Hortus conclusus: El jardín de Leopoldo María Panero y Peter Pan
En 1976 se publicó por primera vez “En Lugar del Hijo”, libro de cuentos de uno de nuestros poetas malditos. Entre ellos, se encuentra “Hortus conclusus” una curiosa revisión del mito de Peter Pan. Os invito a meteros en este tenebroso jardín. Su entrada no cuesta dinero, tan solo vuestra cordura.
Permitidme que os aburra un poco con una historia personal, para empezar. Leopoldo María Panero ha sido uno de mis autores favoritos desde la universidad. Imaginaos mi sorpresa cuando me enteré de que había terminado el bachillerato a apenas trescientos metros de la casa de mi abuela paterna, en el Liceo Italiano de la calle Ríos Rosas; enfrente, además, del edificio donde Camilo José Cela escribió “La Colmena”, y a tiro de piedra de la Residencia de Estudiantes donde se conocieron Lorca y Dalí. Madrid, que conforma un mapa literario excepcional…
Una vez aireada mi mitomanía, me bebo una tilita, y me pongo con lo importante.
En el nombre del hijo
Leopoldo María Panero nació en Madrid el 16 de junio de 1948. Su padre era natural de Astorga, en León, y uno de los poetas más reconocidos de la llamada Generación del 36. Decir que Panero tenía daddy issues sería quedarse corto. Para conocer más acerca de la truculenta historia de su familia recomiendo leer “El Contorno del Abismo” de José Benito Fernández, o ver “El Desencanto” de Jaime Chávarri y “Después de Tantos Años” de Ricardo Franco.
Leopoldo María Panero completó sus estudios entre Madrid y Barcelona, e inició su carrera como poeta a los 20 años con “Por el camino de Swan”. Desde entonces (y hasta el día de su muerte, en 2014) acumuló una extensa bibliografía que le valió una gran consideración literaria, así como un lugar de honor entre el conjunto de escritores bautizados como los Novísimos.
Además de poemas, firmó libros de ensayos, cuentos, y prosas poéticas, así como un buen número de traducciones. Una de las obras que tradujo fue “Peter Pan y Wendy”, de James Mathew Barrie. Panero estaba completamente obsesionado con la figura de Peter Pan (obsesión que comparto, y me parece de lo más cuerda y natural).
Leopoldo Pan
A este emblemático personaje dedicó varios escritos, entre ellos, uno dirigido a su gran amor frustrado, Ana María Moix. “Unas palabras para Peter Pan” se encuentra en su libro “Así se fundó Carnaby Street” e incluye, a modo de cita, un fragmento parafraseado del final de la novela de Barrie.
“No puedo ir ya contigo, Peter. He olvidado volar. Y Wendy se levantó y encendió la luz: él lanzó un grito de dolor”.
Peter Pan y Wendy
Panero fue un poeta maldito, condición que le acompañó desde el Psiquiátrico de Mondragón hasta el de Las Palmas de Gran Canaria. Para la literatura, sin embargo, no perdió nunca un ápice de lucidez.
Además de con Peter Pan, tenía fijación con “les poètes maudits” (Rimbaud, Verlaine, Mallarmé…), la poesía modernista americana (T. S. Eliot, William Carlos Williams, e. e. cummings…), y los escritores surrealistas franceses. Entre estos últimos, destaca Antonin Artaud, poeta, dramaturgo, y actor.
De una mezcla de todas estas influencias nace el “Hortus Conclusus”, con algo de “La Voz Maligna”, el cuento de la escritora británica Vernon Lee. El “Hortus” fue concebido como el guion de una película de unos quince minutos, en blanco y negro, con una atmósfera de pesadilla que recuerda en algo a “La Coquille et le Clergyman”, del propio Artaud. Su redacción es tan detallada y literaria, sin embargo, que puede leerse como un cuento en prosa.
Encendemos el viejo proyector de cine de nuestra imaginación. Suena el “Allegro Misterioso” de Alban Berg y nos encontramos a las puertas de un misterioso jardín. Un hombre delgado y con el pelo cano, cortado a cepillo, nos espera fumando un cigarro. Leopoldo María Panero nos extiende una mano fría, con las puntas de los dedos amarillas a causa de la nicotina. Nosotros la cogemos, y nos adentramos con él en el “Hortus Conclusus”.
El país que no existe
Ahora, ¿no deberías ser tú, Peter, quien me contase historias, quien me hiciese comprender todo esto?.
