‘Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles’, la mejor película de la historia que derriba los cánones cinematográficos
Según la encuesta mundial que publica Sight and Sound cada década, la película de Chantal Akerman de 1975, Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, es la mejor película de la historia. Con esta decisión, sigue creciendo la presencia de mujeres directoras entre las populares listas. Visibilizando su trabajo. Y en particular, en este caso, el de una cineasta brillante y genuina en su forma de narrar.
Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles. Un nombre y una dirección. La mujer protagonista de la cinta. Así como el lugar donde vive. Porque el argumento puede resumirse así. Porque no hay más artificios. El personaje y los espacios son las mayores virtudes del filme. Así como de la cineasta.
Jeanne es una mujer viuda con un hijo. La cual se prostituye para poder mantenerlos a ambos. Su día a día se reduce a las tareas de la casa, hacer la compra, hacer la cama, ponerle la cena a su hijo… El día de la persona espectadora que se sienta a observarla, se enriquece durante esas más de tres horas anodinas de la vida de Jeanne Dielman. Chantal Akerman tiene la gran habilidad de convertir tres horas de metraje en una experiencia trascendental que, para nada, se hace larga.
Muchas películas hablan sobre feminismo, reivindican el papel de la mujer, etc, pero pocas ponen la cámara frente a una mujer y, simplemente, dejan su vida fluir ante los ojos del público hasta hacerle sentir todo aquello que ella siente. Incluso sin pronunciar palabra.
El canon eurocéntrico da un vuelco con esta nueva decisión. Múltiples experto/as sitúan, finalmente, a una mujer como directora de la mejor película de la historia. Dejando Vértigo (1958), de Hitchcock en un segundo puesto, seguido por Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). Y gracias a esto, esta joya cinematográfica resurge y resuena en los oídos de un público que, quizás, ni siquiera antes sabía quién era la portentosa cineasta belga, Chantal Akerman.
Jeanne Dielman, o cuando el feminismo era perfectamente plasmado en pantalla sin necesidad de etiquetas
La directora belga Chantal Akerman nunca se reconoció a sí misma como feminista. Sin embargo, aunque no utilizara dicha etiqueta, su cine era feminismo con mayúsculas. Un grito ahogado de reivindicación para aquellas mujeres que necesitaban respirar. Eso es Jeanne Dielman. Al igual que lo fue su primer cortometraje en 1968 Saute ma ville. Una pieza experimental de inestimable valor que bien se descubre como pilar que afianza la cinta del 75.
Esa asfixia doméstica dentro de la cocina. Esa cárcel cotidiana que encerraba – y en algunos casos sigue encerrando -, a las mujeres en la cocina. Como resquicio que refleja el mayor trabajo que llevan a cabo las mujeres amas de casa.
Una de las mejores secuencias de la película tiene lugar en dicha cocina. Con la protagonista sentada frente a la cámara. Pelando patatas. Con cada pequeño gesto, la colosal actriz Delphine Seyrig llena toda la pantalla y absorbe a la persona espectadora. Poniéndola en la piel de la protagonista. Y llevándola con ella en su vaivén de emociones tan calladas como palpables.
En ese punto de inflexión donde Jeanne parece que empieza a notar sobre sus hombros el peso del patriarcado que la encierra entre esas cuatro paredes. Lo cual provoca que su perfección y precisión a la hora de realizar las tareas cotidianas empiece a tambalearse. Construyendo así, la directora y guionista, una evolución narrativa de la protagonista, tan sutil como bestial.
Al igual que el resto de la filmografía de la cineasta belga, todo recae en los detalles. Así como en la construcción y tránsito entre los espacios. Cada secuencia está perfectamente cuidada para retratar piezas cinematográficas espléndidas. Con la mínima incursión de la realizadora. Sin una posproducción ostentosa. Ni diálogos complejos. Si no, simplemente, situando la cámara ante la protagonista durante largos minutos. Dejando que el público recorra cada rincón de las estancias. Para envolverlos en su atmósfera de una forma brillante. Convirtiendo los aspectos más sencillos, en aquellos más virtuosos de todas sus películas.
