Entrevista a Lucía Carballal: la visión teatral de una autora imprescindible
Lucía Carballal es una autora teatral con una mirada única e inquieta. Una mujer a la que le gustan todo tipo de viajes. Los de autodescubrimiento, los imposibles, los reales y los que no lo son tanto. Los del alma y los de la pasión. Los que te llenan de razón y los que te la quitan.
Sus obras están cargadas de esos viajes vitales. De reflexiones sobre la realidad que nos rodea. Esa realidad que se aleja de lo real.
La escritura de Lucía Carballal está cargada de los momentos mágicos necesarios para viajar y sentir que visitamos ese mundo tan parecido al nuestro que nos plantea.
Su mirada y voz teatral han encontrado el lugar perfecto en el que cobijarse: Las últimas.
La prestigiosa editorial, La uÑa RoTa, ha reunido en un cuidado tomo las obras: Los temporales, Una vida americana, La resistencia, Las bárbaras y La actriz y la incertidumbre.
Lucía Carballal nos habla de su orígenes como dramaturga, de lo que ha significado la edición de Las últimas y de lo que vendrá después.
Hablamos con Lucía Carballal
– ¿Dónde estudiaste?
Estudié Dramaturgia en la RESAD, en Madrid. Hice la carrera con 19 años y la terminé en Barcelona en el Institut del Teatre.
Después, seguí estudiando en la Universidad de las Artes en Berlín y más tarde hice un máster en guion de cine y televisión en la Universidad Carlos III.
He estudiado mucho (risas). Hubo un momento en que me sentí la eterna estudiante, pero me divertía mucho aprender y, sobre todo, estudiar en diferentes sitios. El teatro que aprendía en Madrid no tenía nada que ver con el de Barcelona o Berlín.
Después de unos años de escribir y estrenar decidí dejar de estudiar, pero seguiría estudiando toda mi vida.
– ¿Por qué el paso de la RESAD al Institut del Teatre?
Hubo varios motivos, académicos y personales. Desde el principio tenía instinto viajero y cuando me trasladé a Barcelona tenía 21 años. Tenía muchas ganas de conocer cosas nuevas.
Había conocido a algunos alumnos de l’Institut del Teatre y sentía que era un modelo educativo diferente que también tenía ganas de conocer. Un entorno teatral distinto. Barcelona en ese momento, años 2000, estaba en un momento muy interesante para la dramaturgia contemporánea que después se contagió a Madrid.
Todo eso me resultaba muy atractivo. Además, ese verano había muerto mi padre y supongo que como en todos los duelos, uno tiene ganas de cambiar, de huir, de irte a otro sitio.
Se combinó una cosa con la otra y entonces, relativamente rápido, tomé la decisión, motivada también, porque me había enamorado de un actor catalán. No me faltaban motivos. Como te decía, una mezcla de motivaciones académicas y personales.
Estuve viviendo en Barcelona tres años antes de irme a Berlín.
Viví la obligación de entrar en otra percepción de las cosas. Confrontarme con preguntas más profundas, más personales, que no tienen nada que ver con mi lugar en el mundo en el sentido profesional.
Lucía Carballal
– En Berlín, ¿qué tal?
Muy bien. Me dio tiempo a que me pasara de todo, estuve casi cinco años, de los 24 a los 29 o algo así.
Berlín era un paso natural después de Barcelona. Seguía teniendo ganas de aprender cosas nuevas. Siempre me habían gustado los idiomas y llevaba estudiando alemán desde la adolescencia.
Berlín era el siguiente paso para seguir contactando con lo que se hacía en Europa. Tenía muchas ganas de seguir ampliando mi visión de las cosas, vivir cosas nuevas y fueron cinco años en los que hice de todo.
Estudié Dramaturgia durante algo más de un año, conocí a dramaturgos de mi edad y viví la bohemia berlinesa muy intensamente (risas).
Perfeccioné mi alemán, también estudié gestión cultural y trabajé durante un tiempo en oficinas culturales mientras escribía.
