‘El consejero’, de Ridley Scott: una película destinada a convertirse en un clásico de culto

Las expectativas pueden ser muy peligrosas. En su versión más extrema, pueden arruinar cuestiones muy interesantes por el simple prejuicio de lo que nuestra imaginación ha fabricado previamente. Además, una invención donde no hay errores y los posibles huecos o fallas intuimos que serán rellenados con maestría por el objeto de nuestra fascinación. Desde su puesta en marcha, El consejero (2013) iba a nadar por aguas muy turbulentas, fruto de los talentos involucrados en su gestación.

Cartel de El consejero, de Ridley Scott.
Cartel de El consejero, de Ridley Scott.

No en vano, Cormac McCarthy ya representaba a aquellas alturas un verdadero tótem literario, una figura que fascinaba por igual a la crítica y al gran público. Hasta su fallecimiento durante el verano de 2023 en Santa Fe, se erigía en una de esas referencias ermitañas e intelectualmente provocadoras. Había compuesto un estilo excesivo y atractivo, la cabeza pensante de No es país para viejos (2005) o Meridiano de sangre (1985), entre otras joyas para las estanterías norteamericanas.

Elevado a la categoría de un moderno William Faulkner, su privado estilo de vida en un rancho que parecía sacado de una de sus narraciones de arena y polvo acrecentaba el morbo de una noticia que sacudió los cimientos de Hollywood: tomaría las riendas en persona del nuevo film basado en su obra. No era la primera vez que concedía sus gracias al celuloide, incluyendo a luminarias como los hermanos Coen en dicha nómina, pero jamás su vinculación se evidenciaba tan directa en la adaptación.

A El consejero solamente le faltaba un ingrediente para hacer memorable el cóctel: un artista a la altura detrás de la cámara. Y lo tuvimos. Nada menos que Ridley Scott, la mirada detrás de Alien: el octavo pasajero (1979) o Blade Runner (1982). ¿Se comprende ahora que la desilusión aguardase a la vuelta de la esquina?

Chéjov contra Tolstói

En algún lugar entre los límites donde colisionan Texas y México, acontece el argumento de El consejero. Conforme avanzaban las noticias del rodaje y rumores alrededor del mejor casting que el dinero podía comprar (Michael Fassbender, Penélope Cruz, Javier Bardem, Brad Pitt, Cameron Diaz, etc.), en muchos mentideros se intuía que la combinación de un novelista genial y un director de culto iba a dar como fruto un clásico instantáneo del cine negro.

No era para menos. A través de American Gangster (2007), Ridley Scott, el genio de la épica y la ciencia ficción, demostró que estaba más que cualificado para trasladar su maestría al género mafioso. Probablemente, las cerca de dos horas de metraje debían suponer una auténtica epopeya de violencia, narcotráfico y una sutil metáfora entre bambalinas de los excesos de una sociedad hedonista. Básicamente, la Guerra y Paz del siempre lucrativo y sanguinario mundo de los carteles de la droga.

En su lugar, podríamos apuntar que McCarthy usa un pequeño mundo de ficción para hacer una fábula. Una línea que lo aproximaría mucho más a Esopo o a Chéjov. La clase de relato breve, intenso y donde los personajes prácticamente son arquetipos que tienen una función muy determinada, casi siempre orientada a una moraleja. Eso sí, tratándose del escritor de Rhode Island, un cuento cruel y con párrafos sangrientos.

Michael Fassbender en El consejero.
Michael Fassbender en El consejero.

El consejero: Camellos en Samarra

Michael Fassbender había deleitado a Ridley Scott durante el rodaje de Prometheus (2012). Por ello, sorprendía poco que el actor alemán recibiera de inmediato la posibilidad de ser el protagonista de la nueva epopeya de McCarthy. Eso sí, lo haría como el señor sin nombre, una figura a la que todos los demás se referirán como “el consejero”. De hecho, sin quitar un ápice a la categoría interpretativa de la que Fassbender reviste a sus papeles, casi podríamos decir que su emergente abogado es un personaje de retablo, el medio con el que el argumento quiere llegar a un final con advertencia.

