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‘Another body’, en busca de la justicia perdida

Another Body, de Sophie Compton y Reuben Hamlyn, nos sumerge en una primera reflexión, no podemos estar seguros de lo que vemos. Ésta da paso a otra más preocupante, las mujeres tienen poca idea de cuánto las odian (algunos) hombres, parafraseando a Germaine Greer.

Desde el invento de la tecnología deepfake, ver para creer es una utopía del pasado. Esta tecnología se usa principalmente para producir pornografía a partir de un material pornográfico preexistente, al que se añade el rostro de una personalidad pública o tal como se narra en la película, rostros de mujeres a las que se quiere vejar. Pasen y vean. El vertiginoso avance tecnológico hace posible simulaciones y usurpaciones de identidad tan realistas que podemos reunirnos por videoconferencia con alguien que no sea la persona que parece ser.

Cartel de Another Body.
Cartel de Another Body.

En la piel de Taylor Klein

Another Body muestra como la vida de la joven Taylor Klein da un vuelco cuando un amigo le informa de la existencia de contenido pornográfico explícito con ella de protagonista. Taylor, recién graduada en ingeniería, convertirá la pesadilla en que se ha vuelto su vida en una investigación minuciosa para descubrir al culpable. En el proceso, cual superheroína, buscará la justicia para las víctimas del deepfake porn, para impedir que el ciberespacio se convierta en un terreno minado y vetado para las mujeres donde delincuentes y acosadores campen a sus anchas.

Another Body comienza con un plano detalle de un ojo, de una pupila inmutable en la que se reflejan imágenes de una pantalla de ordenador y un acercamiento nos deja adivinar que son imágenes pornográficas. El travelling continúa hacia el fondo del ojo y se funde con la luz de una linterna e imágenes caseras que nos presentan a la protagonista como una buena estudiante, con tradición familiar de ingenieros, habilidad para construir cosas y alguien que rara vez transgrede las reglas. Así que, cuando un amigo le sugiere ver un enlace de PornHub, su primera idea es advertirle de un posible hackeo de su cuenta.

De golpe, Taylor se encuentra consigo misma, mirando frontalmente a cámara, desnuda, en lo que es una imagen obvia de un vídeo porno en el que ella no ha participado ni consentido, pero expone crudamente su cara y su supuesto cuerpo.

Superado el trauma inicial, esa sensación que experimentan todas las mujeres que han sufrido violencia sexual, Taylor empieza a investigar y descubre la existencia de mucho contenido sexual vinculado a ella, incluso perfiles en foros donde se menciona a qué universidad asiste y que vive en Connecticut, como las Chicas Gilmore. En tal foro, se invita a crear contenido denigrante con ella y otras chicas, en una especie de competición a ver quien crea la foto o el vídeo más humillante.

Another Body.

Another Body: el deepfake y los límites de la IA generativa

¿Por qué alguien querría hacerle daño a ella? ¿Y quién? La película nos muestra un montaje de imágenes donde reconocemos películas célebres, El Silencio de Los Corderos, Sonrisas y Lágrimas y El resplandor en las que se intercambian los rostros de sus protagonistas por otros actores, muy reconocibles. A pesar de ser personas muy diferentes, nuestro cerebro nos engaña por unas milésimas y creemos que son las imágenes originales, las que conocemos. Se nos muestra como el deepfake puede ser una amenaza para las democracias, al inundar la red de contenido falso, pero donde verdaderamente es devastador es en el porno. Las imágenes no desaparecen nunca.

En ese momento, entramos en shock empático. Se nos hace saber que Taylor es un nombre ficticio, igual que el nombre de la universidad y que la joven de veintidós años que aparece en cámara no es la supuesta Taylor, que ha preferido mantener el anonimato y salvaguardar su maltrecha intimidad. Esa decisión, aunque visualmente más atractiva que pixelar o distorsionar la imagen y la voz de la protagonista, distancia ligeramente al personaje de su peripecia emocional, pero refuerza la idea de que nada es lo que parece y marida perfectamente con la atmósfera gamificada de la película. 

Another Body.

