‘Kitchen’ de Banana Yoshimoto, el poder de lo trivial
Con una historia que se lee en nada, Banana Yoshimoto ha conseguido traspasar las fronteras y se ha convertido en una de las voces más reconocidas de la literatura japonesa actual.
Su escritura tiene esa forma de respirar que asociamos a esas tradiciones japonesas que a veces nos llegan mal, a trozos, como leyendas. Más allá de la historia, es la capacidad que tiene para captar la sensación precisa lo que atrapa. Kitchen, que apenas supera las cien páginas, se caracteriza por ese poder de algunas historias breves, contundentes y con suficiente fuerza como para quedar en la memoria.
Kitchen: la emoción física
Todo parte de un argumento que es muy sencillo: la abuela de Mikage se muere y se ve sola siendo muy joven. En esa soledad aparece Yuichi, que conocía a su abuela, y la invita a vivir con él y su madre. De esta forma Mikage se encuentra en un nuevo entorno familiar que le es extraño pero que desde el principio la acoge para que eche raíces ahí. Sin embargo, parece como si la muerte hubiese llegado para aplastarlo todo y llevarse lo seguro, la estabilidad, el amor, la ternura.
En general Kitchen es un lugar donde se cuela todo lo humano, pero creo que siempre desde la calidez. Hay una especie de aura en toda la historia de lo reconfortante, y supongo que ahí lo oscuro también es más peligroso porque es lento y pesado. Parece venir del fondo. De la decisión desde la honestidad. De la paciencia y del dolor asumido.
Es como pasar por la vida mirándolo todo, como hacen los niños porque ponen una atención especial en lo físico, la emoción es física, el dolor es físico, la tranquilidad, el amor. Todo se materializa y las descripciones construyen un mundo emocional plástico, tangible, que puede tocarse y experimentarse. Se entra del todo en el corazón de la historia, se percibe.
El poder de las buenas narraciones al final es ese. ¿Cuántos duelos se han contado? ¿Cuántas veces se ha hablado de la soledad? ¿Del paso del tiempo vacío? ¿Del aburrimiento? No hay cosa más difícil que contar la soledad o el aburrimiento porque muchas veces no hay nada que contar. Y ahí es donde una vista afilada ve cosas que no se ven, vuelve lo invisible de colores. El viento es azul, el frescor verde, la felicidad una cocina limpia, el amor un katsudon caliente.
Desde una perspectiva que recuerda mucho a todo eso que se nos ha contado de un lugar que queda tan lejos como Japón, una mirada muy cercana pero también lejana, al final lo que hace la historia es meterse en los rincones más oscuros, en todos los sentidos, de lo humano. Y así, un duelo se convierte en muchas más cosas porque lo humano no es reducible a un solo drama artificial. La vida, la identidad, la perdida, los vínculos.
Kitchen, de Banana Yoshimoto: el poder de lo trivial
Gracias a esta mirada atenta tenemos esa sutileza con la que cuenta lo trivial, los gestos cotidianos que conforman la rutina, el fluir en sí de la vida, la identidad. De esta forma es como consigue comunicar de verdad con el otro, arrasa un poco a nivel emocional y sensorial porque lo transmite todo. La plasticidad de las emociones en el entorno y la adjetivación consiguen una descripción delicada de lo agresivo. Todo es entorno. Todo es ambiente. Lo que nos sucede en Kitchen está a nuestro alrededor. Y también transmite un poco esa sensación que recuerda a lo que debería ser un hogar en cierta forma.
El más mínimo e íntimo gesto reverbera, deja un eco muy potente en la historia y en los personajes. Lo banal va construyendo la vida. Esto puede que tenga que ver también con el lenguaje japonés y lo simbólico.
Muchas veces la percepción es que se da vueltas en torno a la emoción que se quiere comunicar, lo que se quiere decir, pero nunca se llega a ello del todo. La contención que genera tensión, lo que esconde y a la vez tanto dice: la potencia de lo no dicho, el silencio y la palabra. Pero al final así es como llega a atrapar la sensación exacta, un poco esa misma a la que se llega con la literatura y la transposición del lenguaje, que no deja de ser un lenguaje muy común y muy cercano.
Lo simbólico está en todas partes, pero sobre todo en lo vinculado con la cocina y la comida. Y las cosas no se dicen, se experimentan, se hacen, se piensan. Los diálogos a veces pueden ser crípticos, no para nosotros, que sabemos que piensa Mikage, sino entre los propios personajes, como si hablarán a sabiendas para el otro ocultando secretos, en código, con símbolos. Esto está ligado al final no solo al lenguaje original de la obra, sino a la sociedad en la que se ha gestado. Y aun así, a pesar de lo lejano de algunas cosas, todo es reconocible, universal.
Kitchen: un katsudon caliente
La concreción de la emoción en lo trivial, esa es la clave. Lo que hace que todo sea muy ligero y a la vez muy poderoso. Esto le da un ritmo muy concreto, una marca de identidad, como si la historia respirara. Así, muy despacio. Como el ritmo que suena de las manecillas del reloj. El brasero de gas. Lo que cuece en la cocina. La siesta con té caliente. Ese es el ritmo.
No sé, me gusta Kitchen, igual no me acordaré de las conversaciones o los dramas exactos que tienen pero sí de la sensación que genera y de la emoción y de algunas cosas triviales que de repente qué importantes y qué fáciles y qué bien. Lo banal se vuelve trascendente, como un katsudon caliente que se convierte en lo más importante de la vida. Y otra vez pasa lo mismo, como siempre, la historia pequeña que construye la historia grande. Zoom al máximo en la cámara para poder ver bien que es lo que nos rodea.