En un feliz y burgués idilio con Laura (Penélope Cruz), su prometida, el letrado parece un tanto inconforme con su estilo de vida. Realmente, tiene pocos motivos para ello. Siempre va impecablemente vestido con trajes de la firma Armani. De hecho, Scott busca acentuar ese sello (y el de Versace) para marcar el contraste entre el asesor legal y sus clientes.

Aunque quienes recurren a los servicios de picapleitos tienen más recursos económicos que él, son bastante horteras y estrafalarios vistiendo, fruto de su condición de nuevos y prematuros ricos con demasiados dólares para gastar aceleradamente. Ninguno alcanza el rango de Reiner, un afortunado inversor en locales nocturnos, de heterodoxo vestuario y personificado en el actor español Javier Bardem. Si bien proceden de extractos sociales distintos, el consejero y el empresario se llevan muy bien, puesto que el segundo suele recurrir al talento del anterior para no verse salpicado por algunas cuestiones que hace al margen de la ley.

Cómo construyeron su vínculo daría para una serie, pero el film de Scott quiere ir al grano cuanto antes. Fruto de su inminente matrimonio con Laura, el flamante novio quiere cruzar la última línea.

Javier Bardem y Fassbender en, El consejero.
Javier Bardem y Fassbender en, El consejero.

El consejero: Si parpadeas, mueres

No es el estilo de Cormac McCarthy en sus novelas el dejar nada al azar. Trasladado a las reglas del celuloide, su prosa se estructura de la misma manera. Jorge Fonte, uno de los mejores conocedores en lengua castellana de la filmografía de Ridley Scott, advirtió hace tiempo que el libreto es mucho más reflexionado de lo que nadie podría imaginar en un primer visionado por sus rápidos e impredecibles diálogos.

Esconder en un camión cisterna más de 600 kilos de cocaína que terminarán distribuyéndose en la ciudad de Chicago. Esa es la empresa donde el consejero acepta embarcarse, pese a que Reiner le advierte que en ese mundo las cosas nunca resultan tan sencillas. De cualquier modo, las ganancias suponen una fortuna y la codicia se ha disparado en el hombre de leyes, quien hasta ese momento ha mirado el fuego sin quemarse.

Desde la comodidad del bufete, ha podido estar en los áticos de los narcotraficantes e incluso compartir intimidades sobre sus lujos, pero nunca ha hecho nada realmente punible que pudiera poner a la policía en su contra. Sea como fuere McCarthy ya advierte que los agentes podrían terminar siendo la menor de las preocupaciones si el asunto falla. En el otro lado, hay carteles poderosos y temibles que no entienden de piedad o condenas de prisión.

El enlace que los dos osados inversores tienen es Westray, un cowboy tan atípico en su look como Reiner. Un reparto tan lujoso como el de este cuento terrorífico se permite usar a Brad Pitt para este papel relativamente secundario. Como sucede en otros trabajos de Scott (El reino de los cielos, por ejemplo), es altamente recomendable visionar la versión extendida del propio director, la cual beneficia a Westray en particular por sus advertencias proféticas a lo Casandra.

Brad Pitt en, El consejero.
Brad Pitt en, El consejero.

Cameron Diaz en El consejero, una rubia nada legal

Desde el principio, supuso una presencia gamberra. Eran muchos los motivos que explicaban su meteórico ascenso en el star-system americano, aunque uno no pequeño radicaba en su aroma a fille terrible que devoraba la pantalla y tenía poco rubor en embarcarse en empresas políticamente incorrectas. Cameron Diaz consolidó en Algo pasa con Mary (1998) todo lo que se intuía cuando embelesó a la audiencia y a Jim Carrey en La máscara (1994).

Paula Thomas, responsable de la prestigiosa casa de moda Thomas Wylde, recibió el delicado encargo de encontrar el vestuario adecuado para el personaje que iba a interpretar Cameron Diaz en El consejero. Podríamos vernos tentados a pensar que el director de odas a Ares como Gladiator (2000) o Exodus: Dioses y Reyes (2014) tiene poco tiempo para estar la última en cuestiones estilísticas, más allá de los uniformes marciales. No obstante, cualquiera que hay visto La casa Gucci (2021), será consciente de que Scott sabe dejarse asesorar por las personas indicadas cuando hay que pasar del campo de batalla a la pasarela más sofisticada.

