Las lecciones de Joan Didion sobre el duelo y el dolor en ‘El año del pensamiento mágico’
“El Hombre Roto vivía en aquel cajón. El Hombre Roto era como Cat llamaba al miedo y a la muerte y a lo desconocido. He tenido una pesadilla con el Hombre Roto, decía. No dejéis que me coja el Hombre Roto. Como venga el Hombre Roto, me agarraré de la tapia y no dejaré que se me lleve”. Este es un fragmento de una novela de John Gregory Dunne, Dutch Shea Jr., publicada en 1982.
Además de escritor, guionista e intelectual estadounidense, John era el marido de Joan Didion y el protagonista de su libro El año del pensamiento mágico (2005), un ensayo, o crónica extensa si se prefiere, sobre el dolor por la pérdida de un ser querido, sobre el duelo.
Queramos o no, el Hombre Roto va a venir a vernos y, a menos que seamos los primeros (cosa que nadie nunca piensa), se va a ir llevando a todos los que nos rodean. Creando pequeños vacíos llenos de nada a nuestro alrededor. Porque hay muchas cosas que tienen solución, de hecho todas, en mayor o menor medida la tienen, salvo una. La propia naturaleza humana, el fin de ciclo, es lo único contra lo que verdaderamente no se puede luchar.
Estamos esperando sin esperar a ese Hombre Roto que nos llevará hacia territorio inexplorado. Hacia esa no-existencia que provoca escalofríos y pavor cuando uno se detiene a pensar en ella, pero ¿qué pasa con los que se quedan?
Joan Didion y su diatriba sobre el duelo
Diciembre de 2003 fue un momento muy complicado para la escritora Joan Didion. Su hija, Quintana, se encontraba ingresada en el hospital por una neumonía derivada de una gripe que se había complicado en exceso. Las Navidades no se habían presentado precisamente bien, pero el azar, ente macabro y sarcástico donde los haya, tenía preparada una sorpresa final antes de que terminase el año.
El 30 de diciembre de 2003, tras volver a casa después de ver a su hija, en coma en ese momento, mientras Didion y su marido, el también escritor John Dunne cenaban, a este último se le colapsó una arteria, sufrió un ataque al corazón y murió minutos después en un hospital de Nueva York.
De pronto, en un instante, la vida de la autora se hacía añicos y estos caían como copos de nieve sobre su cabeza, dejándola noqueada. Preguntándose dónde, cuándo, cómo y, especialmente, por qué.
La posición de Didion no solo era la de la esposa que perdía a su marido tras 40 años de vida en común, sino la de la madre que no puede llorar esa pena con su hija porque esta está en el hospital inconsciente y ni siquiera sabe que su padre ha muerto.
Es de este modo como la periodista nos introduce en su año del pensamiento mágico, su año de duelo, soledad, rabia e incomprensión. El año en el que el Hombre Roto, al que su marido había descrito en una de sus novelas, había ido a verla y le había dejado el regalo del dolor.
Superar la pérdida (o no)
La reacción de Didion a la muerte de John fue la respuesta natural ante el dolor. En su proceso de duelo, siendo una mente analítica como era, empezó a buscar información sobre la muerte, funerales y la respuesta de la mente y el cuerpo ante el duelo.
Didion menciona varios textos científicos acerca de esto. Entre ellos, el escrito de 1940 de Melanie Klein, El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos, que dice: “La persona que experimenta el duelo está de hecho enferma, pero como su estado mental es tan común y nos resulta tan natural, al duelo no lo denominamos enfermedad. […] Debo decir que durante el duelo el sujeto atraviesa un estado maníaco-depresivo modificado y transitorio y lo supera”.
Joan tiene problemas con ese “y lo supera”. ¿Cuándo se supera? ¿Cómo se supera? Creo que la autora estadounidense estaría de acuerdo conmigo en el pensamiento de que la muerte de un ser querido no se supera nunca. Se sobrelleva, se aprende a vivir con ese vacío, deja de doler tan punzantemente como al principio, pero jamás se puede superar, porque esa persona no es reemplazable con otra. El vacío del que no está siempre irá con uno. En lo malo y, sobre todo, en lo bueno. Por no poder compartir ciertos momentos de felicidad.
La periodista explora el mundo del duelo, no solo por estar sumida en él, sino por los estudios que realiza en torno. Es consciente de que el shock hace que se le olviden cosas, que cometa errores, que su mente esté en otra parte, pero nunca en el presente con los demás. También, durante su relato de esos meses, evoca los recuerdos de su vida en común con John y Quintana. Sus viajes a Hawái, su vida en California, su casa en Nueva York, el último viaje a París con John, un mes antes de la muerte de este.
El peso del tiempo
No sabría decir si es recomendable leer este libro si la muerte de un ser querido está muy reciente. Seguramente pueda ayudar a muchos a ver las cosas de otro modo, a sentirse comprendidos. Hay que tratar el texto con cautela si se está en una situación tal de vulnerabilidad, pues hay ciertos pasajes que brillan por ser certeros, pero también por su crudeza.
Cuando muere alguien cercano quieres detener el tiempo. Cada día, cada mes y cada año, señalan que esa persona no está. Que con el discurrir de la vida se va alejando cada vez más de uno. Los recuerdos se difuminan y ya no se está tan seguro de ciertas anécdotas.
Por eso, hacia el final de El año del pensamiento mágico, Didion se sincera: “No quiero terminar el año porque sé que a medida que pasen los días, a medida que enero se convierta en febrero y febrero dé paso al verano, pasarán ciertas cosas. La imagen que tengo de John en el instante de su muerte se volverá menos inmediata y menos cruda. Se convertirá en algo que pasó en un año distinto. Mi noción del mismo John, de John vivo, se volverá más remota, más difusa, desdibujada, transmutada en lo que sea que sirva mejor para vivir sin él.”
Es encomiable cómo la escritora se abre en canal y no pone reparos en compartir, sin duda, el peor momento de su vida con todo aquel que la quiera leer. Es de una generosidad brutal e, imagino, que muy terapéutico para ella misma.
Quintana se recuperó, pero no tardaría en fallecer. En 2005, un año y unos meses después que su padre, la joven moría y su madre también le dedicaba un libro, Noches azules.
El pasado 23 de diciembre de 2021, la propia Joan murió a los 87 años de edad. Tuvo una vida de película, por lo que ella misma deja intuir en relatos como El año del pensamiento mágico, y feliz. Las tragedias se le empezaron a suceder al inicio del nuevo milenio, como para compensar el resto de cosas buenas.
En este libro Didion ha hecho un regalo especialmente a aquellos que han pasado por una pérdida de este tipo. Su relato rebosa espontaneidad, sinceridad y vulnerabilidad. Asimismo, en su conclusión deja un gran aprendizaje y se trasluce su resignación, pues sabe que cuando pasa el Hombre Roto ya no hay nada más que hacer, salvo asumir las consecuencias. Para poder seguir en el mundo de los vivos hay que dejar ir a los muertos, “dejar que se los lleve el agua”.
Imagen de la portada: (c) Paula Bonet.