Don Bluth, explorando su universo animado (PARTE 1)
No, no os habéis equivocado de página web. El cine de animación es un arte que ha fascinado a muchos desde sus rudimentarios comienzos a principios del siglo XX. Ese es el caso de Don Bluth, por ejemplo.
A continuación, repasaremos los diez estrenos cinematográficos dirigidos por este aficionado convertido en uno de los profesionales más respetados del medio.
Este artículo huele a sábado por la tarde delante de la tele y comiendo pan con nocilla. Abrochaos los cinturones, que vienen curvas de nostalgia.
Donald Virgil Bluth nació el 3 de septiembre de 1937 en el Paso, Texas, como el pequeño de ocho hermanos, en el seno de una familia profundamente religiosa.
Siendo todavía muy joven, quedó fascinado (como no podía ser de otra forma) por la película Blancanieves (1937). Desde entonces, se dedicó a dibujar como un animal. Con apenas diecisiete años envió su portfolio a Walt Disney Studios, lo que le valió un puesto como asistente de animación en la famosa Bella Durmiente (1959).
Poco después, pasó dos años y medio como misionero mormón en Argentina (¡toma!). Completado tan piadoso servicio, se matriculó en la Universidad Brigham Young, en Utah, donde se licenció en Literatura Inglesa.
Al mismo tiempo, fue escalando peldaños en el estudio del ratoncito en pantalones cortos. Ahí, Bluth ejerció como asistente de animación, también, en Merlín el Encantador (1963). Posteriormente, trabajó como animador ya hecho y derecho en Robin Hood (1973), Lo Mejor de Winnie the Pooh (1977), y Tod y Toby (1981). Su petardazo como director de animación, sin embargo, llegó en 1977, cuando se marcó un doblete con Los Rescatadores y Pedro y el dragón Elliott.
Por si esto fuera poco, el bueno de Bluth rellenaba sus ratos libres como diseñador gráfico para Filmation Associates, dejando su impronta en series de dibujos animados tales como “He-Man y los amos del universo”. (No sé a vosotros, pero a mí este artículo ya me está haciendo estúpidamente feliz).
Una vida estilo cartoon
En 1979, Bluth celebró su cumpleaños fundando ese mismo día su propio estudio junto a otros diecisiete animadores que se llevó consigo desde Disney. Entre ellos se encontraban Gary Goldman y John Pomeroy, dos amigos personales suyos que lo acompañarían a lo largo de la mayor parte del resto de su carrera profesional.
Sus películas se asemejan en estilo a aquellas producidas por Walt Disney después de la muerte de su renombrado fundador, en 1966. Ajustadas a un presupuesto algo más limitado, presentan un aspecto sucio y como inacabado, con un cierto aire a xerografía, personajes algo menos estilizados y fondos de naturaleza simplista. Provistas de una paleta de colores algo más apagada, estas películas muestran un tono más sombrío, también en la trama.
A esto, Bluth le sumó su gusto por contar historias que se alejaban de la fantasía tradicional, creando sus propios mundos imaginarios, más modernos, que oscilaban entre los géneros de fantasía urbana, ficción histórica, y hasta ciencia-ficción.
Sus películas no consiguieron recrear la magia atemporal de aquellas primeras de Disney (auténticos trabajos de artesanía cinematográfica), pero sí estaban provistas de un encanto propio. Entre ellas, además, se cuentan algunas de las mejores del medio, tanto desde el punto de vista técnico como argumental. Esta calidad las llevó a alcanzar altas cotas en taquilla durante buena parte de los años 80 y 90.
A lo largo de dos artículos, reseñaremos los diez estrenos dirigidos por Bluth hasta la fecha, según el orden de preferencia de un servidor. Teniendo en cuenta que todos me gustan, intentaré valorarlos de la manera más objetiva posible. Les pido disculpas, de antemano, a todos los niños o niñas talluditas que estén en desacuerdo conmigo, así como a mi yo de diez años.
Al lío.
10. El Jardín Mágico de Stanley (1994)
Su película menos lucrativa es una de las pocas que diría que están dirigidas a un público exclusivamente infantil. Mira que me chiflan los dibujos animados, pero no puedo imaginarme a nadie que haya pasado la educación primaria disfrutando en exceso con este film.
La trama gira en torno a un bicho raro en el mundo de los trolls. Al contrario que la mayor parte de sus congéneres, Stanley es bondadoso y afable. Además, cuenta con un dedo mágico (menos risitas, que hay menores delante) con el que es capaz de hacer crecer toda suerte de plantas y flores de hermosa factura. Gnorga, la repugnante reina de los trolls, disiente de esto, claro, de modo que exilia a Stanley a la dimensión de los humanos, en concreto a Nueva York.
