‘Vidas frágiles, noches oscuras’, de Hiromi Kawakami: en el filo de la navaja
Muchas historias juntas que podrían contarse por separado pero que no pueden separarse, eso son las Vidas frágiles de Hiromi Kawakami. Prosa suave, pero concreta; narración delicada, pero que se mete en terrenos oscuros; un relato que parece que tiende a lo romántico pero en realidad no es más que un disfraz que esconde algo mucho más reflexivo y existencialista. Casi una búsqueda de la propia identidad.
Para contextualizar, antes de ser escritora Kawakami era profesora de biología, sin embargo a partir de la publicación de su antología Kamisama (Dios) se metió de lleno en la literatura de forma profesional gracias al reconocimiento que tuvo. Reconocimiento que no solo llegó por parte de los lectores sino que también poco a poco se fue haciendo con premios tan relevantes como el Akutagawa.
Actualmente es una de las escritoras japonesas más leídas no solo dentro de Japón, sino que ha conseguido traspasar fronteras. Sin ir más lejos, Acantilado ya cuenta con un buen número de títulos de Kawakami, entre los que se encuentran las Vidas frágiles (2006).
Vidas frágiles, noches oscuras: ¿Qué estoy haciendo aquí?
Para resumir de forma muy concreta, se podría decir que Vidas frágiles es la historia de cuatro amantes, pero va más allá de eso. De manera paralela se nos cuenta el devenir de distintas relaciones: el matrimonio de Lily y Yukio, la relación de amistad de Haruna y Lily, la relación de Lily con Akira y, por último, la relación secreta de Yukio y Haruna. Relaciones cruzadas en las que, como en una especie de efecto mariposa, todo está íntimamente relacionado: las separaciones, los acercamientos, las pérdidas y los reencuentros.
Pero, lejos de lo que pueda parecer, no es un relato de rupturas y amores a secas. De hecho diría que eso queda totalmente en un segundo plano. Es un aventurarse hacia el caos emocional. Vidas frágiles al final no deja de ser un recuento de vidas, donde nos adentramos en un mismo círculo de relaciones desde múltiples perspectivas y momentos. Desde los capítulos ya se construye el edificio sentimental en el que se van colocando poco a poco cada uno de los personajes, y la visión que se ofrece nunca es desde el dramatismo, al menos a mí no me lo parece, quizá eso es lo que potencia más la emoción y lo sensorial.
Un marco perfecto para indagar en cómo se forman los vínculos, cómo se produce esa comunicación sustancial, la que estimula, la que de alguna manera da sentido a todo este asunto de la existencia. ¿Por qué estoy aquí ahora? Una y otra vez la pregunta parece sobrevolar las reflexiones de los protagonistas. El quién soy yo aquí y ahora.
La editorial Acantilado dice de Vidas Frágiles que es una reflexión sobre la soledad y la naturaleza de las relaciones humanas. La extrañeza también añadiría. Una inmersión en la identidad. Qué es a fin de cuentas la soledad, qué es estar aislado, solo, cómo se producen los vínculos y cómo se destruyen. Y quizá, lo más importante, quién soy yo respecto a estos vínculos, qué han hecho en mí. Resulta inevitable relacionar esto con la reflexión sobre la propia identidad, “¿Qué estoy haciendo aquí?” se preguntaba Haruna. Qué estoy haciendo aquí, no solo en esa cocina, no solo en esa relación, si no algo más amplio, mucho más amplio, qué estoy haciendo aquí.
Vidas frágiles, noches oscuras: la sensación que cala
Personalmente, me quedé enganchada a las Vidas frágiles solo con ojearlas. Sin la intención inicial de leerlo, revisé el inicio de la historia y supongo que fue esa capacidad de transmitir lo sensorial y lo emocional a la vez o de crear ambientes que parece que calan así muy suavemente, sin que uno se dé cuenta, lo que hizo que continuara casi sin pensarlo. Creo que fue la atmósfera conseguida, que con un ritmo lento pero ágil se metía un poco en la intimidad de los personajes, muy contenido todo, pero a la vez buscando transmitir la sensación física.
La emoción parece reflejarse siempre en el ambiente, dialoga con el contexto, con el espacio físico, la lluvia calando, el agua hirviendo, el ruido de los cacharros que hace otro mientras uno todavía está en el amodorramiento de la mañana. Se crean cuidadosamente espacios familiares, espacios de vulnerabilidad, de ternura, a los que todos quieren agarrarse, y sin embargo ven como se escapa poco a poco.
Sucede lo mismo que pasaba en Kitchen de Banana Yoshimoto, la vida se ve desde lo físico, el entorno refleja o comunica de alguna manera el estado emocional de aquellos que no tienen otra forma de manifestarlo. Aunque hablan, aunque discurre el monólogo interior llegando a lugares íntimos, aunque existe el continuo cuestionamiento, siempre se hace desde un lugar que se agarra a lo concreto, no en la abstracción, y así todo se percibe, todo cala, todo se comunica en la frustrada incomunicación que parecen experimentar entre ellos.
De ahí que para el que lee no se trate solo de querer saber lo que sucede en la historia, sino de querer entrar en ciertos lugares íntimos, de querer entender, percibir, de querer alargar las sensaciones. Ahí está el corazón del asunto: la trama que bien podría cuadrar en una comedia romántica al final pasa a un segundo lugar porque lo que se lleva toda la atención es el análisis emocional de cada personaje en las distintas situaciones.
Hiromi Kawakami: en el filo de la navaja
En las múltiples perspectivas que ofrecen las Vidas Frágiles cada narración podría funcionar perfectamente como un relato aislado, no solo los diferentes puntos de vista, sino incluso cada capítulo, cada intervención: el relato de una pérdida, de una recuperación, de un recuerdo, del odio, de la ternura, de la rabia, de la frustración.
Y luego, siempre esa sensación de que parece que todo está a punto de romperse. Vínculos eternos que se desmoronan: las parejas, las amistades, incluso lo que aparenta ser lo suficientemente sólido, aquello que supondría un duelo terrible perder. Vivir en el filo de la navaja, al borde del precipicio, y, parece ser, esperarlo.
Contar lo terrible con delicadeza, eso hace Kawakami. Supongo que la amenaza de asilamiento, de soledad, de pérdida y desaparición de todo lo que parece estable sobrevuela desde el principio cada uno de los relatos de los protagonistas.
La fragilidad se vuelve evidente, está en todas partes. Quizá es a eso a lo que nos llevan ciertas realidades asfixiantes, las presiones, el cumplimiento de ciertas pautas sociales; al aislamiento, la incomunicación, el vacío absoluto. Y eso que hay cosas salvables.
Todo el tiempo hay cosas salvables, pero parece imposible que no se acaben pudriendo. Y “lo que apesta, apesta”, como dice la Haruna adolescente de las flores marchitas. Cómo es posible que la ternura se pierda aunque uno quiera agarrarse a ella, aunque uno quiera salvaguardarla como sea. Sin embargo, antes de marchitarse, las flores no apestan. Y Haruna lo sabe. Por eso entre tanta gente aislada y tanta pérdida, hay cosas que compiten con lo terrible y Kawakami, de pasada, también lo cuenta.