‘Aguas profundas’: el erotismo interpretado desde una mirada ‘cisheteropatriarcal’
Este mes llega a Amazon Prime Aguas profundas, la última película del longevo director Adrian Lyne. Esta vez, lleva a la pantalla la adaptación de la novela de Patricia Highsmith publicada en 1957. Un thriller totalmente prescindible e incluso tóxico. Una interpretación del erotismo desde el punto de vista más heteropatriarcal.
Adaptar en 2022 una novela de 1957 – sin aplicarle la perspectiva de género necesaria -, tiene el resultado evidente de una producción totalmente anacrónica para la actualidad. La historia narra la vida de Melinda (Ana de Armas) y Vic (Ben Affleck). Un matrimonio que experimenta brechas en su relación. Las cuales son rellenadas por los amantes que Melinda tiene, con conocimiento de su marido. Un argumento manido que sitúa a la mujer como objeto sexual que es manejado por los hombres que forman parte de su vida.
La alegoría de los caracoles y su dardo del “amor”
Vic, el protagonista, tiene una afición poco común. Criar y cuidar caracoles. Estos moluscos gasterópodos son característicos por ser hermafroditas. Junto a este aspecto, también destaca “el dardo” que estos lanzan mientras están fecundando a su pareja. Como esa flecha que Cupido lanzaba para emparejar enamorados. Una flecha envenenada y sadomasoquista lanzada por el sistema que constituye el dañino mito del amor romántico. No obstante, el dardo de los caracoles es totalmente inofensivo en comparación con el filme de Adrian Lyne. El director de exitosas películas como Atracción Fatal (1988) o Una proposición indecente (1993), retoma su cinematografía en la misma línea misógina. Situando a la mujer como objeto sexual, cuya sexualidad y erotismo se convierte en un aspecto diabólico y perjudicial para ella y todo hombre que le rodea.
La masculinidad tóxica es otro de los rasgos que se sitúan en el centro de la historia. Esa masculinidad heteronormativa que coloca al hombre en una situación de poder. El cual le brinda el lugar para poseer a su esposa, controlarla e incluso actuar de forma violenta cuando su relación está en juego. Desde luego, la alegoría de los caracoles que busca construir el director se presenta como el único acierto. Demostrando que su evolución en la perspectiva de género va mejorando al mismo ritmo que el caracol cuando va de un lado a otro. Totalmente estancado en las imágenes más estereotípicas y machistas. Dejando tras su paso un rastro de clichés totalmente previsibles e innecesarios.
La perpetuación intolerable de la cosificación de las mujeres
La sexualidad de Melinda en el filme no se presenta como un rasgo empoderante. No es una forma de demostrar que las mujeres pueden disfrutar de su sexualidad libremente. Sino que dicha sexualidad se presenta como un rasgo perjudicial. Muy en la línea de películas como Nymphomaniac (Lars Von Trier, 2013). Donde el deseo sexual y la búsqueda de placer de las mujeres se construye como algo que las demoniza. Que las convierte en personas irracionales e incluso peligrosas.
En el filme, además, esto se incrementa con el añadido de la adicción al alcohol. Una tendencia reciente que da forma a un nuevo arquetipo de la mujer en el cine como el de la mujer adicta. Numerosas producciones recientes han esbozado este tipo de figura. Series como El desorden que dejas (Netflix, 2020)o The Flight Attendant (HBO, 2020), entre muchas otras, son ejemplos de ello.
Con esta hibridación de rasgos, la protagonista de Aguas profundas se erige como una imagen paradigmática de la mujer cosificada. Figura que desde los inicios de la Teoría Fílmica Feminista se criticaba e intentaba eliminar. Principalmente desde la teoría de Laura Mulvey y la mirada masculina.
Aguas profundas: un thriller ¿erótico?
La última película de Adrian Lyne ha sido calificada como thriller erótico. ¿Pero es realmente erótico? El erotismo puede ser definido como la capacidad de los seres humanos para sentir, así como provocar deseo y placer sexual. Si se traslada esto a un género cinematográfico se podría definir como la película que tiene esa capacidad de provocar deseo sexual en la audiencia. De este modo, quizás el filme podría ser calificado como erótico, pero siguiendo la teoría de Laura Mulvey. Donde el único placer que se busca satisfacer es el del hombre (cisheteronormativo). Esa escopofilia o voyeurismo misógino que coloca a la mujer como un objeto sexual en un escaparate, listo para ser observado por los hombres que están en la audiencia. Incluso el contoneo de caderas de la mujer y su baile parece estar perfectamente orientado para los espectadores. Dado que cuando el protagonista baila, parece que la atmósfera se torna tensa, porque ¿Vic sabía bailar? Una situación bizarra que da por hecho que las mujeres bailan para los hombres mientras que los hombres solo bailan por alguna circunstancia concreta y fuera de lugar.
Definitivamente, el cineasta se ha quedado estancado en la imagen de Glenn Close y su Atracción fatal. Junto a la imagen de Demi Moore que es un objeto, que incluso se puede vender, como hizo en Una proposición indecente.
A esto, se le añade el exotismo de ser una mujer latina y como resultado, se obtiene un filme totalmente innecesario e incluso aburrido. Una pieza realizada por un cineasta aclamado, que, desde su posición de privilegio, vuelve a perpetuar una perspectiva heteropatriarcal impuesta sobre las mujeres tanto del filme, como de la audiencia.