Another Body: impunidad ante la humillación de mujeres

Taylor acude a la policía. Comprueba que el detective asignado al caso tiene más ganas de entrar en el contenido que en investigar. En cierta manera, la responsabiliza de haber hecho algo que haya provocado esta reacción deshumanizada. Taylor adopta una visión pragmática, alentada por esa noción radical de que las mujeres son seres humanos, (Cheris Kramarae tendría mucho que decir en esta película como experta en experta en género y tecnología) y lejos de asustarse por el contexto, comienza a rastrear directorios y portales y encuentra otras compañeras de facultad. Todas con sus datos personales expuestos. Todas son el objetivo fácil de una jauría violenta de hombres jóvenes frustrados.

Taylor contacta con un abogado, fundador de EndTAB, experto en abuso y violencias perpetradas a través de la tecnología. Choca con la realidad. Subir a la red este contenido no es un delito en Connecticut, sólo en muy pocos estados. Únicamente lo sería si hubiera usurpación de identidad. Hay un vacío legal. Básicamente no hay ninguna intención política de acabar con esta impunidad de la que gozan las empresas tecnológicas y con la que se lucran a expensas de la humillación de mujeres célebres y anónimas. Únicamente si el perpetrador olvidara conectarse a través de una red virtual privada, podría haber una posibilidad de saber quién es.

Es muy fácil agredir de manera anónima en la red y hay pocas posibilidades de averiguar quien lo hizo y llevarlo ante el juez, lo cual perpetúa la sensación de impunidad de los agresores y las empresas que lo permiten.

No seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas.

Audre Lorde.

Another Body: el hombre pasa del amor al odio y la mujer del amor al miedo

El documental se transforma en una apasionante historia de investigación. Taylor descubre que Julia, otra de las chicas que ha sufrido el deepfake, fue compañera suya el primer año de carrera. Entre ambas multiplican esfuerzos y el tiempo dedicado a la investigación, descubren fechorías y vejaciones que echan para atrás. Pero saben que, si ellas no acaban esta investigación, la policía estatal no lo hará y la federal menos aún.

Acaban cerrando el círculo de sospechosos y conocidos de las otras mujeres vejadas a las que conocen y sus pesquisas apuntan a un compañero, emocionalmente dependiente, con las que ambas tuvieron que marcar límites. El compañero pasó de ser un mejor amigo, a odiarlas a ambas. El hombre pasa del amor al odio y la mujer del amor al miedo. El hecho deleznable de humillarlas con los fake porn y pedir un escarmiento público en portales de aprendices de incels puede ser un paso previo a una agresión mayor. Es vivir con una bomba de relojería en el sótano.

El individuo, ajeno al cerco que se estrecha sobre él, sigue subiendo vídeos deepfake y compartiendo tutoriales de cómo realizarlos hasta que comete un error y publica bajo un nombre de usuario que pueden rastrear. Taylor y Julia no cejan en su empeño para liberar a todas sus compañeras, pero no quieren comprometer su futuro señalando públicamente al hipotético agresor, después de su sobredosis de exposición.

Another Body.
Another Body.

Another Body: acabar con el silencio

La sociedad pide a las mujeres que pasen página y olviden el tema. Que esperen a que pase la ola, a que el acosador deje su actividad, se aburra o busque otra víctima. No. Esto es silenciar a las mujeres, pedir una extrema tolerancia con un agresor que probablemente es ya un adicto. Una manera hipócrita de entender la justicia y multiplicar en el tiempo la sensación de violación y desprotección, responsabilizando a la víctima de su seguridad.

Taylor sabe que la policía ha cerrado el caso después de haber contactado al agresor, con las pruebas recolectadas. No pueden hacer más que instarle a no repetir esa actividad. La sensación de frustración es evidente, a pesar de su éxito en la investigación. Entonces en un giro de guion maravilloso, entra en juego la youtuber, Gibi ASMR también víctima del deepfake, y decide dar un paso adelante. Gigi denuncia los hechos en una transmisión en directo y nombra al agresor. Le hace responsable del sufrimiento de muchas mujeres. Un gesto que provoca oleadas de solidaridad y adherencia y abre una puerta a la esperanza a prestar atención a este tipo de delitos. 

Según Another Body, el número de deepfakes en internet se duplica cada seis meses. El 90% de los millones de deepfakes son videos porno no consentido de mujeres. En 2024 se estima que habrá 5.2 millones de estos videos. Son demasiados para que los hagan sólo pervertidos y enfermos. Nos horrorizaríamos si supiéramos quienes entran en ese juego. Cualquiera puede entrar, hasta que haya una responsabilidad legal sobre esta agresión. Bien por Another Body, por proponer acabar con el silencio y la connivencia.