Annie Ernaux, premio Nobel 2022: introducción a la autora de ‘El Lugar’
Annie Ernaux ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Cuando eso pasa la obra del autor en cuestión se multiplica y está por todas partes. Hasta el punto del hartazgo. Y también, por qué no decirlo, el Nobel trae ya, a estas alturas, viendo cómo funciona el asunto, algún que otro prejuicio. Pero a pesar del Nobel, y no justo por él, no está demás leer a Annie Ernaux.
Maestra de la autoficción fina, con una mano objetiva, casi de cirujano para diseccionar la realidad como lo hace, expone, desde una visión analítica, lo que le tocó vivir. Así tal cual. Personalmente, que tenga mayor o menor contenido de experiencia vital real me es indiferente, porque lo que queda es lo que construye, y en este caso el relato se sostiene por sí mismo.
Puede que sus textos más conocidos sean Pura pasión, El acontecimiento o La vergüenza donde se mente con buen ojo en lo más íntimo, el secreto escondido, aquello sobre lo que está socialmente prohibido hablar.
Echando un vistazo a los textos de Annie Ernaux, uno puede pasar por encima por ellos porque el lenguaje está absolutamente pulido, es limpio, cruel a veces por la distancia que pone con lo que debería ser tan emocional, pero esto, en una lectura rápida, es difícil de percibir, a no ser que encuentres uno de esos detalles que te enganchen. Y es lo que pasó con El Lugar.
Annie Ernaux y la historia pequeña
Para entender dónde nos metemos, en El lugar cuenta la historia del padre de la protagonista, voz que habla, exacta, precisa. El relato está enmarcado por la muerte del padre, que inicia la novela y al que se vuelve al final del libro, pero es lo que sirve de vínculo para volver atrás, retomar la memoria de lo que ha sido el padre y como consecuencia, lo que ha vivido la hija en ese contexto. Cosa que luego haría con su madre en Una mujer.
La relación entre la protagonista y el entorno, su visión de esa realidad y los vínculos familiares marcan el relato. Un relato muy personal, muy privado pero que podría ser la historia de muchos. La colectividad representada en uno solo.
Valentía y mano fina para elegir los hechos que narra. Eso es lo que venía a recalcar la Academia Sueca, por contar, lejos de florituras y ostentación lingüística, el hecho limpio, duro, de lo que no se había contado.
La sensación que genera la historia, y esto al final es una lectura muy personal, me ha llevado casi automáticamente a ese Steinbeck de De ratones y hombres con esa sentencia demoledora que dice que “ninguno de estos desgraciados lo ha conseguido jamás”. La clase, el contexto que atrapa, está también en el lugar de Ernaux cuando sus padres dicen eso de “y que se le iba a hacer”, “es lo que hay”. El sueño desplazado, el acomodamiento forzoso, la resignación sonriente, y una crítica de esa visión del pobre contento y feliz.
Así fotografía Annie Ernaux una realidad que no está tan lejos. Ni en tiempo ni en espacio. En absoluto. Fotografía la separación, el margen, la periferia, la dificultad para salir de ella, lo que se abandona para salir de ella. El desprecio, la amabilidad, la ternura, la fuerza bruta de la vida, y que donde uno odia, también ama.
El corazón de El Lugar
He revisado algunas críticas de Ernaux de esta obra en concreto y me sorprende la distancia que parecía haber entre los lectores y lo que cuenta cuando a mí me resultaba cruelmente familiar: la intimidad salvaje, esa en la que se mete con manos de cirujano, con objetividad total, aunque puede que a veces se deje entrever un regusto de condescendencia a la hora de hablar de ese lugar del que salió.
Gran parte de su obra refleja el ambiente donde creció y como la escritura, y el mundo burgués y literario en el que se mete gracias a sus estudios, funciona como liberación. Le permite la huida de las limitaciones, de la pobreza y de las situaciones complicadas. Deja de ser lo diferente en el mal sentido y se integra en el mundo que la acoge, lejos del lugar del que venía.
Poco a poco, el abismo se abre en cuanto a la relación con el padre. El vínculo permanece pero la huida de la hija es necesaria, tenía que salvarse de esa “humillación” que recordaba. Y así es como también se convierte en la pequeña esperanza que tiene todo aquel que se ve atado irremediablemente a ciertos contextos: “Cada redacción que hacía bien, cada examen después, era terrero ganado, la esperanza de que yo sería mejor que él.”
Evidentemente este escenario condiciona todo los afectos y sobre todo la expresión de ellos. Annie era la primera estudiante de su familia, la primera que conseguía salir de agujero en el que se encontraban y puede verse esa idea continua de no querer que los hijos acaben como los padres -en este caso sobre todo el padre-, pero a la vez, desde la percepción de la narradora, también envidia por haber sido capaz de conseguir esa libertad. El por qué tú sí y yo no: “Y siempre con el miedo O QUIZÁS EL DESEO de que yo no lo consiguiera.”
La distancia también se va marcando por la forma de hablar. La cuestión del lenguaje es curiosa. Las marcas en el habla señalan el lugar al que pertenece uno, pero ella se va separando también por ahí, y de hecho, su recuerdo de lo que tiene que ver con el lenguaje es doloroso, la marca que los identifica y así se borra la identidad y no se sabe ya donde uno arraiga. El padre lo hace cuando habla con otros, controla la imagen que da, controla quién es, esconde lo que no quiere que vean los demás. Puede llegar a ser casi inhumano.
Annie Ernaux: diseccionando los afectos
Maestra de la autoficción entonces, pero desde aquí insisto, poco importa que sea obsesivamente fiel a su vida, lo que importa es lo que construye, la ficción que se levanta, el ojo con el que lo mira. No sé si es una lectura para todos, puede que la conmoción y el enganche dependa mucho del contexto de cada uno, pero lo que sí puede afirmarse es que, si por suerte o por desgracia, te quedas enganchado en alguno de sus textos, suerte con ello.
Se mete en el corazón, de una manera salvaje podría decirse, y lo hace sin inmutarse. No hay especial carga emocional en sus palabras, diría que ninguna, que es fría, objetiva, concreta, que selecciona anécdotas que manera precisa para construir la imagen exacta. Quizá la objetividad sea lo que más crueldad da a todo esto, como esa visión que tiene el extranjero que visita un lugar sobre los que viven allí, en ese lugar, el pueblo profundo.
La experiencia ha sido similar a la lectura de los diarios de autores en cuanto a la invasión de lo privado, hace tiempo leí que Kafka a veces era excesivo en sus diarios y que incomodaba por la intimidad de sus escritos. Quizá esa intimidad sea necesaria para llegar ver la realidad que no se ve, que está en la sombra, pero mientras que un diario se escribe sin la conciencia de lector, Ernaux escribe para que el texto sea leído.
La palabra esta tan bien seleccionada, el texto tan depurado que parece un análisis, esa disección de los afectos, y esa frialdad, y ese despegue de lo que está tan vinculado con nosotros es lo que conmociona cuando uno identifica lo que lee. La distancia acerca, el análisis enseña, muestra, y todo construye un informe emocional de la memoria. La historia universal, colectiva, a través de la historia pequeñita, que no se olvide.