Paula y Cameron se entendieron a la perfección para configurar la vestimenta de Malkina, la auténtica depredadora de la jauría. Desde un primer momento, hay una clara intención de su outfit, el cual busca en todo momento y lugar subrayar su conexón con el guepardo. Un animal majestuoso y espectacular de contemplar, si bien no hacerlo con la suficiente distancia de seguridad puede suponer riesgos aterradores.

Pareja de Reiner, resultaría tentador pensar que la cautivadora belleza rubia que acompaña al traficante va a ser la clásica goomar, esa amante de arrollador físico que podíamos encontrar en shows televisivos como Los Soprano (1999-2007). Sin embargo, Malkina es mucho más que la apariencia, es la auténtica destructora del cuento que acaba con los sueños del consejero.

Cameron Díaz es Malkina en El consejero.
Cameron Diaz es Malkina en El consejero.

El consejero: violencia silenciosa

La violencia extrema caracteriza a los carteles de la droga. De la boca de Westray, McCarthy no nos lleva a engaños y advierte a todos los involucrados en el gran negocio que es un sello de empresa, no hay nada personal. Sus palabras, civilizadas y coherentes, aterran más en cuanto abren la antesala al consejero de los horrores que aguardan si la mercancía no llega a Chicago. Cuando abre la antesala de la snuff movies como ejemplo ilustrativo, vienen a la mente El mal que hacen los hombres (2015) o Salvajes (2012) de Oliver Stone.

El lugar tan incómodo al que nos lleva el largometraje lleva a las personas más crueles a tener las reflexiones más sensatas y conversaciones cordiales. La serenidad que da Rubén Blades a uno de esos señores del crimen en una charla telefónica con el personaje de Fassbender es absolutamente irreal. Costaría mucho pensar que uno de esos jefes criminales sacara tiempo para unas reflexiones morales que incluyen citas a Machado; pero, de algún modo se logra que la escena sea desoladora sin que veamos un solo disparo.

La racionalidad de la violencia llega a ser sobrecogedora. Teniendo en cuenta Hannibal (2001), es digno de agradecer que Scott no haga salpicar la pantalla. Es más, logra ser igual de efectivo en cuanto a lo sobrecogedor sin apenas mostrar nada. Apenas un alambre al otro lado de la carretera se convierte en algo monstruoso.

El consejero busca usar su esfera de influencia legal para coaccionar a Ruth, una mujer recluida en prisión bajo cargos de asesinato. Rosie Pérez, inolvidable en Perdita Durango (1997), usa toda su fuerza para la madre de un motorista que trabaja para los narcos y a quien el consejero quiere usar. Como en Fargo (1996), operaciones criminales se irán complicando sobremanera. Simplemente, negocios.

El consejero: La erótica desde la mirada de McCarthy y Scott

Dentro de su amplio abanico de virtudes como director, no podría decirse que Ridley Scott haya mostrado un excesivo interés o habilidad a la hora de mostrar contenidos eróticos en la pantalla. No obstante, cabe recordarse que estuvo trabajando durante mucho tiempo en el mundo de la publicidad, un lugar donde los dones de la brevedad y lo sensorial son aliados comunes.

Mientras que intuimos que la relación entre Reiner y Malkina es puramente física, la vida íntima del consejero resulta mucho más sofisticada. Como si fuera el espacio televisivo reservado de la marca de perfumes más galardonada, una breve visita a una exquisita tienda de lencería femenina del personaje de Fassbender regala una secuencia plagada de morbo.

Junto con el encanto del actor bávaro cuando describe el tipo de prendas que quiere regalar a Laura, su descripción es acompañada en todo momento por una de las miradas más fascinantes posibles. La clase de ojos que bien hubiera podido tener Ana Bolena. Y es que Natalie Dormer en Los Tudor (2007) y hacía creíble que cualquier persona pudiera quedar embelesada por ese par de ojos azules.

