‘Chicago’, el origen de un musical irrepetible

A simple vista, pareciera que la mitología alrededor de la Ciudad del Viento se nutre de figuras masculinas. Si pensamos en la mafia, el nombre de Al Capone surge de inmediato por las calles de Chicago. En cuanto a materia deportiva, pasarán siglos hasta que la urbe del estado de Illinois dejé de comentar las hazañas de Michael Jordan. Sin embargo, en materia de espectáculo la cosa cambia si sacamos a colación a dos damas de la ficción: Roxie Hart y Velma Kelly. Una pareja de artistas siempre con una canción en los labios y un revólver bien guardado en el bolso.  

Ambas son el alma de Chicago, uno de esos musicales que se escuchan conteniendo el aliento, con un punto alocado y sexy. De cualquier modo, sin importar su exquisito jazz y el tono ácido, hay un punto de amargura en un libreto que nos lleva a las raíces más profundas de la cultura norteamericana. Queremos profundizar en todo lo que supuso la decisión de Rob Marshall de llevarla a las salas de todo el mundo en pantalla grande a la altura de 2002, aunque previamente es preciso conocer la leyenda alrededor de uno de esos hitos que se dan muy de tanto en cuando.

Cartel de Chicago, de Rob Marshall.
Cartel de Chicago, de Rob Marshall.

Chicago: las puertas del futuro

Era una pieza maldita. La clase de material excitante que terminaba estallando en las narices de las productoras que intentaban invertir en él. Al principio, el musical Chicago aterrizó con pocas perspectivas de éxito. Como bien analiza Daniel Martínez Mantilla (Vanity Fair), su primera acogida en Broadway durante la década de los setenta se vio presidida por una tibieza inicial. Una sociedad desengañada por el fracaso en Vietnam y el escándalo Watergate no estaba especialmente receptiva a un musical ácido que mostraba las vergüenzas de la sociedad estadounidense.

El artífice había sido Bob Fosse, un nativo de Chicago que había nacido en la gran ciudad justo en el mayor apogeo de los alocados veinte del pasado siglo… y precisamente a tiempo de palpar en su más tierna infancia los rigores de la explosión de una burbuja que hizo tambalearse a Wall Street. Aquel Crac que dejó tocada a toda una generación no impidió que se convirtiera en un renacentista de la farándula: bailarín, maestro de coreografías, actor, director, etc.

Una serie de ingredientes que lo convencieron para introducirse de lleno en Broadway. Puede que Chicago tardase un poco en digerirse, pero terminó ganado sus combates por KO. Se exhibió a los pocos años en el West End de Londres, confirmándose que su humor negro no entendía de nacionalidades. Sin embargo, ¿cuáles eran las raíces de un argumento donde las asesinas eran estrellas de cabaret y la prensa sensacionalista se conjuraba para convertir las visitas al cadalso en el gran show entre los rascacielos?

Para ello debemos investigar a otra mujer fascinante, Maurine Dallas Watkins y sus aventuras teatrales. Un trabajo sin el que, décadas después, ni Bill Condon ni Rob Marshall hubieran podido confeccionar una cinta que cosechó seis premios de la Academia de los Oscar, más otras siete nominaciones.

Catherine Zeta-Jones y Renée Zellweger son Roxy y Velma en Chicago.
Catherine Zeta-Jones y Renée Zellweger son Roxy y Velma en Chicago.

Maurine Dallas Watkins, una Lois Lane entre licores

Era una de esas reporteras de olfato fino. Solamente alguien con el talento de Watkins podría haber conectado dos casos independientes como los de Beulah Annan y Belva Gaertner para hacer una sátira tan deliciosa en 1926. Defendiendo los intereses del popular Chicago Tribune, nuestra dama del periodismo acudió a los tribunales para ver cómo el escándalo y el morbo complacían a la urbe.

