‘Armas de mujer’: la ingenua y conservadora cenicienta de Wall Street
Armas de mujer (Working Girl, 1980)es una de las mejores comedias de finales de los 80, pero la comedia siempre está bajo sospecha. El público puede soportar la pausa en mitad de un drama, puesto que empatiza con que la trama lo necesite. No obstante, cuando se trata de provocar la carcajada no hay reflexión: o la audiencia se ríe o hace muecas de desaprobación. E incluso cuando todo el engranaje funciona queda susceptible de cierta condescendencia, evidenciando que queda poco cool admitir que hacer algo divertido es tan meritorio como provocar la emotividad del llanto.
Pese a ello, ¿qué habría sido del Hollywood clásico sin el género screweball? Vienen a la mente nombres como Katherine Hepburn, Cary Grant, James Stewart y un distinguido etcétera. Y es que filmes como Historias de Filadelfia (1940) demostraban que la muchas veces denostada comedia romántica podía tomar un pulso perfecto al ideal y los tópicos de la sociedad estadounidense.
Si evocamos la década de los ochenta del pasado siglo, pronto el género de la acción amenaza con adelantar al resto por los magníficos ejemplos que podría poner de la cartelera durante aquellos días. De cualquier modo, no hay ninguna época con salas de proyección que se precie sin algunas de estas piezas aparentemente triviales que, incluso sin querer, toman un pulso perfecto a una generación.
Armas de mujer es una estampa perfecta de todo lo antedicho.
Armas de mujer: Melanie Griffith y su cuento de hadas en Wall Street
Todo cuento de hadas que se precie tiene su casilla inicial. En el caso que nos ocupa, Tess McGill arranca en Staten Island, debiendo madrugar cada jornada para atravesar en barco el espacio que la separa de Manhattan. Es decir, desde el opening sabemos que la extracción social de la protagonista es de una clase trabajadora y humilde, ensoñadora cada vez que vislumbra esa Estatua de la Libertad cuyos ideales no son tan respetados en el mundo real.
La elegida para encarnar a esta secretaria con aspiraciones sería Melanie Griffith. A pesar de ser la innegable atracción del show, aparecería la tercera en los créditos iniciales del largometraje de Mike Nichols. Desde los dieciséis años de edad, aquella actriz neoyorquina llevaba tiempo queriendo labrarse su propio hueco en la industria. Ya había sido lo más rescatable de una serie B como Cherry 2000 (1987), donde su talento hacía encantadora y creíble a una cazarrecompensas distópica en un relato de óptica eminentemente masculina.
Douglas Wick, uno de los principales productores, recuerda la deslumbrante energía que brindó la intérprete para hacer carismática y creíble a una trabajadora nata que no pensaba caer en el conformismo. Bajo el tono cómico existía un tapiz que ya estaba ocurriendo en las calles de la ciudad que nunca duerme: muchas mujeres preparadas ya no querían limitarse a tomar los recados o ayudar a sus jefes tipo Mad Men (2007-2015) para no ser descubiertos en sus actividades extraconyugales.
Al más puro estilo Marilyn Monroe y con un toque a lo Julie Walters, Griffith supo componer a una heroína moderna que entonces no se estilaba. Sea como fuere, el rodaje acabaría siendo bastante accidentado puesto que, a fin de cuentas, aquella New York era la de los excesos yuppies.
Alec Baldwin, Kevin Spacey, Oliver Platt… Tierra de lobos
Gordon Gekko no podía ser casualidad. Para toda una generación amparada en los principios de la administración Reagan, el planeta estaba para exprimirlo hasta el último centavo. Nada era inalcanzable si se deseaba lo suficiente. Cuesta encontrar alguna otra coyuntura que haya estado más alejada de los nobles principios de Buda. Anticipando El lobo de Wall Street (2013), Melanie Griffith y otros compañeros de rodaje pudieron apreciar las muchas tentaciones que se escondían tras cada rincón, máxime en una industria como la de Hollywood.
Como la propia actriz y su director han admitido, algunas situaciones llevaron al límite la situación en el set de rodaje. Incluso pudo terminar perdiendo el papel, pese a tener un más que visible magnetismo en la pantalla y unas habilidades que la revelaban como digna heredera de su madre, Tippi Hedren. No era el único caso: Alec Baldwin, otro talentoso actor que parecía no tener límite en cuanto se lo propusiera, atravesaba serios problemas con la bebida durante aquellos días.
