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‘Canto yo y la montaña baila’: el conjuro de Irene Solà

Canto yo y la montaña baila es la segunda novela de Irene Solà, una joven poeta y prosista nacida en Malla, provincia de Barcelona. Tanto su versión original, en catalán, como su posterior traducción al castellano, fueron publicadas a mediados de 2019 por Anagrama Editorial.

Canto yo y la montaña baila provocó un movimiento sísmico que se llevó consigo un buen puñado de premios. Y es que Solà escribe como una auténtica bèstia (a veces literalmente).

Para comprobarlo, acompañadnos a una vieja masía en las faldas del pirineo catalán.

La escritora Irene Solà.
La escritora Irene Solà.

Canto yo y la montaña baila: Una montaña de historias

[…] a veces, para sobrevivir, hay que echar tierra a los recuerdos, pero que el que ha sufrido mucho siempre echa demasiada tierra.

— Canto yo y la montaña baila

En su viaje de camino a Micenas, Hércules se pirró por Pirene (si me permitís la aliteración). Tras haberla forzado sexualmente, y una vez muerta, el hijo bastardo de Zeus nombró los montes en los que habitaba en su honor. Bueno, pues muchas gracias.

Esta es una de las versiones del violento bautismo que la mitología otorga a los Pirineos, una cordillera montañosa formada por varios estratos de historias. Y es sobre estas capas de vivencias (tan terribles como hermosas) sobre lo que trata esta novela.

Canto yo y la montaña baila abarca un periodo de unos 50 años entre las regiones de Camprodón y Prats de Molló. Sus protagonistas son Domènec, pastor de ovejas; Sió, su mujer; y Mia e Hilari, los hijos de ambos.

La novela, sin embargo, no está narrada tan solo desde su punto de vista, sino también del de la montaña y los fenómenos meteorológicos que la asolan, así como de los animales y seres sobrenaturales que la habitan.

El resultado es una obra de un realismo mágico atroz, cuyo lenguaje es tan descarnado como poético, como un cadáver abandonado en lo profundo de un bosque y al que le han salido flores.

En ella nos hablan las nubes, a veces, y las bestias, afines o no al ser humano. También las brujas, las damas del agua, y hasta los muertos.

Giremos en torno de la ancha caldera… Escucha en las noches cómo se rasga la seda

Escucha en las noches cómo se rasga la seda

y cae sin ruido la taza de té al suelo

como una magia

tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos

y un manojo de flores llevas en la mano

para esperar a la Muerte.

Leopoldo María Panero.

Irene Solà bien podría ser una de las tres hermanas fatídicas de La tragedia de Macbeth. Su brujería, sin embargo, tiene que ver con las palabras. Sus influencias poéticas, “tan negras y dulces”, se hacen evidentes a lo largo de todo el libro. Su voz, sin embargo, es única, un grito desgarrador que te atraviesa “como un hueso que se va por el otro agujero”.

Dividida en cuatro partes, Canto yo y la montaña baila es bella y espeluznante como la propia naturaleza (que es madre y fiera). Igualmente, posee el encanto de un cuento particularmente retorcido.

Sus personajes se entrecruzan como los afluentes del río Ter, endurecidos por la montaña, que es ruda pero sincera. En sus luchas y afectos hay un cierto lirismo, y en la forma en que van y vienen, salvaje y tristemente, para jugar un papel determinante los unos en las vidas de los otros, incluso sin saberlo.

Canto yo y la montaña baila rezuma, además, un cariño palpable hacia el pirineo catalán y su folklore. La propia autora cita varios títulos en los que se basó para reflejar el espíritu de las leyendas populares e historias de brujería de la zona, entre los que se encuentran Muntanyes maleïdes, de Pep Coll, o Orígens i evolució de la cacera de bruixes a Catalunya (segles XV-XVI), de Pau Castell.

Todo ello contribuye a una lectura que nos ha encandilado, y recomendamos furiosamente.