas familias el fallo, el error, lo que está mal, la oveja negra. E insiste, ya vendrá, ya aparecerá el gusano en la manzana, porque se sabe que ahí está aunque nadie lo vea.
Los contextos son terribles. Recuerda en cierta forma a la sonrisa de los anuncios brillantes y motivacionales. Todo este mundo pulcro, de cócteles, de aquel que parece vivir bien, con buenas casas, jardines y que se puede permitir una fiesta ostentosa a la semana. La felicidad queda fuera pero porque momentáneamente el deseo se congela, uno cree que lo tiene todo porque a su alrededor todos los demás parecen felices.
Y sin embargo, todo parece estar continuamente en crisis, con una tensión no dicha y situaciones que están siempre a punto de derrumbarse.
Adiós, hermano mío y La radio monstruosa: Comunicaciones rotas
Los personajes de sus historias parece que se relacionan entre ellos como a trompazos, las comunicaciones están rotas, los vínculos se mantienen colgando de un hilo. En Adiós, hermano mío, por ejemplo, la mirada de uno de los protagonistas está observando siempre cuidadosamente ese entorno en el que se encuentra, vemos la tensión del sujeto en el ambiente, en el contexto, como si de alguna forma se repelieran y en esta situación, se separara de la familia.
No hay ningún tipo de comunicación que los pueda llevar al entendimiento pese a que algo late ahí de fondo, una esperanza, la luz del afecto, del vínculo. Era como dejar escapar entre los dedos la arena sin poder sujetarla.
De una manera casi cruel a veces expone las vergüenzas, el secreto oculto, y los mundos que tanto se empeñan en mantener se desmoronan. Todo acaba siendo una mentira, un baile de máscaras.
A veces es amargo, a veces tierno, tanto por lo que se dicen los personajes como por lo que no se dicen, y esa ternura contenida entre tanto despegue emocional. Esta enfermedad de la melancolía, de las relaciones rotas, de lo turbio casi, lo contagia todo, se mete en todas partes.
La radio monstruosa por ejemplo, donde la pareja acaba cayendo en aquello de lo que quiere distanciarse y remarcar que ellos no son así, que no les pasará igual que a los demás. Hay un análisis en este caso bastante esclarecedor de los barrios con estupendas familias, desenmascara el cinismo, se mete sin pudor ninguno en la intimidad, la parte tierna que se esconde pero que ni en sus momentos de mayor vulnerabilidad, llega a comunicar el afecto.
La radio monstruosa es un altavoz de personas que desentonan, los desviados, los extraños del mundo correcto. En los mundos de John Cheever, el que se desvía y llama la atención no pertenece a esa homogeneidad estable que promete la felicidad. Se queda fuera, para bien o para mal.
John Cheever: un mundo en ruinas
“La belleza misma del mundo parece derrumbarse, sí, incluso el amor” escribiría Cheever, sin embargo mantenía esa especie de esperanza en la salvación por la literatura. Es una visión atravesada por esa experiencia vital de un mundo destruido que no reconoce su estado. Y así, en sus relatos son muchos los que no quieren ver lo que los rodea y se agarran a la pulsión que aún tiene de la vida donde parece que ya todo está muerto. El nadador, La radio monstruosa también, La geometría del amor que es durísimo o Reunión donde en apenas tres páginas dibuja con precisión la tragedia que no se quiere aceptar.
Sin embargo, insisto, hay esperanza en John Cheever. Tiene personajes que se empeñan en salvarse, a veces no viendo lo que tienen delante de los ojos o queriéndose a agarrar al rayito de luz que entra en una habitación oscura. ¿Es reconfortante por momentos? Puede ser, puede que a veces enseñe la patita la esperanza. De ahí la ternura, el intento por salvar lo que queda en medio del fracaso bien vestido.
Imagen de portada: Ilustración de Juan Pablo Martínez.