Horrorizado por la monstruosa urbe, el bueno de Stanley corre a refugiarse debajo de un puente en Central Park. No pasará mucho tiempo hasta que tope con Gus y Rosie, dos hermanitos en edad preescolar que se ven envueltos en medio de un conflicto entre los trolls.
Lo mejor de esta película es el trabajo de Dom DeLuise, el actor de voz superestrella que interpreta a Stanley y le dota de una simpatía y ternura innegable. Del mismo modo, los escenarios de fantasía que crea con su dedo prodigioso son un imaginativo regalo a la vista, y un acicate, seguro, para la imaginación de los más pequeños.
9. Hubie el Pingüino (1995)
Esta historia comienza en el Antártico, en una divertida colonia de pingüinos que nos entretuvieron en la gran pantalla antes que los de Happy Feet. En dicha colonia existe una tradición según la cual los machos han de entregarle una piedra preciosa a la hembra de sus desvelos antes de la temporada de apareamiento.
Pues bien, Hubie es un pingüino extremadamente tímido, grandote y torpón que vela los vientos por Marina. Esta bonita pingüina es pretendida también por Drake (como el rapero), el villano de la película. Este es un pingüino arrogante y déspota, una especie de Gastón de La Bella y la Bestia (1991), pero con más mala leche, si cabe.
El caso es que Hubie, repleto de inseguridades, le pide a una estrella que le ayude a conquistar a Marina. El lucero cae del cielo en forma de una piedrecita cuadrada color esmeralda. Hubie corre con ella al encuentro de Marina, pero Drake se encarga de complicar las cosas.
El protagonista se encuentra en un barco pesquero en dirección a un zoo de Estados Unidos, en contra de su voluntad. Aquí conoce a Rocko, un pingüino de penacho amarillo, con el que urde un plan para escapar y volver a la Antártida a tiempo para la temporada del apareamiento.
Rocko (interpretado por ni más ni menos que Jim Belushi) es el personaje más divertido e interesante de una película que parece una mezcla entre un documental de la “2” y las aventuras de Huckleberry Fin. “Fin”, ¿lo pillaís? “Aleta” en inglés. De acuerdo, perdón.
Hubie el Pingüino peca de infantilona, también, aunque incluye un mensaje positivo para soñadores inconformistas, así como un comentario bastante instructivo acerca del amor.
8. Titan A. E. (2000)
Alguna otra persona quizá tendría esta película un poco más arriba, pero la ciencia-ficción no es lo mío, lo siento. Aunque debo decir que su premisa es bastante interesante.
Corre el año 3028, y la humanidad es atacada por los Drej (no confundir con “Glegg”, mi segundo apellido), una raza alienígena que se encarga de mandar a la Tierra a hacer puñetas. Un científico de renombre encabeza el “Proyecto Titán”, que consiste en el lanzamiento de una nave espacial provista del código genético de toda la vida en nuestro planeta, para poder recrearla en algún otro lugar.
La trama se sitúa quince años después de la explosión de la Tierra. El científico antes mencionado ha muerto en extrañas circunstancias, y del proyecto Titán nada se sabe. Su hijo es uno de los pocos humanos que quedan por el universo. Cale (interpretado por Matt Damon) es un joven impetuoso que trabaja en una estación espacial.
En estas que se encuentra con un antiguo socio de su padre, un tal Korso. Este revela a Cale que tiene un mapa para llegar a Titán implantado en el cuerpo, que se muestra en la palma de su mano gracias a un anillo de alta tecnificación.
De modo que Cale se embarca con Korso en una búsqueda espacial que implica a otros cuatro tripulantes. Entre ellos destaca Akima (Drew Barrymore), que servirá de interés amoroso para el protagonista del film.
Titan A.E. fue realizada con un presupuesto descomunal (setenta y cinco millones de dólares) que se empleó mayoritariamente en pagar a sus costosos actores y en unas imágenes generadas por ordenador que han envejecido fatal. El resultado fue una película de ciencia-ficción totalmente genérica, con personajes aburridos, planos, que no está en el fondo de esta lista por su notable ambición. Estabas intentando hacer algo espectacular, amigo Bluth, pero no te salió.
Los héroes se comportan como adolescentes insoportables, y los villanos tienen un diseño que recuerda a los salvapantallas del Windows 97. Por resaltar alguna cosa buena, la película tiene un girito bastante curioso según se acerca el final. Del mismo modo, la banda sonora es un absoluto pepino, incluyendo temas de grupos noventeros tales como Texas, Powerman 5000, Lit, o mi favorito, the Cosmic Castaway, de Electrasy.
7. En Busca del Rey del Sol (1991)
Aun sin ser la mejor, esta es, quizá, la cinta de Don Bluth que más veces he visto.
Se sitúa en los años 50, en un pueblo del sur de Estados Unidos (lo cual le confiere, ya de por sí, un cierto encanto). Ahí encontramos una granja donde vive Chanticleer, un gallo que todas las mañanas cacarea orgulloso para que salga el sol.
