El conde de Lautréamont, la aberrante y onírica certeza del mal

Isidore Lucien Ducasse (1846-1870), más conocido como Conde de Lautréamont, nació en Montevideo, en 1846. Su vida fue breve, y poca información disponemos de ella, lo que hace que ese aura de misterio y secretismo le convierta en uno de los poetas malditos más buscados en referencias y reseñas de Internet.

En 1867 se instala en París, donde divulga algunos fragmentos poéticos. De su muerte tan solo sabemos que ocurrió en 1870, en unas precarias condiciones, aparentemente de una sobredosis, aunque algunos investigadores aseguran que fue envenenado.

Corta vida para un genio de la “manipulación”, un proscrito de cualquier deseo moral y de coherencia con las actitudes formales del hombre. Un engendro de la exaltación, de lo pútrido, capaz de adornar su poesía con los típicos elementos de la literatura gótica: paisajes oscuros y una atmósfera general de misterio, turbación y aprensión.

Lautréamont y Los cantos de Maldoror

Su vida y sus propias circunstancia personales (poco sabemos de ello) hicieron de su forma de escribir, un auténtico ornamento a la locura y, poco antes de su muerte, nos dejó en herencia una de las obras más aterradoras y viscerales que cualquier mortal pueda leer.

Un compendio de ideas y certezas exaltadas y violentas, que turban por su manera de ser contadas y la crudeza con la que se narran.  Hablamos de Los Cantos de Maldoror (1869). Un joven rebelde y proscrito llamado Maldoror, reverencia el mal como única salvación y como autoridad para curar sus propias heridas, un arrebato de locura salvaguardado en una atmósfera resignada, entre la singularidad el enigma y el pavor.

Pues bien, estáis avisados, estos cantos no son para cualquier persona, pero el hecho de mimetizarse con su contenido reconforta en cierta manera. Lautréamont, tan solo anhela mostrarnos la verdad que se difuminada del otro lado, donde pocos llegan, pero que existe y, es aquí donde solo los animosos y los que buscan respuestas, desean penetrar.

«Plegue al cielo que el lector, enardecido y vuelto momentáneamente feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno…»

¿Te atreves? ¡¡¡Avisado quedas!!!