Su aguda mirada no solamente contempló a las dos forajidas, también se cercioró de que el sistema judicial hacía aguas por muchísimos costados. Las pesquisas la llevaron a Cook County, el segundo condado más poblado del país americano, solamente superado por la bulliciosa Los Ángeles.

A semejanza de lo que sucedería con Agatha Christie, los crímenes agitaron la inspiración de una literata en ciernes que dejó un auténtico filón para que futuras generaciones se aprovecharan de sus primeros picotazos. No estaba nada mal para una chica nacida en Louisville en 1896 y mudada a Indiana para su formación en Secundaria. Pronto, se ganaría fama por una observadora timidez y unos ojos azules que rezumaban inteligencia.

Compuso a Roxy y Velma acuñando el célebre término lady murderesses, una materia en la que era doctora por el magazine The Indianapolis Sunday Star. Los Roaring Twenties precisaban de una voz como la suya, si bien puede que su humor negro estuviera incluso adelantado incluso a tan accidentada época. Su estelar Chicago supuso una primera obra maestra difícil de igualar hasta por su propia creadora, quien viajó hasta Hollywood para escribir tanto guiones como artículos para Cosmopolitan.

Fallecida por cáncer en Florida (1969), la astuta Watkins no podía ni imaginar el colosal éxito que todavía restaba a sus dos delincuentes predilectas.

Maurine Dallas Watkins, autora de Chicago.
Maurine Dallas Watkins, autora de Chicago.

La maldición superada

Iba a ser el punto de inflexión. Cabaret (1972) había representado un triunfo mayúsculo para Liza Minnelli y Bob Fosse en la dirección. Un musical plagado de números extraordinarios que habían embobado al público. En resumen, la oportunidad soñada para que fuera viable que en los despachos de Hollywood se planteara seriamente repetir la jugada con Chicago, una prima-hermana con factura similar y los suficientes rasgos propios para seducir.

Pronto, Fosse filtró la noticia de que tenía apalabrada a Goldie Hawn, una intérprete con gran facilidad para la comedia, para acompañar a su misa Minnelli para ser Roxie y Velma. Los avances eran prometedores, pero distintos contratiempos y las agendas lo iban paralizando. Fosse falleció antes de poder realizarlo, además de haber circulado rumores realmente curiosos sobre modificaciones en la pareja protagonista (con la mismísima Madonna tomando el papel de Minnelli).

El parón de los musicales en el cine más comercial solamente dependía, como en cualquier otro género, de un inesperado éxito que volviera a abrir la caja de préstamos. Y llegó de la mano del visionario Baz Luhrmann, autor de la barroca Moulin Rouge! (2001). Dos estrellas al alza como Nicole Kidman y Ewan McGregor eran la punta lanza de números espectaculares que reconciliaron a los estudios con el concepto. Paralelamente, Chicago saltaba a calentar en la lista de planes de posibles estrenos.

¿Quién sería el cineasta encargado de dirigir la orquesta? Nada menos que un coreógrafo llamado Rob Marshall, absoluto devoto de la mitología de Cabaret y que iba a firmar su musical más redondo. Ni siquiera en una obra de tan bella factura como Nine (2009) volvería a lograr ese grado de eclecticismo y alquimia que eleva a una partitura atinada a ser una melodía inconfundible. 

Catherine Zeta Jones en Chicago.
Catherine Zeta-Jones en Chicago.

This is the girl

Una simple frase que una película como Mulholland Drive (2000) supo hacer amenazante. Hay pocos momentos más tensos en el cine que un casting de selección. Miramax encomendó al productor Martin Richards la búsqueda de los unicornios que pudieran conjugar una serie de virtudes casi incompatibles: buenos cantando, interpretando, bailando, con sensualidad y carisma.

No obstante, aquel villancico le sacó de dudas con respecto a la primera estrella a sondear. Catherine Zeta-Jones parecía nacida para encarnar a Roxie Hart. Indudablemente, cualquiera que la hubiera visto espada en mano con Antonio Banderas en La máscara del Zorro (1998) sabía que podía ser convincente como una bandida capaz de embelesar a cualquier jurado u opinión pública que se cruzara en su camino. La actriz quedó encantada con la propuesta, si bien sorprendió su petición de ser Velma.

