‘Girasoles silvestres’: Anna Castillo y Oriol Pla sobresalen en esta película sobre masculinidades y dependencia emocional
El cineasta español Jaime Rosales presenta Girasoles silvestres, una de sus obras más íntimas y crudas. Con un realismo social apabullante que apunta directamente hacia las entrañas. Una radiografía de las masculinidades enraizadas en la sociedad patriarcal. Así como la dependencia emocional de las relaciones heterosexuales. Una película de personajes enormes con interpretaciones inconmensurables.
El director de películas como Hermosa juventud (2014), Petra (2018) o la galardonada La soledad (2007) se sumerge en nuevas narrativas. Alejándose de su más experimental La soledad y acercándose a un retrato más social como el de Hermosa Juventud. Poniendo en el centro a una mujer y su perspectiva de las relaciones románticas. Así como de las distintas masculinidades que van formando parte de su vida. Esos pétalos que van cayendo, respondiendo siempre un “sí me quiere”, pero que deshojan el girasol silvestre que la protagonista siempre debió ser.
La protagonista, Julia, tiene 22 años y un niño y una niña de unos 5 años. Nico y Rita. Joven madre que tiene las mismas aspiraciones de cualquier joven contemporáneo. Con sus citas románticas, con la búsqueda del amor y el trabajo. Sin embargo, con el añadido de haber sido madre demasiado joven.
Teniendo así dos responsabilidades a su cargo, pero que no suponen un obstáculo incómodo en la película. Sino que, todo lo contrario, son la luz que va iluminando cada resquicio de oscuridad esbozado. Pero sin eliminar los aspectos negativos que esto puede suponer. Al estilo de grandes obras recientes como Cinco Lobitos (Alauda Ruiz de Azúa, 2022), que también abordan la maternidad desde una perspectiva mucho más original, real y necesaria.
En el caso de Girasoles silvestres, sin embargo, la maternidad no es más que un rasgo de la mujer protagonista. No es lo que la define, sino que conforma su personalidad. Poniendo el mayor énfasis en sus relaciones afectivas, y las masculinidades que orbitan a su alrededor.
Un reparto actoral inconmensurable: el trabajo más destacado de Anna Castillo y Oriol Pla
El relato construido por Jaime Rosales y Bárbara Díez – guionista y directora de producción -, está cimentado por el gran trabajo actoral. Sería imposible mantener en pie un guion como el de Girasoles silvestres sin las interpretaciones de sus personajes. Dado que son ellas y ellos las que aportan la estructura necesaria para su erguimiento.
En este caso, el trabajo de Irene Roque como directora de casting es impecable. Destacando especialmente y de forma incuestionable, las interpretaciones de Anna Castillo y Oriol Pla.
Ella, interpreta a la protagonista Julia junto a Oriol Pla, que representa al hombre del que se enamora, Óscar. Un personaje de lo más carismático y peculiar, que tiene una evolución espectacular – evolución que esboza a la perfección el tipo de masculinidad que busca representar -. Para ello, era imprescindible el trabajo de Oriol Pla, el cual es superado con creces.
Una de las escenas más inolvidables y que dejan enmudecida de Girasoles silvestres, está protagonizada por él y su gran capacidad interpretativa. El actor se sumerge hasta lo más hondo del personaje y no sale a tomar aire en ningún momento. Dejando también sin respiración a aquellas personas sentadas en las butacas ante su actuación. Presentándose así como uno de los candidatos más claros y merecidos a ganar el Goya al Mejor Actor de Reparto.
El caso de Anna Castillo por su parte es digno del Goya a Mejor Actriz Protagonista. Su evolución, al igual que la de Óscar, es también imprescindible para el correcto esbozo de su personaje. Y Julia lleva a cabo un crecimiento en la cinta indivisible de la actuación de la actriz. Donde sus gritos en silencio suenan tan altos como aquellos articulados desde la más honda desesperación. Donde uno de los puntos de inflexión más importantes en su vida, así como en la trama, es modulado a la perfección de la mano de la actriz.
Su contención choca de forma brutal con su explosión emocional. Ambas, resultado de una dependencia emocional impuesta desde la sociedad patriarcal. Y que va empujando a la protagonista a explorar ciertos rincones insoportables desde la desnudez más honesta y, a su vez, dolorosa. Parece como si la actriz Anna Castillo y su personaje Julia, hayan madurado juntas en esta película. Como si ambas se hubieran hecho crecer la una a la otra, desde el respeto y la sororidad más hermosa.
