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‘Hasta los huesos: Bones and All’, la road movie caníbal de Timothée Chalamet

En lo que va de año, ¿existe algo más ardiente y cool que la pareja caníbal de la última película de Luca Guadagnino? El vigor de Hasta los huesos: Bones and All (2022) (el título que clausuró la sección oficial del Festival de Sitges), se mide a partir de lo irresistible que resulta su dúo protagonista. Taylor Russell y Timothée Chalamet son puro flow en esta road movie en tiempos de la América de Reagan.

Antes gloriosa como ejercicio de nostalgia melómana que retrato certero de una adolescencia accidentada que ya hemos visto mil veces en tránsito por las carreteras del alma. Maren y Lee conforman la voz que nos guía (a través de una confesión grabada en cassette) por un drama sangriento en forma de lista de reproducción magnífica, plagada de best hits de los 80 y 90. Aspira al retrato generacional empleando códigos del fantástico y el terror como si fueran pendientes colgando de una oreja.

Póster Hasta los huesos: Bones and All.
Póster Hasta los huesos: Bones and All.

El género parece la excusa para desplegar un itinerario tortuoso. Como si esta historia de amor criminal, prácticamente, fuera la versión raspada de Bonnie & Clyde (1967). Eso sí, con la diferencia de que en el clásico de Arthur Penn (hito de un noir europeísta y jacobino que apuntaba a la nouvelle vague) la huida hacia ninguna parte de Warren Beatty y Faye Dunaway encarna la violencia como pulsión sexual que desenmascara las convenciones de un país en crisis.

No es éste el caso de Guadagnino, empeñado en dejar poso romántico al peculiar submundo que recorre su pareja principal. Un recorrido por los márgenes de una sociedad ya de por sí agresiva que se ve reducida a la mínima esencia. Su propuesta no es otra que la de un juego sin profundizar en códigos ni arquetipos donde no faltan padres ausentes, pistas familiares, víctimas confiadas y dos depredadores de aplauso.

Hasta los huesos: Bones and All: la otra cara del midwest según Luca Guadagnino

Especialmente memorables son los personajes que interpretan Mark Rylance y Michael Stuhlbarg con el signo de la amenaza grabado en el rostro. El primero es el villano del año. Ataviado con sombrero de pluma y chaqueta de insignias. Cada vez que Sully irrumpe en pantalla se apodera de la función en un santiamén.

Mark Rylance en Hasta los huesos: Bones and All.
Mark Rylance en Hasta los huesos: Bones and All.

Su imagen es la de un trotamundos que, perfectamente, podría aparecer en Nomadland (2020), pero su olfato y voracidad lo emparentan, más bien, con psicópatas de la carne como Hannibal Lecter. El segundo a destacar, más cameo que secundario, nos hace olvidar (casi) por completo al Mr. Rothstein de Boardwalk Empire (2010-2014).

Stuhlbarg interpreta algo tan insólito como un redneck meditativo de risa aguda. En una escena nocturna al calor de la hoguera, vestido con grasiento peto de worker del medio oeste americano, comparte una estimulante reflexión con Chalamet y Russell sobre la condición del antropófago y la inocencia del joven que no ha aprendido a gestionarla.

Esta escena funciona como espejismo. Un destello de lo que podría haber sido. Un aviso de que el material de partida contiene todos los nutrientes para levantar una película mucho más compleja. Más rica en detalles y ambigüedades. No es el caso del guion que firma Dave Kajganich, adaptando la novela homónima de Camille DeAngelis. Toda la estratificación de lecturas que existe en el libro original (a caballo entre la soledad y la culpa del carnívoro desde una óptica feminista) se pierde por el camino.

Guadagnino desperdicia el potencial reivindicativo de su propia tragedia posmoderna, cargada de planos virtuosos, y no quiere agarrar su premisa por los cuernos.

Taylor Russell y Timothée Chalamet en Hasta los huesos: Bones and All.
Taylor Russell y Timothée Chalamet en Hasta los huesos: Bones and All.

Hasta los huesos: Bones and All: Una playlist de carretera

Si una cosa queda clara es el derroche que destila el dúo Russell-Chalamet. Mitad fuerza mitad fragilidad. Deslizándose por Norteamérica a ritmo de Lick It Up de Kiss, Save a Prayer de Duran Duran y Your Silent Face de New Order, una clara evidencia de la evolución camaleónica que han hecho Trent Reznor y Atticus Ross en materia de bandas sonoras, que configura el gran atractivo de esta propuesta.

Hasta los huesos: Bones and All es menos poderosa que maravillas como We are who we are (2020) y Call me by your name (2017) por no hablar de la exquisita Yo soy el amor (2009). En el fondo, todas ellas están atravesadas por un deseo que se ramifica. Una pasión que infecta. Un arrebato que invade el cuerpo en sintonía con esa sensación confesada por el personaje de Chalamet en una escena clave, cuando dice sentir la sangre humana que ingiere como una telaraña expandiéndose por todo su interior.

Desde luego, hay motivos para celebrar. Por algo Guadagnino se llevó el Premio a Mejor Director y Taylor Russell a Mejor Actriz Revelación en el Festival de Venecia. Pero resulta imposible negarlo. Hasta los huesos: Bones and All es como un salto a medias. Tan concentrada en invocar un pasado envolvente que su mordisco nunca llega al tuétano.