Sin que acontezca nada o alguna cuestión terrenal que nos saque de la fantasía de aeropuerto que están creando, el film logra sacarnos por una milésima de segundo del horror de la clase de negocios en la que se está involucrando el letrado. Astutamente, esa misma y embriagadora presencia será utilizada en el futuro por Malkina para tender la última trampa a su presa más astuta, el siempre elusivo Westray, cuya única debilidad en sus planes de fuga radica en su búsqueda de placer. Su caída será la más violenta, el momento donde el director sí deja que salpique toda la sangre que evitaba mostrar banalmente.

El consejero: Malkina y su capucha gris

La femme fatale es un elemento indispensable de cualquier film noir que se precie de serlo. Desde Marlene Dietrich a Rita Hayworth, fueron muchas las grandes actrices de Hollywood que encontraron su acomodo en esas presumibles villanas que resultaban mucho más interesantes que sus contrapartidas masculinas. Bajo el presunto estigma de ser malos ejemplos a seguir, suponían mujeres rupturistas que asumían posiciones de poder y fuerza que parecían coto vedado para los gánsteres del celuloide.

Con una inquietante capucha gris que la convierte en una Caperucita Roja mucho más próxima a la de Hard Candy (2005) que a la del cuento original, Malkina es, en todo momento, la autentica dueña de una situación imposible de sostener para cualquier otro. Como buena depredadora, es capaz incluso de jugar gentilmente con sus presas antes de devorarlas sin remordimiento.

A ese respecto, hallamos una escena de auténtica exhibición de intimidación y seducción a partes iguales. Nos referimos a la, presuntamente, apacible conversación que el personaje de Diaz tiene con Laura. Apenas cubierta por una toalla y sin pudor a la hora de exhibir sus tatuajes, la pareja de Reiner vuelve a mostrarse como la auténtica conocedora de un tablero donde los demás son piezas inconscientes de serlo.

Hay un fuerte contraste entre ambas damas. Curiosamente, contra lo que los códigos de conducta impuestos a las mujeres durante siglos habrían pregonado, es la falta de límites el arma infalible de Malkina. Su voraz apetito hacia el placer, como en el Marco Licinio Craso encarnado por Laurence Olivier en Espartaco (1960), no hace distingos y la habilita para una libertad de acción que la plácida consorte del consejero no tiene. Y eso nos obliga a referencia una de las escenas más célebres del film.

Díaz y Cruz en, El consejero.
Díaz y Cruz en, El consejero.

El consejero: homenajeando a Crash

Generalmente, el cine estadounidense ha mostrado poco pudor a la hora de mostrar la violencia. Si viene acompañada de tiros y coches impactando a alta velocidad, la fuerza de sus escenas parece redoblar. En cambio, la sexualidad en su versión más pura es harina de otro costal, un tema tabú que inquieta por igual a productoras y audiencia. Por ello, no tiene nada de extraño que un hábil provocador como David Cronenberg rodase en Canadá, Crash (1996), una aguda adaptación personal del universo distópico y cercano de J. G. Ballard.

Combinar un elemento tan frecuente en el cine de acción como lo vehículos con la pulsión constante entre el deseo y la muerte es un bocado provocador, quizá no apto para todos los paladares. El consejero parece sumergirse en una especie de homenaje y continuación del sensual farol de Cronenberg, apostando Ridley Scott por una de esas secuencias difíciles de olvidar.

La marca Ferrari precisa de poca presentación en el mundo del motor. El director fue consciente del poder de aquella idea del guion cuando hicieron un simulacro con una contorsionista en un taller en Kingston. Posteriormente, el germen del momento donde Malkina, tras una noche con Reiner, lo obsequia con un voyeurismo muy particular: observarla teniendo sexo con el vehículo desde la zona del limpiaparabrisas.

Hermanándose al máximo con sus adorados guepardos, Malkina termina sojuzgando incluso a ese vehículo de cuatro ruedas que hombres como Reiner buscan costearse como extensión de su virilidad. El instante, que podría caer con facilidad en la autoparodia, sirve como testimonio de una mantis religiosa que haya en la cacería su auténtica razón de ser.  

Abandonamos este fotogénico e inhóspito paisaje cinematográfico de El consejero, con un suspiro de alivio al no pertenecer a él realmente.