El villano es uno de los más siniestros que uno puede encontrarse en una película “infantil”. El Gran Duque (con voz de Christopher Plummer) es un búho real que vive cerca de la granja en un árbol hueco y que busca cubrir la región de oscuridad. De modo que urde un plan para entretener a Chanticleer, y evitar que cante una mañana. Cuando el sol sale igualmente, los miembros de la granja se vuelven contra él, acusándolo de fraude.
Así que, cabizbajo, el gallo se marcha a la gran ciudad, donde su talento para la canción se utiliza para un fin más lucrativo, a coste de su felicidad. Entre tanto, en la granja no para de llover, sumiendo a la región en una catastrófica y mojada penumbra.
Por otro lado, Edmund es un niño de carne y hueso al que su madre lee el cuento de Chanticleer. Afuera, la lluvia inunda las cosechas y amenaza con arrasar con las casas y el ganado. Es aquí donde la barrera entre la fantasía y lo real se difuminan, de una forma que no queda demasiado explicada en el film. En cualquier caso, sirve como pretexto para unir animación con imagen real (cinco años antes de Space Jam). El resultado es estéticamente sorprendente, y sigue resultando llamativo hasta hoy.
Edmund entiende que, para detener la lluvia y salvar a su pueblo, ha de imbuirse en el cuento y ayudar a los miembros de la granja a reencontrarse con Chanticleer. El Gran Duque no puede permitir esto, claro, de modo que lo transforma en un lindo gatito de dibujos animados. Esto no detiene a Edmund, sin embargo, que inicia una gran aventura en busca del gallo cantarín.
Además de por su aspecto visual, la película destaca por su inocente sentido del humor y su banda sonora. Convertido en un fenómeno musical, Chanticleer es una caricatura de Elvis Presley, y ofrece al espectador un divertidísimo rato de rock ‘n’ roll.
6. Todos los Perros Van al Cielo (1989)
Corren los años 30 y nos encontramos en la pintoresca Nueva Orleáns. Todo me gusta.
Charlie es un pastor alemán (interpretado por Burt Reynolds) que callejea por ahí en compañía de Itchy, un teckel amigo suyo. La ciudad es territorio hostil para un perro sin dueño, y el protagonista de la película se ve obligado a trapichear para sobrevivir. Su socio, Carface, es un violento pitbull que orquesta su asesinato para quedarse solo al frente del negocio.
De esta forma, Charlie se sorprende ascendiendo al Cielo. Ahí, una hermosa galga le da la bienvenida a la otra vida, y le equipa con un par de alas y una aureola. Pero él no está dispuesto aún a estirar la pata. Así que encuentra una forma de volver al mundo de los vivos. Cada alma está provista de un reloj que se detiene al morir, por lo visto. Si uno vuelve a darle cuerda, resucita.
Charlie hace esto mismo, consumido por el rencor hacia Carface. Pero la galga le previene: una vez escapado del Cielo, ya nunca más podrá volver y, cuando muera, irá directo al infierno.
La acción vuelve a situarse en Nueva Orleáns. Charlie toma a Itchy y se lo lleva a la guarida de Carface. Ahí, descubren que el pitbull ha secuestrado a Anne-Marie, una pequeña huérfana que tiene la facultad de comprender y hablar el lenguaje de los animales. El villano usa a la niña para prever los resultados de peleas de aves, carreras de caballos, etc., y ganar dinero apostando. No me preguntéis para qué quiere dinero un perro porque no lo sé, y la película no se esfuerza mucho por explicarlo.
En cualquier caso, Charlie rescata a Anne-Marie con el propósito de utilizarla él mismo, vengándose así de Carface. Pero el protagonista de esta película es un delincuente canino con un corazón de oro. No pudiendo obligar a la niña a estar a su servicio, la engaña con falsas promesas de encontrarle una familia. Los problemas surgen para él cuando la conciencia empieza a pesarle. Aunque se esfuerce por disimularlo, Charlie se está encariñando con ella.
Todos los Perros Van al Cielo es un drama criminal para menores de siete años, que trata sorprendentemente bien ciertos temas tales como la mortalidad o la diferencia entre el bien y el mal. Charlie es un simpático buscavidas y Anne-Marie es la personificación de la ternura. El resto de los personajes no son menos carismáticos. Juntos conforman el elenco de una película de desenlace previsible, sí, pero también candorosa, divertida, y con un valioso mensaje.
Y encima salen un montón de perretes. ¿Qué más queréis?
Con esto cerramos el repaso a cinco de las diez películas dirigidas por Don Bluth. Ojalá os quede aliento para las otras cinco. Creedme, merece la pena.
Hasta entonces, abrazos furiosos.