Aunque la historia es de las dos convictas, suele considerarse que Roxie tiene incluso más protagonismo que su compañera de fatigas. Sea como fuere, Jones reconoció que no había visto el musical nunca, pero sí que conocía el fabuloso tema All that jazz, el momento de mayor lucimiento de la señorita Kelly. Unas notas que parecían ecos de la máquina de escribir de Scott Fitzgerald. El deseo fue conseguido y se fortalecía un frente claro del futuro largometraje, puesto que el reciente fichaje poseía una notabilísima experiencia entre bambalinas del escenario antes de convertirse en una estrella de Hollywood.

Únicamente Catherine Zeta-Jones podía mantener el gancho tras haber asesinado a su pareja y a su hermana por una infidelidad mientras celebraban la última actuación en una habitación de hotel. Un relato descarnado que la propia intérprete elevó a niveles de tango con Cell Block Tango, donde llevaría la voz cantante. Un acierto de casting imponente.

El problema es que seguía faltando Roxie, un elemento indispensable.

El diario de Renée Zellweger

Se encontraba en el momento más dulce de su carrera. Su mirada cómplice mientras escribía en las páginas de una agenda personal para una comedia romántica destinada a exitosas secuelas anticipaba que Renée Zellweger podría ser una candidata más que firme al elenco de Chicago. Había dado empaque y ternura a Bridget Jones, razón que había elevado su confianza hasta postularse directamente en el hotel Four Seasons de California.

Su manera de cantar a capela Nowadays escapaba a lo habitual y era justo el toque que Rob Marshall, allí presente, requería. Además, la actriz quería el papel con todas sus fuerzas. Pronto, quedó claro que podía brindar un pulso de altura con Catherine Zeta-Jones, dos divas en su esplendor y con una capacidad de burlarse de sí mismas indispensable para rendir correcto tributo a Watkins.

La capacidad del cine de escapar de cualquier corsé hizo que el duelo entre ambas mujeres por ser la reclusa más querida por la gran urbe una auténtica fiesta. En especial era de suma relevancia el papel como mediadora de Mama Morton, una directora de la cárcel de mujeres sin escrúpulos y que domina mediante sobornos todo cuanto acontece en las vistas. Inicialmente un papel para Kathy Bates, pero la renuncia por incompatibilidad de agenda propició la llegada como un huracán de Queen Latifah.

Una humorista y rapera afroamericana a quien una parte de la audiencia española había descubierto en un capítulo de El príncipe de Bel-Air. Con un número para su entero lucimiento, When You’re Good to Mama, estamos ante uno de los trabajos más logrados de Latifah. Un personaje esencial puesto que, sin importar sus maquiavélicas maneras, ella posee las llaves para llegar al mejor letrado del estado cuando se trata de defender causas imposibles.

Renée Zellweger en Chicago.
Renée Zellweger en Chicago.
Queen Latifah en Chicago.
Queen Latifah en Chicago.

Richard Gere: Bailando en el alambre

Ya gozaba de una importante reputación como oficial y caballero desde 1982. Su estilo de belleza masculina serena había encajado como anillo al dedo en la edulcorada (y exitosa) Pretty Woman (1990). Por ello, Richard Gere sintió que necesitaba ese reto. Si Chicago tiene un personaje cínico, ese es Billy Flynn, un astuto y despiadado abogado que representa a las desventuradas reas… siempre y cuando dispongan de unos cuantos miles de dólares.

Un picapleitos astuto y amoral, la clase de canalla que no pretende redimirse y que intérpretes como Walter Matthau encarnaron a la perfección. De cualquier modo, el papel iba a exigir algo más que un rostro apuesto y voz convincente, la característica de Flynn frente al estrado es ser capaz de sostenerse en las posiciones más inverosímiles, desafiando incluso a la lógica a la hora de darle a la prensa sensacionalista lo que quiere.