También es esencial reseñar los papeles secundarios de Carolina Yuste y Manolo Solo. Patas robustas de la estructura familiar sana e incondicional que sustentan la vida de Julia. Hermana y padre que regalan junto a Julia una de las escenas más positivas y mágicas de Girasoles silvestres, desde su sencillez.
Girasoles silvestres: el choque de bruces con la realidad más cruda, dejando la puerta abierta a un resquicio de esperanza
“Abre la puerta niña, y dale paso al amor. Mira qué destello tiene, esa nube con el sol”. Así canta el grupo Triana una de sus canciones que vertebran la película. Pieza fundamental junto a otras de sus canciones como es Frialdad. Una selección musical exquisita que sitúa al grupo de Rock andaluz progresivo como incursión transgresora en la trama más realista. Un acompañamiento sonoro que aporta la entonación exacta en los momentos más oportunos.
Y es que de eso trata precisamente la cinta de Jaime Rosales. La atmósfera construida desde el inicio no es alentadora. La vida de la protagonista Julia no es sencilla. Los altibajos y baches que encuentra son tan reales como crudos. La dureza con la que se presentan situaciones muy realistas es estremecedora. Dirigiéndose directamente al estómago de la audiencia. La cual está perfectamente situada en la piel de la protagonista. Con ayuda de recursos cinematográficos como es la mirada a cámara. Esto, junto a las brillantes actuaciones, consigue que las personas espectadoras salgan de la sala de cine acongojadas al mismo nivel que esperanzadas.
Un sabor agridulce, como la vida misma. Como ya han hecho otras cintas recientes como En los márgenes (Juan Diego Botto, 2022). Las cuales abordan realidades sociales acuciantes. Alejándose de la experimentación o la ciencia ficción. Y acercándose a experiencias más íntimas.
Girasoles silvestres remueve las tripas y provoca que la audiencia ahogue un grito de impotencia ante las circunstancias y emociones vividas por la protagonista. Las cuales son transmitidas a la perfección, a través de un trabajo afectivo excelente. Una película que más allá de contar una historia, lleva a cabo un relato sustentado plenamente en el afecto.
Girasoles silvestres: una radiografía necesaria de las masculinidades tóxicas y la dependencia emocional
La protagonista incuestionable de Girasoles silvestres es Julia, y su actriz Anna Castillo. Sin embargo, el foco de la película de Jaime Rosales gira entorno a esa diversidad de masculinidades que la rodean en su vida. Porque el feminismo no solo aborda el género de las mujeres, sino que también habla sobre las masculinidades. Reseñando cómo toda la sociedad está bajo el mismo yugo heteropatriarcal, tanto hombres como mujeres. Estas representaciones y estudios sobre masculinidades han estado mucho tiempo relegadas al ostracismo. A ese lugar que no se puede tocar, por su fragilidad ante la presión social.
Es por ello que películas como la última de Jaime Rosales son necesarias. Porque representan una realidad muy cruda, pero existente. Que habla sobre un caso concreto, pero que es extrapolable a otras experiencias. Porque habla no solo de un girasol silvestre, sino de múltiples.
Ese tipo de flor que va creciendo siempre mirando hacia el sol. Con la resiliencia del personaje de Julia. Que a pesar de los obstáculos vitales y la dependencia emocional que la sociedad heteropatriarcal le ha impuesto, continúa siguiendo ese rayo de luz que la guía hacia un lugar mejor. Esa búsqueda ciega del amor que, paradójicamente, te va abriendo los ojos. Búsqueda del amor real y no romantizado. Del amor basado en el aprendizaje y el crecimiento, y no en el cuento de hadas repleto de príncipes azules, que nunca llegan.
Porque la mayoría de los girasoles existentes han sido domesticados. Dedicados a través de sus semillas y su polen a alimentar al resto de seres vivos. Pero aún quedan girasoles silvestres que se alejan de lo impuesto. Que crecen mirando hacia el sol, por sí solos. Y buscando su propio crecimiento junto al de los demás, pero no para los demás. Y lo que es más importante, siempre existe la posibilidad de volver a ser aquel girasol silvestre que no te dejaron ser. Y llegar a crecer tan alto como quieras, brillando con tu propia luz y colores únicos.