‘El asesinato de Gianni Versace’: Los primeros 7 minutos son una obra de arte
Entre enero y marzo de 2018, Netflix emitió los capítulos de la segunda parte de American Crime Story (la primera entrega había girado en torno al caso de O.J. Simpson). Aunque esto nos da exactamente igual. Esto no es una crítica, ni un análisis, ni una opinión sobre esta serie, sino una declaración de amor al inicio de El asesinato de Gianni Versace.
La acción nos sitúa el 15 de julio de 1997, en Miami, lugar de residencia del diseñador, el día de su muerte. Un error que se puede cometer, y en el que yo misma caí al empezar a ver la serie, fue pensar que se hablaría de la vida de Versace. Todo lo contrario, como bien indica el título, nos van a contar cómo fue su asesinato y la posterior detención de Andrew Cunanan, la persona que lo mató a él y, al menos, a cuatro más.
El italiano vivía en una villa llamada Casa Casuarina, a un salto del mar que baña Florida, y hacía vida normal con su pareja, Antonio D’Amico. Entiéndase “vida normal” como la rutina que pueda haber en la cotidianeidad de una celebridad internacional en el mundo de la moda.
Gianni Versace. ¿Qué pasó aquella mañana de julio?
Los primeros siete minutos del primer capítulo condensan su asesinato. Entiendo que es una reconstrucción, más o menos libre, de lo que pasó aquella mañana de julio. Antes de ver nada en escena, lo primero que oímos es el Adagio en sol menor, compuesto en 1945 por Remo Giazotto y, supuestamente, basado en un fragmento de una sonata a trío de Albinoni.
Poco después de escuchar la música, se muestra a Gianni Versace en su cama y comenzando su día. El modisto no hace nada que no haríamos cualquiera, desayunar, vestirse, ir al quiosco del barrio a comprar revistas de moda, si no fuera porque el entorno que rodea al personaje es una mansión llena a rebosar de lujos innecesarios.
Al tiempo que Versace se levanta de la cama y se asoma al balcón a mirar al mar, en la playa, Andrew Cunanan deja ver hasta donde llega su desesperación y, muy probablemente, su locura. Él es la figura opuesta a la del famoso italiano en todos los sentidos. A los pies del océano, Andrew, nos deja ver su pistola y, ya se sabe lo que se dice en cine, si aparece un arma en escena es porque, en un momento u otro, va a ser disparada.
Un Adagio omnipresente
La ostentosidad de uno se ve contrastada por la miseria y el dolor del otro. A Cunanan le gustaría ser la persona que es Versace, pero sabe que eso es imposible. El Adagio no deja de sonar en ningún momento, aunque los personajes hablen o griten, y crea una armonía perfecta cuando se nos enseñan imágenes del interior del caserío de Gianni.
Y mientras uno sale a comprar revistas, el otro vaga por la ciudad, y la playa, y acaba vomitando en un cuarto de baño inmundo. Según suena la música, que se intensifica por momentos, parece que Versace está dando un paso tras otro hacia su cercana muerte.
Un comienzo que es obra maestra
Cuando vuelve hacia su casa, Andrew Cunanan lo ve y lo intuimos antes de que nos enseñen que lo ve. Hay un primer plano del asesino cuando el Adagio llega a su punto álgido y sabemos, sin saberlo realmente aún, lo que está a punto de acontecer.
Sin pensárselo dos veces, saca la pipa de su mochila y apunta a Versace. Con el segundo disparo la imagen se va a negro y oímos el final de la pieza al tiempo que aparece el título de la serie.
Es un inicio sencillamente brutal y una forma sensacional de presentar a dos personajes muy diferentes, pero también muy iguales y cuyo destino fue, inevitablemente, la muerte. Se deja clara la confrontación que existe entre uno y otro, sin necesidad de diálogos o farragosas explicaciones.
Lo que creo que hace más especial a esta secuencia es, sin duda, el Adagio que, en este caso, no es solo un complemento, sino que va guiando la trama y marcando su ritmo. No nos importa si veis la serie, si os interesa la vida (o más bien la muerte) de Gianni Versace, pero os podemos prometer que esos primeros siete minutos son una obra de arte.