Europa a través de la lente de Hollywood: idealización y distorsión
El cine, como todas sabemos, cuenta historias, se inventa personajes y lugares. Uno de esos lugares inventados se llama Europa. Sí has leído bien. Y quién mejor para contar ese lugar imaginario llamado Europa que las series y películas estadounidenses. Estados Unidos es, al fin y al cabo, la (supuesta) cuna de la industria cinematográfica. No obstante, es igual de falsa esta última afirmación que la imagen de la Europa que describen las películas y series made in the USA.
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La idealizada (y distorsionada) imagen de Europa en series y películas
Hablar de “Europa” no es, en este caso, tampoco del todo cierto. A la industria del cine estadounidense no le interesa un barrio de clase trabajadora en Finlandia o una ciudad de provincias en Polonia. Para los cineastas estadounidenses, Europa se limita a tres (máximo cuatro) países: Italia, Francia, España y, a veces, Grecia. Unos países que – ¡vaya sorpresa! – coinciden con la lista de países más visitados por los ciudadanos procedentes de Estados Unidos.
Podríamos preguntarnos, entonces, qué fue primero: el turismo que empujó el interés cinematográfico por ciertos lugares, o la continua exposición a imágenes de ciertas ciudades y regiones europeas que no hacen más que convencer a gran parte de público yanqui de coger un avión y verlas en persona. Parece ser que las dos cosas van de la mano y crean un círculo más que vicioso.
Fuera cual fuese el origen, la imagen de Europa – es decir, de Francia, España e Italia – es, en la gran mayoría de series y películas, idealizada, romantizada y, simplemente, irreal. Europa se presenta como la tierra de la felicidad eterna donde nunca llueve, la comida – de tan buena – se convierte en un fetiche y basta con salir a la calle para encontrar la pareja de tus sueños o, al menos, pasar una noche más que memorable.
Desde la década de los 50 a la actualidad
Al considerar las producciones estadounidenses que presentan una imagen distorsionada de Europa, podemos retroceder hasta los años cincuenta y recordar el musical Un americano en París estrenado en 1951, que narra la historia de un aspirante a pintor que reside en la capital francesa (en una buhardilla, claro está). De la misma época, 1953, es también la película Vacaciones en Roma sobre una princesa interpretada por Audrey Hepburn que se escapa de sus obligaciones para pasar una noche y un día memorable en Roma (yendo de un lado para otro en una vespa, como no podría ser de otra manera).
En las décadas posteriores, hemos presenciado decenas de producciones cinematográficas que siguen el patrón de un o una protagonista de origen estadounidense que busca cumplir sus sueños, ya sea pasando unas vacaciones o estableciéndose, directamente, en alguna ciudad europea. Basta con nombrar títulos como: las películas A Roma con amor y Vicky, Cristina, Barcelona de Woody Allen; la película El talento de Mr. Ripley y la serie Ripley; la película Come, reza, ama; la película Mamma mía o la serie The White Lotus (segunda temporada) y Emily en París. Estos son, tan solo, algunos ejemplos.
En Europa se cumplen los sueños de los estadounidenses (en la ficción)
Lo que tienen en común todas estas producciones es la manera estereotípica en la que presentan los países en los que se desarrolla la acción. Si la película está ubicada en Italia, los protagonistas sin falta viven, o al menos visitan, Roma, Nápoles y Venecia o algún pueblo en la Toscana (últimamente también en Sicilia). Cuando toca Francia, seguramente se tratará de París o de algún lugar pintoresco en la Provenza. Sin mencionar el turno de Barcelona en España. En todos estos lugares, según producciones cinematográficas estadounidenses, siempre hace buen tiempo.
Cuando llueve, no se trata de una lluvia que ensucia los zapatos y salpica las perneras del pantalón. Es una lluvia melancólica para caminar por las calles con un paraguas y saltar los charcos, o besarse bajo las gotas que caen del cielo. Los protagonistas, aparte de estar acompañados por el buen tiempo, nunca se topan con hordas de turistas, incluso cuando están en los epicentros turísticos como las Ramblas o en la Fontanna di Trevi. Siempre consiguen sacar fotografías bonitas en las que apenas hay gente y, además, sin el miedo a ser robados. Los chorizos que roban móviles, carteras o cámaras, al parecer, no tienen cabida en producciones cinematográficas estadounidenses.
La Europa estereotipada del cine de Hollywood
La romantización o, más bien, la estereotipación, no es un mecanismo utilizado solo para mostrar lugares, sino también a sus habitantes. Al ver películas y series estadounidenses, una puede llevarse la impresión de que la gente en Italia, España y Francia prácticamente no trabaja. Siempre tiene tiempo para un café, un lunch o una copa, aunque sea un martes al mediodía.
El estrés, las horas extra y las condiciones precarias de trabajo parecen no existir. Aun así, sin trabajar o trabajando lo justo y necesario, todos parecen que pueden permitirse vivir en una casa propia o en un apartamento con las mejores vistas y en los mejores barrios. Incluso si deben vivir en una buhardilla o un estudio, siempre se trata de un lugar con encanto. Los problemas con la vivienda y la precariedad laboral no tienen cabida porque estropearían la postal cinematográfica. Las dificultades sociales y económicas no llaman la atención a los cineastas estadounidenses porque ¿a quién le interesa ver en pantalla el desempleo o un desahucio en Barcelona?
Sin rastro del “tourist go home”
Igual de estereotípico es el carácter de los personajes procedentes de Europa presentados en series o películas estadounidenses. Los hombres suelen ser retratados como mujeriegos y amantes apasionantes. Es suficiente con que una de las protagonistas salga a la calle o vaya a cenar para que un autóctono le proponga una cita o la invite, directamente, a su casa. Además, la mayoría de los habitantes parecen estar encantados con la presencia de los visitantes estadounidenses y más que dispuestos a acogerlos en sus casas y enseñarles un par de cosas sobre su cultura y lengua.
Las madres cocinan, los padres sirven vino. Un ambiente más que familiar, como si todos fuéramos una gran familia internacional. No extraña que las películas y series den la impresión de que todos son bienvenidos. Los carteles o graffitis tourists go home de momento no cuentan con mucha presencia (ni en las series o películas, ni en el imaginario colectivo de los turistas estadounidenses).
Una visita obligada a Europa
Las producciones cinematográficas estadounidenses no son, entonces, más que un duplicado que alimenta la imagen estereotípica que tienen muchos estadounidenses sobre Europa, que tanto les hace soñar con visitar el Viejo Continente (sea para tomar sol, comer bien, aprender un idioma o encontrar sus raíces).
Vienen, realmente, a reproducir la postal que tantas veces han visto en pantalla. A ver la Torre Eiffel y comer pain au chocolat en París. A visitar la Sagrada Familia, beber sangría y comer paella en España. O, como una de las protagonistas de The White Lotus, a pasar el día yendo en vespa, cenar spaghetti alle vongole y besar a un italiano guapo en la playa. Sumergidos en la reproducción de las postales cinematográficas, no se dan cuenta de que el cine les ha vendido un cuento. Un cuento sobre un lugar llamado Europa. Una Europa que en realidad no existe.