Hortus Conclusus
El texto está escrito minuciosamente, pero de manera tan alegórica que puede someterse a múltiples interpretaciones. Intentaré exponeros las mías sin hacer demasiado el ridículo.
La narración comienza en la calle Bloomsbury. La luz crepuscular difumina las formas en derredor, ahogándolas en marcados claroscuros. Wendy, seguida por sus dos hermanos y un perro, atraviesa un muro que da paso al jardín cerrado que precede a (lo que parece ser) la casa de los Señores Darling.
Adentro, el Señor Darling entretiene a sus invitados en el salón, tocando el piano y entonando un aria. Los niños pasan de largo y suben a su habitación. En el suelo se dibuja la sombra de Peter Pan, al tiempo que se escucha una misteriosa voz en off que murmura «Oh, déjame entrar».
Seguidamente, aparece el propio Peter, luciendo como estamos acostumbrados a verle representado en ilustraciones y películas, pero arrastrando una espada inusitadamente grande. Wendy sale al jardín con él, donde observan las estrellas. La imagen (según se nos describe en el papel) corta entonces al País de Nunca, un desierto de luz, sin horizontes, salpicado aquí y allá por distintos escenarios (como un cuadro de De Chirico): el árbol del verdugo, el reino de las flores que hablan, los restos del campamento indio, etcétera.
Todos los habitantes del lugar han sufrido una muerte violenta o se arrastran por entre la mierda, como animales descerebrados. Wendy permanece impasible, o acaso moderadamente curiosa, ante todo lo que observa. Cuando los niños extraviados le aciertan con una flecha, por ejemplo, apenas se inmuta.
Poco después, vemos a Peter en el barco pirata, compartiendo camarote con el Capitán Garfio, mirando a una nada de la que forma parte. Garfio lo acaricia tiernamente. «Peter, sabes que ninguno de los dos existimos», le dice, «En la calle Bloomsbury, solo una inexplicable caridad les hace acogernos en sus mentes».
La historia vuelve entonces al Señor Darling, que sigue inmerso en su actuación musical. La misteriosa voz que se escuchó al principio lo interrumpe, y lo llena de horror. La Señora Darling, por su parte, pasa por delante de la habitación de sus hijos. En el suelo, continúa la sombra de Peter Pan, esta vez sin cabeza. Ella, sin embargo, no repara en esto.
«Oh, déjame entrar…».
Un murmullo insoportable
“De repente, a través de la laguna, surcando, horadando y perturbando el silencio con un encaje de sonidos, me llegó una onda de música, una voz que rompía en una lluvia de pequeñas escalas, cadencias y trinos”.
La Voz Malvada
En esta rocambolesca versión, Peter Pan no es la personificación de la eterna juventud, sino de la locura. Su espada tiene pinta de alusión fálica, y la relación entre Garfio y él podría contener un subtexto homosexual y pederasta (temas tratados en la obra de Panero). Por otro lado, quien padece la locura encarnada por Peter es el Señor Darling, hostigado por una voz en off: la de la esquizofrenia.
El hortus conclusus es el jardín cerrado que precede a un psiquiátrico en la calle Bloomsbury. Esto queda bastante claro al final del guion. En cuanto al resto de personajes, parecen ser el resto de los locos ingresados. Salvo Wendy y la Señora Darling, que se diría que son un ancla de cordura (enfermeras o doctoras, quizá).
Las referencias a la novela de James Barrie son evidentes. A “La Voz Malvada” nos recuerdan las habilidades musicales del Señor Darling, así como la persecución que sufre por parte de una voz. El protagonista del cuento de Vernon Lee sufre el acoso del incorpóreo canto de Zaffirino, un hombre ya muerto que recibió del Diablo su don para la canción.
Igualmente, en “La Voz Malvada” aparece un jardín privado como escenario de una parte fundamental de la trama.
Cosa de locos
El “Hortus Conclusus” se encuentra, como ya dije, en “El Lugar del Hijo”, editado actualmente por “Fábula Tusquets”. También puede leerse en los “Cuentos Completos de Leopoldo María Panero”, de “Páginas de Espuma”.
La traducción de Peter Pan realizada por Panero también puede conseguirse fácilmente, publicada por “Ediciones Libertarias”.
Nos alejamos del jardín del manicomio de la calle Bloomsbury, de momento, aterrados y confusos. De aquí en adelante, procuraremos ignorar esa vocecilla que nos acompaña y nos susurra «Oh, déjame entrar».
«Déjame entrar…».