Allí escribí una de mis primeras obras, que se llama, Mejor historia que la nuestra. La presenté al concurso El Marqués de Bradomín, en España y gané un accésit de ese premio. En aquel momento ese premio tenía mucho prestigio y fue el impulso que necesité para volver a Madrid.
Puse en marcha la producción de esa obra, que se hizo en la sala Kubik y en el Teatro Lara y a partir de ahí se inició mi carrera como autora en España.
– ¿Qué ha significado para ti la edición de Las últimas?
Ha sido muy importante, porque había publicado algunas obras por separado, con distintas editoriales, pero nunca me había sentado delante de tantos años de trabajo compilados.
La propia editorial, La uÑa RoTa, es una editorial cuyo trabajo siempre había seguido. Publican muy pocos autores y el plantel de dramaturgos es muy apabullante. Me hizo mucha ilusión formar parte de ese pequeño grupo. Es una editorial que me ha cuidado mucho y con la que estoy muy contenta de trabajar.
El propio proceso de la compilación de las obras, casi cinco años de trabajo recopilados en un solo libro, ha sido muy especial. Sentarme a revisar todas las obras para su edición, me ha puesto en contacto con muchas cosas que he ido viviendo durante estos años y que rodean a la escritura de estos textos. Me ha hecho hacerme preguntas nuevas sobre qué tipo de escritura he llevado a cabo. Me ha obligado a hacer una visión panorámica sobre cosas que quizá había vivido más parceladas.
Es interesante y difícil porque te pone delante del trabajo de una manera muy intensa. Me ha hecho conocerme mejor. He entendido mejor qué decisiones he ido tomando artísticamente y qué tipo de proyectos he abordado.
Pensando en el propio título de Las últimas, creo que, de alguna manera, esas obras también cierran una etapa.
En lo nuevo que estoy escribiendo me estoy haciendo preguntas nuevas y creo que las obras serán distintas en algunos aspectos. Por eso Las últimas tiene mucho sentido, para dejar constancia de un trabajo que a lo mejor sí que tiene una mayor unidad a pesar de que las obras son muy distintas entre sí.
– El leitmotiv de las obras que componen Las últimas ¿Es una crítica a lo que significa progresar hoy en día, el éxito o la función de un trabajador en el mundo capitalista?
Sí y no. Realmente es complicado encontrar un hilo conductor en todas ellas. Son obras muy diferentes que responden a momentos vitales muy distintos e inquietudes muy distintas.
Los propios procesos también son diferentes. Por, ejemplo: Los temporales es una obra que se escribió en el marco de un programa que se inventó Ernesto Caballero para el CDN que se llamaba, Escritos en la escena y que tuvo mucha implicación de todo el equipo artístico. Mientras que textos como Una vida americana, lo escribí a lo largo de más tiempo y con más soledad.
Con respecto a los temas, sí que me esforcé en buscar algo que se repitiera en todas las obras y es verdad que las preguntas en torno al éxito, la autorrealización, la presión social para colocarse de una determinada manera en el mundo o enunciarse como un ser individual o genuino son preguntas que aparecen de una manera u otra en todos los textos.
Otros temas que se repiten son la presencia del hombre respecto a las mujeres protagonistas, la pareja como en el caso de La resistencia o el padre en el caso de Una vida americana.
Quizá también se puede identificar el tono. La preocupación por abordar asuntos complejos prestando mucha atención a que no falte la sensación de ligereza o el humor. Esa relación con el espectador que tiene que ver con pedirle que tome partido. Que se cuestione.
Si algo caracteriza el trabajo que he hecho es que cada una de las obras es muy distinta de las demás.
– ¿Qué es el éxito para ti?
En La resistencia, que quizá es la obra que más explícitamente habla del éxito, hay un momento en el que se dice algo parecido a: “el éxito es la reafirmación de lo que uno es”. Quizá tiene que ver con eso.
En este último tiempo y, quizá por todo lo que ha pasado con la pandemia, me he replanteado mucho el concepto de éxito.