El intérprete encarnaba a Mick, un apuesto, aunque rudo novio de la protagonista, realmente poco interesado en las aspiraciones de su pareja de prosperar y no limitarse a enclaustrarse una vez pase por el altar de la iglesia de su barrio. Irónicamente, en el set de rodaje estaba ocurriendo algo a la inversa. Melannie Griffith admitió haber quedado prendada de encanto de su compañero escena, siendo Baldwin quien rechazó la propuesta con elegancia.
No podía decirse lo mismo en la ficción de las autoridades masculinas que entrevistan a Tess para trabajar con ellos: actores que luego desarrollaron grandes carreras como Kevin Spacey u Oliver Platt (el casting del film fue más que acertado) cosifican a la rubia secretaria hasta límites insospechados, lo cual explica las causas que llevan a sus constantes renuncias.
Sigourney Weaver y el indiscutible toque de Katharine Parker
Aquella elevada presencia cambió el ritmo de Armas de mujer desde su primera escena. No es para menos. El aura de Sigourney Weaver ya había asombrado a talentosos directores de la industria como James Cameron, convenciéndole de que no podía haber ninguna secuela de Alien que se preciase sin la teniente Ripley. Cuando irrumpe en Armas de mujer como Katharine Parker, las reglas del juego se modifican por completo.
Y es que al fin parece que Tess va a tener una persona al mando de las operaciones a su altura. Acostumbrada a superiores más interesados en mirar su escote o pasar por alto sus opiniones, Katharine constituye justamente la meta que se ha marcado para sí misma: una mujer con alto cargo, fuerte y decidida para el mundo de los negocios.
Sin embargo, esa sensación de confianza hará que la secretaria revele una idea a la que lleva tiempo dándole vueltas: una ingeniosa fusión entre las industrias Trask y una radioemisora. Tras analizar las opciones, la perspicaz secretaria ha deducido que es un Win-Win para todas las partes implicadas, pero ningún tiburón de las finanzas ha sido capaz de constatar esa evidencia.
Si bien elogia la iniciativa, su nueva superiora lamenta informar a Tess de que la idea no tiene posibilidades. De cualquier modo, el hado va a dar, al fin, un golpe de Fortuna a la protagonista: un accidente esquiando de Katharine permitirá que pueda moverse realmente con libertad por la oficina y, merced a las tareas que va encomendándole la ejecutiva por teléfono, incluso acceder a la elegante casa de la misma. Allí, accidentalmente, descubre que, lejos de ser mala, su propuesta de fusión va a ser empleada sin su consentimiento.
Involuntariamente, Katharine va a inspirar a Tess a iniciar su propia farsa, devolviendo la moneda.
Quiasmo femenino
La comedia consigue aquí sus tintes más dramáticos, además de poner a Tess ante un desengaño amoroso cuando descubre in fraganti a su novio con otra mujer. Allí descubre que Mick aprovecha sus clases y trabajos extra para tener sus propias aventuras. Este elemento es indispensable para arrojar a la protagonista a una crisis donde tomará la decisión de ponerse los zapatos de Katharine y suplantarla. El guión de Kevin Wade es habilidoso en este punto, puesto que da motivaciones coherentes a los giros más radicales de la trama.
Con mucha habilidad, Sigourney Weaver ha comentado en entrevistas que, si su personaje hace cosas moralmente reprobables, tampoco debe ser entendida como la villana clásica o sin connotaciones. Tess devolverá la treta usando su agenda de contactos, sobre todo Jack Trainer (Harrison Ford), un broker de Wall Street al que ella iba a recurrir antes de su percance en la nieve.
El debate no es nada trivial, puesto que largometrajes como El fundador (2016) han revelado que el american way of life prima más quien pone la firma que el pensamiento genial que desemboca en una fortuna para otros. Tess no es consciente de ello, pero Jack es algo más que un corredor habilidoso al que iba a recurrir Katharine, también constituye su interés romántico. Al poco de conocerse en una fiesta de negocios, pronto surge la química entre ellos, creándose un triángulo amoroso realmente divertido.
Al cargar su baraja, la antigua secretaria debe adoptar incluso los vestidos de piel de su adversaria, algo que dará lugar a una excelente escena donde su amiga Cyn (espléndida Joan Cusack) tiene que darle relajantes cuando descubren el precio real de uno de los vestidos en el guardarropa. Cenicienta obligada a aceptar las nuevas reglas del Prêt-à-porter.
Armas de mujer: Charming Bull
Es lógico que un sector de las finanzas que ha escogido la figura de un feroz toro embistiendo suela ser poco atractivo desde el punto de vista sensual o romántico. El exceso de testosterona lleva a buscar las cifras más gruesas y hay poco tiempo de fineza. Sin embargo, Mike Nichols consigue que el áspero Charging Bull se torne en un verdadero encanto. Críticos como Pablo Kurt han afirmado que Armas de mujer puede verse como una inmediata respuesta a El secreto de mi éxito (1987), una especie de versión femenina del mismo.
