‘Demian’, de Hermann Hesse: romper el cascarón

Pasa algo terrible con los niños. Y es que, sin miramiento alguno, llega un punto en el que son arrancados de la seguridad familiar, de lo suave y lo tierno, y son arrojados la intemperie de un mundo despiadado. La burbuja de felicidad y protección en la que han vivido hasta el momento se rompe de repente, quedan expuestos, vulnerables y más curiosos que nunca. Probablemente una de las combinaciones más arriesgadas.

Parece la premisa base de toda novela de formación. El paso de la frontera, con más o menos suerte, que existe entre la infancia y la vida adulta. O, en palabras de Emil Sinclair, protagonista de la novela de Hermann Hesse, el mundo luminoso y el mundo oscuro. El relato, narrado en primera persona por un Sinclair con tintes ocasionales de pretenciosidad, nos cuenta precisamente el camino recorrido desde que fue arrancado del mundo luminoso y expulsado a la oscuridad absoluta. De ahí la inestabilidad, la incertidumbre, las inseguridades, la curiosidad y la razón principal por la que consigue empatizar con multitud de lectores.

Sin embargo, Demian no goza de tantas buenas críticas como las que tiene la mitificada obra de Hesse El lobo estepario. Sin duda, las dos obras comparten una base importante, pero a Demian se le ha achacado ese tono pretencioso y puede que una explicación excesiva de ciertas cosas, de una manera tan obvia, que acaba diciendo al lector qué pensar. ¿Realmente es así?

Hermann Hesse. Demian.
Hermann Hesse, autor de Demian.

Demian: El mundo roto

La historia inicia cuando Sinclair tiene diez años. En una conversación con otros chicos que intentan presumir de sus fechorías, se declara autor del robo de un saco de manzanas. Sin embargo, Fran Kromer, uno de los niños, sospecha de que puede ser un invento. Desde ese momento Sinclair estará sometido al acoso del Kromer que le amenaza con desvelarlo todo. Las cosas se acaban liando hasta el punto en el que se ve obligado a mentir a sus padres. Una mentira sin más, pero que supone la destrucción del mundo idóneo en el que vivía hasta entonces. Ese es el momento en el que se da cuenta de que ya está lejos del mundo puro que compartía con su madre. Se acabaron la protección y los cuidados, como si se arrancara un tallo tierno de la tierra que lo sujeta y le proporciona la vida. Entonces, ¿ahora qué?

Ahí es cuando aparece precisamente Demian. Brillante, dispuesto a agarrar a un Sinclair que ya no sabe a quién acudir ni como defenderse, y acompañarlo de alguna manera, casi guiarlo. Le enseña a mirar de otra forma esa realidad oscura en la que ahora se encuentra. Aquí comienzan las múltiples referencias religiosas. La historia comienza a cargarse de símbolos y más símbolos. Todo significa, pero a la vez, con ese tono de niño sabiondo, Demian cuenta y explica y explica hasta la saciedad, y Sinclair no puede más que hacerle caso. La crisálida protectora comienza a romperse por primera vez.

Demian, de Hermann Hesse.
Demian.

Desde esa primera crisis sencilla que suponía la mentira a sus padres, el camino de Sinclair está marcado por cuestionamientos acerca del bien y el mal, crisis existenciales, de creencias y de identidad. Lo que viene siendo una novela de formación, pero intrínsecamente marcada por el contexto en el que la obra fue escrita y publicada, tras la experiencia de la Primera Guerra Mundial. Es decir, el replanteamiento de lo que significaba ser hombre después de los hechos vividos estaba a la orden del día. Pocos saben hoy qué es el hombre. Muchos lo presienten y por ello mueren más tranquilos (…) diría Sinclair en el prólogo.

Salir del cascarón

El viaje de autodescubrimiento solo puede producirse fuera el mundo luminoso que supone la casa de sus padres porque, no olvidemos, no deja de ser un lugar lleno de normas y convenciones sociales. Para vivir en la luz y en la bondad absoluta hay que reprimir ciertos instintos. Ese decir, ese aprendizaje de pautas sociales que facilitan la convivencia pero que son limitaciones.

La obra se inicia con una cita que recoge a la perfección la crisis vertebradora de la historia:

Quería tan solo vivir lo que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?

Demian. Herman Hesse.

Pues era tan difícil porque lo que brota de uno, y Sinclair lo acaba aprendiendo gracias a Demian, no siempre está dentro del mundo blanco y puro. ¿Lo convierte eso en un ser terrible? La idea de lo que está bien y lo que está mal aparece continuamente. Durante los primeros años los niños aprenden unos patrones morales muy claros, empiezan a discernir lo bueno de lo malo, lo blanco de lo negro, pero llegados a un punto determinado todo empieza a confundirse.  

