‘El encanto de una hora’: La vida en sesenta minutos

La compañía de teatro Los números imaginarios, la productora Bella Batalla y el Teatro Español presentan El encanto de una hora, una producción conjunta estrenada el 14 de octubre que estará hasta el 13 de noviembre en la sala Margarita Xirgu.

Dirigida por Carlos Tuñón, la obra presenta el texto de Jacinto Benavente al tiempo que se cumplen 100 años desde que el escritor y dramaturgo fuera galardonado con el premio Nobel, en 1922.

El encanto de una hora.
El encanto de una hora. (c) Luz Soria.

El encanto de una hora: la verosimilitud como enemigo de lo verdadero

En 1892, Jacinto Benavente inició su carrera literaria publicando la obra Teatro fantástico, pasando a ser este el texto fundacional del teatro modernista en España. Sin embargo, la obra no tuvo una buena acogida por la crítica ni por el público por resultar una apuesta arriesgada frente a la estética dominante del momento. Tal vez a cuenta de las críticas recibidas, Benavente citaba la frase: “La verosimilitud es el mayor enemigo de lo verdadero” […] para los que ya estamos cansados de oír en el teatro las mismas vulgaridades de este vivir prosaico, ese Teatro en que hablar gramaticalmente ya es falsedad y decir lo que se piensa atrevimiento y decir lo que se siente lirismo”. 

Lo que nos encontramos en El encanto de una hora es justo el empleo de la fantasía como camino para llegar al entendimiento, a la reflexión, al compartir humano, pues al fin y al cabo todos tenemos sueños e ilusiones, cumplidas o no. Dos figuras de porcelana inmóviles en la escena, cobran vida en el punto exacto en el que el reloj da las doce.

La mujer, la marveilleuse, extrovertida y dinámica, representada por Patricia Ruz que durante toda la obra hace alarde de su faceta como bailarina y cantante; y el hombre, Jesús Barranco, más introvertido y reflexivo, hablan sobre el tiempo, la fugacidad de la vida, la necesidad de vivirla, el inevitable aburrimiento, el amor como forma de existencia lejos de la insoportable rutina y finalmente la muerte.

Temas universales planteados a lo largo de la Historia con el punto original de que el tiempo de la charla, en esta ocasión, se sabe finito.

Patricia Ruz en El encanto de una hora. (c) Luz Soria.
Patricia Ruz en El encanto de una hora. (c) Luz Soria.

Un encanto en sesenta minutos

El texto original de El encanto de una hora no ocupa más de seis páginas. Su tiempo escénico, el tiempo de representación real, y el que se ha sido preciso en otras ocasiones, no excede la media hora. Sin embargo, Tuñón ha decidido esta vez ajustar el tiempo escénico, el de la vida real, el del mundo en el que vivimos, con la ficción que nos presenta. La hora de vida de dos figuras de porcelana que pasan de estar inertes y observando desde su anodino podio, a poder vivir y disfrutar una existencia y, sobre todo, a tratar de entenderla.

Bien es cierto que para llevar a cabo ese ajuste del tiempo real y el narrado hace falta un poco de relleno. Tuñón opta por introducir en la escena, en la que se presentan los restos de una fiesta, a un camarero silente que trajina de acá para allá. Mientras esta figura ocupa la atención del público, el resto de los personajes, que permanecen en el mismo lugar hasta bien entrada la obra, le observan con los ojos desbordando ilusión, como queriendo imitar a quien protagoniza el dinamismo de la escena.

Cuando estás a punto de hartarte de tanto paseo y cuando sientes realmente los indicios del aburrimiento, entonces suena la alarma de lo que podría ser un despertador digital, las doce en punto, y empieza la magia. Podemos entender que, el hecho de gestar el aburrimiento, un tema recurrente en la conversación que mantienen los muñecos más adelante, es una manera de alcanzar la empatía del espectador al mismo tiempo que se gana tiempo para el ajuste que Tuñón pretendía.

Jesús Barranco en El encanto de una hora. (c) Luz Soria.
Jesús Barranco en El encanto de una hora. (c) Luz Soria.

El encanto de una hora: el amor contra el aburrimiento

La relación que se muestra entre él y ella es, sin duda y por razones obvias al tiempo del escritor, estereotipada. Se refleja de manera evidente en el momento en el que él escoge el libro y ella el espejo y uno y otro desprecian el objeto de su compañero.

En la primera mitad del acto, ella escoge vivir la vida: bebe champán, se cambia de ropa, fuma, baila, corre y luego, sencillamente mira las estrellas y se da cuenta de que, en el fondo, se aburre. Interactúa con el público llamando la atención acerca de los bostezos que da su compañero, a pesar de mostrarse tan intelectual con su libro. Al fin y al cabo ambos se aburren de la vida. ¿Y qué hacer contra eso? Amar. El amor contra el aburrimiento.

El encanto de una hora.
El encanto de una hora.

Cuando finalmente se aman, ella se rompe y le recrimina a él que ahora no será vista por el resto más que como una muñeca rota, y aquí también se plasma el miedo al juicio externo y la necesidad de aceptación por los semejantes. Al final los sesenta minutos de vida se acaban y todo sigue como antes.

Además, tenemos una tercera figura que carece de movimiento y de logos, que solo observa y reacciona levemente con las facciones del rostro. Está sentada al fondo de la escena, y mira como quien no acaba de atreverse, como quien no acabara de dar el paso a esa vida, a ese amor, por miedo a romperse.

La obra no es desde luego una obra para salir del teatro como si el texto y la acción te hubieran resbalado o con el mero objetivo de entretener. Es una obra que merece una charla tranquila después de disfrutarla. Que incita a la reflexión humana y a compartir los miedos y las ilusiones que a todas nos acechan.

Foto de portada de Luz Soria.