La ‘Insolación’ de Emilia Pardo Bazán o cómo era estar cachonda en el siglo XIX
Aproximarse a esos autores que muchos se afanan por llamar clásicos puede acongojar. Uno nunca sabe realmente lo que se va a encontrar entre las páginas de un libro hasta que está inmerso en la lectura. Da igual que la sinopsis sea en ocasiones casi tan larga como la novela y que hasta la destripe. Por ello, normalmente, los clásicos sorprenden, porque no eran tan arduos de leer como parecía, porque no eran tostonazos infumables y aburridos, sino casi lecciones de vida. Insolación, de Emilia Pardo Bazán, es un buen ejemplo de eso.
Lo lógico, más fácil o más inmediato habría sido empezar a leer a Emilia Pardo Bazán (1851 – 1921) por Los Pazos de Ulloa. En el camino de búsqueda hacia algo fresco, innovador que leer se cruzó, no obstante, una novelita corta que la escritora sacó a la luz en 1889 y que tiene por escenario las fiestas de San Isidro en Madrid. Insolación fue, en su época, tildada de historia pornográfica, pero sabiendo cómo era doña Emilia, seguramente esto le importó un bledo.
Insolación: El sofoco de la verbena de San Isidro
La novela nos habla de un verano tórrido en el que acompañamos a Francisca Asís, marquesa de Andrade, en su estadía en Madrid, donde va a huir de los nublos de su terra galega. Asís tiene treinta y pocos, una hija ni mayor ni pequeña y está viuda. Es una mujer respetable, que se codea con la alta sociedad madrileña y reconocida, especialmente, por su decencia.
Así es que en estando de visita en la casa de una amiga también de alta alcurnia, se topa con Diego Pacheco, un gaditano algo zascandil y conocido por su gusto por el género femenino. Asimismo, en esta tertulia está Pardo, amigo de Andrade y también gallego, que se convierte en el antagonista de Pacheco y que tiene una visión singular de cómo es España, tan singular que merece la pena reseñar aquí:
“De los Pirineos acá, todos, sin excepción, somos salvajes, lo mismo las personas finas que los tíos; lo que pasa es que nosotros lo disimulamos un poquillo más, por vergüenza, por convención social, por conveniencia propia; pero que nos pongan el plano inclinado, y ya resbalaremos”.
Pardo representa la decencia descreída que solo asegura las apariencias, mientras que Pacheco, en principio, es ese salvaje del que habla el gallego.
Coincide que, yendo una mañana a misa, la marquesa se cruza con el de Cádiz y, sin saber bien cómo, y siendo 15 de mayo, acaban en la ermita de San Isidro para oír allí al cura y después comer en un merendero.
Es este el comienzo de una relación del todo indecorosa para la época en la que vamos a ir de la mano de ella para descubrir sus devaneos de sesos y la desestabilización que el affaire acaba por generarle.
La culpa fue del sol
La marquesa no está acostumbrada a mezclarse con la gente humilde y, otra cosa no, pero las fiestas de San Isidro son del pueblo. El olor de los buñuelos, los churros, la manzanilla y las cigarreras inunda en una ola densa la popular pradera donde todavía hoy se reúnen los madrileños a festejar al santo (o hacer botellón).
Al principio Andrade está recelosa y tiene calor, pero la comida y el vino que bebe de más acaban haciendo que pase un buen rato antes de que llegue el mareo fatídico de la borrachera.
La novela comienza al día siguiente de este suceso, que más adelante se nos narra como un flashback. Es decir, Emilia sitúa el inicio del relato en el momento en el que la marquesa se despierta con una resaca mortal y un remordimiento que le sube por el esófago y la garganta hasta hacerle regurgitar lo acontecido el día del santo.
Asís le echa la culpa al sol. Ella, siendo gallega, no está acostumbrada ni al sol ni a la farra. El gaditano, en cambio, sí y la ha llevado por mal camino. El sol ha sido el culpable de ese dolor de cabeza y ese malestar al que ella no está hecha.
Lo cierto es que el sol, la insolación que sufre esta mujer todavía en edad de merecer no es otra cosa que una calentura en la parte baja del vientre. Vaya, que la protagonista, la señora marquesa, está cachonda.