No obstante, resulta innegable que, sin desmerecer los méritos de la cinta a cargo de Herbert Ross, la obra de Nichols tiene una frescura y picardía envidiable. En pocos metrajes de la época se pueden observar escenas eróticas más finas, moviéndose con gracia para evitar caer en la ñoñería o lo vulgar.
Cuando el film descamisa a Harrison Ford o hace lucir a Melanie Griffith una lencería que recuerda a la mejor Sophia Loren en La millonaria (1960), siempre tiene un propósito, divertido y para dar picante al triángulo amoroso que se está conformando. Con todo, la palma sería para una Sigourney Weaver imperial en lo más cerca que las hordas de fans de la ciencia ficción podrán estar de un hito: la teniente Ellen Ripley apabullando a un atribulado Han Solo en una habitación impregnada de champán.
El triunvirato resulta sumamente seductor en todo momento y es fácil empatizar acerca de por qué se van sucediendo los acontecimientos. Nichols además se permite complicidades con Weaver, la cual retorna feliz e incauta de los sucesos que han sido pasando durante su suceso. Cuando aterriza su helicóptero, porta un gorila de peluche que es un guiño a la, por entonces, reciente Gorilas en la niebla (1988).
¿Moraleja neoliberal?
Mireia Mullor firmó hace unos años una aguda reflexión sobre la comedia que nos ocupa: “Armas de mujer cumple 30 años como un cuento de feminismo liberal”. Sin negar los méritos de la cinta, plantea un interesante escenario para abordar su tercer acto, la resolución donde Tess logra prevalecer sobre las argucias de Katharine. A simple vista, una fórmula efectiva y necesaria en este género que tiende a buscar un desenlace feliz, pues la vida cotidiana ya está plagada de las suficientes tristezas. De cualquier modo, como Mullor apunta, la apuesta podría ser más conservadora de lo que aparenta.
¿Y si el alto ejecutivo que robó una idea que no era suya hubiese sido un jefe varonil? Su interesante dilema nos llevaría dudar que incluso el personaje de Jack Trainer, quien más respalda a la audaz secretaria, hubiera apostado todas sus naves a enemistarse con un colega masculino. Es un contubernio de varones quienes primero rechazan y luego aceptan la argumentación de Tess, recibiendo Katharine un ejemplar castigo, siendo humillada en las oficinas.
Resulta claro que el duelo actoral Griffith-Weaver es magnífico de todo punto de vista, además de habilitar un entuerto amoroso de mucho potencial con Harrison Ford. Sin embargo, como esa certera crítica subraya, el giro de tuerca hubiera podido ser incluso de mayor calado con ese enfrentamiento. Hay un fuerte abrazo al sistema que no empaña en lo absoluto el divertido metraje que nos ha llevado allí, pero sí era un testimonio del largo camino todavía faltaba.
En el caso de Ford debe subrayarse que muestra una vis cómica admirable en varios instantes, ejerciendo muy bien de invitado anonadado en la boda en que Tess le cuela: ¿qué mejor momento para hacer ofertas de negocios a Oren Trask (Philip Bosco) que la feliz boda de su hija?
Armas de mujer: Let the River Run
Siendo sinceros, Armas de mujer peca de ingenuidad en su resolución. El grito de alegría con el que el personaje de Cyn informa a sus otras compañeras de que su amiga Tess ha logrado el sueño americano encajaría perfectamente en Caballero sin espada (1939). La excelente pieza de Frank Capra termina siendo un abrazo a los mejores valores de su país, desoyendo sus fallos, algo admirablemente parodiado en “Mr. Lisa Goes to Washington”, uno de los momentos estelares en la segunda temporada de Los Simpson.
Con todo, esa energía positiva pareció recibir recompensa de la crítica en los Globos de Oro: mejor actriz principal, secundaria, comedia y canción. En el último caso, debe afirmarse que la voz de Carly Simon supo captar perfectamente los anhelos de la protagonista y supuso un tema realmente escuchado en su día, más que representativo de toda una época.
En cuanto a Griffith poco puede dudarse, al igual que con Weaver, de la calidad de su actuación. La dulzura que desprende en todas sus escenas nunca menoscaba la perspicacia y picaresca que también debe poseer Tess. En apenas tres años, con La hoguera de las vanidades, dirigida por Brian de Palma, uno de los mejores directores que supo captar el toque Hitchcock de esta rubia artista, encarnaría la otra cara de la moneda a través de la frívola y superficial Maria Ruskin.