Georgia O’Keeffe, la pintora de la naturaleza
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta la primera retrospectiva en España de Georgia O’Keeffe (1887-1986), una de las máximas representantes del arte norteamericano del siglo XX. A través de una selección de 90 obras, podrás sumergirte en el universo pictórico de esta artista que exploró el color plasmando como nadie los paisajes de Nuevo México. La exposición estará disponible hasta el 8 de agosto.
La gran artista moderna norteamericana
Georgia O’Keeffe es una de las pocas mujeres artistas asociadas a las corrientes artísticas de vanguardia de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos. Desde que en 1916 deslumbrara a los círculos artísticos de su país con unas audaces obras abstractas y se encumbrara como una pionera de la no figuración, la artista se convirtió en una de las principales figuras de la modernidad estadounidense.
La exposición sobre Georgia O’Keeffe en el Thyssen-Bornemisza es un recorrido completo por su trayectoria artística. En la nuestra encontrarás desde las obras de la década de 1910 con las que se convirtió en una pionera de la abstracción, hasta sus famosas flores o sus vistas de Nueva York, gracias a las que fue encumbrada como una de las principales figuras de la modernidad de su país. Tampoco podían faltar las pinturas de Nuevo México, fruto de su fascinación con el paisaje y la mezcla de culturas de este territorio.
Un paseo por las diferentes etapas de la obra de Georgia O’Keeffe
La disposición cronológica de los cuadros se suma a su presentación temática, lo que permite seguir los hitos más destacados de su carrera y, al mismo tiempo, mostrar la evolución de sus principales preocupaciones artísticas.
A través de las salas se descubre a una artista cuyo lenguaje osciló siempre entre la figuración y la abstracción. Sus primeros paisajes de Texas o de Lake George muestran su interés siempre latente de captar la naturaleza y sus ciclos vitales, así como su deseo de crear una composición en la que los elementos formales – el color y la forma – fueran los auténticos protagonistas.
Descubrí que podía decir cosas con colores y formas que no podía decir de otra manera, cosas para las que no tenía palabras.
Georgia O’Keeffe.
A ellos se une una importante selección de sus famosas pinturas de flores de gran formato, que se exponen junto a los lienzos que dedicó a pintar hojas, conchas o huesos. Un capítulo especial está dedicado a las vistas de Nueva York para, a continuación, dar paso al cambio que se produjo en su arte y su vida cuando, a finales de la década de 1920, realizó su particular conquista del Oeste con su llegada a Nuevo México.
La belleza salvaje de Nuevo México
En el verano de 1929, Georgia O’Keeffe viajó al norte de Nuevo México, una experiencia que cambiaría su vida para siempre. El paisaje, la fuerte presencia de la cultura nativa americana y el pasado como territorio hispano de la región inspiraron una nueva dirección en su arte. Fascinada por los paisajes y la mezcla de culturas de Nuevo México, convirtió este estado en el tema principal de sus pinturas y en su hogar definitivo desde finales de los años cuarenta del siglo pasado.
Cuando llegué a Nuevo México supe que era mío. En cuanto lo vi supe que era mi tierra. Nunca había visto nada así, pero encajaba conmigo exactamente.
Georgia O’Keeffe.
La espectacular orografía del lugar, la arquitectura vernácula, las cruces perdidas en la naturaleza, o los huesos de animales muertos que encontraba en sus caminatas, poblaron sus pinturas durante los años siguientes. Estas obras suponen el regreso a un paisaje que recuerda su experiencia temprana en Texas y coinciden con un interés creciente por la América rural por parte de la vanguardia artística, que buscaba una visión propia alejada de los cánones europeos.
Los enclaves de la artista
El paisaje que rodeaba su casa de adobe en Ghost Ranch, una zona en pleno desierto que había descubierto en 1934, se convirtió en protagonista de muchas de sus obras, junto a otros dos enclaves que fueron también con frecuencia objetivo de sus pinceles: el que llamaba ‘White Place’ y otro más alejado, dentro de la nación Navajo, que denominaba ‘Black Place’ y que fue objeto de representaciones especialmente abstractas.
En estos años emprendió también una serie de pinturas de huesos de pelvis. De esta forma retomaba un tema que le había fascinado desde su primer verano en Nuevo México. A pesar del carácter metafísico de muchas de estas obras, ella siempre negó que tuvieran relación con el surrealismo.
El final de la obra de Georgia O’Keeffe
La penúltima sala de la exposición reúne una selección de su obra final. Por un lado, se presenta la serie que dedicó a pintar el patio de la hacienda que adquirió en el pequeño pueblo de Abiquiú, en 1945, unos años antes de que Nuevo México se convirtiera en su hogar permanente, en 1949.
Por otro lado, y en contraposición, se muestran algunos lienzos relacionados con los múltiples viajes que realizó en el último tercio de su vida. Desde que visitara España en 1953 y 1954, la artista, que hasta entonces nunca había abandonado el continente americano y pocas veces Estados Unidos, comenzó a viajar por todos los continentes. Las largas horas de vuelo de estos viajes internacionales inspiraron una serie de vistas desde la ventana del avión. Junto a los horizontes de múltiples tonos, realizó unas abstracciones que recuerdan imágenes aéreas de ríos serpenteantes.
La exposición Georgia O’Keeffe ha sido organizada por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, el Centre Pompidou y la Fondation Beyeler con la colaboración del Georgia O’Keeffe Museum de Santa Fe, Nuevo México. Después de recalar en Madrid, la muestra viajará a París y Basilea.
Fuente: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
Imagen de portada: Georgia O’Keeffe (1920-1922). Cortesía del Museo Georgia O’Keeffe. ©Alfred Stieglitz.