Cuando llegó la pandemia estaba en un momento de… no quiero decir que tenía éxito porque no me siento cómoda con esa expresión… en un momento en el que sentía que había alcanzado algunas oportunidades que tenía muchas ganas que se me brindaran, muchas opciones para escribir en distintos contextos y una vida personal que funcionaba (aún sigue funcionado). Estaba en un momento que podía considerar exitoso.
Pero creo que la pandemia me cambió esa percepción. Sentí que una escenificación del propio éxito se calló. De repente dejamos de tener los espacios sociales compartidos, que son los que reafirman esa fantasía de éxito, y en esa falta de socialización, de la mirada del otro, yo, como tanta gente, viví la obligación de entrar en otra percepción de las cosas. Confrontarme con preguntas más profundas, más personales, que no tienen nada que ver con mi lugar en el mundo en el sentido profesional.
Me he desencantado de algunas dinámicas que tienen que ver con el posicionamiento profesional. Estoy más centrada en mi propio trabajo y en mi vida. No me importa tanto la mirada de los demás.
– ¿Sientes que el lenguaje del teatro evoluciona o se siente estancado?
Sí, claro que evoluciona, lo que pasa es que, como en todas expresiones artísticas, la evolución no es lineal.
En la carrera de cualquier creador hay pasos adelante y pasos en falso. Momentos de ruptura y momentos más conservadores.
No diría que se ha estancado. Vivimos una industria que es precaria. Vivimos en un país que nunca ha priorizado la cultura como una de sus principales riquezas. Entonces, como en cualquier contexto precario, inestable e incierto, a menudo los creadores toman decisiones conservadoras por obligación. Por supervivencia. Por miedo al error, a equivocarse o a no ser comprendidos.
No trabajamos en un entorno que proteja la experimentación. Pero sí que creo que hay contextos y lugares que sí que están apostando por ello, compañías como La tristura o Agrupación Señor Serrano y muchos autores como: Lluisa Cunillé, Josep María Miró, Pablo Remón o Pablo Messiez están rompiendo barreras.
En mi pequeño ámbito de acción sí que intento que cada una de mis obras me rete de alguna manera y trato de abordar territorios que para mí misma son incómodos.
– Has escrito los guiones de Vis a Vis, ¿qué prefieres, TV o teatro?
No sabría responder a qué prefiero porque son lenguajes tan diferentes y maneras de vivir tan diferentes… Hay una parte de esa simultaneidad, del hecho de trabajar en ambos ámbitos, que tiene que ver con entender profundamente las diferencias.
Es importante cuando trabajas en televisión o teatro preservar a esa parte de ti que trabaja de una manera específica. Sería terrible escribir teatro como si se escribiera televisión o viceversa. Al mismo tiempo tienes que aprender qué puedes extrapolar de uno de esos ámbitos al otro.
Siempre sentiré que soy una dramaturga que, además, trabaja en televisión. No al revés. Me he formado en la dramaturgia, he crecido en la dramaturgia y me considero autora teatral por encima de todo.
El teatro siempre será mi casa.
– ¿Nos puedes hablar de sus diferencias?
Las diferencias son tan grandes… En el teatro la autoría es lo principal. Cuando escribes teatro eres el dueño y señor de tu texto, de tu obra. Es un proceso mucho más íntimo, con más independencia del proceso de la industria o de la obligación del beneficio.
La televisión es una creación profundamente industrial. Tiene la vocación de ser vista por muchísima gente. De ser entendida por mucha gente. Esa vocación de llegar a un público tan mayoritario tiene una influencia muy directa sobre la manera de escribir.
Al mismo tiempo ofrece posibilidades que para mí son muy excitantes: trabajar con equipos muy amplios, ver el resultado de lo que has escrito con relativa rapidez y con una producción en la que se ha implicado mucha gente de mucho talento en ámbitos muy distintos. Esa magnitud, esa escala grande, es muy divertida y adictiva.
Muchas veces he escrito televisión con la sensación de estar jugando a un juego muy grande y caro (risas).
– ¿Te planteas escribir cine?