Todo este planteamiento se va complicando más a medida que Sinclair crece. Con una identidad inestable, que se pierde continuamente, no sabe muy bien como seguir sin Demian cerca, pero como una solución divina aparece Abraxas. Esa idea de un Dios que lo contiene todo, el bien y mal confundidos y relacionados irremediablemente, como una sola cosa.

El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El dios se llama Abraxas.

Demian. Herman Hesse.

Más allá de planteamientos gnósticos y sin la necesidad real de tener que saber identificar los distintos símbolos, todo se puede sintetizar en que se habla del hombre en sí mismo. Más que hacia un dios externo, el camino se dirige hacia el interior.

Romper el cascarón, salir de las pautas aprehendidas, liberarse de las convenciones sociales rígidas, olvidar la distinción entre el bien y el mal. Destruir todo lo que se ha aprendido, destruir el mundo y volar hacia el centro mismo de la identidad de cada uno.

Abraxas. Demian. Herman Hesse.
¿Abraxas?. Demian, de Herman Hesse.

Quién es Demian

Para que Sinclair pueda romper el cascarón ha necesitado de Demian, o eso es lo que plantea. La influencia que le causó echa raíces, fue su primer guía espiritual y cuando no está lo busca con cada nueva cuestión que le surge. Rememora una y otra vez sus palabras y parece verlo en distintos lugares. Todo le recuerda a las ideas planteadas por él y, de esta forma, Demian empieza a cargarse con más y más misticismo.

Como un ángel de la guarda, aparece de una forma u otra cuando Sinclair lo piensa. Y cuando no es Demian, se cruza con un nuevo guía espiritual, Pistorius, que se le parece bastante. Todo lo que rodea tanto a Demian como a Pistorius resulta místico, casi mágico: su aparición, sus ideas, sus planteamientos, la influencia aplastante en Sinclair y, al parecer, su inequívoca posición. No hay fallas en su pensamiento. Son criaturas ideales ante los ojos de Sinclair, sobre todo Demian, que llega dar una sensación de ser casi sobrehumano.

Pero, ¿Quién es Demian al fin y al cabo? ¿Cuál es la relevancia de su familia? ¿Qué tiene que ver con Pistorius? ¿Existe realmente Demian? ¿Y Pistorius? ¿O son solo manifestaciones de las ideas de Emil Sinclair?

No podemos olvidar que toda la historia está contada por el propio Sinclair. ¿Aparecía Demian de verdad cuando creía verlo? ¿Se parecía tanto Pistorius a Demian? ¿hasta qué punto no hay ninguna mentira detrás de lo que nos cuenta teniendo presente que todo comienza por una mentira? Si Sinclair, una vez ha roto el cascarón, se reconoce a sí mismo como el hombre que todo lo contiene, ¿quién nos asegura la fiabilidad de su palabra? No hay forma de que sepamos quién es Demian y, sin embargo, como Sinclair, no podemos dejar de buscarlo.

Demian. Alianza Editorial.
Demian. Alianza Editorial.

Encontrar un lugar en el mundo

En esta búsqueda de identidad que parece no encontrar satisfacción inmediata, es cierto que, en los discursos de Demian o Pistorius se cae a veces en lo evidente y lo pretencioso. Sin embargo, cuando un niño aprende algo nuevo, tiende a repetirlo y demostrar que lo ha aprendido como si los demás no lo supieran. Quizá esta tendencia pretenciosa -consciente o inconsciente- es más natural de lo que parece en un proceso de aprendizaje. Sobre todo cuando observamos tan de cerca el discurrir del pensamiento.

En cierto punto de la historia todo se vuelve un poco más caótico y la narrativa tiende al ensayo filosófico. Leemos teorizar a Sinclair y, en cierta forma, nos adentramos en su caótico fluir de pensamientos. No en vano Hesse estaba influenciado por el estudio del psicoanálisis de Carl Jung. Y en este fluir vemos lo más íntimo, asistimos a la construcción de la identidad, inestable en ese momento.

Carl Jung.
Carl Jung.

Esto es posible también gracias al dialogo que se establece con los correspondientes guías espirituales. En su intento por llegar a la verdad de algo, al centro mismo de la identidad, es el propio Sinclair el que peca de pretenciosidad. ¿Qué pretende? ¿Qué busca? ¿Cuál es su objetivo? ¿Hay cierta incomodidad para con el mundo? Puede ser que en este fluir caótico de ideas lo único que se pretenda, agarrándose a símbolos como Demian o Pistorius, sea encontrar un lugar en el mundo. Su lugar en el mundo.

Imagen de portada: Niño Geopolítico de Dalí.