En su monólogo interno, quizá en parlamento con su propia resaca, la marquesa hace y deshace sus propios argumentos:
“No andemos con el sol por aquí y el calor por allá. Disculpas de mal pagador. Te falta hasta la excusa vulgar, la del cariñito y la pasioncilla… Nada, chica, nada. Un pecado gordo en frío, sin circunstancias atenuantes y con ribetes de desliz chabacano. ¡Te luciste!”
El humor que destila la trama, especialmente este inicio in medias res, es desternillante y descarado. La autora no se corta un pelo y despotrica a gusto de su protagonista, mostrando el efecto implacable que tiene el qué dirán en la marquesa.
El porno del siglo XIX
La Pardo Bazán se sirve del sol, de la calentura y la pasión que este incita para no hablar claramente de que su protagonista necesita echar un polvete. A pesar de los remilgos, de que gran parte de lo que acontece entre la pareja es insinuación (si bien en ocasiones resulta explícita para la época), en su momento se catalogó a Insolación de obra pornográfica.
Leída hoy puede resultar hasta naif, teniendo en cuenta la apertura sexual imperante desde hace décadas en esta España de salvajes, según Pardo. Como siempre, hay que poner las cosas en su contexto y, está claro, que en el siglo XIX hablar del deseo femenino no era común y asustaba a hombres y mujeres por igual.
Por eso el desconcierto de Andrade, las negativas a Pacheco y sus sentimientos pasionales hacia él, pero no poder resistirse cuando está cerca y arrimarse al árbol que más cobija.
Algunos han tildado a esta historia como uno de los primeros alegatos feministas de la literatura española. Lo que está clarísimo, es que la Pardo Bazán, a pesar de sus títulos nobiliarios y su tendencia a la derecha en lo político, era feminista y tenía amantes sin importar lo que en las altas esferas se dijera de ella.
El relato es bastante psicológico, el narrador se cuela en las estancias y la vida de la protagonista para empaparse de todo y contárnoslo. Sabe muchas cosas y hay otras que se calla por resultar, no indecorosas, sino innecesarias para comprender de qué se nos está hablando.
Una de las conclusiones de esta obra es que poco o nada se puede hacer cuando el deseo sexual, ese tan normalizado en el hombre del siglo XIX, pero no así en la mujer, es irrefrenable. Es decir, en parte se le da la razón a ese planteamiento que al inicio de este cuento disgrega el otro gallego.
Además de unas cuantas proclamas feministas, en las desventuras sexuales de Andrade y su amante también hay algo de lucha de clases. Los tórtolos deben ir a arrullarse a sitios que están a las afueras de la ciudad y que ocupan gentes del todo diferentes a ellos. La marquesa va poniendo poco a poco los pies en la tierra y abriendo su foco más allá de las aburridas veladas de compromiso con sus conocidos del barrio de Salamanca.
Insolación: todo un descubrimiento
Esta novela es un acierto para aproximarse a Emilia Pardo Bazán. Su extensión no es muy amplia, no llega a 150 páginas. El lenguaje rico, pero no pedante, las reflexiones de unos personajes que realmente cobran vida entre las hojas y el hilar perfectamente las escenas para mantener al lector con los ojos pegados a las palabras, hacen de este cuento algo muy disfrutón.
Estando en verano, con estas olas de calor que no nos dejan respirar, quizá lo que menos apetezca sea arrimarse a alguien, pero siempre puede hacerse de la mano de esta trasgresora historia que no puede dejar indiferente a nadie que conozca el contexto en el que se coció.
No podemos despedir este artículo si no es con una cita de Insolación que destila la certeza para que la veamos con total claridad:
“Hay en nosotros anomalías tan raras, contradicciones tan absurdas… Y a la vez cierta lógica fatal. En esto de la simpatía sexual, o del amor, o como usted guste llamarle, es en lo que se ven mayores extravagancias. Luego, a los caprichos y las desviaciones y los brincos de esta víscera que tenemos aquí, sume usted la maraña de ideas con que la sociedad complica los problemitas psicológicos. La sociedad…”.
Foto de portada: cartel de la adaptación al teatro de Insolación.