‘El hombre sin nombre’, de Laird Barron: sueños, yakuzas y venganza

El hombre sin nombre es la nueva novela corta de la colección Deméter de La Biblioteca de Carfax. Que no os confunda el título, la novela no va del conocido personaje que interpretó Clint Eastwood en la famosa y admirada Trilogía del dólar. Su protagonista (aunque podría serlo) no es un pistolero del lejano oeste, sino un yakuza ex alcohólico apodado Nanashi.

El hombre sin nombre está escrita por Laird Barron, un escritor de ficción oscura muy reconocido y laureado al otro lado del atlántico, pero que en nuestro país, si no me equivoco, tan solo se ha traducido esta misma novela y El rito.

La novela de Barron, de corte noir y cosmic horror, es todo un reto para todas esas lectoras y lectores a los que les gusta que les tomen en serio. A los que les encanta sumergirse en mundos y atmósferas personales, fascinantes y angustiosas. Prepárate para pertenecer a un clan Yakuza y viajar hacia un lugar del que no se prevé volver.

El hombre sin nombre, de Laird Barron.
El hombre sin nombre, de Laird Barron.

El hombre sin nombre: un viaje por la psique atormentada de Nanashi

Hace días que quería publicar esta reseña, pero no podía, aún estaba masticando El hombre sin nombre. Es una novela de apenas 120 páginas, se lee rápido y bien, pero cuando la terminas deja un vacío extraño.

La obra de Barron hay que leerla con calma, saboreando cada una de las palabras que utiliza para trasladarte al ambiente que ha construido para su historia. En este caso, su atmósfera es húmeda, brumosa y cargada de destellos de color que aparecen en la oscuridad para dejarte ver hacia dónde se dirige Nanashi.

Cuando terminé mi viaje con Nanashi, me sentí perdido y aturdido. No entendía bien qué me pasaba, ni qué había leído. No sabía si había disfrutado de un relato mezcla de road movie con Reservoir Dogs y lo mejor del cine negro de Kitano y Miike, o si, en cambio, aún me encontraba dentro de una pesadilla de la que no te puedes despertar. Una pesadilla de esas en las que no sabes si lo que está ocurriendo es real o es resultado de las arenas de Morfeo.

Con gusto, disfruté conociendo a Nanashi y al resto de yakuzas con los que se rodea. Él es más sobrio, pero sus compañeros visten coloridos trajes y poseen una afilada verborrea. Son tan pintorescos como peligrosos. Viajan en Cadillac en busca de Muzaki, que pertenece al clan del Dragon, con el que están en guerra.

Hasta ahí, la novela es misteriosa y divertida, como una peli de yakuzas en la que no importan ni sus costumbres ni jerarquías, tan solo su contexto e imaginario. Pero cuando aparece Muzaki, Nanashi y un servidor perdimos el eje de referencia. El viaje de vuelta prometía ser muy diferente a lo leído hasta ahora.

El hombre sin nombre: Muzaki y Barron

Cuando el enorme Muzaki se encuentra con Nanashi y sus compañeros, es consciente del motivo por el que han venido en su búsqueda. Sabe que habrá sangre, pero, la antigua estrella de la lucha se muestra tranquilo y afable. Ellos lo admiran, pero no dudarán en hacer lo que tienen que hacer.

Junto a Muzaki, en el viaje de vuelta hacia su aciago destino, Nanashi y él entablan una cierta y noble amistad. A partir de ahí conoceremos más sobre el violento pasado de Nanashi y nos sumergiremos en ese mundo que evoca Muzaki, o quizá también podríamos decir Barron.

Muzaki, como Laird Barron, es capaz de modificar la realidad de Nanashi, él lo hace desde el mismo lugar oscuro y extraño en el que Barron encuentra las palabras que nos hacen avanzar en la historia.

Muzaki enrarece el relato, lo deforma, nos hace perder la relación del espacio y el tiempo, de lo real y lo onírico. Nos hace pasar del olor a sangre, al de lo desconocido.

El hombre sin nombre se convierte en algo fascinante que no puedo definir y que todavía mastico. El tercio final de la novela te lleva a bandazos de un lado a otro. Desmontándote. Abriéndote las puertas a lugares que nunca te habías imaginado visitar. A lugares desconocidos antes de Barron.

Laird Barron.
Laird Barron.

Laird Barron, el maestro de la locura

El hombre sin nombre no es una novela de terror al uso. Seguramente no te lo hará pasar tan mal como la obra de Ketchum, pero te asegura un chute tan potente de fantasía oscura que teñirá tu mente durante mucho tiempo.

Barron tiene una forma de escribir seductora, mágica y perturbadora. Su novela no intenta ser un manual o compendio de la cultura yakuza, ni siquiera de la japonesa, El hombre sin nombre se nutre y envuelve en esos vestidos para contarnos y hacernos partícipes de una extraña historia que termina mucho más tarde de leer su última página.

Barron, oriundo de Alaska, aún mantiene mucha de la belleza poética de sus comienzos y del aislamiento rural de su infancia. Su capacidad para imbuirnos en la locura, en lo sobrenatural, y lo oculto del horror cósmico, lo convierten en uno de los escritores de terror moderno que más ganas tengo de seguir descubriendo. Al menos, como os decía, sigo masticando El hombre sin nombre, y cada vez me sabe mejor.

Ilustración de la portada de (c) Santiago Sequeiros.