A lo largo de tres meses, Gere recibió clases de claqué para escenas realmente demandantes donde pies y lengua afilada deberían coordinarse a la perfección. El resultado final termina brindando uno de los mejores papeles de este galán, presto a ser cotizado por todas las acusadas de asesinato, si bien solamente las más afamadas podrán ser defendidas por un tipo capaz de lanzar afirmaciones como: “Si Jesucristo hubiera vivido en Chicago y tenido 5.000 dólares… la historia del mundo sería muy distinta”.

Con mucha inteligencia, el argumento renuncia a cualquier triángulo amoroso. Sin importar que sean tres personas de un atractivo sensual innegable, tanto las reas como el abogado buscan algo distinto al placer en su relación: es una cuestión de fama y dólares, en ese orden. Con la siempre impecable Christine Baranski como la primera espada de las periodistas a las que Flynn manipula, el espectáculo de marionetas estás servido.

Richard Gere y  Renée Zellweger en Chicago.
Richard Gere y Renée Zellweger en Chicago.

Chicago: el reino perdido

John C. Reilly tiene cara de buen tipo. Así lo afirmó Ricardo Darín cuando se enteró de que el intérprete estadounidense iba a hacer su papel en la versión norteamericana de Nueve reinas (2000), titulada Criminal (2004). En opinión del artista argentino, Reilly era el actor ideal… para el otro coprotagonista, quien debía transmitir inocencia. Realmente, la prolífica carrera de este hombre de Illinois está plagada de papeles de toda clase; de cualquier modo, convendría la mayoría de la crítica en que su afabilidad ante la cámara lo hacen el candidato perfecto para ser el ciudadano medio soñado, el vecino al que apetece saludar en el ascensor.

Marshall estaba planteándose varios candidatos para el marido de Roxie… hasta que descubrió una antigua grabación donde Reilly cantaba la triste Mr. Cellophane, una auténtica reflexión de lo intrascendente que Amos Hart resulta a las personas a su alrededor. Y es una auténtica pena, puesto que es la única persona moral de todo el relato, el de fines menos egoístas.

Más allá de sus vibrantes y frescos diálogos, lo que incomoda y asusta de Chicago es que la astucia (e incluso la inteligencia estratégica) encuentra mejor acomodo en sus criaturas más abominables, adaptadas a sobrevivir en las calles. Roxie y Velma pueden caer en la vulgaridad poca sofisticación, pero afilan su ingenio en aras a permanecer en pie. Billy Flynn parece capaz de ver el mundo arder si él se lleva su comisión, pero es sagaz en sus apreciaciones y adultera la realidad para venderse como mejor de lo que es.

La figura del “cornudo” era habitual en los entremeses en los corrales de comedias durante el Siglo de Oro. Curiosamente, su afabilidad e indulgencia era vista con burla, mientras que el vengador de la “honra” violenta y viril era aplaudido.

John C. Reilly en Chicago.
John C. Reilly en Chicago.

Chicago: Spotlight

Cuando cae el telón los tiros y las carcajadas nos abaten. El ritmo de un musical perfecto para la gran pantalla, un largometraje que se da lujos como tener de secundario a un actor como Dominic West. Por no hablar de la breve (e inolvidable) aparición de Lucy Liu, quien incluso con un abrigo bajo la lluvia y un horrible asesinato múltiple a sus espaldas es capaz de embelesar a cualquier jurado.

Solamente con el tiempo pensamos en que la única ahorcada, finalmente, es una mujer inmigrante. O que la alcaldía busca la mano dura en época de elecciones para ganar votos. Por no hablar de que, rascacielos aparte y ley seca, estamos francamente cerca en nuestros programas sensacionalistas de todo lo que profetizó Watkins.

Ya lo dijo Flynn. Así es Chicago.