‘De ratones y hombres’: historia de los condenados
La silueta de dos hombres se dibuja al fondo del camino. Se podría decir que son opuestos. Uno bajito, enjuto y con avidez mental. El otro grandullón, que no coordina bien, no controla su fuerza y no es muy inteligente.
Los dos son amigos. Van de rancho en rancho, trabajando en lo que les dejan y sin muchas más pretensiones que las básicas inherentes a la supervivencia humana. La gente piensa que el bajito, George, se aprovecha de la torpeza mental del inocente Lennie. Pero no es así, George, que de vez en cuando le hace una gamberrada a su amigo, solo le cuida e intenta asegurarse de que todo marcha bien.
Así es como Steinbeck va creando a los dos protagonistas de De ratones y hombres (1937) ante los ojos de un lector que, seguro, va a vivir momentos tensos, crueles y tiernos leyendo este libro.
De miseria y amistad
John Steinbeck (1902-1968) nació en Salinas (California, Estados Unidos), donde ambientó parte de su obra. Es conocido por novelas como Al estén del Edén, La perla o Las uvas de la ira y ganó el Premio Nobel de Literatura en el año 1962. La historia de De ratones y hombres no es un tocho de quinientas páginas, es modesta y humilde, casi un relato corto, pues no rebasa por mucho las 160 hojas, y puede leerse perfectamente en una tarde ociosa.
Quizá por esto muchos puedan considerarla una creación menor del autor, un libro anecdótico. Nada más lejos de la realidad, es un cuento mayúsculo, sobrecogedor y tremendamente triste.
De ratones y hombres puede ser un buen libro para iniciarse en la lectura de este escritor, pero es mucho, muchísimo, más que eso. Al acabarlo es posible que sientas ganas de un abrazo muy fuerte. Siempre he considerado que es complicado que un libro haga llorar. Puede ser emotivo, por supuesto que va a apelar a los sentimientos, pero de ahí a provocar una reacción física… es harina de otro costal. No obstante, si acabas de leer De ratones y hombres y no derramas ni una lágrima (o en su defecto te quedas en shock durante al menos media hora) es que estás muerto.
Para escribirlo Steinbeck se basó en su propia experiencia trabajando en ranchos donde se pagaban unos 50 dólares al mes, en los años 30, tras el crac del 29. Esta es una novela sobre miseria y amistad, pero también es una denuncia contra las condiciones de estos trabajadores del campo.
El terrenito en la cabeza
Como se comenta en varias ocasiones a lo largo del periplo de Lennie y George, la mayoría de trabajadores de los ranchos se gastaban todo el dinero que ganaban al mes en alcohol y putas. No había perspectivas de futuro ni posible salvación más allá del aquí y ahora aplicado por todos.
Pero Lennie y George no eran así porque se tenían el uno al otro. Para escapar de la realidad dura del sur, de ese calor asfixiante que genera ampollas, George empezó a contar a Lennie que algún día tendrían un terreno con una casita modesta, un huerto y algunos animales. Vivirían como príncipes y en invierno no tendrían que trabajar y podrían sentarse junto a la chimenea.
Lennie, que había matado ya unos cuantos ratones acariciándolos porque le gustaba tocar cosas suaves, sería el encargado de cuidar de los conejos si se portaba bien. Y así, con estas promesas y fantasías en la cabeza, llegaron a un nuevo rancho para empezar de cero, ya que del último tuvieron que salir corriendo por un mal comportamiento del bueno de Lennie, que hace el mal sin maldad.
Es en este sitio sin esperanza donde trascurre la mayor parte de la trama, salvo el principio y el final, que tienen lugar en un claro entre árboles donde hay una laguna. Los dos van a desengañarse de la vida, las circunstancias les van a arrastrar por el suelo, mientras la tierra, la grava y las piedras les golpean por todo el cuerpo, como si fueran bestias, como si su dolor no importase. Al final y al cabo, Lennie y George no son hombres, sino ratones.
En el rancho trabaja un negro, Crooks, encargado del establo. Casi siempre está solo porque no le suelen dejar alternar con los demás. Pero Lennie, que no tiene ese tipo de prejuicios, se acerca a su habitación (en la que tiene libros) y habla con él. George vuelve de estar fuera con otros muchachos y encuentra a Lennie con el hombre que cuida a los caballos.
“He visto más de cien hombres venir por los caminos a trabajar en los ranchos, con sus hatillos de ropa al hombro, y esa misma idea en la cabeza. Cientos de ellos. Llegan y trabajan y se van; y cada uno de ellos tiene un terrenito en la cabeza. Y ni uno solo de esos condenados lo ha logrado jamás. Es como el cielo. Todos quieren su terrenito. He leído muchos libros aquí. Nadie llega al cielo, y nadie consigue su tierra. La tienen en la cabeza, nada más. No hacen más que hablar de eso, siempre, siempre, pero solo la tienen en la cabeza”, les dice Crooks a los dos amigos.
De ratones y hombres: los condenados
En resumidas cuentas, Steinbeck viene a decir que quien nace pobre y desgraciado, pobre y desgraciado se muere. Por mucho que lo intentes, que quieras remar contracorriente, que te afanes por escapar de la situación en la que te ves envuelto, tus circunstancias te atrapan, te asfixian y, en última instancia, te matan.
Para George y Lennie no hay solución posible. A su llegada al rancho un viejo barrendero hace buenas migas con ellos. Los tres juntos idean un plan, un plan para comprar un terreno. El viejo Candy tiene algunos cientos de dólares ahorrados y con lo que los amigos puedan juntar en unos meses de trabajo… incluso se plantean comprarlo lo antes posible dando una cuantiosa señal. Antes de que todo se precipite hacia el final, hay gran esperanza y ganas de prosperar. George admite que nunca se había creído la historia que le contaba a Lennie, hasta que de tanto repetirla casi se ha hecho real.
Es Crooks, otro personaje condenado por el color de su piel en este caso, el que hace la reflexión más dolorosa: “Todos quieren su terrenito. He leído muchos libros aquí. Nadie llega al cielo, y nadie consigue su tierra”. Es decir, todos estamos condenados, atados por lo que nos rodea, anclados a un aquí y ahora del que no se puede salir. No hay futuro.
Los diálogos construyen toda esta novela. Con tan solo unas frases, que hasta pueden parecer casuales, Steinbeck contornea a los personajes, te hace empatizar con ellos, sentirte identificado y quererlos. La ternura en la relación entre George y Lennie traspasa el papel y te hace recordarles con cariño.
Más que una novela podría decirse que es una obra de teatro (de hecho se adaptó al cine y al teatro). Las partes más descriptivas o narrativas son para situar al lector, lo que da forma a esta historia con trágico final son los diálogos, lo que los personajes se dicen, lo que no se dicen y lo que insinúan.
De ratones y hombres es una sorpresa llena de cariño, crueldad y tristeza. Es un cuento áspero, caluroso y polvoriento, que hace llorar y que está magníficamente compuesto para transmitir exactamente lo que el autor quiere transmitir sin necesidad, además, de usar cientos y cientos de páginas como apoyo ni trucos macarrónicos llenos de artificio.
¿Quieres más recomendaciones literarias? Visita la sección completa de Literary Club.
Imagen de portada: Detalle de una de las ilustraciones de Rébecca Dautremer para la versión ilustrada de De ratones y hombres de John Steinbeck.