Sí, he escrito varios guiones de cine, pero por unos motivos u otros no se han llevado a término. Pero el cine me interesa muchísimo y me llama la atención en muchos aspectos. Tengo mucha vocación de escribir cine.
– ¿Cómo ves la figura de la mujer en el mundo de las artes escénicas?
Mi percepción ha cambiado con el paso de los años. A medida que he ido trabajando más, accediendo a oportunidades más ambiciosas y mejorando mi posición dentro del propio sector.
Cuando era muy joven, con 20 años, y todavía estaba estudiando y demás, no tenía tanta conciencia de los problemas que se presentaban para las mujeres. Incluso estando en una facultad como la RESAD en la que la mayoría de los referentes que estudiábamos eran hombres.
Con los años fui tomando consciencia de eso. Algo que fue muy llamativo para mí al estudiar en tantos lugares, fue ver que la Dramaturgia era una carrera muy femenina. La mayor parte de nosotras éramos mujeres.
Pero una vez acabé la carrera y eché un vistazo al territorio más profesional, por así decirlo, la mayor parte de ellas se habían desencantado. Habían dejado de escribir o tenían muchas dificultades para presentar sus trabajos. Tuve la sensación de mirar alrededor y ver que habíamos quedado muy pocas.
Siempre he sido feminista y estoy muy comprometida con elementos y aspectos muy concretos de la mujer en la industria, pero sí que es verdad que durante unos años no tenía ganas de incidir sobre esto.
Sentía que para poder presentar y desarrollar mi trabajo, era importante no concentrar mi discurso en el hecho de ser mujer o en mis propias dificultades con el llamado techo de cristal.
Era más reacia a incidir en estos aspectos, pero a medida que fui creciendo hubo un momento en el que me di cuenta de que era necesario. Las desigualdades son muy notorias y cuanto más arriba llegas, más lo percibes.
Todavía sucede que, independientemente del trabajo que hayas realizado, todavía te encuentras con mucha gente que te habla de una manera muy paternalista. Es muy difícil acceder a determinados lugares. Es inusual ver a mujeres directoras programadas en las salas más grandes de los teatros públicos.
Se está haciendo un trabajo muy comprometido en ese sentido, pero todavía queda mucho por hacer y, sobre todo, queda mucho auto análisis.
Trabajo mucho y trato de pensar mucho en qué elementos machistas están dentro de mí. Me he criado en esta sociedad y evidentemente, a menudo soy la primera que dudo de mí misma o que me someto a una autoexigencia exagerada, atroz y contraproducente.
Es una conversación que tengo mucho con mis compañeras. A menudo somos nosotras las que nos colocamos en una situación injusta ante nosotras mismas, como consecuencia del trato que hemos recibido desde fuera.
– ¿Qué sueños te quedan por cumplir?
Muchos (risas). Nunca he tenido sueños por cumplir, me he dejado llevar mucho. Siempre he sentido que improvisaba y que me iba dejando llevar por lo que me iba apeteciendo en cada momento. Siempre he tenido la sensación de ir explorando, de ir descubriendo.
Más allá de las cosas que me gustarían hacer profesionalmente, como escribir cine, seguir descubriendo mi propia escritura o dirigir teatro, lo que más me apetece es aprender a trabajar desde el placer.
Ese es mi gran objetivo y el mayor propósito de mi vida profesional. Trabajar con gente con la que me sienta a gusto, en la que confíe y generar espacios de trabajo vinculados al placer y al compromiso. Dejar de lado todo lo demás.
Cuestionario Furioso de Lucía Carballal
Película favorita: París, Texas de Wim Wenders.
Serie favorita: Fleabag de Phoebe Waller-Bridge.
Libro favorito: La belleza del marido, de Anne Carson.
Cómic favorito: Desconozco ese planeta.
Cantante, grupo o músico favorito: PJ Harvey.
Artista plástico favorito: Louise Bourgeois.
Miedo tecnológico: Todos. El peor: perder un documento después de días escribiendo.
Foto de portada: David Sagasta.