Jeanne Dielman, una mujer viuda de mediana edad atrapada en lo cotidiano
La protagonista, Jeanne, está atrapada en su cotidianidad. Se levanta, prepara el desayuno a su hijo, hace la cama, sale a comprar, hace de comer… Cuando se levanta al día siguiente, todo vuelve a comenzar. El público es testigo del hastío que ella debe soportar durante su vida. Incluso compartiendo la misma angustia y ansiedad que la protagonista comienza a sentir poco a poco. Tras el paso de las horas. Algo que apenas se aprecia. Pero que es perfectamente transmitido gracias al prodigioso manejo de la cámara y las elipsis temporales de Chantal Akerman. Así como el colosal trabajo de la actriz Delphine Seyrig.
Esta, saltó a la fama con la cinta El año pasado en Marienbad (1961) de Alain Resnais. Uno de los directores más relevantes de la Nouvelle Vague. Junto a otros como Godard o Agnès Varda. En esta misma época donde surgió esta ola francesa, aparece la película de Akerman. La cual dialoga con películas de dicho movimiento como Vivre sa vie (Jean-Luc Godard, 1962). O la extraordinaria pieza de Varda Cleo de 5 a 7 (1962). En ambas, la mujer es la protagonista. Especialmente en la película de Varda se pone el foco en sus emociones. En su arco narrativo. En un día en la vida de ella.
Sin embargo, la cinta de Chantal Akerman se aleja de las tramas más elaboradas. De los puntos de giro o los argumentos dramáticos. Para acercarse a un cine más contemplativo. Tal y como hizo en su anterior cortometraje La habitación (1972). Donde trabajó de forma excelsa las elipsis temporales. Algo que ha seguido construyendo en su largometraje. Trabajando de la mano con su usual compañera en la dirección fotografía, Babette Mangolte. Secuencias como las de este cortometraje, así como su estilo cinematográfico, han sido referenciados y homenajeados en numerosas ocasiones. Como se puede ver recientemente en la impecable ópera prima de Charlotte Wells Aftersun (2022).
Jeanne Dielman, de Chantal Akerman, uno de los engranajes imprescindibles del cine moderno
Sin Akerman no existiría mucho del cine actual. De esa nueva filmografía que vuelve a explorar la contemplación. El realismo más crudo y paciente que se presenta ante la vista de un público ávido de acción y respuestas. Pero que solo encuentra un espejo en el que verse reflejado. O, simplemente, una travesía introspectiva por la construcción de la agencia identitaria y los espacios. Donde lo personal, es incuestionable político. Porque incluso que se te quemen las patatas por cocerlas demasiado, es un acto político y reivindicativo. Pero sin artificios. Ni ostentaciones narrativas. Sino desde la precisión y el cuidado. Desde la espera.
Porque la protagonista se sienta a esperar. A esperar que llegue el momento de su siguiente tarea. De su próxima visita. O simplemente, a esperar que la vida de un vuelco. Que el patriarcado de repente deje caer esas cuatro paredes que coloca a su alrededor para asfixiarla. Convirtiendo las tareas domésticas en una explotación laboral más. Donde la explotación del cuerpo de la mujer no solo se reduce a la prostitución. Y donde, además, se reclama el hecho de que las violaciones, también existen dentro del trabajo sexual. Al igual que dentro de la pareja. Con todo esto, la película de Chantal Akerman erige unos alegatos muy potentes y estremecedores. Sin tan siquiera decir nada.
Las listas de mejores películas no son más que eso. Listas. Sin embargo, algunas decisiones hacen tambalear unas estructuras que necesitan ser bombardeadas. Nombrar Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles como mejor película de la historia también es un acto político. Un cine que se sale de lo normativo en todos los aspectos. Desde lo argumental hasta lo estético. Así, se pone en el foco la película de una gran cineasta como Chantal Akerman. Reconociendo el valor de su cine experimental, artístico y – aunque no le gustara la etiqueta -, indudablemente feminista.